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Al día siguiente Nico se puso a controlar a los técnic: 5 de la empresa de seguridad que había contratado luego cí episodio con los matones. Ibarlucía siempre había sido 5 enemigo, su Némesis, siempre había estado detrás de sí pasos; varias veces había logrado arrebatarle algún hallare arqueológico, y muchas más Nico se lo había frustrado. Pe Ibarlucía jamás había cruzado ese límite, nunca había invadido su privacidad. Que se hubiera metido en su casa sigLficaba que sabía que estaba a punto de descubrir algo importante con relación a Eudamón, y que estaba muy interesad] en ello. En cualquier caso, Ibarlucía se había convertido er una amenaza real. Mientras colocaban alarmas y unas cámaras de seguridad y cambiaban la puerta común por otra blindada, NicJ se asomó al balcón y vio que Mogli se afanaba en distraer 1 Cristóbal, ya vestido con su uniforme para ir al colegio. Entonces bajó y fue a reunirse con ellos para acompañarlos, pero Cristóbal le dijo que no exagerara. —No soy un nene, Bauer. No tengo miedo. —Tengo miedo yo, que soy grande... Hijo, tenes todo di derecho a tener miedo. j Nicolás estaba tratando de bajarle un poco el pelo, vci encrespado que nunca, cuando vio algo que lo dejó para i zado: a unos veinte metros de donde estaban, de espaldas í1 Cristóbal, avanzaba, muy lánguida y blanca, Carla, la madnÉ de su hijo. 1 —¡Perfecto, si no tenes miedo, vas con el tío Mogli al ccliJ gio! —se apuró a despacharlos Nico. I Cristóbal advirtió con suspicacia el repentino cambio ém actitud de su padre, intuyó que algo lo había hecho modMfl 342Al día siguiente Nico se puso a controlar a los técnicos de la empresa de seguridad que había contratado luego del episodio con los matones. Ibarlucía siempre había sido su enemigo, su Némesis, siempre había estado detrás de sus pasos; varias veces había logrado arrebatarle algún hallazgo arqueológico, y muchas más Nico se lo había frustrado. Pero Ibarlucía jamás había cruzado ese límite, nunca había invadido su privacidad. Que se hubiera metido en su casa significaba que sabía que estaba a punto de descubrir algo importante con relación a Eudamón, y que estaba muy interesado en ello. En cualquier caso, Ibarlucía se había convertido ei una amenaza real. Mientras colocaban alarmas y unas cámaras de seguri dad y cambiaban la puerta común por otra blindada, Nic( se asomó al balcón y vio que Mogli se afanaba en distraer Cristóbal, ya vestido con su uniforme para ir al colegio. Entonces bajó y fue a reunirse con ellos para acompa fiarlos, pero Cristóbal le dijo que no exagerara. —No soy un nene, Bauer. No tengo miedo. —Tengo miedo yo, que soy grande... Hijo, tenes todo e derecho a tener miedo. Nicolás estaba tratando de bajarle un poco el pelo, má encrespado que nunca, cuando vio algo que lo dejó parali zado: a unos veinte metros de donde estaban, de espaldas Cristóbal, avanzaba, muy lánguida y blanca, Carla, la madr de su hijo. —¡Perfecto, si no tenes miedo, vas con el tío Mogli al colé gio! —se apuró a despacharlos Nico. Cristóbal advirtió con suspicacia el repentino cambio d actitud de su padre, intuyó que algo lo había hecho modifl 342 car su opinión, pero de pronto Mogli, que también acababa de ver a Carla, se había puesto pálido y lo cargó, evitando que mirara en esa dirección, y se lo llevó hacia el colegio. Apenas se fueron, Nico corrió hacia Carla, que se había detenido a unos cuantos metros y miraba, con una expresión indescifrable, muy parecida al dolor, a su hijo, que se alejaba. —¿Qué haces acá? —Qué grande está... —dijo Carla, sintiendo que no tenía derecho ni a hacer ese comentario. Nico la observó. Seguía siendo la mujer bella de la que se había enamorado, pero estaba extremadamente pálida, ojerosa, y con una profunda arruga en el entrecejo. —No podes venir así, Carla. —Quería verlo. —¿Ah, sí? ¿De pronto, después de todos estos años queras verlo? —Me estoy muriendo, Nico. Te sorprenderías de cómo eso cambia las cosas. —¿Estás mal? —preguntó él, deponiendo un poco su enojo. —Quiero verlo. Quiero hablar con él. —Imposible. No... no así, Carla. No es así. —Sabía que ibas a decir eso... —Si de verdad querés ver a tu hijo... si de verdad queros volver a él, vamos a hacerlo de a poco... Tenemos que hablar con psicólogos y... —No tengo tiempo, Nico. —Lo lamento mucho, no le vas a volver a quemar la cabeza a mi hijo. Ella lo miró unos instantes, con dolor, tal vez con algún resto del amor que alguna vez le tuvo. Había un dejo de culpa en lo que estaba por hacer, esa culpa que antecede al crimen, ese remordimiento que se siente antes de hacer algo que está mal. —Hay un... abogado. —comenzó Carla—. Un abogado que va a venir a hablarte... 343 —¿Abogado? —Marcos... —comenzó Carla. —¡Yo sabía! —estalló Nico. Ahora comprendía que todo estaba conectado: la im ción de matones la noche anterior, el acercamiento de Ib; lucía, la aparición de Carla... —Marcos quiere algo que vos tenes. Si no se lo entregí te va a iniciar un juicio. —¿Qué juicio me puede hacer esa basura? —Estás criando a nuestro hijo como si fuera tuyo, Nico La voz de Nico comenzó a estrangularse con los grito su garganta parecía estar desgarrándose. No podía entei der que existieran personas tan perversas como Carla. —¡¿Nuestro hijo?! ¡Pedazo de momia mal conservad ¿Nuestro hijo? ¡El hijo que dejaste tirado como un perro! —Vos y yo sabemos cómo fue... pero ningún juez va ver con buenos ojos que hayas anotado con tu apellido a u bebé que no era tuyo. Alcanza con decir que nos lo robaste. —¡Tengo testigos de que no fue así! —¿Mogli? ¿Tu mamá? Nico... por favor, entendelo... S Marcos te hace juicio, lo vas a perder... —¿Por qué haces esto, Carla? ¿Por qué? —gritó Nico, a borde del llanto. —Dale a Marcos lo que te pide —dijo ella con una expresión inequívoca de remordimiento. Nicolás se secó las lágrimas y dejó de gritar. Se acercó a ella tratando de serenarse, para que sus palabras fueran tomadas en serio. —Decile a la basura de tu novio... que jamás le voy a dar nada. Y que si se llega a meter con mi hijo, lo mato. Y se alejó de Carla, dándole la espalda. No vio cómo ella, atormentada, se alejó, llorando. Desde el interior del local de antigüedades, Marcos Ibarlucía vio cómo Nico volvía a su loft, y oyó cómo rompió uno de los cristales de la puerta de entrada, al cerrarla con furia. 344Los chicos de la Fundación habían encontrado una vanante a los robos que debían hacer cada día. Como Cielo había descubierto y desbaratado el taller de los juguetes, los ingresos que éstos producían habían desaparecido, con lo cual los chicos habían sido obligados a redoblar la productividad robando. Pero por supuesto ninguno quería seguir con esa actividad, y a partir del show que habían realizado en el festival, se les ocurrió que tal vez ésa era una buena manera de ganar dinero y dejar el delito. Comenzaron probándolo algunos días. Se escapaban de la zona donde los habían mandado a robar y se iban a una plaza o una peatonal. Mar, Jaz, Rama y Tacho se sentaban a hacer música, mientras los chiquitos pasaban la gorra. Era una buena solución, evitaban robar y hacían algo que les gustaba. La rentabilidad no era tan buena como la de los robos, pero al menos no tenían que hacerlo tanto como antes. Una tarde estaban cantando en una plaza. No había sido un día provechoso y sentían muy cerca la presión de Justina, por eso no podían tirar mucho de la cuerda. Justo en el momento en que Tacho vio que Thiago los observaba y se dirigía hacia ellos, Mar, de espaldas a él, propuso: —Bueno, ya fue, hagamos los rumanos y a lo mejor... Pero antes de completar la frase, vio que Thiago se aproximaba. —¿Qué hacen? —preguntó Thiago con una sonrisa. —Nada, acá, haciendo un poco de música —disimuló Tacho. —Ah, buenísimo... —dijo Thiago con ganas de sumarse—. ¿Y qué es los rumanos? 345 —¿Eh? —disimularon todos. —Lo que decías recién, Mar... «Hagamos los rumanos», dijiste. —Ah, no... Es una canción que escribí—dijo ella—. Les decía que la cantemos, pero no quieren, porque dicen que no les gusta... —No, la verdad, es horrible... —se plegó Rama. —Sí, feísima —agregó Jazmín. —Bue bue, tampoco tanto... —se hizo la ofendida Mar. —¿Y cómo es? —dijo Thiago. —¿Cómo es qué? —dijo Mar bastante tensa. —La canción, Mar... ¿cómo es? —¿Los rumanos? Eh... —vaciló y miró a sus amigos—. Bueno, en realidad la estoy puliendo, pero... —Cántala, dale. —¿La canto? —Cántala, dale —dijo Tacho ya divirtiéndose con la situación. Mar lo miró con odio, y empezó a improvisar un rap, acompañándose de movimientos hip hoperos con las manos. Los rumanos son humanos ... son hermanos los rumanos... Los rumanos son hermanos... tienen manos los rumanos... Tacho y Rama se prendieron haciéndole una base de hip hop con sonidos vocales, mientras Thiago miraba a Mar con una sonrisa indescifrable. Mar se fue deteniendo a medida que su capacidad de improvisación llegaba a su límite. Los rumanos son humanos... Fuman habanos los rumanos... —Y bueno, pulida más, pulida menos, básicamente así sería la canción... —dijo Mar—. ¿Te gustó? —Horrible —contestó Thiago con carita de asco, y son- 346 I—¿Eh? —disimularon todos. —Lo que decías recién, Mar... «Hagamos los rumanos» dijiste. —Ah, no... Es una canción que escribí—dijo ella—. Les decía que la cantemos, pero no quieren, porque dicen que no les gusta... —No, la verdad, es horrible... —se plegó Rama. —Sí, feísima —agregó Jazmín. —Bue, bue, tampoco tanto... —se hizo la ofendida Mar. —¿Y cómo es? —dijo Thiago. —¿Cómo es qué? —dijo Mar bastante tensa. —La canción, Mar... ¿cómo es? —¿Los rumanos? Eh... —vaciló y miró a sus amigos—. Bueno, en realidad la estoy puliendo, pero... —Cántala, dale. —¿La canto? —Cántala, dale —dijo Tacho ya divirtiéndose con la situación. Mar lo miró con odio, y empezó a improvisar un rap. acompañándose de movimientos hip hoperos con las manos. Los rumanos son humanos ... son hermanos los rumanos... Los rumanos son hermanos... tienen manos los rumanos... Tacho y Rama se prendieron haciéndole una base de hip hop con sonidos vocales, mientras Thiago miraba a Mar con una sonrisa indescifrable. Mar se fue deteniendo a medida que su capacidad de improvisación llegaba a su límite. Los rumanos son humanos... Fuman habanos los rumanos... —Y bueno, pulida más, pulida menos, básicamente así sería la canción... —dijo Mar—. ¿Te gustó? —Horrible —contestó Thiago con carita de asco, y son- 346 riendo—. ¿Cantamos alguna? —propuso tomando la guitarra de manos de Rama y sentándose en el césped. Todos se miraron. Sería un desatino hacerlo y regresar a la mansión sin la recaudación diaria, pero a la vez no tenían excusa para negarse y, en el fondo, todos preferían quedarse allí, haciendo música con Thiago, como aquella tarde en el festival. Decidieron cantar una o dos canciones y luego marcharse, pero terminaron quedándose tres horas cantando, riendo, inventando canciones y soñando con un nuevo show. Cuando regresaron a la Fundación, Justina los esperaba para la requisa diaria, y puso el grito en el cielo cuando le entregaron lo poco que habían recaudado cantando en el o arque. —¿Ustedes se piensan que porrrque la retarrrdada de la nucamita nos transforrrmó nuestro querido tallerrr en salita le baile esto es el viva la pepa? Estamos en rrrrojo, y si seguinos así, don Bartolomé va a tener que deshacerse de alguios de ustedes. Decime, Marita, ¿te gustaría volver al refornatorio? Y vos, Rrramita, ¿te gustaría que tu hermanita, Jelí... —y al decir «Alelí» acentuó mucho el final del nomire e hizo ademán de escupir en el piso— fuera dada en dopción? Y vos, Tachito, ¿te gustaría una temporadita en al Escorial? ¿Te gustaría gitanita que te entreguemos al gimo que tanto quería casarrrse con vos? Entonces... —elevó i voz, sin esperar respuesta— vuelven a la calle y traen una jcaudación como corresponde. —Pero se está haciendo de noche... —protestó Mar. —Y se va a hacer más de noche si siguen perdiendo el empo. Y los chicos tuvieron que salir a robar otra vez, con el isagrado que eso les provocaba. Tacho robó una cartera, en la que encontró un hermosa üsera dorada, y viendo a Jazmín que más adelante obserba un celular en la mesa de un bar, se le ocurrió regalarla. Ella estuvo encantada con el gesto, y se lo agradeció n un beso. 347 Al llegar a la Fundación le entregaron a Justina el botín y, aunque no estaba del todo satisfecha, se contentó. Pero cuando se estaban retirando, con sus ojos de lechuza, alcanzó a ver el destello dorado de la pulserita que Jazmín escondía bajo las mangas de su blusa. —¿Qué escondes ahí? —dijo sujetándola por la muñeca. —¡Nada! —dijo Jazmín forcejeando para soltarse. Pero Justina tironeó de su muñeca, levantó la manga y vio la pulsera. —¡Con que robándole a don Bartolomé! —¡Es mía! —Acá no hay nada tuyo. ¡Dámela! —Es mía, le digo —se mantuvo firme Jazmín. —Sí, yo se la regalé —dijo Tacho dando un paso adelante. —¿Qué vas a regalar vos, vikingo mugriento, con qué plata? Y le arrancó de un tirón la pulsera. Todos vieron el odio en los ojos de Jazmín, pero ninguno anticipó lo que ocurriría a continuación: mientras Justina guardaba en los enormes bolsillos de su amplia falda negra la pulsera con el resto de los objetos robados, Jazmín se le tiró encima, descargando todo el odio acumulado. —¡Te dije que es mía, vieja yegua! Justina, azorada, no tuvo tiempo de reaccionar, y su parálisis fue total cuando Jazmín se aferró del turbante negro que Justina siempre llevaba y se lo arrancó. Todos quedaron asombrados ante la larguísima cabellera negra y lacia que quedó suelta. Justina estaba verde, su cara era pura indignación, como si la hubieran desnudado. Con todas sus fuerzas le pegó una bofetada, pero Jazmín había ido demasiado lejos como para retroceder. Se le tiró encima y logró derribarla, y comenzó a pegarle con tanta furia que entre sus tres amigos no podían separarla. —¡¿Jazmín, que haces?! —se oyó de pronto. Jazmín reaccionó ante esa voz. Era Cielo, que miraba perpleja cómo Jazmín atacaba a Justina. —¿Te volviste loca?¿Cómo le vas a pegar a Justina? —ex- 348 clamó Cielo, apartándola y ayudando a Justina a incorporarse. —¡Déjame! —dijo Justina hecha una furia—. ¡Déjame que e pongo las tripas de collarrr! Y quiso avanzar hacia Jazmín, pero Cielo la frenó sujetándola del vestido. —¡Usted no va a hacer nada! Pero al tomarla del vestido, el amplio bolsillo de la falda que había quedado maltrecho por la trifulca cedió, y las billeteras, celulares, relojes y alhajas que Justina guardaba cayeron al piso. Cielo abrió grandes sus grandes ojos. —¿Y eso? —Eso... ¡es el rrrresultado del liberrrrtinaje! —dijo con rapidez Justina, mientras recogía del piso los objetos—. Les brís la puerta a los mocosos, y te salen a rrobar. —¿Qué? —dijo Cielo volteándose a mirarlos. —Sí, Cielo, ésos son tus chiquis —continuó Justina—. Delincuentes juveniles! —Díganme que no es cierto —les pidió Cielo, mirándoos con gran dolor. Desde el piso Justina fulminó con la mirada a los chicos. —Díganle que no es cierrrrto, a verrr... Los chicos callaron. —Ahí tenes su confesión... Y yo les estaba rrrequisando i prueba del delito. —¿Otra vez? —dijo Cielo con profunda decepción. Y salió. Los chicos se miraron con gran pesadumbre, pero se asieron en guardia cuando Justina terminó de levantarse el piso y se acercó a Jazmín con su turbante en la mano. acercó el turbante a la nariz y la amenazó. —¿Oles, gitana? Es el olor de la muerrrrte. Y salió, calzándose el turbante. 349 La condición para que exista cualquier tipo de abuso el silencio. El abusador despliega su poder sobre aqu líos que, por alguna razón, están impedidos de hablar. Durante años en la Fundación BB se mantuvo el suene entre los menores por medio del miedo y el terror. Para u niño la posibilidad de perder el mundo que los contiene e una pesadilla pavorosa. Los chicos de la Fundación callaba por miedo a perder lo poco que tenían. Callaban por mied y vergüenza. Esa noche, como tantas noches, todos descansaban en su camas, acallados por el mismo temor de siempre. Mar estab con las frazadas hasta la nariz, temblando, sin poder templa su cuerpo. Una inquietud, una angustia, una desazón. Esto que yo siento acá, que no lo puedo explicar.. Esto que me pasa, estas ganas de volar.. El celular de Marianella vibró. Ella se levantó y fue hast el baño para atender, la voz suave y rasposa de Thiago serie un bálsamo para aquella noche triste. —Nada más llamaba para decirte que te amo, y que me encantó cantar con ustedes hoy. —Yo también te amo —dijo ella en voz baja, y tratando de contener sus lágrimas. —¿Qué pensás? ¿Podríamos formar una banda nosotros cinco algún día? —Ojalá —dijo ella. Él notó su laconismo y le pareció extraño, porque en general ella no paraba de hablar. —¿Pasa algo, mi amor? 350 —Estaba durmiendo ya —mintió ella. —Entonces te dejo dormir. Que descanses, hermosa. —Vos también. Mar cortó y lloró un buen rato en el baño. Lloró por el silencio, por la vergüenza y por la mentira en la que vivía. Además de sus amigos, había dos personas que amaba en esa casa: Thiago y Cielo. Se sintió avergonzada de mentirles, avergonzada de lo que Cielo pensaba injustamente de ellos, avergonzada de lo que Thiago podría pensar si conociera su doble vida. Sin embargo, en medio de la alienación, un nuevo sentimiento fue ganándole al miedo y a la vergüenza: la injusticia. Esto que yo siento acá, que no me deja pensar... Que nació de golpe, el deseo de cambiar... Regresó a la habitación y levantó a Jazmín de la cama. Fue hasta el cuarto de los varones y levantó a Tacho y a Rama, ninguno dormía. Reunió a todos en el patio, y llorando les dijo: —A Cielo le tenemos que decir, chicos. —Cielo se va a poner loca, les va a decir de todo, la van a echar y a nosotros nos van destruir —dijo Rama. —A Cielo le tenemos que decir la verdad —insistió Mar, llorando cada vez más angustiada—. Ella lo tiene que saber... No puede pensar así de nosotros. Ella lo tiene que saber. —Ni nos va a creer —arriesgó Tacho—. Como siempre, piensan que somos unos chorros, nos acusan siempre a nosotros. —Tenemos la grabación —dijo Jazmín, y todos la miraron. Un par de meses antes, un día en que habían sido castigados con dureza por Bartolomé, Jazmín había grabado sus amenazas con un pequeño grabador de periodista, y luego escondieron la cinta con la esperanza de poder usarla algún día como prueba, cuando se animaran a denunciar a Bartolomé. —Tal vez el momento ya llegó —dijo Jazmín. Todos se miraron. 351 Eso que dicen tus ojos, que yo sólo puedo ver. Y pensaron. A decir verdad, se habló poco, cada uno dijo lo que tenía para decir, no mucho; sin embargo aquella noche se tomó una gran decisión en el patio cubierto. Como un ángel en el cielo quiero creer, quiero creer... Mientras los cuatro subían las escaleras del ala de servicio, avanzando hacia el altillo de Cielo, las amenazas siempre vigentes pesaban sobre ellos. También la angustia de defraudar a Cielo cuando le dijeran la verdad, tenían que hacer un gran esfuerzo por recordarse que ellos eran las víctimas. No era lo que fuera a decir Cielo lo que les hacía latir intensamente el corazón; era lo que ellos mismos iban a decir, eran esas palabras, que por primera vez en su vida pronunciarían en voz alta. Un amanecer ángeles del mundo podemos ver... Un amanecer ángeles del mundo queremos ser... Cielo los miró con mucha pena y decepción cuando abrió la puerta y los vio allí, con sus rostros contraídos. —No quiero hablar, chicos —dijo. Hablar. Romper el silencio. Dar el salto al vacío. Terminar con la complicidad y el sometimiento. Hablar. Sólo hablar. —Escúchanos, Cielo, por favor —suplicó Rama. —Ahora estoy enojada con ustedes, y no quiero decirles cosas feas. —Vos nada más escúchanos —dijo Mar. Cielo los amaba demasiado como para sostener por mucho tiempo su enojo. Los hizo pasar, y todos se sentaron en su cama, alrededor de ella. —Habíamos quedado en algo... —comenzó Cielo—. Ustedes no metían más las manos en la lata, y yo les enseñaba 352 a bailar y a cantar para algún día ganarse el pan... Pero me fallaron. —No. Eso no es así, Cielo —dijo Rama, muy serio. Y comenzaron a hablar. Lloraban y hablaban. Cielo los observaba, mientras esas palabras iban llegando a sus oídos como golpes, como cachetazos que la aturdían. Pero poco a poco las palabras comenzaban a cobrar sentido. Esto que yo siento acá, que me hace despertar... Esconde en secreto el silencio de soñar... Nos obligan. Nos explotan. Nos hacen robar. Robamos para ellos. Castigos. Amenazas. Celda de castigo. Correctivo. El Escorial. El juez amigo. Nos golpean. Miedo. Silencio. Miedo y muerte. Cada palabra era una puñalada para Cielo. Cuando le hicieron escuchar la grabación, cuando oyó los gritos y amenazas monstruosas de Bartolomé, pensó que durante seis meses había convivido con ellos en esa casa, ¿tan ciega podía estar que no lo había visto? Eso que dicen tus ojos, que me hablan sin hablar... Como un ángel en el cielo, quiero volar, quiero volar... Su instinto fue de madraza; su impulso, de leona. Quería atacar, quería dañar, quería venganza. Los chicos le suplicaron que callara con ellos. Sólo querían que no pensara mal, que supiera su verdad. Una cosa era terminar con el silencio y otra rebelarse. Cielo lloró con ellos y esa noche llovió mucho. Los escuchó, escuchó sus voces; los vio como si los descubriera por primera vez. Y el amanecer terminó echando un poco de luz sobre tanta noche. Un amanecer ángeles del mundo podemos ver... Un amanecer ángeles del mundo queremos ser... 353 Muy avanzada la mañana y luego de haber llorado mucho, Cielo se quedó dormida y soñó con un bosque oscuro donde alguien la abandonaba para morir. Despertó sobresaltada, y lo primero que le vino a la mente fue la amarga revelación de la noche anterior. Tenía que pensar muy bien cómo actuar. Los chicos le habían dejado muy en claro las amenazas de Bartolomé, y los alcances que podía tener el hecho de que le hubieran contado a alguien la verdad. Cielo tenía a un sola persona a la que recurrir: Nico. Pero los chicos le habían suplicado que por favor no se lo contara, suponían que Nico no se quedaría de brazos cruzados, y arremetería de inmediato contra Bartolomé, y las represalias de éste no se harían esperar. Cielo se sentía atada de pies y manos, con una angustia que la estaba torturando; sin embargo confiaba que encontraría la vuelta para resolver semejante atrocidad. En ese momento golpearon a la puerta del altillo. Ella se apresuró a ponerse una bata y fue a abrir. Allí estaba Nico, con su rostro desencajado, sus ojos rojos de haber llorado mucho, y un semblante de indefensión total. —Necesito hablar con vos, Cielo. —Por supuesto, Indi —dijo ella, y lo invitó a pasar. Por un momento pensó que tal vez los chicos también le habían confiado su secreto a Nico. —Apareció la madre de Cristóbal —le adelantó aterrado. Cielo lo contuvo, lo acarició, y le pidió que le contara la historia larga. Nico le refirió los hechos cómo habían entrado los matones de Ibarlucía a su casa la noche anterior, cómo había estado a punto de atraparlo y desenmascararlo, y luego 354 cómo Carla se había presentado amenazándolo con hacerle un juicio de paternidad si no le entregaba su hallazgo. —Perro que ladra no muerde, Indi. Lo están amenazando para que les entregue el coso ese... —Ladran y muerden, Cielo —dijo Nico mostrándole una carta documento—. Esta mañana me llegó esto, es una citación judicial... Me iniciaron un juicio, los dos. Cielo se estremeció. Tomó la carta documento, y no entendió mucho, pero quedaba claro que una tal Carla Kosovsky y un tal Marcos Ibarlucía lo acusaban de apropiador y de usurpador de la identidad y cosas por el estilo. —Pero usted no puede perder este juicio, ¿no, Indi? O sea... esa guacha retorcida abandonó al nene, ni siquiera lo amamantó... Una vez le pidió plata para no decirle la verdad... O sea, cualquier juez la va a sacar carpiendo. —Yo cometí un error muy grave, Cielo. Anoté a Cristóbal como si fuera mi hijo... —Pero con ella, ¿o no? —Sí, pero ella puede decir que fue amenazada... que yo le robé al hijo... Lo cierto es que Cristóbal lleva mi apellido cuando no soy el padre. Me pueden destruir... Y yo me la banco, Cielo... Me banco la que sea; cometí un error, lo pagaré... Pero Cristóbal no se merece esto, le van a arruinar la vida —explicó y ya no pudo contener más el llanto. Ella lo abrazó, pensando en cómo la vida, que era tan hermosa, podía volverse tan amarga de un momento para el otro. —No sé qué hacer... Si les doy eso que me piden, ¿no sería comprar a mi hijo? ¿No sería reconocer que hice algo mal? Además, hoy me piden esto, mañana me pueden pedir cualquier cosa... No me puedo dejar extorsionar, menos con mi hijo. Si no les entrego el cubo, le van a arruinar la vida a Cristóbal. —¿Qué es ese coso tan importante, Indi? —Es una pista... conduce a Eudamón. Ibarlucía está detrás de la isla también... Eudamón en manos de Ibarlucía... sería un desastre. —Usted no tiene que darles nada, Indi. 355 —¿Dejo que me hagan el juicio? —Yo creo que antes que el juicio... lo que tiene que hacer es otra cosa. Él la miró, adivinaba de qué hablaba Cielo, pero hasta que ella no lo dijo, él no lo dimensionó. —Tiene que hablar con Cristóbal y decirle toda la verdad Nico suspiró, y se recostó sobre el regazo de Cielo. Mientras ella le acariciaba el pelo, Nico asumió que había llegadc el momento de sincerarse con su hijo. Unos minutos más tarde, Cielo había terminado de ducharse y estaba cambiándose, pensando en la verdad que ella misma había conocido la noche anterior, cuando se abric la puerta de golpe. Era Malvina, que estaba desencajada furiosa. —Fuiste vos, ¿no? ¡Fuiste vos, pedazo de turra! —¿De qué habla? —¡No te hagas la mosquita muerta, que los vi! Vi cómc entró y se vino directo para acá, entró llorando y salió llorando, ¡y después vino a suspenderme la boda! Cielo se quedó demudada, no suponía que Nico fuera a hacer tal cosa a punto de casarse. —¿Qué le dijiste? —Yo no le dije nada, doñita. —¡¿Qué le dijiste, atorranta?! Sos la amante, ¿no? Sos la amante de mi marido. —A mí no me ofenda. —Conmigo no te hagas la miss honesty. ¡Con esas piernas y esas lolas no podes ser una santita! —¿Don Nico le explicó por qué suspende el casamiento? —Excusas, mentiras... No sé qué cosa de Cristóbal. —No son excusas ni mentiras, Malvina. Alguien le quiere sacar al hijo. ¿Por qué en lugar de gritarme a mí, no va con su novio, que la necesita? —¡Él vino a llorar con vos, te necesita a vos! —¡A lo mejor vino a llorar conmigo porque la novia no 356—¿Dejo que me hagan el juicio? —Yo creo que antes que el juicio... lo que tiene que hacer es otra cosa. Él la miró, adivinaba de qué hablaba Cielo, pero hasta que ella no lo dijo, él no lo dimensionó. —Tiene que hablar con Cristóbal y decirle toda la verdad. Nico suspiró, y se recostó sobre el regazo de Cielo. Mientras ella le acariciaba el pelo, Nico asumió que había llegado el momento de sincerarse con su hijo. Unos minutos más tarde, Cielo había terminado de ducharse y estaba cambiándose, pensando en la verdad qiella misma había conocido la noche anterior, cuando se abr ía puerta de golpe. Era Malvina, que estaba desencajad: furiosa. —Fuiste vos, ¿no? ¡Fuiste vos, pedazo de turra! —¿De qué habla? —¡No te hagas la mosquita muerta, que los vi! Vi cóm: . entró y se vino directo para acá, entró llorando y salió llorando, ¡y después vino a suspenderme la boda! Cielo se quedó demudada, no suponía que Nico fuera hacer tal cosa a punto de casarse. —¿Qué le dijiste? —Yo no le dije nada, doñita. —¡¿Qué le dijiste, atorranta?! Sos la amante, ¿no? So amante de mi marido. —A mí no me ofenda. j —Conmigo no te hagas la miss honesty. ¡Con esas pieñas y esas lolas no podes ser una santita! —¿Don Nico le explicó por qué suspende el casamien —Excusas, mentiras... No sé qué cosa de Cristóbal. —No son excusas ni mentiras, Malvina. Alguien le quit sacar al hijo. ¿Por qué en lugar de gritarme a mí, no va c su novio, que la necesita? —¡Él vino a llorar con vos, te necesita a vos! —¡A lo mejor vino a llorar conmigo porque la novia . 356 —¿Dejo que me hagan el juicio? —Yo creo que antes que el juicio... lo que tiene que hacer es otra cosa. Él la miró, adivinaba de qué hablaba Cielo, pero hasts que ella no lo dijo, él no lo dimensionó. —Tiene que hablar con Cristóbal y decirle toda la verdad. Nico suspiró, y se recostó sobre el regazo de Cielo. Mientras ella le acariciaba el pelo, Nico asumió que había llegado el momento de sincerarse con su hijo. Unos minutos más tarde, Cielo había terminado de ducharse y estaba cambiándose, pensando en la verdad que ella misma había conocido la noche anterior, cuando se abrió la puerta de golpe. Era Malvina, que estaba desencajada y furiosa. —Fuiste vos, ¿no? ¡Fuiste vos, pedazo de turra! —¿De qué habla? —¡No te hagas la mosquita muerta, que los vi! Vi cómo entró y se vino directo para acá, entró llorando y salió llorando, ¡y después vino a suspenderme la boda! Cielo se quedó demudada, no suponía que Nico fuera a hacer tal cosa a punto de casarse. —¿Qué le dijiste? —Yo no le dije nada, doñita. —¡¿Qué le dijiste, atorranta?! Sos la amante, ¿no? Sos la amante de mi marido. —A mí no me ofenda. —Conmigo no te hagas la miss honesty. ¡Con esas piernas y esas lolas no podes ser una santita! —¿Don Nico le explicó por qué suspende el casamiento? —Excusas, mentiras... No sé qué cosa de Cristóbal. —No son excusas ni mentiras, Malvina. Alguien le quiere sacar al hijo. ¿Por qué en lugar de gritarme a mí, no va con su novio, que la necesita? —¡Él vino a llorar con vos, te necesita a vos! —¡A lo mejor vino a llorar conmigo porque la novia no 356piensa en nada más que en sí misma! —gritó, y luego depuso un poco su enojo, y se acercó a ella—. Doñita, de verdad, Nico la necesita. Vaya con él, sea su mujer... Deje de pensar en usted y entérese de que tiene un novio. Pero Malvina no podía moverse de la película en la que estaba, en la que su novio estaba enamorado de la mucama. Y tal vez se lo merecía, decía una voz en su interior, si ella había logrado ese casamiento a fuerza de mentir y fraguar un secuestro. Pero otra voz, que curiosamente hablaba como Barti, le decía que no fuera mamerta y se diera cuenta de que si el problema era con Cristiancito, más que nunca tenía que estar ahí, ayudándolo otra vez. Malvina se retiró, y Cielo quedó, entonces, enfrentada a su propio dilema. Así como le había aconsejado a Nico que la mejor solución en medio de tanta mugre era decir la verdad, ella sabía que lo mejor, en la tragedia en la que había despertado en la Fundación BB, era la verdad. Terminar con el silencio y la complicidad. Los chicos le habían pedido que no hablara, y era lógico, tenían miedo. Pero a ella le tocaba ser el adulto, ser quien los protegiera de semejante espanto. Y por eso decidió seguir su propio consejo: iría hacia el problema, con la verdad. 357Capitulo 10 Hablar o callar para siempre «¡Muertos! Así van a terminar todos, mocosos, por levantarme el copete... ¿O se creyeron que voy a aceptar así nomás que dejen de robar, que se me retoben, que levanten vuelo? Que se les grabe bien en la cabeza: ¡ustedes son míos y yo los exploto como quiero!» Esas palabras, proferidas por Bartolomé, se escuchaban desde un pequeño grabador de periodista. Él se había puesto muy pálido al oír su propia voz; frente a él, Cielo lo miraba fijamente, con el grabador en la mano. No tenía miedo y estaba convencida de que terminar con el silencio era parte de la solución. Al menos, Bartolomé sabría que los chicos ya no estaban solos e indefensos. Había llegado el momento de intervenir. —Ya mismo me explica qué significa esto —dijo Cielo fire y amenazante. Bartolomé la miró a los ojos por unos segundos. Hablaban en su escritorio, y la puerta estaba cerrada. Evaluó la posibilidad de desmayarla de un golpe con el pisapapeles, y uego sacarla a través de la habitación secreta, y de allí, recto al sótano. —¡Hable! —gritó ella. Él, irracional, pegó un manotazo, tratando de arreba:arle el grabador, pero ella con mucha rapidez lo esquivó. Sólo para ganar tiempo, Bartolomé empezó a actuar con su mejor cara de inocente. —No sé de qué hablas, Cielito... ¿Vos decís que ése era o? No soy, che... A ver, escuchemos bien, dámelo. —Es usted —dijo ella, furiosa—. ¿Cómo es eso que obliga a robar a los chicos? —Ok, ok... hablémoslo, no quería exponer a los chicos 361 ante vos, pero ok... Sí, ése era yo. ¿Sabes bajo qué circuns tandas dije esas horribles palabras? Tenía a Tachito aga rrándome del cogote, y a Jazmincita con una navaja en 1e mano, che... Son bestiecitas sin domar... —¿Qué? —le respondió absorta Cielo. —Así como lo escuchas, Sky... No, si con vos le dan del( que te dale al bailecito, pero en realidad son salvajes... Fuí un acto desesperado, me hice el malo para ver si se asusta ban un poco... Pero todo eso que dije lo inventé ahí, en e momento, che... Te lo juro por mi bolidita. Cielo lo miró con desprecio, hasta para mentir y jurai era un hombre patético. —Usted es un sinvergüenza —aseguró con una voz grave que jamás había tenido—. ¡Y yo una tarada que le creí1 Cuando descubrí el taller ese de los juguetes, ya tendría que haberme dado cuenta, pero confié en usted... —Y tenes que seguir confiando, che... ¡Yo no soy un monstruo! —¡Usted es peor que un monstruo! —gritó Cielo, estallando. —¡Es una basura, una montaña de bosta humana! —Ojito, che... —dijo Bartolomé comenzando a mostrar sus dientes. —Ojito nada... Ya mismo voy a ver a un juez. Entonces Bartolomé sacó sus garras. De un salto, se le tiró encima, y la estampó contra la puerta del escritorio. La sujetó con una mano en el cuello, y la miró bien de cerca a los ojos. —Vos no vas a ver nadie, Cielín. Cielo empezó a patalear como loca; tenía mucha fuerza, pero Bartolomé tenía más. —Patalea todo lo que quieras... de acá no te movés. —¡Ayúdenme! —alcanzó a gritar Cielo, antes de que él le tapara la boca. Fuera del escritorio, en la sala, estaba Thiago, que acababa de recibir a Alex, quien había ido a visitar a Cielo. Ambos creyeron oír el grito de ella, proveniente del escritorio, pero cuando se asomaron, se extrañaron al verlo vacío. 362 —Habrá sido alguno de los chiquitos... —desestimó Thiago. Pero no. Habían escuchado bien. En ese momento Bartolomé estaba sujetando a Cielo, tapándole la boca, detrás de la pared biblioteca, en la habitación secreta. Luego la empujó con fuerza contra una de las paredes, y esforzándose por mostrar su cara más bestial, le susurró: —Ok, me descubriste. Conste que no soy una mala persona... Esta fundación hay que mantenerla, ¿sabes? Los crios tienen que aprender a ganarse la vida... —¿Robando? Usted es de lo peor... Me va a tener que matar para hacerme callar, ¿sabe? —Ningún problema, che... Pero con quién querés hablar, ¿con la policía? Está conmigo... —Con un juez voy a hablar directamente. —Decime cuál... ¿Pérez Alzamendi, el papá de Nachito? ¿Con Orteguita? Juego al golf todos los jueves con él. ¿Con Uñarte Urondo? Compartimos palco en la Ópera... Los conozco a todos, Sky... Además, soy un filántropo respetado, che. ¿Qué sos vos? Una sirvientita amnésica... ¿A quién van a creerle? —La verdad se ve en la cara, y en la suya se lee que es una porquería de gente. —Vos hace como quieras... pero te advierto una cosa... —la amenazó y se acercó hasta respirarle bien cerca; quería hacerle sentir todo el peso de su amenaza—. Vos llegas a abrir la boca... con Bauer, por ejemplo, y pagan los chicos. Te resfrias un poquito y lo hablas con alguien, con el jardinero, con la verdulera de la esquina... y pagan los chicos. —A los chicos no los toca más. —No me pruebes... Pregúntales a ellos si no, lo que les puedo hacer. Pregúntale a Ramita qué pensaría si lo separo de su hermanita... La suerte de estos purretes está atada a ni tobillo. Abrís la boquita, y ellos cierran sus ojitos. ¿Nos entendemos ahora, Cielín? —¡¿Cómo se puede ser tan basura?! —Bienvenida a la realidad, Sky. 363 Mientras Cielo lloraba, desgarrada e impotente, una pequeña camarita, oculta en una pared, filmaba la escena dentro de la habitación secreta. En la pequeña casucha en la que vivía Jásper, al fondo del parque de la mansión, el jardinero se encontraba frente a una especie de sala de control, con un par de monitores y consolas grandes y antiguas. En uno de los monitores se veía a Cielo sentada en el piso, llorando, frente a Bartolomé, de pie. Mientras veía la escena, Jásper negó con su cabeza y habló con alguien que estaba detrás de él. —¿Qué le parece? ¿Ya es hora de intervenir o no? 364—Quiero que hablemos de algo muy importante. —¿De la pista? —No. De otra cosa. Hijo... yo te mentí. Yo sé que mentir tá mal, está muy mal, y te lo vuelvo a decir: mentir está al. Pero hay... ocasiones, en que uno miente porque... la rdad, a veces, puede ser muy dolorosa. Pero vos ya sos ande... Sos inteligente... tan inteligente sos, hijo... y tan rmoso. —¿Qué pasa, pa? ¿Por qué lloras? —Vos ya sos grande... y vas a saber entender algunas rdades. —¿Tiene que ver con Ibarlucía? —No y sí. Tiene que ver sobre todo con vos y conmigo con tu mamá. —¿Qué le pasa a mi mamá? ¿Le pasó algo? ¿Es la enferedad? —No, no te asustes. En realidad... ésa es la verdad de la _e quiero hablarte... Tu mamá... no está enferma. —¡¿Se curó?! —No, hijo, tu mamá no se curó, porque... nunca estuvo íerma. -¿Qué? —Perdóname... te mentí. Carla no está enferma, ni está África... Todo eso era mentira, hijo. Te pido por favor que perdones, te mentí porque te amo mucho. —Bauer, ¡estás diciendo cualquiera! —No, hijo, te estoy diciendo la verdad. —¿Cómo que mamá no está en África? ¿Y las cartas que e mandó desde ahí? 365 —¡Habla! —Esas cartas... no eran de mamá. Las escribía yo, Cristóbal. -¿Vos? —Te juro que no fue para engañarte, ni para lastimarte... —¡Soltame! —Tenes todo el derecho a enojarte, pero también tenes el derecho a saber la verdad. ¿Estás bien? ¡Hijo! Tranquilo respira, respira hondo... tranquilo mi vida, tranquilo. —¿Dónde...? ¿Dónde está? ¿Dónde está mi mamá? —Hablemos de ella... te voy a contar la verdadera historia. Respira tranquilo. —¡Habla! —Tu mamá y yo... nos queríamos mucho. Cuando vos naciste... estábamos muy enamorados... pero un día, no sé bien por qué, tu mamá decidió... irse. ¿Querés que te busque el broncodilatador? Ok, sigo... Tu mamá no es una mala persona... pero a los grandes a veces nos pasan cosas que nos desequilibran, ¿entendés? Y ella se fue, y quedamos vos y yo... solitos. ¡Eras tan chiquito! No podía contarte la verdad... y me empezaste a preguntar... y ahí se me ocurrió lo de las cartas... Perdóname, hijo, no quise mentirte, pero... —¡Mi mamá no me abandonó! ¡Sos un mentiroso! —¡Hijo! ¡Vení! ¡Cristóbal! —¡Déjame solo! —¡Cristóbal, por favor, volvé! 366 —¡Habla! —Esas cartas... no eran de mamá. Las escribía yo, Cristóbal. -¿Vos? —Te juro que no fue para engañarte, ni para lastimarte... —¡Soltame! —Tenes todo el derecho a enojarte, pero también tenes el derecho a saber la verdad. ¿Estás bien? ¡Hijo! Tranquilo respira, respira hondo... tranquilo mi vida, tranquilo. —¿Dónde...? ¿Dónde está? ¿Dónde está mi mamá? —Hablemos de ella... te voy a contar la verdadera historia. Respira tranquilo. —¡Habla! —Tu mamá y yo... nos queríamos mucho. Cuando vos naciste... estábamos muy enamorados... pero un día, no sé bien por qué, tu mamá decidió... irse. ¿Querés que te busque el broncodilatador? Ok, sigo... Tu mamá no es una mala persona... pero a los grandes a veces nos pasan cosas que nos desequilibran, ¿entendés? Y ella se fue, y quedamos vos y yo... solitos. ¡Eras tan chiquito! No podía contarte la verdad... y me empezaste a preguntar... y ahí se me ocurrió lo de las cartas... Perdóname, hijo, no quise mentirte, pero... —¡Mi mamá no me abandonó! ¡Sos un mentiroso! —¡Hijo! ¡Vení! ¡Cristóbal! —¡Déjame solo! —¡Cristóbal, por favor, volvé! 366—¡Hace algo, mamerta! ¡¡Estás como bólida sin manija! —le gritó Bartolomé a Malvina, cuando la vio llorar y deambular de aquí para allá. —¿Qué querés que haga? ¡Nicky me dejó, again! ¿Le secuestro al hijo de vuelta? No sé, ya me quedé sin ideas... —Mamertita... vos nunca tuviste ideas... —Por eso... ¡ayúdame! —Ahora no puedo, tengo que vigilar a la muqui que está metiendo las narices en mis asuntos... Hace algo, Malv... Sos mujer, diosa, gorgeous, ¡úsate, che! El aturdimiento de Malvina le impedía pensar con claridad, y eso, en una mente ya poco clara de por sí, era grave. Deambulaba por la casa, con el celular en la mano con la esperanza de que la llamara Nico para decirle que continuaban con la boda. El celular sonaba todo el tiempo, y ella se estremecía antes de mirar el display, pensando que sería él, pero eran todos llamados referidos a la boda. No se había atrevido a cancelar nada, porque no perdía las esperanzas, y por eso evitaba enfrentar a maquilladoras, modistas y proveedores de cotillón de lujo. Decidió que tenía que hablar con su mejor amiga, nadie mejor que un mejor amigo cuando estás realy in troubles. Y como no tenía amigas, recurrió a Cielo, pero la encontró muy ocupada, discutiendo con Justina a los gritos. Estaban en el antiguo taller de los juguetes, devenido en sala de ensayos. Allí se los veía a Mar, Tacho, Jazmín y Rama, parados en fila y con botellas de agua mineral en la mano. Cielo estaba delante de todos, interponiéndose con su cuerpo ante Justina, que quería alcanzar el estéreo para apagar la música que sonaba a todo volumen. 367 —Corrrrrete, ¡rroñosa insurrrecta! —gruñó Justina. —Ya le dije que estamos ensayando, y vamos a segu ensayando —le informó Cielo, clavándole la mirada. S notaba que quería decirle muchas cosas más, pero se coi tenía. —Sky... —dijo trémula Malvina—. Te necesito, ami... —Se va ya mismo de acá, vamos, no moleste —le dij Cielo a Justina, ignorando a Malvina. —¡Vos a mí no me hablas así! —se indignó Justina. —¿No? ¿Por qué? —respondió Cielo desafiante—. ¿M va a aplicar un correctivo? ¿Me va a mandar al Escorial? Justina la miró absorta, y Tacho, sutilmente, tomó de u brazo a Cielo, rogándole que no dijera nada más. —¡Los mocosos tienen que venirrr conmigo! —dijo Jus tina. —¿Para qué? A ver... hable, ¿qué tienen que hacer co usted? —Eso a vos no te incumbe. —Sabe que sí... me re incumbe, me recontra incumbe. ¿A dónde los quiere llevar? —Sky... ¿podemos hablar one minute? —volvió a susu rrar Malvina. —Yo a vos no te tengo que dar ninguna explicación, clu ruza, buscona, metereta... —¿Por qué no me puede decir? ¿Cuál es el gran secrete a ver? —En... Cielo... —intervino Rama, mirándola a los ojos y suplicándole con un gesto que se calmara—. Podemos ensa yar más tarde... —No señor, ningún más tarde. Acá hay una banda qui formar, y ustedes no tienen nada que hacer con Justina, s ni clases les dan en este lugar... —Justamente... —aprovechó para mentir Justina—. Lo¡ quiero llevar a hablar con una asistente social para evalúa el tema de rrrrreescolarización de los rrroñosos —y miró 1 hora, estaba urgida, pronto cerrarían los bancos, y era la ho ra más productiva. 368 —Tráigala acá a la asistenta social ésa, yo también tengo unas cuantas cosas para decirle. —Cielo... —comenzó a decir Jazmín. —Cielo nada. Ustedes van a ensayar... —Sky... —dijo Malvina con impaciencia. —¡Me harrrrtaste! —estalló Justina avanzando, y hablando a los gritos por el volumen de la música—. ¡Te voy a arrrrancar las chuzas, arrrastrada! —¡Anímese a ponerme un dedo encima! —la enfrentó Cielo. Y eso iba a hacer Justina, pero se detuvo de golpe al ver llegar a Thiago, aún con el uniforme del colegio. —Acá estoy —dijo él sonriendo—. ¿Ensayamos? —¿Cómo «amos»? ¿Ensayamos? —dijo Justina dura. —Sí, estamos armando una banda con los chicos —afirmó Thiago, y le entregó su mochila—. ¿Me la llevas al cuarto, Justina? ¿Y me traes un sandwich? Estoy muerto de hambre, voy a comer acá... Justina tuvo que tragarse la bronca, y salió, con la mochila de Thiago. Cielo quedó satisfecha. —Muy bien... vamos a ensayar... —Sky, antes... —¿No ve que estoy ocupada? —estalló Cielo, ahora descargando su bronca con Malvina. —Cielo, para un poco... Estás muy nerviosa—le dijo Mar con intención, mientras Malvina se iba, estallando en lágrimas otra vez. —¡A ensayar! —Malvina oyó que decía Cielo mientras ella salía. Malvina salió de la mansión, desesperada. Su hermano ~.e soltaba la mano, su ami Cielo la ignoraba, no tenía a quién recurrir. Pero en eso divisó a Jay Jay, como ella llamaba a James Jones, el dueño del local de antigüedades. Por supues:o, ella desconocía que su verdadero nombre era Marcos Ibarlucía y que era el padre biológico de Cristóbal. Él estaba en el interior del local, hablando por teléfono. 369Malvina se asomó por la puerta, él le sonrió mientras cortaba la comunicación. —Malvina... ¡qué sorpresa! —¿Estás ocupado, JayJay? —No, hay poco movimiento hoy... —Ay, gracias Jay Jay... ¿Te molesta que te diga Jay Jay? Por James Jones, Jay Jay... —No, no me molesta para nada —respondió él, escudriñándola—. ¿Te pasa algo? —No sabes lo mal que estoy... Malvina comenzó a relatarle su tragedia: a horas de casarse su novio había cancelado la boda por vaya una a saber qué pavada con el hijo. Como si estuvieran en un bar, mientras la escuchaba, él sacó dos vasos de trago largo, les puso hielo, abrió una botella dorada, y sirvió unas medidas de algo que mezcló con el líquido rojo morado de otra botella. Malvina no sabía qué era, pero estaba tan rico. Ella bebió un trago, y luego otro, mientras le relataba su drama entre sollozos. Él tenía un secreto placer en ganarse la confianza de la prometida de su rival. —Seguro que se van a casar, Malvina... Debe de ser algo momentáneo... —fingió consolarla él. —Siempre surge algo momentáneo... —se quejó ella—. Decime una cosa, Jay Jay... —dijo acodándose en el mostrador, ya bastante ebria—. ¿Por qué es tan difícil el amor? —El amor no es difícil... —dijo él mirándola intensamente a los ojos—. Lo que es difícil es el matrimonio. —¿Estás enamorado, Jay Jay? —Todos los días... me enamoro de las mujeres bellas. Y la miró con más intensidad, una mirada que hasta una bólida como Malvina entendió. Ahora fue ella la que se sirvió otro trago, mezclando las bebidas como lo había visto hacer, mientras él fue a cerrar las cortinas de la vidriera. —Y decime, JayJay... vos que tenes tanto mundo... ¿Qué haces cuando estás triste? —Busco consuelo... —dijo él, acodándose junto a ella. Malvina lo miró. Realmente Jay Jay era buenmozo, tenía 370 ese pelo negro, y ese maxilar anguloso, y además ese perfume tan masculino. Bebió otro trago. —¿Qué es lo que estamos tomando? —Es ron claro, con fruta de la pasión... —dijo él acercando sus labios a los de ella. —Ron claro con... —Fruta de la pasión... —completó él, y la besó. Tal vez fue por el ron claro con fruta de la pasión, tal vez fue por el desamparo que sentía, o tal vez, simplemente, fue por la necesidad de sentirse deseada; pero Malvina sintió que ese beso, y todo lo que siguió, era lo que estaba necesitando hacía tiempo. Cuando Cielo terminó el ensayo, pensó en Malvina y en cómo le había hablado. Los chicos le habían dicho que ella nada tenía que ver con las actividades de Barto y Justina. Seguramente Malvina era una víctima más de ese monstruo. Se la veía muy angustiada cuando había querido hablar con ella, sin dudas, debido a la cancelación del casamiento. Se sintió culpable sin necesidad, pero salió a buscarla. No la encontró por ningún lado, entonces le preguntó a Alelí y Monito que entraban desde la calle. —¿Vieron a Malvina, chiquis? —Malbicha está en el negocio de cosas viejas, abajo de la casa de Nico —dijo Monito. —¿Está comprando algo en el negocio de chucherías? —preguntó Cielo. —No sé —respondió Alelí—. Entró hace un rato largo y no salió más... Cielo pensó que Malvina había ido a comprar algo, como hacía cuando se deprimía y reventaba la tarjeta en un shopping, pero le resultaba extraño que esta vez hubiera buscado desahogo en chucherías antiguas, no era el perfil de Malvina. Salió de la casa y cruzó hasta el local, pero le llamó la atención que tuviera las persianas americanas bajas. Se 371 acercó e intentó abrir la puerta, pero comprobó que estaba cerrada; iba a irse cuando se le ocurrió mirar hacia adentre a través de las hendijas de la persiana. Lo que vio fue inesperado e inquietante. Malvina, con sus pelos revueltos, se besaba con el dueño del local, que tenía su torso desnudo. Perpleja, e incómoda, Cielo se apartó y se sentó en k fuente, procesando lo que había visto. Miró hacia el baleó del loft, allí no estaba Indi, pero tal vez estaría adentro, ignorando que a escasos metros por debajo de él su novia le era infiel. Veinte minutos más tarde, Malvina salió a los tumbos de. local, arreglándose el pelo, y caminando con dificultad sobre sus tacos, aún un tanto borracha. Al encarar hacia su cas se topó con Cielo, que la miraba muy seria, sentada en fuente. —Sky... —comenzó Malvina, pero Cielo la interrumpió. —¿Cómo se atreve a engañar así a su novio...? ¡Y debajo de su propia casa! Malvina se taró, no pudo proferir palabra. Cielo siguió. —Y encima tiene el descaro de venir a insultarme a ir acusándome a mí y a su novio de engañarla... ¡cuando ac la única traidora es usted! —No sé de qué hablas... —dijo Malvina, arrastrando las palabras. —Sabe perfectamente de qué hablo. —¡Entonces te vas a callar la boca! —dijo de pronto Malvina, con un tono amenazante que Cielo jamás le había escuchado. —Usted a mí no me amenaza... —Sí, yo te amenazo... te recontra amenazo, Cielito. Vos no viste nada, ¿está claro? —Intente callarme... —No me obligues. —¿Pasa algo? —se oyó. Ambas giraron y vieron a Nico, parado a pocos metros. 372 Malvina reaccionó rápido, sentándose junto a Cielo y abrazándola. —Nada, gordo, ¡hablábamos con mi ami Sky! Cielo se puso de pie, quitándose de encima a Malvina. —Mejor hable con su novio. Y dígale a él lo que le tiene que decir. La miró con ojos muy severos, y se alejó. Nico la observó desconcertado y se acercó a Malvina, que sonreía. —¿Qué me tenes que decir? —Nada, gordo... Sky insistía en que te dijera que me había dolido a little que suspendas el casamiento... —Bueno, justamente de eso venía a hablarte —dijo Nico—. Perdóname, estoy desesperado con lo que pasó con la madre de Cristóbal. Pero la verdad es que te necesito más que nunca, a mi lado, ayudándome a enfrentar esto. —¿You mean...? —Sí, I mean, eso Malvina... te necesito conmigo. —¿Pero nos casamos? —Por supuesto... como habíamos planeado. ¿Cuento con vos, no? —¡Of course! —dijo ella y lo abrazó. Ya era demasiado tarde, como siempre; producto de su aturdimiento, se había tarado y había cometido un error. Le había sido infiel al hombre que amaba y que aún quería casarse con ella. 373 Justina quedó absorta cuando Bartolomé le contó lo suce dido con Cielo. —¿Todo? ¿Sabe todo? —Y bueno... tonta no es, se avivó —minimizó Bartolomé—. Así que ahora tenemos que estar muy atentos y vigi larla. —¿Y las pruebas, el grabador ese, lo tiene usted? —Por supuesto... —¿Cómo puede estar así de tranquilo, mi amor, digo, mi señorrr? Cuando esa chiruza pierda el miedo... —Perderá la vida —concluyó Bartolomé. —Con rrrrazón me habló con esos aires... Quiere formar una bandita, ¡y con el niño Thiago incluido! —De Thiago me ocupo yo... —dijo Bartolomé—. De la chiruza ya nos ocuparemos... y de los púberes, por haberle dado esa grabación, encárgate usando a los más chiquitos. Nada les duele más que eso. Cuando los chicos terminaron de ensayar, entusiasmados con cómo iba sonando la banda, fueron a beber algo a la cocina. Thiago tomó a Mar, y silenciosamente se la llevó por un pasillo. Cuando Rama, Jazmín y Tacho llegaron a la cocina, Justina les informó que por su desacato los chiquitos estaban pagando las consecuencias. —¿Dónde están? —preguntó Rama conteniendo la bronca—. En la celda de castigo. ¿Querés ir vos también? Mira que hay poco espacio y poco aire ahí... Thiago llevó a Mar a una tierra bastante inexplorada aún para ella: su habitación. Ella estaba incómoda y nerviosa, 374 una cosa era verse a escondidas en una plaza, otra en la habitación de él, a pocos metros de la de Bartolomé. —Papá está muy ocupado... Quería estar un rato con vos, acá vamos a estar bien. Ella observó cada detalle y se enterneció mirando fotos de él de chiquito, en las que se lo veía muy rubio, gordito, y ya con lunares, muy pequeños. En una foto estaba en brazos de una mujer hermosa, que le mordía un cachete con suavidad y ternura. —¿Ella es tu mamá? —preguntó Mar. —Sí —dijo él dando vuelta la página del álbum, y ensombreciéndose un poco. —No hablas mucho de tu mamá... —dijo ella. —Ya te dije todo lo que hay para decir de ella. Se fue, está lejos y nunca la veo. —¿La extrañas? —No —respondió él, convencido de lo que decía—. ¿Y vos? Vos nunca me hablaste de tu historia... ¿Sabes algo de tus padres? —Lo único que sé es que me abandonaron. —¿Pero sabes quiénes eran? Ella negó, aunque no muy convencida. Él adivinó que algo le estaba ocultando, y la animó a hablar. —Algo sabes, me parece... —Es que no estoy segura... Pero una vez averigüé. Fui hasta la parroquia donde me abandonaron... El cura que me había encontrado ya no estaba, pero había una mujer de esa época... Ella me dijo que un hombre me había dejado en la parroquia... y que ese hombre era el director de un colegio. —¿Te dijo cuál? es —Sí. —¿Y fuiste? —Sí. Fui... Era un tipo grande, y lo encaré. Me dijo que nada que ver, pero se puso re nervioso. Pensé que me mentía, y me puse peor, porque no sólo me habían abandonado, sino que además no querían saber nada conmigo. Pero 375 cuando me estaba yendo... el portero del colegio me dijo que ese hombre era mi abuelo... y que mi mamá se llamaba Sandra Rinaldi. —0 sea que sabes el nombre... —Sí. 0 no, no sé, fue muy raro todo. —¿Pero la buscaste? —No. —¿Por qué no? —¿Y para qué? Si ella me abandonó, será porque no me quiere ni ver... —Pero a lo mejor te hace bien a vos saber la verdad... —A mí lo que me hace bien sos vos... —dijo ella, dejándole en claro que quería cambiar de tema. —Si vos querés, yo te puedo ayudar a buscarla. —No. No quiero, gracias. —Bueno, como prefieras. —Y cómo la buscarías, a ver... —dijo ella tratando de mostrarse desinteresada. —Y... no sé, empezaría por Internet... —¿Por Internet? —Sí —dijo él tomando su laptop—. En un buscador... ponemos «Sandra Rinaldi» —dijo tipeando—. Y ponemos a buscar, a lo mejor algo aparece... Ella sintió que su corazón se aceleraba cuando él estaba por hacer click en buscar, pero en ese momento alguien golpeó la puerta. —Soy yo, Thiaguito —se oyó la voz de Barto, mientras la . puerta ya se abría. I Mar, rápida de reflejos, se tiró detrás de la cama, tratando de hacerse aún más pequeña de lo que era. —¡¿Por qué entras sin golpear?! —se quejó Thiago, muy tenso. —Golpeé, che... Vinieron tus amigos, pero antes te quería comentar algo. Me dijo Justin que hoy estuviste ensayando con los chicos de la Fundación, con no sé qué ideas locas de formar un conjuntito musical... —Una banda, sí. 376 —Bueno... vos ya sabes lo que pienso de eso. No quiero verme en ]a obligación de... —No me jodas, papá. —No jodas vos, Thiago. Mantenete lejos de esos chicos, no les hagas más daño del que ya les hizo la vida. Thiago no se preocupó en contestar, sólo quería que se fuera. —¿Pasa algo? —dijo Bartolomé, como olisqueando en el aire la presencia de Marianella. —Quiero estar solo en mi cuarto, ¿ok? —Tarde para eso, llegaron tus amiguitos para estudiar, te dije... Con ellos deberías formar una banda vos... —dijo, mientras hacía pasar a Nacho y a Tefi, que entraron ruidosos y alborotados como siempre. Thiago se quedó duro, y más dura quedó Marianella en el piso cuando vio junto a ella los pies de Nacho a su lado. Ella levantó la vista y vio cómo él la miraba y reprimía largarse a reír, al mismo tiempo que Bartolomé se iba. Apenas se cerró la puerta, Nacho estalló en carcajadas. —Man, ¡tenes a la Blacky escondida en el cuarto! —dijo a Thiago, refiriéndose a Mar como si ella no estuviera ahí. —Shhh, ¡calíate! —se enojó Thiago. —¿Qué? —dijo Tefi absorta, viendo cómo Mar se incorporaba. —Bueno, no... pensé que se había caído por acá, pero no —dijo Mar, actuando con naturalidad. —No, seguro que se te cayó abajo —dijo Thiago, disimulando no tan bien. —Sí, sí, la vergüenza se les cayó a ustedes —siguió bromeando Nacho. Mar se fue presurosa y sintió la mirada de odio de Tefi clavada en su nuca. Al bajar las escaleras, miró bien para asegurarse de que no estuviera Bartolomé cerca, y cuando estaba terminando de bajar, se asustó mucho al oír una voz que la llamaba. —Hola, Marianella. Ella giró y se puso muy nerviosa al ver a la madre de 377Tefi, parada allí, la mujer a la que le había robado el vestido. Pero Julia no la miraba mal, ni enojada, sino con una sonrisa, casi de compasión. —¿Cómo estás? —preguntó con una sonrisa dulce. —Bien... —dijo Marianella, roja de vergüenza y bajandc la cabeza, y quiso seguir. —¿Seguro estás bien? —Sí, sí, gracias. ¿Usted busca a su hija? —No, acabo de traerla para hacer un trabajo práctico En realidad espero a Bartolomé. —Ah, ahí viene... —dijo señalándolo. Bartolomé saludó a Julia y la invitó a pasar al escritorio iban a hablar sobre el viaje de egresados de sus hijos, que s: bien sería dentro de dos años, como era tradición en el Rockland, sería por Europa, con lo cual deberían comenzar ya a elegir la agencia de viajes para empezar a pagarlo con tiempo Thiago soportaba con fastidio las cargadas de Nacho mientras Tefi, enojada y humillada, tomó su laptop para empezar el trabajo práctico. —¿Se pueden dejar de joder y hacemos el trabajo? —dijo ella con fastidio. —Sí, por favor —concordó Thiago. Pero de pronto Tefi se quedó perpleja y lo miró. —¿Qué es esto? —¿Qué cosa? —Esto que está anotado acá... Sandra Rinaldi... ¿Qué es? —No, nada... —minimizó Thiago. —Nada no, ¿qué es? —preguntó ella aún más alterada que antes. —Nada, Tefi, una cosa de Mar. —¿De Mar? ¿Qué? Thiago no entendía la reacción de Tefi, y no contestó. —¡Habla! ¿Qué pasa con Mar y Sandra Rinaldi? —¡Nada! —dijo Thiago—. Mar está buscando a su mamá, y yo la estoy ayudando. 378 —¿Y Sandra Rinaldi qué tiene que ver? —Así se llama la mamá de Mar. ¿Qué te pasa? Pero Tefi no respondió, había palidecido. Abruptamente dejó la laptop, tomó sus cosas y se levantó. —¿Qué te pasa, dónde vas, man? Pero Tefi se fue sin responder. Thiago y Nacho se miraron sorprendidos, aunque en verdad estaban acostumbrados a las excentricidades de Tefi y sus cambios de humor intempestivos. Thiago supuso que serían celos por haberlo visto con Mar en su cuarto, y se olvidó del tema. Tefi bajó las escaleras, seguía pálida y tenía náuseas. Encontró a su madre hablando con Bartolomé. —¡Vamos a casa, mamá! —Estoy hablando con Bartolomé. —¡Vamos a casa ya! —dijo ella, y Julia vio que había un plus de angustia tras el capricho acostumbrado de Tefi. —¿Pero te pasa algo? —Me siento mal, me quiero ir. —Ok, vamos, vamos... Bueno, después seguimos hablando del viaje, Bartolomé. —Cuando quieras, mi querida. Chau, Tefita, que te mejores. Tefi ni respondió, encarando hacia la salida. En ese momento divisó a Mar, que volvía a cruzar la sala, y el estómago se le volvió de piedra cuando oyó a su madre decir: —Chau, Marianella, que sigas bien... —¡Vamonos! —dijo Tefi, al borde del llanto, arrastrando a su madre fuera de la casa. Luego, ya solas en el auto, Julia insistió una vez más, quería saber por qué su hija había reaccionado de esa manera. —¿Me podes explicar qué te pasa? —Nada, quiero ir a casa —respondió Tefi mirando hacia afuera, ya tenía sus ojos bañados en lágrimas. 379 Cristóbal no había vuelto a dirigirle la palabra a Nico desde el día en que éste le contó la verdad sobre su madre. Si necesitaba decirle algo o responderle, lo hacía a través de Mogli. La única vez en varios días que le habló directamente fue una tarde en la que Nico, como cada día, intentaba lograr una respuesta. —Si lo que dijiste es verdad y mi mamá no está en África, la quiero conocer. Y no volvió a hablarle. Nico estaba desesperado, su mundo se había reducido al dolor de su hijo, mientras a su alrededor todo avanzaba hacia un casamiento que en realidad no deseaba. Malvina había prometido acompañarlo en ese trance, pero apenas si la había vuelto a ver, atiborrada de quehaceres para la boda. Nico lo habló con Mogli, y ambos acordaron que lo mejor era acercar a Cristóbal con su madre. Nico debió tragarse el orgullo y el odio, la llamó y se citaron en un bar. Cuando él llegó, ella bebía un mojito. Su rostro aún estaba pálido, se la veía débil y con una gran tristeza en el rostro. —¿No estabas enferma, vos? ¿Podes tomar alcohol? —Un gusto cada tanto me puedo dar... Un mojito es el único gusto en meses... No estoy bien, Nicolás, pero estoy mejor. Conocí a un hombre que me está ayudando mucho. —¿Un médico? —Algo así... Un científico, terapias alternativas. —Recibí la carta documento. Me hiciste un juicio nomás... —El juicio es cosa de Marcos —dijo ella, compungida. —¿Dónde está? Lo quiero ver. —Él no va a aparecer, Nico, lo sabes. —Una foto, algo. —Por favor, no... 380—¿Cuándo te volviste este pedazo de bosta? ¿O siempre fuiste así? —Nico... —dijo ella ignorando su insulto—. Yo cambié mucho, ¿sabes? Mi enfermedad me abrió los ojos. Y parte de mi cura... es reparar mis errores. —¿Haciéndome un juicio vas a reparar tus errores? —El juicio es cosa de Marcos, ya te dije... y si yo puedo pararlo, lo voy a hacer. Pero de verdad... tengo muchas ganas de conocer a Cristóbal. Por favor, créeme. Lo necesito. —Él también quiere conocerte... —¿Él sabe...? —Ya le dije la verdad. No toda. Todavía no sabe que no soy su padre biológico, pero se lo voy a decir cuando haya procesado esto. —¿Me vas a dejar verlo? —Sí. Pero una lágrima de Cristóbal... un solo gesto de dolor que le vea por tu culpa, y vas a conocer a un padre enojado. Al otro día Cristóbal estaba meciéndose suavemente en una hamaca de la plaza, con la mirada perdida y la tristeza que se había instalado en su rostro. Bauer le había dicho que ese día su madre iría a conocerlo, pero como ya no le creía nada, tampoco esperaba que eso fuera cierto. Sin embargo miraba en todas direcciones, esperando ver aparecer a la mujer joven y hermosa que había conocido por fotos. A unos cuantos metros estaban Nico y Mogli, testigos del encuentro que se produciría. Nico casi podía sentir la angustia que estaba padeciendo su hijo en ese momento. De pronto vieron a Carla, que caminaba lentamente hacia Cristóbal. Se había maquillado dándole un poco de color a sus mejillas pálidas, se había puesto su vestido más lindo, se había peinado primorosamente; quería que su hijo viera a una mujer entera. —¡Vino! —se angustió Nicolás—. ¡Está ahí! ¿Voy, no? ¿Voy... o los dejos solos? No, ni loco los dejo solos... —No non —lo detuvo con temple Mogli—. Micola dejar a Cristobola con madre suya. 381 Nico vio cómo Carla se acercó a Cristóbal, que aún no la había visto, y vio también, con gran desconcierto, cómo ella volvió sobre sus pasos y se alejó presurosa. —¡Se va! —expresó Nico y corrió tras ella, mientras Mogk quedó atento a Cristóbal. Cuando la alcanzó, vio que ella lloraba. —¿Qué haces? —la encaró. —No puedo, Nico —dijo ella estallando en llanto. —Nunca te entendí... —dijo él, tratando de transformar su odio en diplomacia— pero ahora menos... Apareces, me haces un juicio, me decís que tu enfermedad te cambió la vida, que lo querés conocer... Él te está esperando... te necesita, y ¿vos huis otra vez? —No lo puedo enfrentar, Nico... No le puedo responder las preguntas que me va a hacer... Si me pregunta por qué lo abandoné, ¿qué le contesto? —No sé, yo tampoco tengo idea de por qué lo abandonaste. Pero te juro que no lo vas a volver a abandonar... —Te digo que no puedo... no puedo. —¡Tiene siete años y un dolor que no puede soportar! — estalló finalmente Nico—. ¡Está angustiado y sólo quiere conocer a su mamá! Miralo... mira lo que es tu hijo... —la tomó de los hombros y la obligó a mirar a Cristóbal, que seguía meciéndose en la hamaca—. ¿Ves la tristeza que tiene en la cara? ¿Ves ese dolor? Esa tristeza sos vos, ese dolor sos vos... ¡Hace algo bien por una vez en tu vida! Mogli pasó su brazo por el hombro de Nico, mientras ambos observaron cómo Carla avanzaba trémula hacia Cristóbal. Cuando estaba a pocos metros, él levantó la cara y la vio. Nico nunca había visto una expresión semejante en su rostro, una mezcla de todas las emociones encontradas que estaba sintiendo. Ellos no oyeron lo que se dijeron. Vieron cómo Cristóbal le comentaba algo; ella, parada a dos metros de él, asintió con la cabeza. Y entonces vieron cómo el pequeño bajó de la hamaca, dio unos pasos y se abrazó, con fuerza, a la cintura de su madre. 382—Los grandes tenemos la costumbre de olvidarnos de lo importante, pero los niños no, ellos no olvidan —le había dicho el misterioso hombre que estaba ayudando a Carla con su enfermedad. Ella tenía esas palabras incrustadas en su mente, sabía que lo que le había hecho a su hijo sería una marca para toda la vida. No se sentía ni siquiera con derecho a pedir perdón. Sin embargo, el que inició la conversación fue Cristóbal. Con una voz muy suave y clara, le preguntó: —¿De verdad sos mi mamá? Ella, incapaz de emitir sonido, asintió con la cabeza. —¿Y de verdad no estabas enferma en África? —quiso corroborar. —Es verdad... nunca estuve en África. Una expresión nueva de dolor y pánico se dibujó en el rostro de Cristóbal. —¿Y por qué te fuiste? —preguntó con el inequívoco tono del absurdo. Pero Carla no tuvo tiempo ni de balbucear, porque Nico que no pudo contenerse, ya se había acercado. —Tranquilo, hijo, vamos de a poco con las preguntas, sí Todo lo que quieras saber nosotros te lo vamos a... —Pero de pronto Cristóbal se soltó de la mano que le sostenía Carla, y se fue corriendo. Nico lo buscó en el loft y no estaba. Sólo se le ocurrió un ugar donde podría haberse refugiado. Y así fue. Lo enconró en el altillo, sentado en la cama de Cielo. Nico se acercó, con sutileza, y se sentó junto a él. 383—¿Buscabas a Cielo? Cristóbal apenas asintió, con la mirada perdida. —Si vos no querés, no hablamos... pero me gustaría —le dijo Nico y lo miró en silencio, rogando encontrar la mejor forma de acercarse a su hijo—. ¿Por qué te fuiste as. papú? —No sé —dijo Cristóbal, confuso, triste. —¿Te pusiste triste? Cristóbal asintió con su cabeza. De a poco, Nico se fue aproximando cada vez más a él, y suavemente estiró su mano para acariciarle el pelo. —Te entiendo perfectamente, hijo. Te pido perdón, c jamás quise lastimarte. —Pa... —dijo mirándolo tras mucho tiempo de no hacerlo. y de no llamarlo así—. ¿Mi mamá se fue por mi culpa? —Escúchame una cosa... —respondió Nico, sujetándolo con firmeza—. Nunca pienses eso... de ninguna manera fue así, ¿está claro? —¿Y entonces por qué se fue? —La gente... a veces hace cosas que... no tienen explicación. Pero esa pregunta... se la podes hacer a ella... Está abajo, si vos querés... —Me parece que hoy no, pa... —dijo Cristóbal fingiendo naturalidad, como si estuviera diciendo que no tenía ganas de comer pastas ese día. —¿Hoy no? Okay... cuando vos quieras. —No, mejor hoy no. Tengo mucho sueño... quiero dormir ahora. —Claro, hijo, como digas... Dormí tranquilo. Lo alzó, y lo recostó sobre sí. Cristóbal se abrazó a su padre, cerró los ojos e intentó dormirse mientras Nico lo mecía suavemente. Una hora más tarde, Cielo se sorprendió mucho al verlos a ambos, dormidos, recostados sobre su cama. La imagen la enterneció y quiso eternizarla. Sigilosa, buscó su 384 cámara de fotos instantáneas, viejita pero bien cuidada. Ensayó el mejor ángulo, y les sacó una foto. El flash despertó a Nico, que sonrió al verla. —Cielo... perdona que te invadimos el cuarto —susurró él. —Perdone, usted, que lo desperté... —dijo ella en voz muy baja—. Pero estaban tan lindos que les quise sacar una foto... Ella ventiló la foto para apurar el revelado, y los miró. —Le dije que lo iba a perdonar, ¿vio? —No sé si me perdonó —dijo en voz muy baja Nico—. Pero está muy triste... Hoy conoció a su mamá. —¿Sí? ¿Y qué pasó? —De todo le pasó... La vio, lloró, la abrazó, la odió, todo junto, Cielo... Explotó... y lo primero que hizo fue venir a buscarte... Sos muy importante para él. —Y él para mí... —afirmó ella, acariciando a Cristóbal mientras dormía. —¿Por qué no te encontré antes? —se lamentó Nico. —¿Quiere dejarlo durmiendo acá? —se apresuró en cambiar de tema ella. —¿No te molesta? —Para nada. Él le agradeció, se apartó con sigilo de Cristóbal y ella se recostó junto a él, haciéndole un mimo suave. Antes de salir Nico les tomó una foto con la cámara de Cielo. —Son tan lindos los dos... —murmuró. Cuando Cristóbal se despertó, Cielo estaba escribiendo la letra de una canción. Él la vio y se puso contento. Luego descubrió, junto a ella, las dos fotos reveladas; en una Cristóbal dormía con su papá y en la otra, junto a ella. Esas imágenes le hicieron olvidar por un rato la angustia por su madre. Ella lo vio despierto y sonrió. —¿Tenes hambre? ¿Querés que te haga la merienda? Por supuesto, él aceptó feliz. 385 Dos días después Nico se estaba probando el traje que usaría al día siguiente, en la ceremonia del civil. Sintió que alguien lo tironeaba, y era Cristóbal. —Pa... ¿me perdonas que no te hablé en varios días? —Por supuesto que te perdono... —dijo Nico alzándolo—. Vos me tenes que perdonar a mí, por haberte mentido. —Yo ya te perdoné, pa... ahora sí quiero hablar con mi mamá. Entonces Nicolás la llamó, y ella acudió lo más rápi que pudo al loft. Cristóbal la esperaba sentado, y tratan de domar un mechón de pelo rebelde. Nico la hizo pasar luego miró a Cristóbal. —Bueno... acá llegó. Si vos querés, me voy... —No, quédate —le respondió Cristóbal. Se produjo un silencio incómodo. Carla no sabía si darle un beso o no, pero de pronto Cristóbal se puso de pie y le acercó un álbum de fotos. —¿Y esto? —preguntó ella sorprendida. —Como vos no me conociste desde que nací... se me ocurrió hacerte un álbum, así me podes conocer mejor... ¿Lo querés mirar? —Sí, por supuesto —dijo ella. Y comenzó a pasar las páginas. Nico se tomó la boca esfuerza, no quería que su hijo lo viera llorar. Por su pai Carla no pudo evitarlo mientras veía todo lo que se hal perdido. Cristóbal bebé; Cristóbal con un único diente, en banadera; haciendo caca en una pélela; tomando una man dera en brazos de Nico; riendo a carcajadas ante Mogli, c le hacía caras. Cristóbal, Nico y Mogli en Indonesia, en Jakarta, en las pirámides de Egipto, en Hong Kong. Durmiendo en una carpa, dormido sobre el pecho de Nico, Cristóbal con cara de fastidio junto a un muñeco mal hecho de Barnie. Mogli intentando peinar a Cristóbal, Nico intentando peinar a Cristóbal, Cristóbal despeinado en su primer día de clases. Riendo con su abuela Berta; sobre los hombros de Nico en un zoológico, dándole de comer a una jirafa o intentando abrir una jaula de loros. Cristóbal sonriendo, junto a 386todos los chicos de la Fundación. Y por último, dormido junto a Nico, y dormido junto a una mujer rubia y hermosa. Carla levantó sus ojos, bañados en lágrimas, y lo miró, incapaz de pronunciar sonido. —¿Por qué te fuiste? —preguntó Cristóbal con tacto, como si él debiera ser cuidadoso con ella. —Yo... —comenzó a hablar Carla, como extraviada—. Era... muy joven... Y vos eras tan hermoso y tan... chiquito... Yo sentí que... cuando te vi, sentí que no te iba a poder cuidar. No me sentí capaz... de ser tu mamá. Sentía que no te iba a poder cuidar bien... -¿Por? —No sé... —¿Y por qué no viniste antes, cuando yo ya no era tan chiquito? —Después... hice muchas macanas... —confesó con pudor y se acercó a él, llorando—. Ojalá algún día me puedas perdonar... Cristóbal se acercó y la tomó de una mano. Era el único que no lloraba en la habitación. —Yo te voy a perdonar algún día, pero vos no te vayas más. 387 Cielo sentía que iba a explotar. Estaba guardando dos secretos tan grandes que no le cabían en el alma. Desde que los chicos le habían revelado la verdad tenían alguien que los acompañaba en su dolor, que no era poco, pero era insuficiente, pues la amenaza de Bartolomé pesaba tanto sobre ella como sobre los chicos. Ella le aseguró a Rama que no haría nada hasta no tener pruebas. —Cielo, por favor... un paso en falso y a mí me manda al Escorial y con Alelí hace lo que quiere. —No te preocupes, Rama, confia en mí. Yo le voy a encontrar la vuelta a este lío. El otro secreto que no podía revelar era la infidelidad de Malvina, quien se casaría ese mismo día con Nicolás. Cielo comprobó que Malvina no se había sincerado con él cuando ella fue a recordarle que sería su testigo del civil. —Yo no voy a ser testigo de semejante mentira —dijo Cielo—. Y si usted no habla, voy a hablar yo. Malvina, por toda respuesta, sacó su teléfono. —Barti... —dijo al teléfono—. Sky me amenaza con contarle mi aventurita con Jay Jay a Nicky... —y aguardó, asintiendo—. Ahá... ahá... ahá... Great, le digo —y cortó. Luego la miró con una gran sonrisa. —Dice Barti que en boca cerrada no entran monjas... y que te acuerdes de que Ayelencita va a sufrir mucho si la separan del hermano. Cielo la miró con odio, no sólo usaba a Alelí para amenazarla, sino que ni siquiera sabía su nombre. Con repulsión soportó estoica el desparpajo de los hermanos Bedoya Agüero. Por los chicos, y sólo por los chicos resistió al asco que le producía todo aquello. 388 Casi nadie estaba feliz con ese casamiento. No lo estaba Berta, la mamá de Nico, que había llegado esa mañana a la :iudad. Berta odiaba que le dijeran abuela, y mucho más que le dijeran suegra. Sin embargo, Malvina no dejó de llamarla de esa manera. A Berta le bastó verla para comprender el error de su hijo. —¿Con esto te vas a casar, Bauer? —dijo sin siquiera pre[ cuparse por bajar la voz delante de Malvina. —Berta... ahora es mucho más que tarde para decirme ada —concluyó Nicolás, por lo bajo. Cristóbal le había tomado cariño a Malvina desde que lo scató del secuestro, sin embargo, a partir de la aparición - su madre, abrigaba una secreta esperanza: que sus padres lvieran a enamorarse. Y si eso no era posible, Cristóbal _bía, aunque le daba pena Malvina, que su padre quería ucho más a Cielo que a su futura esposa. Intentó mostrarse . ntento, pero contento no es feliz. I A Thiago le gustaba ver feliz a su tía, era consciente de ilusión que ella tenía con ese casamiento, aunque sabía r Mar que el gran amor de Nico era Cielo. Tacho, Rama, Jazmín y Mar odiaron haber sido invitas, era obvio que Malvina quiso tenerlos allí para hacer mero ya que no tenía amigos, pero ninguno quería ver la ra de dolor de Cielo. Ella, finalmente, había evitado tener que ser testigo. Fue co el que disuadió a Malvina; le parecía un desatino su ea, y Cielo lo agradeció. Pero Malvina se encargó de que elo estuviera presente, como mucama, atendiendo a los vitados, y con el uniforme azul marino que hacía juego con vajilla. Los más chiquitos tenían un inexplicable dolor. Veían en nico y en Cielo una suerte de padres sustitutos, figuras amo- rosas y protectoras. Fantaseaban con verlos casados, con ser todos una gran familia. —Pajaritos de colores —le dijo Lleca a Alelí cuando ella .- confesó que soñaba con eso. 389 Lleca, casi enojado con Nico por ese paso, se escabulló en cuanto pudo de la sala, él no iba a presenciar eso. Estaba todo listo para comenzar. Cielo se sintió casi asqueada cuando vio llegar a James Jones, el dueño del anticuario y amante de Malvina. No podía entender el descaro de ésta al invitarlo, sin embargo había sido idea de Bartolomé, una especie de canje por los objetos decorativos que les había prestado para la boda. Finalmente llegó la jueza que los casaría, pero Berta, que había ido a cambiarse al hotel, aún no había llegado. No era algo extraño, ya que Berta llegaba siempre tarde a todos lados, cuando acaso llegaba. La jueza dijo que no podía esperar, y Malvina aseguró que le mostrarían el video a su suegra si no llegaba a tiempo. La jueza comenzó con la ceremonia, durante la cual Nico casi no despegó sus ojos de Cielo. Ella lo miraba dolida, no sólo por el hecho de que su gran amor, finalmente, se estaba casando, sino porque lo hacía engañado. Cuando la jueza formuló la pregunta tantas veces escuchada en tantas películas y telenovelas —«Si alguien se opone a esta unión, hable ahora o calle para siempre»—, Cielo descubrió la sonrisa de Malvina y a James Jones, que sostenía una copa de champagne, y pensó que sería un buen momento para decir... —¡No se pueden casar! —y lo dijo sin tener la intención de hacerlo. Todos voltearon a observar a Cielo. Mar y Jazmín se miraron con una tibia sonrisa, no podían creer que ella de verdad se hubiera atrevido. Bartolomé, que tenía un frac negro que hacia juego con el vestido de Justina, la miró con ojos de fuego. A Malvina le empezó a titilar el ojo derecho, como le pasaba cada vez que se ponía nerviosa. Y Nico miró a Cielo con expectación, una parte suya rogaba que Cielo tuviera la valentía que él no había tenido. —¿Qué pasa, Sky? —preguntó Bartolomé, acercándose a Alelí, que estaba unos metros más allá. Cielo permaneció muda. 390Lleca, casi enojado con Nico por ese paso, se escabulló en cuanto pudo de la sala, él no iba a presenciar eso. Estaba todo listo para comenzar. Cielo se sintió casi asqueada cuando vio llegar a James Jones, el dueño del anticuario y amante de Malvina. No podía entender el descaro de ésta al invitarlo, sin embargo había sido idea de Bartolomé, una especie de canje por los objetos decorativos que les había prestado para la boda. Finalmente llegó la jueza que los casaría, pero Berta, que había ido a cambiarse al hotel, aún no había llegado. No era algo extraño, ya que Berta llegaba siempre tarde a todos lados, cuando acaso llegaba. La jueza dijo que no podía esperar, y Malvina aseguró que le mostrarían el video a su suegra si no llegaba a tiempo. La jueza comenzó con la ceremonia, durante la cual Nico casi no despegó sus ojos de Cielo. Ella lo miraba dolida, no sólo por el hecho de que su gran amor, finalmente, se estaba casando, sino porque lo hacía engañado. Cuando la jueza formuló la pregunta tantas veces escuchada en tantas películas y telenovelas —«Si alguien se opone a esta unión, hable ahora o calle para siempre»—, Cielo descubrió la sonrisa de Malvina y a James Jones, que sostenía una copa de champagne, y pensó que sería un buen momento para decir... —¡No se pueden casar! —y lo dijo sin tener la intención de hacerlo. Todos voltearon a observar a Cielo. Mar y Jazmín se miraron con una tibia sonrisa, no podían creer que ella de verdad se hubiera atrevido. Bartolomé, que tenía un frac negro que hacia juego con el vestido de Justina, la miró con ojos de fuego. A Malvina le empezó a titilar el ojo derecho, como le pasaba cada vez que se ponía nerviosa. Y Nico miró a Cielo con expectación, una parte suya rogaba que Cielo tuviera la valentía que él no había tenido. —¿Qué pasa, Sky? —preguntó Bartolomé, acercándose a Alelí, que estaba unos metros más allá. Cielo permaneció muda. 390 —¿Qué pasa, Cielo? —insistió Meo—. ¿Por qué decís que no nos podemos casar? Ella miró a Malvina, miró a James Jones y, finalmente, miró a Bartolomé, quien sutilmente pasaba un dedo por el cuello de Alelí, como un recordatorio de la amenaza. —Digo... que no se pueden casar si falta su madre... Me parece una falta de respeto. —Berta es así... —dijo Nico, algo pinchado. —¡Todo aclarado! —exclamó Malvina—. ¿Seguimos entonces? Cielo intentó irse... No quería escuchar y mucho menos sentir. Su cuerpo quedó allí físicamente, apoyado sobre sus pies en ese piso de mármol frío. Pero sus pensamientos estaban puestos en un futuro feliz, en la esperanza de que algún día todo pudiera ser mejor. Pensaba en una felicidad a colores, mientras oía, como a lo lejos, las palabras de la jueza, y la voz de Nico y de Malvina diciendo «sí, acepto». 391 Cuando Cielo volaba, cuando se iba de viaje con sus ojos, no era una simple evasión; sino que se me trasladaba hacia ese lugar donde sus sueños eran custodiados. No lo sabía, pero a su alrededor había centinelas invisibles, testigos de su destino. Un testigo es mucho más que alguien que está presente, que ve y oye. Es alguien que da fe, que corrobora un relato. Para un testigo, subjetividad y objetividad son la misma cosa. Aunque Cielo lo ignorara, había otros espectadores de lo que allí se estaba viviendo. Estaban rodeados, protegidos, custodiados por testigos silenciosos. Testigos que, por sobre todas las cosas, daban fe y sostenían la esperanza. 393 Capitulo 011 Aparentes fracasos Mientras Nico daba el sí, Lleca se preguntaba, sin entender que lo que sentía era angustia, por qué estaría tan enojado. Estaba sentado en el piso del pasillo, junto a una pequeña rejilla de ventilación. Cuando oyó tibios aplausos desde la sala y la música que comenzó a sonar, comprendió que ya se habían casado, y exclamó con enojo: —¡Este boncha es un logi! En ese momento varios metros por debajo de él, en el sótano en el que vivía, Luz estaba junto a una rejilla similar, que había descubierto unos días antes, tapada con un trozo de madera que se había desprendido por la humedad. El gran hallazgo no fue exactamente eso, sino que algunas veces, a través de ella, podía oír voces lejanas. Desde su descubrimiento pasaba cada hora del día pegada a esa rejilla, intentando escuchar algo. Pero esta vez la voz había sido muy clara. Alguien había dicho «Este boncha es un logi». Al principio pensó que se trataba del idioma que hablaban los enemigos, pero luego escuchó con claridad: «Yo nunca me voy a casar». Era una voz disfónica, aunque no parecía la voz de alguien grande o malo. Con tanto miedo como curiosidad, se acercó un poco más a la rejilla, y dijo: —¿Quién sos? Lleca se llevó un gran susto cuando escuchó, junto a él, una voz de mujer. Miró en todas las direcciones, y cuando oyó que alguien decía «hola, ¿estás ahí?», comprobó que la voz provenía de la rejilla. Aterrado, se aproximó a esta. —Hola... —dijo con aprehensión. —Hola... —respondió Luz—. ¿Quién sos? —Lleca —afirmó él, pegado a la rejilla y, a su vez, alerta y preparado para salir corriendo si fuera necesario. 397—¿El general Lleca? —quiso saber Luz, aunque estaba aterrada. Aquella vez, cuando al salir de su sótano vio a la chica rubia que se desmayó, antes de eso, había escuchado voces y una había dicho «Lleca». Cuando Luz le preguntó a Justina qué significaba eso, ella le contó que el general Lleca era el más sanguinario de los militares enemigos y que debía cuidarse de él; nunca, jamás, bajo ninguna condición, debía salir de su sótano. Por eso, cuando Luz volvió a escuchar ese nombre, se aterró. —¡No! ¿Qué general Lleca? —respondió él—. Soy Lleca, punto. —¿Pero sos militar? —No... soy un chico yo. —¿Un chico? ¿Cuántos años tenes? —Cumplí doce —dijo Lleca orgulloso—. ¿Vos quién sos? —¿También estás escondido por la guerra? —preguntó Luz, sin animarse a rebelar su nombre. —¿Qué guerra? —dijo Lleca muy extrañado. —La guerra que hay arriba... ¿Estás escondido también? —¿Vos estás escondida? —Sí —dijo ella temiendo estar cometiendo un error. —Acá no hay ninguna guerra, eh... ¿Estás medio chapita, vos? —¿Chapita? ¿Qué es chapita? —Que te patina... que te faltan un par de caramelos en el frasco... Luz permaneció en silencio, sin entender nada de lo que estaba escuchando. —¿Dónde estás vos? —preguntó Lleca ante el mutismo. —Escondida, ya te dije. Por la guerra. —Escúchame una cosa, chapita... —se impacientó él—. Te digo que no hay ninguna guerra. Luz se alejó de la rejilla. Un súbito dolor de panza la obügó a recostarse. Estaba tan conmocionada que ni siquiera pudo golpear las cañerías para llamar a su madre. 398 Bartolomé estaba exultante. La bólida, finalmente, y contra todo pronóstico, se había casado. No habría ceremonia religiosa por ahora, porque su flamante cuñado tenía un asuntito, un juicio de paternidad; ese detalle le importaba muy poco, pues para que se destrabara la porción de herencia de la bólida alcanzaba con el casamiento por civil. Justina le advertía que había una extraña calma entre los purretes y la camuca arribista. A partir de que Cielo se había enterado del secreto, ambos esperaban que ésta hubiera comenzado a enfrentarlos; sin embargo, más allá de mirarlos con mala cara, Cielo no había vuelto a mencionar el tema. Barto ignoró las preocupaciones de su leal ama de llaves. —No me molestes con pavadas, Justin... Se destraba la herencia, ¡la herencia, che! Pero Justina no se equivocaba al preocuparse. Cielo y los chicos habían ideado un plan para desenmascarar a Bartolomé. —La única forma de pararlo es con la justicia. Hay que encontrar un juez honesto y llevarle pruebas. —Va a ser más fácil conseguir pruebas que encontrar un juez honesto —dijo Tacho con ironía. —Hay que tener fe —les pidió Cielo—. Pero empecemos por las pruebas. Como no podía conversarlo con nadie, lo habló con Alex, sabiendo que su amigo olvidaría todo al día siguiente. Él raedó impactado cuando ella se lo contó, y quiso ir a ajusticiar con sus propias manos a ese explotador; pero ella le pidió que sólo la ayudara a idear un plan. A Alex se le ocurrió que podrían poner cámaras y tratar de grabar a Barto- 399 lomé explotándolos y amenazándolos. A Cielo le pareció una buena idea, aunque riesgosa, pero para salir del drama que vivían a diario deberían correr riesgos. Por supuesto, a las pocas horas, Alex olvidó lo conversado, aunque a partir de ese día, cada vez que visitaba a Cielo y se cruzaba con él, sin excepción, le caía mal. A pesar de las dudas, todos estuvieron de acuerdo con la idea de obtener pruebas. Lleca fue el encargado de conseguir con sus contactos las camaritas y una consola de grabación. Mar y Tacho iban a colocar las cámaras en lugares estratégicos: en el patio cubierto, en sus habitaciones, en la cocina. El lugar más peligroso fue el escritorio. Mientras Rama y Jazmín hacían de campana, Mar y Tacho se apresuraron a ponerla entre los libros y esconder luego el cableado. Thiago se extrañó cuando descubrió a Cielo y Rama en el altillo, con una consola y muchos cables, pero les creyó cuando le dijeron que era para grabar los demos de la banda. Todo estaba preparado, ahora sólo restaba esperar que Bartolomé y Justina se incriminaran frente a una cámara oculta. Pero paradójicamente Bartolomé estaba tan feliz con el casamiento de la bólida que los trataba mejor que nunca. Hasta estaba más generoso y les daba postre. Ni siquiera habían sido enviados a robar en esos días. Agrandado poi el deseo de la herencia próxima, y gastando a cuenta, le había dicho a Justina que aflojara con el temita. Como nada pasaba, Tacho propuso provocarlos un poce para que saltaran, Cielo opinó que no habría mejor provocación que los ensayos de la banda. Y así lo hicieron. Desde que Cielo se enteró de la verdad, estaba más pendiente que nunca de los chicos, tratando de que no volviera a pasársele nada que tuviera que ver con ellos, y así pude notar algunas tensiones. No ignoraba que Mar y Thiago tenían un romance secreto, ni que Rama sufría por eso, pero se sorprendió mucho a ver que las cosas habían cambiado bastante. Ahora Rama estaba muy contento con una chica que había conocido ei la escuela nocturna, a la que asistía en secreto. 400 —Brenda se llama la perna —había dicho Mar, con un rictus en la cara que denotaba que no le caía muy bien. —¿Pero estás con ella? —le preguntó Cielo. —Estamos bien... —dijo Rama radiante—. Me encanta, es muy divertida. Aunque oficialmente y para Barto, sigo siendo el novio de Mar... —dijo mirándola con reproche. —Así que es divertida Brenda... —quiso seguir hablando Cielo. —Sí, es re divertida... Ni te imaginas lo divertida que es, pfff, te morís de la risa... —dijo Mar y todos la miraron. —¿Vos la conociste? —indagó Cielo. —Sí, todos la conocieron —aclaró Rama—. Vino un día... —Y es re linda Brenda —agregó Jazmín. —Pfff... lindísima... —exageró Mar—. Y no sabes el apellido que tiene... te morís con el apellido. —Se llama Brenda Azúcar —dijo Rama, sonriendo. —¿Azúcar? —repitió Cielo. —Sí, azúcar, lo que se le pone al café, perna... —explicó Mar, riéndose y buscando complicidad en los demás. Cielo la miró extrañada, y Jazmín la codeó. Era muy evidente para todos que Mar estaba celosa, incluso para Thiago, que no se avergonzó de expresarlo. —¿Qué pasa, Mar, te pone celosa que Rama tenga novia? —¿Qué? Ammm... ¿Celosa? ¿Yo? ¡Ja! Cualquiera... no. Pero todos, incluso Rama, sabían que lo estaba. Entonces él aprovechó para seguir dándole celos, y siguió hablando de Brenda. —El padre es comisario... —contó Rama. —El comisario Azúcar... —se rio Mar, y se puso seria ante la mirada harta de Thiago. Pero ése no era el único frente problemático. Cielo también había advertido cierto encono entre Tacho y Jazmín. Estaban todos habituados a la relación pasional que ellos tenían, que pasaran del amor al odio y del odio al amor varias veces por día, todos los días. Sin embargo, hacía varios días que Tacho se veía enojado y distante con Jazmín. 401 —¿Pasó algo con Tacho? —le preguntó Cielo una tarde mientras preparaban jugo para llevar al ensayo. —Está re enojado —dijo Jazmín. —Eso lo veo. pero ¿por qué? —Me mandé un moco... —¿Qué hiciste? —¿Viste Nacho? —comenzó Jazmín, y Cielo asintió, imaginando por dónde vendría el asunto—. Bueno, me hizo un regalo re lindo: una cartera y unos zapatos de cuero divinos... —¿Y vos le aceptaste el regalo? —dijo Cielo adivinando el resto del relato. —¿Y por qué no Jo iba a aceptar? —¡Ese chico te quiere hincar el diente desde que te vio, Jaz! —Ya sé, pero re cambió... Te juro, conocí un Nacho re diferente... Está pintando cuadros, ¿sabes? Y me dijo que me quería pintar a mí... Y yo le dije que sí. —Ah, aceptas el regalo y que te pinte... Y me imagino que no le contaste nada a tu novio... —Y no, ¡imagínate cómo se iba a poner Tacho...! Empecé a ir a la casa de Nacho, a posar para que me pintara... Me paga, eh... Y él es tan divino, te atiende como una reina, te llena de regalos... Cielo resopló, impaciente ante la inocencia de Jazmín. —Y bueno... —sintetizó Jazmín—. Tacho se empezó a dar cuenta de que yo andaba en algo, descubrió los regalos, descubrió que estaba yendo a posar a la casa de Nacho... En fin, imagínate cómo se puso... No hubo manera de convencerlo de que no había pasado nada. —Y claro... se enojó sin motivo, ¿no? —dijo Cielo con ironía. —No me habla, Cielo. No sé qué hacer para que me perdone. —¿Pero tuviste algo con Nacho? —No, ¡nada! —Bueno, Jaz, insistí hasta que te escuche... Vas a tener que ponerte creativa... 402 Pero más allá de alguna que otra tensión amorosa, las cosas estaban bien entre los chicos. Es verdad que un poco la preocupaba Lleca, que había manifestado escuchar voces y tener charlas con una amiguita imaginaria, pero supuso que sería algo propio de la edad. Pasaron algunos días de bienestar, y empezaban a impacientarse porque ni rastros había de maltratos ni amenazas por parte de Bartolomé o Justina. Hasta que un día, al fin, la prueba que estaban buscando llegó, y con una contundencia y crueldad que superó ampliamente lo esperado. 403 —¡Qué peludo te agarraste, Tini! —dijo Bartolomé mientras descartaba una botella de champagne vacía. Habían estado bebiendo toda la noche en el escritorio recordando ías penurias que habían tenido que sufrir todos esos años, emocionándose a escasos minutos de recibir, por fin, la tan ansiada herencia. Ella estaba recostada sobre el escritorio; desacostumbrada a beber tanto, apenas si podía mantenerse en pie. —Está bien, che, empina el codo tranquila, motivos de sobra tenemos para festejar... —dijo Bartolomé y miró el reloj—. En escasos sesenta minutos, ¡nos traen el cheque, Justin! Y brindaron por enésima vez. Justina se emocionó y bebió, apenas podía hablar entre la congoja y el alcohol. —Señor, tantos años de yugarrrrla, de trabajos inciertos, de sacrificios... Y ahora se empiezan a ver los frutos. —Ya lo decía Tatita, che... Cosecharás tu siembra —Cosechemos, señorrr, cosechemos. A propósito... —dijo Justina con claras dificultades para pronunciar las erres—. ¿Pensó ya qué vamos a hacer con los purretes ahora que somos ricos? —No sé, che, ya veremos... ¡Ahora sólo quiero pensar en England, La France... L’Italia! Y se puso a bailar tarantela. Justina intentó seguirle el rit- mo con una mano. —Vos... ¿pensaste qué vas a hacer con tu parte? ¿A dónde te gustaría ir? —Me encantaría conocer el Marrr Muerrrto, señor. Y muero por conocer las Catacumbas de Rrroma. Una hora más tarde, cuando llegó el escribano Lacroix, ambos trataron de mantener la compostura. 404 —Pase, Lacroix, pase... —dijo Bartolomé y también le costó bastante pronunciar la erre afrancesada—. Espere aquí, que ya llamo a la feliz heredera... —No hace falta, Bedoya. Ya hablé con la señorita Bedoya Agüero... —¡De Bauer, che! —completó Bartolomé. —Sí, con ella... y ya firmó todos los documentos —concluyó el escribano, tomó asiento y abrió un maletín. Justina y Bartolomé se tomaron de la mano y se emocionaron anticipándose al cheque que imaginaron sacaría de allí. Sin embargo, el escribano Lacroix sacó un folleto y se lo extendió. En una parte podía leerse «Hogar de Día La Fraternidad», y varias fotos que mostraban varios chiquitos comiendo en un comedor comunitario, y jugando con una maestra jardinera. Bartolomé miró el folleto extrañado. —Lindas las fotitos, che... pero, ¿qué es esto? —Eso es un folleto de la institución a donde fue destinada la donación. —¿Donación? ¿Qué donación? —¿Cómo qué donación? La que hizo su hermana... —¿Mi hermana? ¿Donación? ¿De qué habla, hombre? —se impacientó Bartolomé. —Su hermana donó la totalidad de su herencia a esta institución... ¿Usted no estaba al tanto, Bedoya? —¡Agüero! —completó Bartolomé con su cara color bordó. Malvina estaba ayudando, o más bien entorpeciendo, a Nico, que subía las escaleras con una pesada caja. Iba a mudarse a la mansión, donde vivirían provisoriamente hasta que les entregaran la casa que había alquilado con Malvina. Apareció Bartolomé, totalmente enajenado, y la interceptó, conteniendo la violencia ante la presencia de Nico. —Ah, tórtolos... El casado casa quiere, ¿no? —dijo con una sonrisa muy edulcorada—. Malvina, ¿podes venir un segundito? 405 —Ay Barti, estamos re busy con la mudanza ahora ¿Puede ser más tarde? —No, no, más tarde no... Vení, bolidita, es un segundií —No lo puedo dejar solo con la caja, Barti. —Anda tranquila, Malvina, me ayudas más sin ayudan —dijo Nico, dándole un besito. Malvina no había terminado de captar la ironía de Nú que ya Bartolomé la había tomado de un brazo. —Dos minutitos conmigo, bólida, y toda la eternidad pa tu marido. Vení... —y la condujo al escritorio, donde los esp raba Justina. El escribano ya se había retirado. Apenas cerró la puerta, Bartolomé estalló, con las ven de la frente inflamadas. —¡No existe el insulto para calificarte, pedazo de za guanga! Malvina se quedó petrificada. —¿Por qué me hablas así, Barti? —¡Por esto! —dijo estampándole el folleto del hogar día en la nariz—. ¡Años esperando la herencia, para que ve gas a donarla al hogar de día La Fraternidad! ¡Cachivac mental, neurona solitaria y tontita! —Te estás pasando, Bartolomé... —respondió ella c toda la dignidad de una señora casada—. Te llega a esc char mi marido que me hablas así, y... —Tu marido, pedazo de cosa idiota, ¡no existe! Es u ilusión, lo engañamos de todas las formas posibles, ¡has le secuestramos al hijo! —¡Y yo lo rescaté! —¡Para engancharlo, pedazo de mamerta! —gritó ati nador Bartolomé—. ¡Para engancharlo, casarlo, y cobn ¡Todo por la herencia! —Vos lo habrás hecho por la herencia, yo lo hice p amor... —Me das asco y lástima, estúpida. ¿Renunciar a la here cia? ¿Y sin decírmelo? —Se me pasó... Estuve con miles de cosas, ¿sabes lo q es casarte? 406 —Anda a hablar con ese escribano, renuncias a la renuncia, y me traes la herencia ¡ya! —¡Me estoy mudando, Barti! Bartolomé estalló. Como tantas veces había hecho con los chicos de la Fundación, agarró a Malvina por el cuello y la golpeó contra la puerta, con desmedida violencia. —Barti... soy yo, la bólida... —dijo ella azorada—. ¿Me vas a pegar? Él pareció reaccionar, y se angustió. —No, bolidita, no... ¿Pero qué me hiciste, che? ¿Qué locura te agarró? —No quería casarme con esa culpa, Barti... —dijo ella, ensombrecida, pero satisfecha consigo misma—. Hice un montón de cosas horribles, vos mismo lo dijiste. ¡Hicimos un falso secuestro, Barti! Es horrible... Sentía que si aceptaba esa herencia, mi matrimonio iba a empezar sucio, ¿me entendés? Necesitaba raparar de alguna manera, no sé, ser menos mala, como cuando te confesas y el cura te perdona, ¿you know? Lo hice por amor... —Se entiende, señorita, se entiende —intervino Justina, identificada con Malvina porque el móvil de la traición a Bartolomé había sido el amor. —¿Se entiende qué, zanguanga? —volvió a estallar Bartolomé, ahora con Justina—. ¡Anda y trame esa herencia! —No lo voy a hacer, Bartolomé —concluyó Malvina, con lágrimas en los ojos, y salió del escritorio. Tacho, Rama y Cielo habían sido testigos de toda la discusión desde e] altillo, a través de la camarita de seguridad que habían instalado. Estaban muy impactados, y muchas de las cosas que allí se habían revelado servirían para incriminar o presionar a Bartolomé. Pero nada se había dicho sobre sus actividades delictivas. —Hay que ir ahora y provocarlo... —dijo Tacho—. Está furioso; si lo pinchamos un poco, se va a poner loco con nosotros y lo tenemos. 407 —No, chicos, me da miedo. —Tenemos que ir ya —acordó Rama—. Vos ocúpate de que se grabe todo. Cielo no los pudo frenar, y permaneció encerrada en el altillo, mirando con angustia el monitor. Lo que acababa de oír por boca de Malvina era algo realmente siniestro. A través del monitor, Cielo vio a Justina, que estaba mirando cómo Bartolomé daba vueltas y vueltas en el escritorio, como una bestia enjaulada, sin hablar. Tina quiso decirle algo, él la hizo callar con un gesto. Y entonces Cielo vio y oyó cuando Tacho y Rama se asomaron al escritorio. —Don Barto... —dijo Tacho fingiendo sorpresa—. Escuchamos los gritos... ¿Se peleó con Malvina? —Fuera, roñosos —dijo Justina con voz rasposa. —¿Es verdad que ella renunció a la herencia? —lo provocó Rama. —Fuera —advirtió Bartolomé. —Hay que ser tarada, ¿no? —dijo Tacho. —¡Dije fuera! —estalló, finalmente, Bartolomé. Y agarró a Tacho por los pelos, y empezó a arrastrarlo hacia la sala. Tacho lo dejó hacer, mientras Rama fingía querer frenarlo. Unos segundos después, cambiando de cámara en el monitor, Cielo vio cómo entraban todos en el patio cubierto, donde estaban el resto de los chicos. Bartolomé tenía las venas inflamadas en las sienes, y parecía tener sus rulos electrificados. Quedaba bien claro que iba a descargar toda su furia sobre ellos. —¡Ustedes, todos, a trabajar ya mismo! —gritó arrojando a Tacho al piso. —Ahora no podemos... —dijo Jazmín, continuando con el plan de provocarlo. —¡A trabajar, dijo el señorrr! —taconeó Justina. —No podemos —dijo Jazmín. —Tenemos que ensayar con la banda —la remedó Mar. —¡A la calle, a robar, a traer billeteras! —gritó enajenado Bartolomé. 408 —No, chicos, me da miedo. —Tenemos que ir ya —acordó Rama—. Vos ocúpate d que se grabe todo. Cielo no los pudo frenar, y permaneció encerrada en « altillo, mirando con angustia el monitor. Lo que acababa d oír por boca de Malvina era algo realmente siniestro. I A través del monitor, Cielo vio a Justina, que estaty mirando cómo Bartolomé daba vueltas y vueltas en el escri torio, como una bestia enjaulada, sin hablar. Tina quia decirle algo, él la hizo callar con un gesto. Y entonces Ciel vio y oyó cuando Tacho y Rama se asomaron al escritorio —Don Barto... —dijo Tacho fingiendo sorpresa—. Esca chamos los gritos... ¿Se peleó con Malvina? i —Fuera, roñosos —dijo Justina con voz rasposa. —¿Es verdad que ella renunció a la herencia? —lo pr vocó Rama. —Fuera —advirtió Bartolomé. —Hay que ser tarada, ¿no? —dijo Tacho. —¡Dije fuera! —estalló, finalmente, Bartolomé. Y agarró a Tacho por los pelos, y empezó a arrastrar.? hacia la sala. Tacho lo dejó hacer, mientras Rama fingía qurrer frenarlo. Unos segundos después, cambiando de cámara en e monitor, Cielo vio cómo entraban todos en el patio cubier donde estaban el resto de los chicos. Bartolomé tenía las venas inflamadas en las sienes, y parecía tener sus rulos electrificados. Quedaba bien claro que iba a descargar toda su furia sobre ellos. —¡Ustedes, todos, a trabajar ya mismo! —gritó arrojando a Tacho al piso. —Ahora no podemos... —dijo Jazmín, continuando con el plan de provocarlo. —¡A trabajar, dijo el señorrr! —taconeó Justina. —No podemos —dijo Jazmín. —Tenemos que ensayar con la banda —la remedó Mar. —¡A la calle, a robar, a traer billeteras! —gritó enajenar1 Bartolomé. 408—Si están calientes porque Barto se quedó sin la herencia, no se la agarren con nosotros —dijo Rama. Y fue la provocación que faltaba. Bartolomé comenzó a tirar cosas, a zamarrearlos, a gritarles en la cara que eran sus esclavos; que eran desperdicio, pequeños trozos de basura que dependían de él; que iban a trabajar y robar de por vida para él, como habían hecho desde que llegaron a ese lugar; que iban a robar un banco si hacía falta para compensar la herencia perdida. Cielo tuvo que contenerse para no salir a frenarlo ella misma, pero vio que Tacho y Rama protegían con su cuerpo a las chicas y a los chiquitos, que lloraban. Finalmente Bartolomé dejó de gritar, y se retiró. Parecía exhausto. Justina les reiteró que salieran a trabajar y volvieran rrrrepletos de billeteras, y salió tras Bartolomé. Tacho tomó el celular de Mar y llamó a Cielo. —Decime por favor que se grabó todo —dijo Tacho aún agitado por la violencia de la escena. —Se grabó todo perfecto —dijo Cielo, aún con lágrimas en los ojos—. Los tenemos. Van a empezar a cosechar lo que sembraron. 409 Nico y Mogli estaban terminando de instalar a Cristóbal en una habitación vacía de la mansión. Cuando Cristóbal preguntó dónde dormiría Mogli, notó que su padre se miró con éste y se puso triste. —¿Qué pasa ahora? —se anticipó Cristóbal. —Nada, Cristóbal... nada—dijo Nico, advirtiendo con su mirada a Mogli. —Non nono, nata, Micola. Osté saber. —¿Qué sabe papá? —Mogli deber partir —comunicó Mogli con gran pesar a Cristóbal. —¿Por qué? —¿Otra vez con lo mismo, hermano? —protestó Nico. dejando en claro que ya habían tenido esa conversación—. Mogli, vos dormís acá con Cristóbal... —Non, Micola. Esta vez, Mogli partir —dijo, sereno. , —¿Por qué, Mogli? —preguntó Cristóbal apesadumbrado —Tiempo de aventuras terminar. Ahúra Micola y Crist • bola tener famiglia. Mogli debe buscar él su propio camii Mogli ser hombre sin tierra, sin raíces. —Pero, Mogli... Nosotros somos tus raíces... nosotros tresiempre nosotros tres, ¿te acordás? —dijo Nico, ya angustiar —¡Non, Micola! —lo reprendió Mogli—. Nosotros ser gu rreros. Cristobola, pequeño guerrero también. Guerreros i , non llorar. —Pero no te vayas muy lejos, Mogli —suplicó Cristóbj —Tristobola, pequeño amigo del mi corazón... osté sabm que Mogli lo quiere con el alma a osté —dijo y lo acaric con gran ternura—. Cristobola, Tristobola, Cristobolón... osla enseñar horizonte a Mogli. Enseñar a hablar espagnol, a ífl al bathroom. Tristobola va a estar siempre acá y acá —di» 410 señalándose la cabeza y el corazón—. Ostedes guarden a Mogli acá, y acá —dijo señalando el corazón y la cabeza de padre e hijo—. No extrañar... Se extraña lo que non volver... y nosotros, siempre vamos a volver. —Te quiero mucho, Mogli —dijo Cristóbal llorando. Mogli apoyó su mano sobre la cabeza de Cristóbal, y lo bendijo en su dialecto. —Obolongo, muñir, carruna, caprazón. Con mucha dignidad, los tres se secaron las lágrimas. Se miraron y, de pronto, estallaron, los tres a la vez, con el ritual con el que festejaron cada descubrimiento que hicieron durante años. —¡Uá oló, ua oló, ua, ua, ua! —gritaron sacudiendo sus manos y palmeándose mutuamente. Luego Mogli se cargó su morral al hombro, y se alejó por el pasillo. Antes de desaparecer, se volvió a mirarlos y sonrió. —Tristobolongo... cuidar mucho a hermanito, ¿sí? Y se alejó. Nico y Cristóbal se miraron, muy tristes. Hasta que Nico se preguntó en voz alta: —¿Qué hermanito? Aún tristes por la partida de Mogli, Nico y Cristóbal fueron a buscar las últimas cosas que habían quedado en el loft, y al bajar se toparon con Alex, que los saludó muy amablemente y se presentó. —Yo soy Alex... ¿nos conocemos? —Sí, nos conocemos y te estaba esperando, Alex —dijo Nico. —Vengo de parte de Cielo... —dijo Alex, leyendo un papelito verde—. Ella me dijo que acá se alquilaba un loft. —¡Vení! —se impacientó Nico y lo hizo entrar en el loft. Nico al menos encontró que, mientras le mostraba el loft a Alex, hacerle todo tipo de advertencias solapadas y asegurarse de que Alex anotara en sus papelitos los malos consejos amorosos que le dio para abordar a Cielo era una buena manera de olvidarse de la tristeza por la partida de su gran amigo, de su hermano Mogli. 411Lleca había desistido de seguir hablando de la voz de esa nena que oía junto a la rejilla, puesto que nadie lo tomaba en serio. Se burlaban de él, o en todo caso se preocupabaai pensar que estaba delirando. Sin embargo, las voces estaban allí. Al día siguiente la primera comunicación, volvió a la rejilla y llamó. Al cr de unos minutos, la misma voz de nena le respondió. Ins. tía en que ella estaba escondida por la guerra. Lleca se pi rguntó si no se trataría de algún fantasma, atrapado entre la vida y la muerte. No sería raro, puesto que en el jardín había un cementerio y a él le daban escalofríos esas lápidas, y muchas veces, cuando jugaban al fútbol y la pelota iba a parar cerca de ellas, le daba pavor acercarse. Pero la voz afirmaba que no era ningún fantasma, qu era una nena de diez años, y que sobrevivía allí, escondic No hubo manera de convencerla de que no existía tal guerra. —Te quiero conocer, chapita —le dijo Lleca un día. Hubo un largo silencio. —¿Vos sos bueno? —Más bueno que el pan soy yo, Chapi —respondió Lleca. Ella no se animaba a concretar un encuentro, sin embargo no pudo mentirle cuando él dedujo que, por lo que ella decía, debía de estar en el sótano. Lleca recordaba bien aquel día en que habían entrado por esos pasillos oscuros y habían terminado en esa extraña habitación secreta. Al día siguiente de aquel episodio, la puerta por la que habían entrado, en el hogar a leñas, había sido clausurada. Pero Lleca sabía por Cristóbal que se podía acceder al sótano a través de una puerta trampa entre las lápidas del cementerio. Salió al jardín, se acercó a las lápidas, divisó la puerta 412 más relajado. Seguían temiéndose, pero esta vez ella le dijo su nombre. —Luz... —repitió él, fascinado con su delicada belleza y sus formas refinadas de hablar y moverse. Al quinto encuentro, ella finalmente le contó que vivía con su madre, que era una enfermera que asistía a los heridos de guerra; él ya ni se molestó en aclararle que no existía la guerra. Pero esa tarde, al despedirse, Lleca decidió permanecer allí y comprobar si Chapi estaba definitivamente loca o había algo de cierto en su historia. Estuvo oculto en la oscuridad del pasillo varios minutos. Jamás se hubiera imaginado lo que vio. Desde el otro extremo del pasillo había aparecido una sombra oscura. Cuando se aproximó, pudo reconocer que se trataba de Justina, que traía una bandeja con comida. Vio cómo abrió la puerta pared e ingresó al lugar donde varias veces había visto entrar a Luz. Mientras cerraba la puerta, Lleca oyó que Tina, con una dulzura que jamás le había conocido decía: —¡Hola, chiquita! —¡Mami! —oyó exclamar a Luz antes de que la puerta volviera a ser pared. Al día siguiente Lleca no podía dejar de mirar a Justina mientras servía el desayuno. Ella le clavó sus ojos de lechuza: —¿Qué me miras, vos? —Nada, nada... —respondió él, sin poder unir en su cabeza esta Justina con la que había visto en el sótano. Se dedicó a vigilarla, y observó cómo en varios momentos del día entraba en su cuarto y no volvía a salir por varios minutos. A la hora de la merienda vio que se dirigía a su habitación con una bandeja con comida; y dedujo que estaría bajando al sótano desde allí donde, sin dudas, habría otra puerta secreta. Corrió hacia el cementerio, descendió por la escalenta, y recorrió de memoria los pasillos, corriendo. Esperó escondido hasta verla salir del lugar donde vivía Luz. Esperó a que se alejara y luego llamó a la niña. Ella se asomó, sorprendida. 414 —No te esperaba hoy, Lleca —dijo ella, feliz de ver a su amigo secreto. —¿Vos sos hija de Justina? —disparó Lleca. —¿Conoces a mi mamá? —se estremeció ella. —Claro que la conozco... —¿De dónde? —Vivo arriba, con ella. —¿Cómo arriba? Si la guerra... —¡No hay guerra, chabona! —se impacientó él—. Yo vivo arriba, tu javie vive arriba, con un montón de chicos. Hay bardos, peleas, ¡pero guerra no hay! —¡Mentira! —Uh, ¡vos estás re chapita, loca! —Sos un mentiroso, ¡me queros engañar! —dijo ella y corrió a encerrarse en su sótano. Por la noche, cuando Justina bajó a darle de cenar y le contó cómo habían recrudecido los combates ese día, Luz se preguntó por primera vez en su vida si su madre le diría toda la verdad. 415 Los días que siguieron a la renuncia de la herencia por parte de Malvina fueron los peores de toda la vida de Bartolomé Bedoya Agüero. La pérdida de la herencia era una herida mortal de la que difícilmente se recuperaría. Y como si fuera poco, con el apuro por casar a su hermana, había aceptado que la flamante familia se mudara un tiempo a la mansión hasta que les entregaran la casa que habían alquilado. Ahora no tenía ni herencia ni intimidad. Ni hermana, puesto que no había vuelto a dirigirle la palabra luego de su alta traición. Pensó que su suerte empeoraría cuando Justina hizo pasar a su escritorio a un hombre muy alto y corpulento, muy serio y de impecable traje gris. Bartolomé lo conocía muy bien. —Azúcar... ¿qué hace acá? —dijo Barto con temor. Bartolomé tenía un arreglo económico con Luisito Blanco, el comisario de la jurisdicción. El comisario Azúcar estaba por encima de Luisito Blanco y su presencia ahí no presagiaba nada bueno. Sin embargo, se sorprendió mucho cuando éste le dijo: —¿Tiene video casetera, Bedoya...? —Agüero —corrigió Bartolomé. Pocos minutos después, Justina terminó de conectar la video casetera dentro del escritorio. —¿Me pueden explicar qué pasa acá? —dijo Bartolomé impaciente. —Dele play nomás —ordenó Azúcar, con un rictus en su boca. Bartolomé quedó pálido y estupefacto cuando empezó a ver las imágenes del videocasete que había llevado Azúcar. 416 En éstas se veía claramente a Bartolomé y a Justina, amenazando, zamarreando, gritando a los purretes y mandándolos a robar. El video había llegado a manos de Azúcar cuando Cielo y los chicos pensaron qué hacer con esa contundente prueba que habían conseguido contra Bartolomé. Rama dudó un poco cuando Cielo propuso acudir al padre de Brenda, pues no quería que ella conociera esa verdad, sin embargo lograron llegar al comisario sin necesidad de recurrir a la hija. Azúcar recibió a Cielo, quien no quiso hacer pasar a ninguno de los chicos por el trauma de tener que hacer la denuncia y revivir todo lo que habían sufrido. El comisario la escuchó atentamente durante una hora, le tomó la denuncia por escrito e incorporó el video como prueba para el fiscal. Cuando Cielo se retiró, Azúcar llamó al comisario Luisito Blanco, y lo levantó en peso por la torpeza de su protegido Bedoya. La red policial que protegía a Bartolomé era más grande de lo que él mismo suponía, y Azúcar no sólo estaba al tanto de sus asuntos, sino que se beneficiaba mes a mes gracias a ellos. Por eso fue que decidió intervenir él mismo ante esta falla de seguridad. —¿Qué hubiera pasado si esa chica, en lugar de venir a mi comisaría iba a otra? —le dijo Azúcar en un tono tan grave y profundo que logró que por primera vez Justina se estremeciera ante la voz de otro hombre que no fuera su señor. Bartolomé quiso decir algo, pero Azúcar lo ignoró. —¿Qué hubiera pasado si esa chica iba a ver a un juez menores? ¿Qué hubiera pasado si iba a la prensa? —Entendí el punto, Azúcar —dijo Bartolomé intimidado. —Te va a costar muy caro este favorcito —concluyó el misario y Bartolomé manoteó la chequera. Cielo no pudo contener un gritito de felicidad cuando al jardín y vio al comisario Azúcar. Por fin la justicia se decidido a actuar, seguramente habría venido a dete- 417 ner a Bartolomé. Corrió hacia él, pero al acercarse se que helada al ver que junto a Azúcar estaban Justina y Bartolomé, con una perversa sonrisa en sus rostros. —Comisario... —dijo ella al verlo. Él la miró pero pareció no registrarla. Volvió la mira _ hacia Bartolomé y le estrechó la mano. —Nos vemos, Bedoya... —Agüero —agregó Bartolomé—. Nos vemos Azúcar. Justin lo acompaña... —Con enorrrme gusto —dijo ella, evidentemente atraída por el hombre. —Comisario... —lo llamó Cielo, pero éste volvió a ignorarla. —-Así que filmando videítos, che... Así que denunciándome... —dijo Bartolomé con su sonrisa perversa, mientra hacía sonar sus nudillos. Cielo comprendió todo. El comisario Azúcar estaba arreglado con Bartolomé, todo había sido acallado, y había llegado el momento de las represalias. Tras despedir a Azúcar Justina cerró el portón trasero y volvió hacia ellos. —Justin... vos anda ocupándote de darles el merecido i los mocosos... Yo me quedo a hablar unas palabritas coi Cielín. Ah, y tomate tu tiempo para reprenderlos, eh... —Será un merecido más larrrgo que entierrro de Papa señorrr. —¡No! —atinó a frenarla Cielo. Y ambos se rieron a carcajadas. Justina se encamin: hacia la casa mientras Bartolomé retenía a Cielo sujetándole de una muñeca. —¿Sabes cómo se paga la alta traición, Cielín? —dijo Bartolomé—. Con la muerte, che. —No hace falta que se mueran, don Bardo... —respondió Cielo con ironía—. Con que terminen los dos presos... ya alcanza. Bartolomé la miró serio; lo único que le preocupaba de esa ironía era que Cielo no le tenía miedo, y eso sí que ers un problema. Tendría que demostrarle que debía temerle. 418 pero cuando fue a acercarse para hacer su mejor actuación de malvado, Cielo lo sorprendió dando un salto. Se aferró a la rama de un árbol, y haciendo una ágil pirueta acrobática, le pegó una tremenda patada en la cara, que le voló los anteojos. Barto trastabilló y ni tuvo a tiempo a reaccionar porque Cielo ya corría hacia la casa. —¡Justin, frénala! —gritó desde el piso a Justina, que estaba por entrar a la cocina. Justina giró alarmada, pero ya era tarde. Tenía a Cielo encima. Justina abrió sus brazos en forma de T para inter: onerse, pero Cielo venía corriendo y con el envión le pegó n empujón que la tiró de cola al piso. Cielo entró corriendo a la mansión, y Bartolomé y Jus-_ia, hartos ya de esa chiruza, salieron detrás, dispuestos a cer lo que debían haber hecho diez años antes. 419 Jazmín estaba observando a Tacho, que hablaba c Rama en el patio cubierto. Sin que él la viera, le hizo ser a Rama para que los dejara a solas. Rama captó la situaci y se alejó hacia la sala de ensayos, de donde venía Mar c una jarra con agua ñama le sonrió, y eíía le preguntó r Brenda, y le dijo lo contenta que estaba de que estuviera bi con ella, y lo copada que era. Entonces Rama le pregunte ellos no debían tener una charla. —Charla... no, ¿por qué? Bah, charlemos sí... de la vic —De nosotros. —¿Nosotros qué? Entonces él le recordó aquella noche en que se había qi dado cuidando a Cristóbal en el loft de Nico y ella había i a hablarle. En ese momento ella estaba distanciada de Thia por un extraño incidente con Tefi, y Rama había aprovecha la ocasión para finalmente animarse a confesarle lo que se tía por ella. Mar no se había sorprendido, de alguna mane lo percibía, y el hecho de que él se lo hubiera dicho, le hat aflojado el cuerito. Nadie lo supo, quedó entre ellos, pero aqu lia noche Mar había besado a Rama. Él se había ilusionai mucho, pero sabía perfectamente que Mar seguía amando Thiago; por eso todo había quedado ahí. Pero ahora, ver qi Mar estaba celosa de Brenda, lo desconcertaba. —No sé, Mar... Siento que estás celosa de Brenda... y es así, si vos sentís algo por mí... —Rama, yo estoy con Thiago. —Ya lo sé —dijo él—. Entonces déjame en paz, deja ( celar a Brenda y seamos amigos. Ella se sintió reprendida y bajó su cabeza. Él entoncí se le acercó y le propuso con dulzura: 420 —Hagamos una cosa. Si cuando seamos grandes ninguno encuentra un amor y estamos solos, nos casamos. ¿Te parece? —Me re parece —dijo ella sonriendo y le dio un abrazo amistoso. Mientras tanto, Tacho volvía a ignorar una vez más a Jazmín, aún enojado por el asunto «Nacho». Jazmín quiso ensayar un paso de la coreo con él, y Tacho, ya conociendo sus técnicas de seducción, la evitó y comenzó a retirarse del lugar, cuando de pronto irrumpió Cielo corriendo, alarmada, y comenzó a cerrar las puertas del patio que daban al pasillo. —¡Cierren, ayuden, ya! —gritó. —¿Qué pasó? —se alarmó Jazmín. —¡Ayúdenme a cerrar, les digo! ¡Traigan bancos! En ese momento vieron aparecer a Bartolomé y a Justina por el extremo del pasillo, corriendo, desaforados. Los chicos se apresuraron a ayudar a Cielo a cerrar, y empujaron algunos bancos para trabar las puertas, al tiempo que a dupla ya golpeaba con furia. —¿Qué pasó, Cielo? —preguntó Mar, empujando un oanco y subiéndose al mismo. —¡Fue todo una trampa! ¡El comisario Azúcar está entongado con Barto! —¿El padre de Brenda? —exclamó Rama azorado. —¡Ja! —exclamó Mar. Las puertas se movían estruendosas del otro lado; Barjlomé y Justina empujaban, golpeaban y gritaban. —¡Abrí, desgraciada! —Se terminó lo que se daba, Sky, no la hagas más difí:ú para los purretes, van a sufrir mucho. ¡Abrí, tilinga! —¡Traben, empujen! —gritó a los chicos, y luego vociferó hacia la puerta—: ¡A ustedes se les terminó, de acá no -os movemos hasta que no venga la policía, los jueces y la prensa! —¡Abrí, rrrreventada! —Resolvamos esto como gente civilizada, Sky. Vos te vas a los chiquitos no les pasa nada. 421 —¡Nunca me voy a ir! ¿Escuchan? ¡Ni sueñen que los a dejar seguir explotando a los chicos, aunque tengan ar glado a medio país, turros, explotadores de menores! —¿De quién hablas, Cielo? La voz, algo ronca y suave, surgió detrás del grupo atrcherado. Cielo se puso pálida y giró bruscamente. A po metros de ellos estaba Thiago, desconcertado, con su entrecejo contraído. Thiago había permanecido todo ese tiempen la sala de baile, intentando sacar un tema con su gui:arra, y había visto y oído todo. —Habla, Cielo, ¿qué está pasando? Del otro lado de la puerta, Tina y Bartolomé también 1 oyeron y se les cortó la respiración. Thiago permaneció inmóvil, mirándolos, esperando ir explicación. Vio que su novia y sus amigos, todos, desviai la mirada, incómodos, escondiendo algo. La única que aún miraba era Cielo. Ella se compadeció de él; había pensac en cómo explicarle a Thiago quién era su padre pero ésta, definitivamente, no era la manera. —Thiago... yo dije lo que dije de bronca nomás... de loca que soy, pero no es que tu papá... Thiago la frenó con un grito inesperado, que sorprendí a todos, un grito cargado de un odio que nunca nadie le había visto. —¡Calíate! Se acercó a ellos, que estaban inmóviles, y comenzó a quitar los bancos que habían puesto. —Thiago... —dijo Mar, y bajó la voz hasta volverla imperceptible—. Mi amor... A Cielo le patinó el embrague, pero... —¡Basta! —volvió a gritar aún más fuerte—. ¡No me mientan más! Y quitó con furia el último banco, destrabó la puerta y la abrió; pero él y todos se sorprendieron al ver que del otro lado ya no estaban ni Justina ni Bartolomé. Thiago atravesó el pasillo presuroso e iracundo. Cielo fue tras él. Thiago llegó hasta la sala y empezó a buscar a su padre por todos lados, gritando. 422—¡Papá! ¡Da la cara, salí de donde estés! Abrió la puerta del escritorio y luego la del desván, bajo la escalera; se asomó al comedor: su padre no estaba por ningún lado. Cielo caminaba, apiadada, detrás de él. —Thiago, espera, escúchame, mi amor... —le dijo Cielo. —Ya escuché demasiado —replicó él, soltándose con violencia de Cielo, que lo sujetaba. Y subió las escaleras, y buscó a su padre en cada rincón de la casa, pero no lo encontró. Pocos minutos después Cielo entró en la habitación de Thiago. Estaba allí sentado, mirando el piso. Ella se acercó y se sentó junto a él. Sus cejas tupidas estaban rectas y hundidas en el entrecejo, con una expresión de enojo, pero de pronto la frente se le contrajo y sus cejas se desarmaron, formando un arco. Su expresión era de puro dolor. —¿Quién es mi papá? —preguntó. Se sentía al borde de un abismo. —Decimeló, por favor... ¿Quién es? Cielo le tomó la mano. —¿Vos quién pensás que es? —No sé... ya no sé... Decime, Cielo, por favor... —Vos pediste «no me mientan más». ¿Por qué pensás que te mentimos? —No sé... Los chicos siempre se quejan de mi papá, a veces pienso que lo odian... Pero él, no sé... les da techo... comida... —y se detuvo, como asaltado por pensamientos aterradores. —Sí. ¿Qué más? —Los... educa. A veces... se enoja, y los maltrata, les grita... —dijo, y se fue quedando pensativo—. Yo vi el taller ese... Él dijo que era para que aprendieran un oficio... pero... Los chicos trabajaban ahí? Cielo lo miró. Ella no le diría nada, sólo lo acompañaríamientras él comenzaba a comprender lo que ya había ”isto. —¿Mi viejo los obliga? —le preguntó, al borde del llanto—. Qué pensás, Cielo? ¿Los chicos trabajan para él? Cielo le acarició la mano y lo miró a los ojos. Se limitó a 423 acompañarlo en ese viaje al abismo. De pronto él tuvo una revelación, como un súbito recuerdo. —¿Era cierto? ¿Él los obligaba a robar? Mar... un día dijo eso, y los chicos... estaban furiosos... y Tacho le quería pegar... y Mar me lo dijo... Ella lo dijo... ¿Era cierto? ¿Mi viejo es eso? ¿Ése es mi papá? —preguntó, sintiéndose perdido. Salvo las lágrimas de Cielo, Thiago no obtuvo respuesta. —¿Mi papá es un monstruo, Cielo? Finalmente Cielo apenas asintió. Thiago apoyó la cabeza en sus manos, y comenzó a llorar con el estómago contraído. Cielo le apoyó una mano en la espalda y permaneció junto a él, hasta que dejó de llorar. 424 acompañarlo en ese viaje al abismo. De pronto él tuvo una revelación, como un súbito recuerdo. —¿Era cierto? ¿Él los obligaba a robar? Mar... un día dijo eso, y los chicos... estaban furiosos... y Tacho le quería pegar... y Mar me lo dijo... Ella lo dijo... ¿Era cierto? ¿Mi viejo es eso? ¿Ése es mi papá? —preguntó, sintiéndose perdido. Salvo las lágrimas de Cielo, Thiago no obtuvo respuesta. —¿Mi papá es un monstruo, Cielo? Finalmente Cielo apenas asintió. Thiago apoyó la cabeza en sus manos, y comenzó a llorar con el estómago contraído. Cielo le apoyó una mano en la espalda y permaneció junto a él, hasta que dejó de llorar. 424Mientras todo ocurría, Cielo se preguntó dónde estaría Indi, sintiendo que sólo él podría ayudarla con eso. Pero Nicolás, en ese momento, estaba enfrentando sus propios monstruos. Ibarlucía se había comunicado nuevamente con él y le había pedido que le entregara el cubo de cristal, a cambio de no iniciarle acciones legales por la tenencia de su hijo. Nico estaba aterrado con esta posibilidad, pero entendió que era hora de enfrentar esos fantasmas. Él no podría negociar con su hijo ni dejarse extorsionar tampoco por esa lacra. Él era un Bauer, y los Bauer no tranzaban. Por eso se negó a entregarle lo que el otro exigía. Nico habló con Carla, cuyo vínculo con Cristóbal estaba progresando lentamente; intentó persuadirla para que detuviera esa denuncia, pero ella le dijo que nada podía hacer para frenar a Marcos. Nico adivinó que Ibarlucía la tendría amenazada de alguna manera, y así era. Pocos días después Nico recibió una citación judicial, debería presentarse en el juzgado para responder sobre la acusación de apropiación de persona. Nico habló con Malvina, quien le dio todo su apoyo para la decisión que había tomado: enfrentar la acusación. Pero antes debía dar un paso más, el último, en su sinceramiento con Cristóbal. Si iba a enfrentar una acusación que posiblemente tomaría estado público, su hijo debería saber toda la verdad. Esa mañana, mientras Cielo se atrincheraba en el patio cubierto con los chicos, Nico fue a retirar del colegio a Cristóbal, que se sorprendió cuando en medio de una clase le 425 dijeron que se iba. Nico le explicó que había ido a buscarlo porque tenían que hablar. Fueron hasta una plaza y se sentaron en un banco. No había pensado qué decirle, ni cómo encarar la conversación. Fue Cristóbal quien la inició. —¿Es por el juicio, no? —¿Cómo sabes? —se sorprendió Nicolás. Cristóbal le contó que su mamá, en uno de los paseos que habían hecho, le había contado algo, pero le había asegurado que ella no tenía ninguna intención de separarlos que era algo «formal». Entonces Nico le dijo que, si bien eso era verdad, no era toda la verdad. Y entonces le contó su propia historia. Cómo había conocido a Carla en la Universidad, cómo se enamoraron y fueron felices, y cómo ella un día lo dejó, para irse con otro hombre. —¿Con Marcos Ibarlucía? —preguntó absorto Cristóbal—. ¿Mi mamá fue novia de esa basura? —Sí. Pero dos años después tu mamá volvió. —Y obvio... ¿cómo lo va a preferir a él antes que a vos, pa? —Tu mamá volvió... Estaba muy triste, se había separado de Ibarlucía, él la había dejado... pero además tu mamá estaba embarazada. Cristóbal se quedó duro. Nunca se había preguntado si tendría algún hermano. —¿Tengo un hermano? —No, hijo. Tu mamá estaba embarazada... de vos. —Pero cómo, si... —y se detuvo. Miró a su padre a los ojos, y entendió que habían llegado al punto. —Ella estaba embarazada y muy triste. Y yo la amaba, y la recibí, y la cuidé, y después naciste vos, y te amé, desde el primer día, desde que estabas en la panza, yo ya te amaba. Ella no quería saber nada con Ibarlucía... Él la había dejado cuando supo que iba a tener un hijo... Entonces decidimos criarte juntos... Fuimos al registro civil, te pusimos de nombre Cristóbal, y yo te di mi apellido. 426 —¿Mi papá es Ibarlucía? —confirmó consternado Cristóbal. —Él sólo es tu papá biológico, hijo... Pero tu papá, el que siempre estuvo, el que te ama, y el que siempre te va a amar, pase lo que pase, soy yo, ¿sabes? —Pero, y entonces... ¿el juicio? —Ibarlucía es una mala persona... Él me hace este juicio porque quiere que le dé el cubo de cristal. —Nunca se lo des, pa. —Nunca se lo voy a dar... De todas maneras él es tu papá biológico, y vos tenías derecho a saberlo. Cristóbal permaneció callado unos cuantos minutos. Nico sufría por todo lo que había tenido que pasar en ese último tiempo, pero de pronto Cristóbal lo miró, y le dijo algo que consolidaría su vínculo para siempre. —Papá... no me importa si Ibarlucía es mi papá biológico o si me mentiste... —Gracias, hijo. —Pero, papá... Yo soy un Bauer, ¿no? Soy un Bauer — afirmó. —Por supuesto, hijo —dijo Nico con los ojos llenos de lágrimas—. Sos un Bauer. Luego de sincerarse con su hijo, le explicó que debían presentarse en el juzgado, donde les tomarían muestras de cabello para hacer exámenes de ADN. Pensó que lo único bueno de toda esa locura era que en algún momento del juicio, por fin, iba a conocerle la cara a Ibarlucía. Pero nunca imaginó que lo conocería ese mismo día. Al llegar al juzgado, el secretario dejó constancia de que se había presentado ante la orden judicial e hizo pasar a un médico que les tomó y clasificó las muestras. Luego Malvina se llevó a Cristóbal, y Nicolás se quedó para dar un declaración preliminar. Escuchó voces en la sala contigua y preguntó si ahí estaba la otra parte. —Efectivamente, el señor Marcos Ibarlucía y la señorita Carla Kosovsky están en la habitación de al lado —le informaron. 427 A Meo se le aceleró el corazón. No desaprovecharía esa ocasión para conocerlo. Mayor aun fue su sorpresa cuando el secretario le anunció que Ibarlucía quería tener una pequeña conversación con él. Nico se llevó dos enormes sorpresas esa tarde. La primera fue cuando, al entrar en la habitación contigua, vio a Carla junto a James Jones, el dueño del local de antigüedades que estaba bajo su loft. James Jones lo miró sin sonreír, le extendió la mano y le dijo: —Marcos Ibarlucía. La segunda sorpresa ocurrió cuando éste le reveló que, además de los exámenes de ADN, para demostrar la paternidad de Cristóbal había solicitado otro para probar el parentesco entre ambos. —¿Parentesco entre qué ambos? —lo interrogó perplejo Nico. —Entre vos y yo, Bauer. Será otro de los tantos secretos que hay en tu familia, pero yo... soy un hijo no reconocido de tu padre. Nico no dejaba de sorprenderse. —Sí, como lo oís. Yo también... soy un Bauer. 428 A Nico se le aceleró el corazón. No desaprovecharía esa ocasión para conocerlo. Mayor aun fue su sorpresa cuand el secretario le anunció que Ibarlucía quería tener ur. pequeña conversación con él. Nico se llevó dos enormes sorpresas esa tarde. La primera fue cuando, al entrar en la habitación contigua, vio a Carla junto a James Jones, el dueño del local de antigüedades que estaba bajo su loft. James Jones lo miró sin sonreír, le extendió la mano y le dijo: —Marcos Ibarlucía. La segunda sorpresa ocurrió cuando éste le reveló que, además de los exámenes de ADN, para demostrar la paternidad de Cristóbal había solicitado otro para probar el parentesco entre ambos. —¿Parentesco entre qué ambos? —lo interrogó perplejo Nico. —Entre vos y yo, Bauer. Será otro de los tantos secretos que hay en tu familia, pero yo... soy un hijo no reconocido de tu padre. Nico no dejaba de sorprenderse. —Sí, como lo oís. Yo también... soy un Bauer. 428Barto y Justina habían huido hacia el sótano. Dejaron pasar un par de horas, y volvieron a salir por la puerta trampa que daba al cuarto de ella. Bartolomé jamás había entrado allí, y estaba realmente impresionado por el olor a naftalina, la oscuridad de las paredes sin ventanas, la can” dad de ropa negra idéntica en el placard, y la lechuza embalsamada sobre la cómoda. Pero era preferible estar en esa casa del terror que enfrentar a su hijo. —Vamos, mi señorrr, apechugue, y salga, con la frente en alto, como siempre. ¡Usted es un Bedoya Agüero! —No puedo, Justin... Thiaguito escuchó todo, ¡sabe todo! Mi peor pesadilla, ¿entendés? —De peores hemos salido, señorrr. Algo se nos va a ocur, usted es... un sesudo, un... corajudo, un... Y de pronto lo abrazó. Las desgracias siempre los unían, a Justina la animaban a expresarse de una forma más física. —¡Ánimo, mi sesudo! —dijo ella, mirándole la boca. —Ánimo, sí... ánimo... —se separó él, incómodo. Un golpe los hizo pegar un salto. Aferrados de las manos, raron hacia la puerta. —¡No atiendas! —susurró Bartolomé, temblando de miedo. —Soy yo, abran, cobardes —se oyó la voz de Cielo. —¿A quién le decís cobarrrde? —se ofendió Justina, y alentonada abrió. —¿Dónde está esa basura? —preguntó Cielo mirando por el hombro de Justina. —,Un poco de rrrrespeto, chiruza! —exigió el ama de 11aluego habló dirigiéndose hacia atrás—: Viene sola. Entonces Barto asomó por detrás de la cómoda, su cabe- juedó a la altura de la lechuza embalsamada. —Cobarde... —le dijo Cielo mirándolo con desprecio. 429 —Mira, mocosa... —se infló Bartolomé—. Me encerré ae para contenerme y no darte una marimba de palos... —Pero a quién le va a dar marimbas, usted, flor ccobarde es... Y para que sepa, le aclaro que ya le arreglé h entuerto con el santo de su hijo. —¿Cómo que lo arreglaste? ¿What do you mean? —A mí me habla en criollo. Y lo arreglé... quiere decir que lo convencí de que la bosta de su padre no es una bost¿ Bartolomé se miró con Justina, sin entender. —El pobre chico es un santo y no se merece el dolor de saber la bosta que es el padre. Pero le aclaro una sola cosa.. Usted se vuelve a meter conmigo o con cualquiera de los chicos, y yo le digo toda la verdad a Thiago. ¿Vio? Yo también sé amenazar... aprendo rápido, ¿no? Mientras bajaba las escaleras, Bartolomé comenzó a registrar que le dolían mucho las piernas y que las tenía rígidas La tensión de los sucesos vividos le había dejado una contractura general. Tratando de recuperar el garbo de siempre se encaminó hacia el escritorio, donde lo esperaba Thiago. sentado en una silla, de espaldas a la puerta. Bartolomé tome aire, y entró, armando el personaje de tipo seguro. —Acá estás, Thiaguito, te estaba buscando, ¡che! —Estaba en mi cuarto, con Cielo... ¿No se te ocurrió buscarme ahí? —dijo Thiago, parecía cansado. —Vengo de ahí, che... Y ya que mencionas a Cielo, quería decirte... sobre esta chica... —Sí, ya me explicó que dijo cualquier cosa... pero ¿por qué dijo lo que dijo, papá? Fue fuerte, ¿no? Te dijo explotador... —Sí, che, fuerte, fortísimo... Y sin sentido, sobre todo... ¿Y todo por qué? Porque... —y no supo qué decir. —Sí, porque habían discutido, ya me dijo Cielo. —Exactamente... una discusión sin ton ni son —corroboró Barto la mentira que supuestamente Cielo le había dicho a su hijo—. Pero Cielín, che... está medio turulata, pobre. —Sí, ya sé... pero igual me pregunto... —dijo Thiago—. 430 —Mira, mocosa... —se infló Bartolomé—. Me encerré acs para contenerme y no darte una marimba de palos... —Pero a quién le va a dar marimbas, usted, flor de cobarde es... Y para que sepa, le aclaro que ya le arreglé e. entuerto con el santo de su hijo. —¿Cómo que lo arreglaste? ¿What do you mean? —A mí me habla en criollo. Y lo arreglé... quiere decir que lo convencí de que la bosta de su padre no es una bosta Bartolomé se miró con Justina, sin entender. —El pobre chico es un santo y no se merece el dolor de saber la bosta que es el padre. Pero le aclaro una sola cosa. Usted se vuelve a meter conmigo o con cualquiera de los chicos, y yo le digo toda la verdad a Thiago. ¿Vio? Yo también sé amenazar... aprendo rápido, ¿no? Mientras bajaba las escaleras, Bartolomé comenzó a registrar que le dolían mucho las piernas y que las tenía rígidas La tensión de los sucesos vividos le había dejado una contractura general. Tratando de recuperar el garbo de siempre se encaminó hacia el escritorio, donde lo esperaba Thiago. sentado en una silla, de espaldas a la puerta. Bartolomé tomó aire, y entró, armando el personaje de tipo seguro. —Acá estás, Thiaguito, te estaba buscando, ¡che! —Estaba en mi cuarto, con Cielo... ¿No se te ocurrió buscarme ahí? —dijo Thiago, parecía cansado. —Vengo de ahí, che... Y ya que mencionas a Cielo, quería decirte... sobre esta chica... —Sí, ya me explicó que dijo cualquier cosa... pero ¿por qué dijo lo que dijo, papá? Fue fuerte, ¿no? Te dijo explotador... —Sí, che, fuerte, fortísimo... Y sin sentido, sobre todo.. ¿Y todo por qué? Porque... —y no supo qué decir. —Sí, porque habían discutido, ya me dijo Cielo. —Exactamente... una discusión sin ton ni son —corroboró Barto la mentira que supuestamente Cielo le había dicho a su hijo—. Pero Cielín, che... está medio turulata, pobre. —Sí, ya sé... pero igual me pregunto... —dijo Thiago— 430¿Por qué siempre dicen lo mismo de vos? Que los explotas, que les pegas, que los obligas a robar... ¿Por qué siempre lo mismo? ¿Por qué tanta mentira, papá? —dijo mirándolo fijamente. Bartolomé puso una mano sobre su hombro. —Hijito... como tutor de tantos chicos descarrilados, tengo que ser severo, estricto, hasta rudo a veces... Y ellos son mañosos, che... Mienten, se cubren, injurian... Thiago lo miró y sintió un profundo asco por su padre, tanto que se vio obligado a desviar la cara hacia un costado. —Sí, ya sé hijo, indigna tanta ingratitud... —agregó Bartolomé, tras malinterpretar el gesto de su hijo—. A mí no me importa que sean ingratos, estoy acostumbrado. A mí lo que me importa es que vos sepas bien quién soy. Lo sabes, ¿no? —Sí, papá... —afirmó Thiago y lo miró bien fijo—. Yo sé quién sos. —¡Venga un abrazo! Mientras abrazaba a su hijo, Bartolomé pensó que la casa estaba en orden otra vez. No advirtió que sobre su hombro Thiago contenía el asco y la indignación. Mar, Tacho, Jazmín y Rama estaban en el patio cubierto, preocupados por cómo habría terminado el incidente con Thiago. Tacho era pesimista, suponía que toda esa revuelta finalizaría con ellos separados y castigados. Mar rogaba que Cielo hubiera podido meterle algún verso a Thiago para disuadirlo, le partía el alma que su novio se hubiera enterado por fin de quién era su padre. Pero Jazmín sostenía que no haría falta convencerlo de nada, creía imposible que Thiago pudiera abrir los ojos. Rama estaba descreído; a partir de saber que el padre de su novia los había traicionado, sentía que no se podía confiar en nadie. De pronto todos vieron aparecer a Thiago. Cielo caminaba tras él. Avanzaron lentamente, y Cielo volvió a cerrar las puertas que daban al pasillo. Thiago entonces se paró frente a sus amigos; devastado, y con la voz totalmente quebrada, empezó a pedirles perdón, y a abrazarlos. 431 —Perdónenme por ser tan ciego... Perdón por no creerles, por no haberlo visto antes. Perdón, perdón... Y repitiendo «perdón, perdón», como un mantra, los abrazó, y lloro con ellos, mientras Cielo, un paso más atrás los observaba. Parecía un ángel de la guarda, protegiérdolos. Ni Justina ni Bartolomé se dejaron ver por el patio ci bierto. O no les daba la cara o estarían tramando algo, pens Cielo. Thiago se serenó, y pudieron hablar más tranquilos Sin embargo, todos advertían una profunda conmoción en él, que crecía minuto a minuto, a medida que se iba enterando de más cosas. —Ustedes me dieron señales... miles de señales... Yo no quise o no pude verlas... Me siento muy mal, muy culpable.. Les pido perdón por todo lo que les hizo. —Vos no tenes ninguna culpa, Thiago —le dijo Cielo, con firmeza. —Macho... te tocó Barto, o sea, es un garrón... —dijo Tacho. —Quiero saber todo. ¿Qué les hace hacer? —No es necesario eso, Thiago —intentó detenerlo Cielo. —Sí, yo lo necesito. Por favor... Percibió cómo un silencio incómodo se extendió entre todos y los incitó a hablar. —Mira... a veces nos hacía laburar... —comenzó Mar. intentando minimizar con el tono la crudeza del contenido— Hacíamos juguetes en el taller... Igual nos daba un porcentaje eh... o sea, ahorrábamos... —No, Mar —la corrigió Rama—. Nunca nos dio nada, se quedaba con todo; nos dijo que nos iba a dar un porcentaje, pero era mentira. —¿Robaban para él? Ese día que estaban en la plaza... Eso de los rumanos... ¿Estaban robando para él? —Sí —dijo Tacho con firmeza. —¿Qué más? —insistió Thiago, sobreponiéndose al dolor. —No hace falta nada más, Thiago, se te va a caer la me- 432 dianera —quiso evitarle el momento Mar—. Lo importante es que vos no sos como él. —¿Les pegó alguna vez? Los chicos se miraron y bajaron la vista. No se atrevieron a responder esa pregunta, y así se lo confirmaron. Thiago se agarró la cabeza, estaba abrumado. Cielo le pasó un brazo por el hombro y cambió de tema. —Suficiente por hoy, chicos... Yo le pedí a Thiago que convenciera al padre de que no sabía nada. Bartolomé cree que Thiago sigue confiando en él, y es lo mejor. Si no, si Barto supiera que Thiago ya sabe quién es, su furia con nosotros sería mucho peor. —¿Peor por qué? ¿Qué les puede hacer? —Y, por empezar... nos querría fletar... —le dijo Cielo—. A vos y a mí sacarnos de acá. Y se las agarraría con ellos... pero vos, tranquilo, nosotros ya estamos pensando la manera de zafar de acá. —¿Te escuchas, Cielo? «¿Zafar de acá»? ¡De mi casa! Mientras yo vivía acá al lado y jugaba o escuchaba música en mi cuarto, ¡mi viejo explotaba a los chicos! Es demasiado para mí... Se levantó y se fue. Mar quiso detenerlo, pero Cielo la retuvo y les pidió que le dieran tiempo, aunque lo vigilaran de cerca. —Ahora siente que está cayendo al vacío... —explicó Cielo con sus metáforas de equilibrista—. Cae al vacío, sin red... pero a la larga, o a la corta, va a volver a hacer equilibrio... Eso mismo que ahora lo está matando después lo va a liberar. Ya van a ver. Nacho había escondido bajo un zócalo suelto en el placard de Thiago dos botellas de vodka para tenerlas disponibles en ocasiones especiales. No habían tenido hasta el momento ninguna oportunidad y las botellas estaban intactas. Thiago lo recordó y abrió una, y le dio un trago. Sonó el teléfono. Era Mar, pero no se sintió capaz de hablar con ella. No atendió. Dio otro trago. Y otro. 433 Ya había tomado un cuarto de la botella, cuando oyó la voz de su padre tras la puerta. —Campeón... ¿estás por acá, che? Thiago escondió la botella, al tiempo que se abría la puerta. —¿Se puede? —Ya estás adentro, papá, ¿qué pasa? —¡Te encabronaste! Sí, ya sé, che... Pasé así, de prepo. y por ahí vos estabas intimando con alguna purreta, y yo metiche... —dijo cómplice, se sentó al pie de la cama y lo miró—. Se ve que me estoy haciendo viejo y no caigo en que vos ya sos un potrillo, che... Con pinta, plata, cuarto solo... —¿Qué necesitas, papá? —Qué pesados somos los viejos para un adolescente ¿no? —expresó cariñoso y se rio, buscando la complicidad de su hijo—. En fin, como no quiero ser un padre pesado sino un padre gamba... Resulta que tengo que hacerle el service al coche... Y me dije, yo, a tu edad, ya le birlaba el auto a Tatita, porque el viejo era cero compinche... Entonces me dije: «antes que Thiaguito me lo birle, se lo presto». Vas, le haces el service tiene el tanque lleno, por ahí. Thiago lo miraba absorto, mientras el otro hacía girar las llaves alrededor de un dedo. —Anda, llama una purreta, llévala a dar una vueltita, en fin... Le tiró las llaves y Thiago las agarró en el aire. Barto echó mano a su bolsillo y sacó unos billetes. —Toma, che, me sacas todo hoy... —y se rio—. Llévala a algún lugar paquete... —le sugirió, y antes de salir, volteó y lo miró—. Thiaguito... todo un hombre ya... todo un Bedoya Agüero, ¡carajo! Thiago miró el dinero, miró las llaves del auto, y volvió a sacar la botella. Minutos más tarde, Bartolomé regresó al cuarto de su hijo y comprobó que no estaba ni Thiago ni las llaves del auto, pero en cambio estaba el dinero que le había dado y la tapa de la botella tirada en el piso. 434 capitulo 012 nace teen angels nico regresó perturbado a la mansión. Marcos Ibarlucía había estado todo ese tiempo bajo su casa, persiguiéndolo, acosándolo. Ahora quería sacarle a su hijo, y no sólo eso, sino que afirmaba ser su medio hermano. Era todo demasiado retorcido y misterioso. La única que podía corroborar Si noticia era Berta, pero como siempre tenía su celular aparado... Entrando en la mansión, se cruzó con Thiago, que salía llevaba un pequeño bolso y tenía la mirada perdida. Nico apenas se detuvo a saludarlo, concentrado en sus problemas. Thiago caminó hasta el garaje y se subió al auto de su :adre. Depositó el bolso en el que había escondido las dos : jtellas de vodka. Una, sin tapa, se había volcado, pero no le aportó Encendió el auto, y lo sacó del garaje. Comenzó a vagar sin rumbo, bebiendo y pensando. Las : alabras de su padre volvían a su cabeza una y otra vez... «Sos r. Bedoya Agüero». Esta afirmación le generaba repulsión. Pensaba en lo que había visto, en lo que había escuchado. En i o lo que había observado sin comprender realmente de qué 5r trataba, tantas veces. Ahora entendía por qué su padre lo zinía mandado a Londres, ahora le encontraba sentido a tanta jiiistencia para que no se acercara a los chicos. i De pronto su cuerpo se afloja, su mente vuela y se puefUa de imágenes. Se ve a sí mismo en el jardín de su casa, as el día de su cumpleaños, cumple seis años, y le regalan _.a bicicleta con rueditas. Él pide que se las saquen, y su : i iré lo hace. Pedalea hasta lograr el equilibrio, y le grita a _ padre que lo mira desde más allá: «Mira, sin rueditas, pa, rz rueditas». Su padre sonríe pero, de repente, el cuello y í brazos de su padre empiezan a hincharse, se inflan, hasta 437 romper la camisa que lleva puesta; el rostro de su padr empieza a poner verde, le crece el pelo, y unos dientes ~.izgos como colmillos. Su padre acaba de convertirse er. r . Increíble Hulk, y empieza a perseguirlo, le quiere hacer aiz Thiago intenta huir en su bicicleta, pedalea y pedalea pir escapar, pero su padre ya es un monstruo verde que ce rrmuy rápido; lo alcanza, lo levanta en el aire y lo arroja. Y . cuerpo pequeño se estrella contra una pared. Cuando el estruendo del choque lo despertó, de inmrdiato logró comprender que había estado dormido. Todo se volvió negro, negro. Entreabrió un poce . ojos y pudo ver humo, vidrios rotos, sus manos ensangrentadas. Alguien lo sacudió, gritándole. Sintió cómo lo cari ban y lo sacaban del auto. Sentía un líquido caliente enrostro y no podía abrir los ojos. Oyó una sirena, la voz de hombre que hablaba a los gritos con una mujer. Un pinchar: en el brazo, y luego otro. Empezó a sentir frío, volvían i moverlo, sentía que corrían, que gritaban. Alguien le abr. j un ojo, vio todo borroso, y una luz muy potente lo cegó. I Luego silencio. Oscuridad. Alguien le pedía que no se fuera. ¿Que no se fuera ¿ dónde? Oyó un grito, y una voz, esa voz que lo emocionaba hasta las lágrimas. Hizo un gran esfuerzo y logró entreabnr apenas los ojos. Había varias personas a su alrededor, ves tidas de blanco y con manchas de sangre. Detrás de ellas pudo ver a Mar, que lloraba. Lloraba como nunca la habíJ visto llorar. Detrás de Mar apareció su padre, tenía una expresión de espanto. También lloraba. Vio cómo su padre I abrazó a Mar, mientras alguien cerraba la puerta, dejándel los afuera. Alguien se le acercó con dos objetos en la mana y los apoyó sobre su pecho. Ahora está en Londres, es de noche, y la bruma de Londres se empieza a volver más y más espesa. Él sabe que a pocos metros, escondido en la bruma, hay un monstruo, un monstruo que lo persigue. —¡Mi Thiaguito, mi Thiaguito no! —escuchó la voz quebrada de su padre. 438 Intentó abrir los ojos, pero no pudo. El llanto y las frases seguían ahí cerca, sin interrumpirse. —Sé que soy un padre horrible, pero le pasa algo a mi Thiaguito y me muero. Yo no sé querer... no sé querer... Te juro por Tatita. ¿Sabes rezar? Reza por mí. Un murmullo, palabras sibilantes. Y más oscuridad. Sólo sombras. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Una hora? ¿Un día? ¿Un mes? Intentó abrir los ojos, pudo hacerlo apenas. Más allá estaba su padre junto a Justina, que sostenía un rosario en su mano. —Esto ocurrió por mi culpa... —Usted no tiene la culpa de nada... —Se me estroló el purrete, Tini... Yo le di las llaves del auto. —¿Usted está loco? ¿Se le empastó la bujía? —oyó. Era Mar, ahí estaba Mar. Hizo el intento de abrir aún más los ojos para verla, pero no podía, y tampoco podía moverse. —Más respeto, roñosa —gritó entre susurros Justina. —Estaba tomado, Tini, ahogando penas por el padre que tiene. Y lo vio llorar. Otra vez. Le dolían los ojos y la cabeza. «¿Estoy acá? ¿Estoy soñando?», se preguntó. Y luego le llegó muy cerca un olor. El olor de Cielo. Quiso hablar, pero sólo articuló un quejido. —Tranquilo, mi amor, tranquilo —oyó que Cielo le decía. Abrió los ojos, apenas, un milímetro. Pudo ver la mirada serena de Cielo; junto a ella estaba Nico, pálido, y entre ambos, Mar, con los ojos achinados. Los tres tenían un barbijo que les cubría la nariz y la boca. —Yo lo vi salir y no me di cuenta... ¡Cómo puede ser que no haya registrado que estaba mal! —se lamentaba Nico. —No pueden estar acá —se oyó a Justina por detrás. —Déjalos, Tina, mi hijo los necesita. Cielo le hizo una caricia en la frente, Nico le apretó fuerte una mano. Ahora que Nico lo sostenía, sintió que se podía abandonar al sueño, tranquilo. «Mamá está en casa, pero no llego a verla. Está siempre 439 de espaldas, la llamo y no me escucha. Quiero ir hacia ella pero siempre se aleja, no me escucha, no se da cuenta de que estoy acá. Quiero ponerle un espejo para que me vea. lo rompo, mi papá dice que son dieciséis años de mala suerte.» —No me aflojes, Thiago. Por favor. ¿Me escuchará? —dijo Mar junto a él, muy cerca, siempre cerca. —Seguro que sí, mi amor —se escuchó la voz de Cielo— Habíale. —Ya no sé qué decirle. —Decile que lo esperas. —Pero el doctor dijo... —No me importa lo que dijo, Mar. Hay que creer en los milagros. «Milagros. ¿Cómo era esa canción que había escrito Cielo para ellos? La habían ensayado en el salón de baile. Empezaba con la palabra milagros. ¿Cómo era?» Los milagros ocurren cada día Si tenemos la fuerza de soñarlos —Thiago, ¿me escuchas? —susurraba Mar. No te rindas, estoy con vos. —Te tenes que despertar, mi amor... No te duermas, estoy con vos... —Por favor, no me podes dejar... No te escondas, estoy con vos... —Thiago, mi amor... volvé. No te pierdas, me pierdo yo... 440—Los milagros existen —dijo Cielo—. Para empezar, Barto está rezando, ése es uno. Oyó una risa, la risa de Mar. Quiso ver su cara, esa sonrisa. Intentar abrir los ojos lo dejaba exhausto, pero se esforzó. Le llevó mucho tiempo abrirlos. ¿Cuánto? Allí no estaba Mar, ni Cielo. Estaba Jásper. «¿Qué hace Jásper acá?», se preguntó. El jardinero lo miró, con cariño, con compasión. —Niño Thiago... —dijo, y luego se volteó hacia atrás—. Véalo, don Inchausti. Un hombre alto y corpulento, y rodeado de un brillo azulado, apareció junto a Jásper, tenía una sonrisa que le dio mucha paz. Tras ellos, entró Bartolomé. —Jásper, ¿qué hace acá? —Quería ver al niño Thiago. —Venga, hombre, no puede estar ahí... Bartolomé sacó a Jásper, sin ver a la persona que lo acompañaba. El hombre, de unos setenta años, se acercó y extendió una mano hacia Thiago, y la puso junto a su cara. Entró Cielo y se quedó paralizada. Ella sí lo veía, estaba junto a él. —Usted... —dijo Cielo. Thiago, con un gran esfuerzo por mantener un ojo abierto, vio cómo el hombre levantó sus dos manos y las apoyó sobre su pecho. Luego se apartó y le sonrió a Cielo, y le señaló una pulsera que ella tenía, y le dijo con una voz muy serena y suave. —Nunca dejes de buscar. Mientras el hombre se retiraba, entraron muchos mediros, pero ninguno pareció verlo. Y de pronto Thiago sintió como si una mano gigante lo levantara de un pozo muy profundo y oscuro y lo sacara a la superficie. Pudo abrir bien grandes sus ojos. Había despertado, y entre la cantidad de médicos que lo atendían, pudo ver el llanto emocionado de Mar, el de Cielo, y también el de su padre. 441 El hecho de ver a su hijo al borde de la muerte había provocado un cambio, sutil, en Bartolomé. Todos notaban algo raro: una semana después del accidente, cuando le diere el alta a Thiago, había permitido que Marianella fuera a la canica para acompañarlo en el traslado hasta la casa. Cuanc llegaron, no hizo ningún comentario sobre el hecho de amella estuviera encima de su hijo, mimándolo, casi abrazándolo; ni les hizo comentario ni gesto alguno cuando Tacho. Jazmín, Rama y todos los chiquitos acudieron a recibirlo afectuosamente. Cuando le anunció que lo acompañaría a su cuarto para hacer reposo, Thiago le dijo que prefería instalarse en el cuarto con los chicos, arguyendo que sería más práctico estar en la planta baja, pero en realidad no quería volver a su mundo, ahora se sentía uno más de sus amigos. Todos se sorprendieron con la reacción de Bartolomé. —No se hable más. ¿Querés estar con los chicos? Vas a. cuarto de los chicos, mejor, así estás más acompañado. ¿Lo llevan? —les preguntó con amabilidad. Todos acompañaron a Thiago hasta el cuarto de los varones. Bartolomé ayudó a Cielo a recostarlo, y luego reunió a todos en el patio cubierto, les agradeció por su apoyo, y les rogó que lo cuidaran. —Thiaguito está fuera de peligro, pero estuvo grave. Les pido de corazón que me lo cuiden. Aunque es mi hijo y ustedes no me quieren mucho, casi nada, últimamente... trátenmelo bien. —A pesar de que sea su hijo, don Barto, él es él —respondió Mar. —Lo que ella quiere decir... —intentó suavizar Rama. 442 —Entendí, Ramita. Y tiene razón. En ese momento apareció Justina e informó que el cuarto de Thiago estaba listo, pero se quedó demudada cuando Bartolomé le dijo: —Thiaguito se queda acá, en el cuarto de los chicos. Quiere estar con los purretes, que lo van a cuidar... Tina intentó protestar, pero Barto le hizo una seña para que se callara. —Vamos, Tini, vamos a traer las cosas de Thiaguito para acá. Y se la llevó. Justina y todos los chicos estaban pasmados por ese raro cambio de actitud de Bartolomé. —¿Y a éste qué le pasa? —dijo Tacho. —Tal vez el milagro sea doble, chicos, y con lo que pasó se le haya calentado un poco el corazón. —Yo no creo en milagros, Cielo —dijo Mar, escéptica. —Miren chicos, no me pregunten por qué, pero les digo que no estamos solos. Tenemos angelitos que nos cuidan. —Avisale a los angelitos que hace años que nos explotan, Cielo —dijo Rama. —Yo prefiero confiar —concluyó Cielo. Cielo estaba bebiendo un vaso de agua en la cocina, tratando de encontrar una salida al laberinto en el que estaban, cuando se le acercó Nico. Ella se estremeció al verlo, desde que se había casado con Malvina lo había visto poco. Ambos se miraron con profundo amor y se pusieron al día. Él le contó su gran dolor por el juicio que le estaban haciendo y que pronto comenzarían las audiencias; ella le aseguró que iba a estar ahí, con él, y él lo agradeció. También le contó cómo le había dicho toda la verdad a Cristóbal, cómo éste estaba conociéndose con su madre, y que el dueño del local bajo el loft había resultado ser Marcos Ibarlucía, que ahora decía ser su medio hermano. Ella recordó que, además de eso, ese hombre había sido el amante de Malvina. 443 —¿Todo eso pasó en este tiempo? —Todo eso —afirmó Nico, omitiendo hablar de su yiclí de casado, que no era demasiado colorida. —¿Y vos? Ella le contó que estaba avanzando con los chicos en jl formación de la banda, que estaba escribiendo canciones nu vas. Que su tratamiento para la amnesia avanzaba sin pns pero sin pausa. Y omitió hablarle de la horrorosa verdad qus había descubierto, tanto lo que se refería a los chicos coir: que Malvina y Bartolomé habían sido los autores del secuestro de Cristóbal. Y aunque no habló sobre esos dos hechos cr la tenían muy abstraída, sin embargo él algo notó en su ca —Cielo... ¿está pasando algo? —Y sí, don Indi, casi perdemos a Thiaguito... —No hablo de eso... siento que no estás bien... —Será el tratamiento que estoy haciendo... Estoy rern • viendo cosas, a lo mejor será eso... —desvió el tema para r tentarse y contarle toda la verdad. —¿Tuviste algún avance? —se interesó Nico. —No mucho —dijo Cielo—. Aunque pasó algo raro. -¿Qué? Cielo le contó que el día en que Thiago se había salva c de milagro, ella vio entrar en la habitación a un hombre ce unos setenta años, del que se desprendía algo así como ur brillito. —¿Un brillito? —preguntó Nico extrañado. —Sí, un brillito, como si fuera un ángel. Y espere, porque todavía no le conté lo raro. Le contó cómo ese hombre se había acercado a Thiag le había apoyado sus manos en el pecho, y segundos des- I pues Thiago había empezado a reaccionar. Luego ese hoi bre le había dicho a ella, señalándole su pulsera, «nuiii dejes de buscar». Nico miró la pulsera de Cielo y recordó cuando el símbolo del dije lo había ayudado a interpretar el mapa. Lo más raro, para Cielo, era que nadie más que ella parecía haber percibido la presencia de ese hombre, puesto que 444 los médicos pasaban junto a él sin registrarlo. Cuando vio que Thiago estaba bien, salió de la habitación y descubrió al final del pasillo al misterioso hombre, que giraba en el recodo, y lo siguió, pero al llegar al final del pasillo, el hombre había desaparecido. Lo buscó por todos lados, pero no lo encontró. Luego vio acercarse a Jásper. Ella le preguntó si había visto al «don» ese que había pasado caminando, a lo que el jardinero le respondió: —¿El don de la vista dice usted? —¡No! El hombre ese... Nadie lo vio, pero yo sí... —dijo entrecortadamente, y de pronto reparó en lo que le había dicho Jásper—. ¿Cómo dijo? ¿Qué me quiere decir con lo del «don de la vista»? —Que su conciencia está despertando, jovencita... Por fin empezó a ver... No cierre los ojos. No logró que Jásper le dijera nada más. Nico recordó cuando el misterioso jardinero le había contado que Inchausti había estado en Eudamón. —Bueno, ahora viene lo raro, Indi. —Ah, ¿todavía no me contaste lo raro? —No, hay dos cosas raras más. La primera... esa noche, después de ver a ese hombre, soñé con él. Soñé que yo estaba en un pasillo de acá de la mansión, pero era chiquita. Soñé que mi mamá estaba teniendo un bebé. —¿Recordaste a tu mamá? —No, no la veía, pero sabía que estaba al lado. Y de repente apareció el mismo hombre, con el mismo brillito, y me regaló mi pulserita. Cuando los viejis me encontraron, yo ya tenía esta pulsera, ¿entiende, Indi? En el sueño el hombre me llamaba «Ángeles». Nico se quedó estupefacto, pensó que, además de Cielo, otro nombre perfecto para ella sería Ángeles. —¿Le contaste a tu médico ese sueño? —preguntó él. —Sí, el doc dice que tal vez sea un recuerdo más que un sueño. ¿Será ése mi verdadero nombre, Indi? —No lo sé... pero si el médico dijo que tal vez es un recuerdo... 445 —Pero eso no es todo, Indi. Hay algo más... muy raro. -¿Qué? —Esto —dijo Cielo, sacando una foto antigua en la quise veía al hombre misterioso—. Éste es el hombre que vi 7 con el que soñé. ¿Y sabe quién es? Don Inchausti, el que f_i dueño de esta mansión. Y lo más raro es que murió ha.- muchos años. —Eso sí que es raro —concluyó Nico. 446 —Pero eso no es todo, Indi. Hay algo más... muy raro. -¿Qué? —Esto —dijo Cielo, sacando una foto antigua en la qi se veía al hombre misterioso—. Éste es el hombre que vi;. con el que soñé. ¿Y sabe quién es? Don Inchausti, el que fue dueño de esta mansión. Y lo más raro es que murió hace muchos años. —Eso sí que es raro —concluyó Nico. 446—¡Llegó la hora de la curación! —anunció Mar, entrando en el cuarto de los varones. Thiago estaba acostado, aún convaleciente, y tenía a su lado una caja llena de fotos. Sostenía una en una mano, y varias más, rotas, a un costado. —Me encanta la hora de la curación —declaró sonriente Thiago. Ella vio la foto que él sostenía en la mano estaba junto a Bartolomé, en un campo. Thiago rompió la foto en dos partes, y puso la mitad que contenía a Barto junto a un montoncito de fotos rotas; en todas se veía a su padre. Mar no tardó en comprender que lo estaba eliminando de todas las imágenes. —Ahora yo también soy huérfano, Mar... como todos ustedes. Ella comenzó a quitarle una venda de una mano y a limpiarla con desinfectante. Él seguía hablando, como indiferente al dolor físico. —No tengo papá... Mamá nunca tuve. —Thiago... ¿te puedo hacer un pregunta? —Claro. —Lo que te pasó con el auto... —y buscó las palabras, pero no encontró una manera más delicada de preguntarlo—. ¿Fue un accidente? —Estaba sacado... y había tomado mucho. Pero si me estás preguntando si me quise matar, no, no quise. Me quedé dormido. Tal vez, inconscientemente sí, pero yo no quería eso. Es verdad que hubo un momento, cuando me di cuenta de que había chocado... que no me importó. Si en ese momento me moría, no me importaba... 447 Ella empezó a lagrimear, mientras le curaba la mai Thiago le habló del profundo dolor del que aún no se reí peraba, después de saber que su padre era ese monstri Lo perturbaba muchísimo todo aquello de lo que se hal enterado, y más lo que suponía que ellos aún le ocultaba —A lo mejor tu papá pueda cambiar... Desde que tuvi’ el accidente, está distinto. —Un tipo que explota a un nene de seis años, ¿te pare que puede cambiar? Y miró el bolso con su ropa, y se sintió peor. —Esa ropa, toda ropa de marca, cara... ¡Me la comp con plata que les obligó a robar! Este reloj... ¿Cuántas hor tuvieron que pasar ustedes en ese taller, trabajando, pa que él me regalara este reloj? Me da asco llevar su sangre su apellido. —Llevarás su sangre, pero no sos él. Tras un impulso Thiago le sujetó una mano y la miró c( desesperación, y la acarició como si fuera una cosita ch quita y frágil. —¿Qué te hizo a vos, Mar? Aquella vez que me dejaste. Seguro que te amenazó, ¿no? ¿Con qué te amenazó? —Con nada, déjame que te hago la curación... —intenl evadirlo. —Por favor, Mar, necesito saberlo. Ella lo miró. Sentía que no debía cargarlo con más irm genes horribles, temía que lo llevaran otra vez a la locun aunque tal vez debía llegar al fondo, de una vez por toda; y enfrentar toda la verdad. —Esa vez... me hizo cavar mi propia tumba... Thiago permaneció muchos minutos abrazado a ella, pidiéndole perdón. Lloró muchos días, y sus heridas sana ron antes que su alma. Sin embargo, ya había comenzadi su curación. 448Mientras Nacho fingía pintar el cuadro en el que jamás había estampado una pincelada, observaba a Jazmín y se preguntaba cuál sería el golpe de gracia necesario para, finalmente, poder conquistarla. Lo suyo era una obsesión, lo sabía, pero no le importaba. Jazmín era la mujer más hermosa que había visto en su vida, era imposible que siendo una huerfanita pobre y desvalida no cayera rendida a sus pies. Pero ahí estaba, tirada sobre una chaise longue, yendo a posar dos veces por semana para él, a cambio de una buena paga. No respondía a una sola de sus insinuaciones ni a sus propuestas directas. Y lo más humillante había sido aquel lía de lluvia, en que ella estaba posando para él... Nacho había desconectado la luz, fingiendo que era un corte general. Había encendido todas las velas aromáticas que había comprado en Nueva York, le había puesto una mantita para el frío, y cuando pensó que la tenía cocinada y quiso besarla, ella le había cortado el rostro vergonzosamente. Las tenía muy caladas a las histéricas, las conocía de memoria, y sabía que hasta la más histérica tenía su precio. Pero Jazmín, si bien no dejaba de coquetear con él, era muy firme a la hora de negarse. Y el problema era Tacho. Había tenido que soportar verde de furia todos los relatos ella le hacía sobre él. El amor que sentía por Tacho, cuánto lacia reír Tacho, lo bien que lo pasaba con Tacho, cuán. amentaba estar distanciada de Tacho. Nacho estaba dispuesto a demostrarle a Jazmín que entre íl y Tacho había mucho más que una letra de diferencia. Concluyó, entonces, que debería hacerle notar la gran distancia que los separaba. 449 Una tarde fue a visitar a Thiago, que seguía convaleciente y en cama, en la habitación de los varones. Su amigo estaba raro y no hablaba mucho, pero a Nacho no le importaba sólo estaba esperando, en realidad, ver a Tacho. Cuando le divisó en el patio cubierto, comenzó a hablarle a Thiago de Jazmín. —No te quise contar nada, pero me estoy comiendo s Jazmín. Thiago se sorprendió mucho, y Tacho, apretando sus puños, se acercó para escuchar. Nacho contó, con gran luje de detalles inventados, cómo eran aquellas tardes en que ella iba a posar, desnuda. Describió cómo prácticamente se le había regalado una tarde de lluvia, y cómo, a pesar de ya haber terminado el cuadro, ella seguía yendo a pedirle más y más. Nacho era consciente de que Thiago sabía que él era muy mentiroso y fabulador, y que su amigo no le estaba creyendo ni un diez por ciento de su relato, pero su objetivo no era convencer a Thiago de su mentira, sino enfurecer a Tache para que ocurriera lo que ocurrió a continuación. Nacho se despidió de Thiago y salió al patio cubierto donde fingió sorpresa al ver a Tacho, que ya lo miraba indignado. Le sonrió con pedantería y eligió las palabras precisas para provocarlo: —Ah, encima de grasa y villero sos chusma... ¿Te gusta escuchar atrás de las puertas? Bueno, man, jodete si no te gustó lo que escuchaste... Al final, Jazmín tenía razón sobre vos, sos bastante idiota. Tal como lo había previsto, Tacho, vehemente, se le tire encima y le asestó una trompada. Rápidamente acudieron Rama y Mar, y Thiago se asomó desde su cuarto. Todos gritaron e intentaron separarlos. Desde su habitación Jazmín vio cómo Tacho, desbocado, intentaba pegarle con dureza. —Tacho, ¿qué haces? ¡No seas pendejo, por favor! —le gritó. Tacho se contuvo, la miró con desprecio y le dijo: —Vos sos de terror —y se alejó. 450Una tarde fue a visitar a Thiago, que seguía convaleciente y en cama, en la habitación de los varones. Su amigo estaba raro y no hablaba mucho, pero a Nacho no le importaba sólo estaba esperando, en realidad, ver a Tacho. Cuando lo divisó en el patio cubierto, comenzó a hablarle a Thiago de Jazmín. —No te quise contar nada, pero me estoy comiendo a Jazmín. Thiago se sorprendió mucho, y Tacho, apretando sus puños, se acercó para escuchar. Nacho contó, con gran lujede detalles inventados, cómo eran aquellas tardes en que ella iba a posar, desnuda. Describió cómo prácticamente ~ le había regalado una tarde de lluvia, y cómo, a pesar de ;. haber terminado el cuadro, ella seguía yendo a pedirle más y más. Nacho era consciente de que Thiago sabía que él era muy mentiroso y fabulador, y que su amigo no le estaba creyend: ni un diez por ciento de su relato, pero su objetivo no en. convencer a Thiago de su mentira, sino enfurecer a Tache para que ocurriera lo que ocurrió a continuación. Nacho se despidió de Thiago y salió al patio cubierto donde fingió sorpresa al ver a Tacho, que ya lo miraba indignado. Le sonrió con pedantería y eligió las palabras precisas para provocarlo: —Ah, encima de grasa y villero sos chusma... ¿Te gusta escuchar atrás de las puertas? Bueno, man, jodete si no gustó lo que escuchaste... Al final, Jazmín tenía razón sobre vos, sos bastante idiota. Tal como lo había previsto, Tacho, vehemente, se le ti: encima y le asestó una trompada. Rápidamente acudiere. Rama y Mar, y Thiago se asomó desde su cuarto. Todos gritaron e intentaron separarlos. Desde su habitación Jazmin vio cómo Tacho, desbocado, intentaba pegarle con dureza —Tacho, ¿qué haces? ¡No seas pendejo, por favor! —. gritó. Tacho se contuvo, la miró con desprecio y le dijo —Vos sos de terror —y se alejó. 450 Unas horas más tarde el chofer del juez Pérez Alzamendi se quedó absorto ante el pedido del hijo de su patrón. —Pero, Nachito, ¿te volviste loco? —Pégame, te dije, man, y déjame marcas... —Pero tu padre me mata si... —Fájame, te digo, si no te querés quedar sin trabajo... Me hago pegar por otro y le digo a papá que fuiste vos. ¡Pégame, carajo! Cuando le avisaron a Jazmín que Nacho estaba en cama por una golpiza, ella no dudó de que había sido Tacho. Se fue volando a la casa de Nacho, donde lo encontró lleno de hematomas y la boca lastimada. El padre estaba furioso y quería aplicar todo el peso de la ley sobre ese salvaje. Sólo porque Nacho, muy desvalido, le rogó y le suplicó, el juez Pérez Alzamendi no hizo nada, salvo hablar con Bedoya para jue se ocupara de aleccionar a ese mocoso. No sólo Jazmín estaba convencida de la violencia de Tacho, a quien ya lo había visto una vez pegarle a Nacho en su propia casa; Mar, Thiago y Rama lo habían tenido que separar en el patio cubierto, y aunque no lo juzgaban, ninguno le creyó cuando Tacho gritaba indignado que él ni siquiera lo había tocado. 451 Justina no daba crédito al cambio de su señor. Según su criterio, el accidente del niño Thiago lo había ablandado hasta la estupidez. Se había amigado con la bólida, perdonándole la renuncia a la herencia y la ayudaba a hacer bricolaje para su nueva casa, a la que se mudarían en breve aunque intentaba convencerla de que se quedara allí, con el peligro que significaba tener a Bauer viviendo bajo el mismc techo. El mismísimo juez Adolfito Pérez Alzamendi le había pedido que ajusticiara por mano propia a Tacho, y Bartolomé había rehusado hacerlo, argumentando que quién no se había ido a las manos por una purreta alguna vez. Había permitido que Thiago se instalara con los mocosos, y lo dejaba ensayar con esa bendita banda sin chistar. Marianella se mimoseaba con el niño Thiago delante de su5 narices, y Bartolomé como si nada. Incluso parecía haberse olvidado de que la camuca arribista sabía toda la verdad.;. la trataba con amabilidad y respeto. —¡Espabílese, hombre! ¡Sea usted mismo! —¿Qué me diste? —dijo él escupiendo el té que le había servido Justina. —Té de rrruda macho, a ver si se le despierta el indi: salvaje otra vez. Mi señorrr, está hecho un panfilo, ¡nos var a enterrrar vivos si sigue así! Pero su amo no reaccionaba, e incluso se hacía preguntas sobre el bien y el mal, ¡un revirado! Lo único bueno de ese cambio de Bartolomé era que se había interesado en conocer a Lucecita, y hasta había insistido para ir a cenar una noche al sótano, fingiendo ser e. juez que Luz creía que era. Tina fue feliz por un moment: 452 Justina no daba crédito al cambio de su señor. Según í criterio, el accidente del niño Thiago lo había ablanda;: hasta la estupidez. Se había amigado con la bólida, pera:- nándole la renuncia a la herencia y la ayudaba a hacer bricolaje para su nueva casa, a la que se mudarían en breve aunque intentaba convencerla de que se quedara allí, con e peligro que significaba tener a Bauer viviendo bajo el mismc techo. El mismísimo juez Adolfito Pérez Alzamendi le habís pedido que ajusticiara por mano propia a Tacho, y Barto lomé había rehusado hacerlo, argumentando que quién n: se había ido a las manos por una purreta alguna vez. Había permitido que Thiago se instalara con los mocosos, y lo dejaba ensayar con esa bendita banda sin chistar Marianella se mimoseaba con el niño Thiago delante de sus narices, y Bartolomé como si nada. Incluso parecía haberse olvidado de que la camuca arribista sabía toda la verdad, y la trataba con amabilidad y respeto. —¡Espabílese, hombre! ¡Sea usted mismo! —¿Qué me diste? —dijo él escupiendo el té que le había servido Justina. —Té de rrruda macho, a ver si se le despierta el indio salvaje otra vez. Mi señorrr, está hecho un panfilo, ¡nos van a enterrrar vivos si sigue así! Pero su amo no reaccionaba, e incluso se hacía preguntas sobre el bien y el mal, ¡un revirado! Lo único bueno de ese cambio de Bartolomé era que se había interesado en conocer a Lucecita, y hasta había insistido para ir a cenar una noche al sótano, fingiendo ser el juez que Luz creía que era. Tina fue feliz por un momento 452con aquella imagen familiar de los tres, cenando en ese sótano absurdo, decorado como si fuera un escenario de cine, en medio de un galpón oscuro. Había algo que preocupaba mucho a Justina. Hacía ya un tiempo que Luz estaba rebelde y cuestionaba la veracidad de la guerra. No sabía por qué se le había puesto en la cabeza que la guerra era una mentira, y comprendió que la rebeldía venía en serio un día que la encontró a punto de salir al jardín por la puerta trampa del cementerio. Justina acudió a Bartolomé y le hizo entender la gravedad del asunto: —Lucecita quiere salir al mundo, y aunque la encierro con llave, no sé cuánto tiempo más podré retenerla ahí abajo, si le perdió el miedo a la guerra. Y salir del sótano significaría el fin para ambos, señorr. —Habrá que reavivarle el miedo a la guerra, entonces — propuso él, y se quedó pensativo—. ¿Crees en el infierno, Justin? Porque si hay uno... ya tenemos reservada una suite ahí vos y yo... —¡Déjese de escorrrcharr con la culpa de una vez! A Bartolomé se le ocurrió una idea, que era tan disparatada como poco probable; sin embargo, lo intentaron. Para calmar el afán de Luz de salir del sótano, le prometieron un día de picnic. Bartolomé habló con un militar amigo, que le permitió ir al campo de entrenamiento militar un par de horas. Extremando los cuidados, sacaron a Luz del sótano por primera vez en su vida. Tenía los ojos vendados, le dijeron que era para darle tiempo a acostumbrarse a la luz natural. Con sigilo la subieron a un auto y la llevaron hasta el campo de entrenamiento, siempre con los ojos vendados. Una vez allí se internaron en el campo, y montaron el absurdo picnic. Le sacaron las vendas, y Luz abrió lentamente los ojos, con dificultad y algo de dolor. Cuando la vista se le fue acosmmbrando a la claridad, miró con fascinación el color de las nubes aunque era un día nublado, ver el Sol que se insinuaba le provocó lágrimas de felicidad. A lo lejos se oían los estruendos de las bombas y balas de fogueo de los militares 453 que hacían su entrenamiento. Luz se convenció, finalmente de la veracidad de la guerra. Luego de unos treinta minutos de picnic, volvieron a vendarle los ojos y la subieron nuevamente al auto. Pero c regreso a la mansión, Luz no resistió la tentación de ver una vez más el cielo. Se bajó apenitas la venda, y miró a través de la ventanilla. Vio plazas, vio gente andando en bicicleta vio semáforos, vio malabaristas, vio cines, vio niños comiendo helados. Vio un mundo que no vivía en guerra. A partir de esa breve pero significativa experiencia historia que le contaba Lleca en sus charlas, a través de i rejilla o durante sus encuentros, comenzó a ser más verc mil para ella que la historia de Justina. Sin terminar de acertar que su madre podría ser una mentirosa, aceptó la ir .- tación de Lleca de ver la realidad más allá del sótano. Un día de sol salió, por fin, de su mano, sin vendas íi mentiras, a la luz del día. Él fue hasta el sótano a buscar La puerta estaba trabada desde afuera, y él la destrabó L tomó de la mano y la condujo hacia la escalera que dafc i la puerta trampa, entre las lápidas. Él salió primero p asegurarse de que el camino estuviera despejado. —Dale, ya podes salir —le aseguró. Luz comenzó a subir lentamente los escalones y se curr los ojos cuando la luz del sol la cegó. Esperó a acostumbrar a la claridad, y terminó de ascender. Era una imagen cafl espectral la de ella emergiendo entre las lápidas, come jt difunto que volvía a la vida, como una resurrección. Él la tomó de la mano y la llevó corriendo hasta el p i ton de salida, y desde allí, al mundo. Esa noche Bartolomé estaba dándose un baño de inmer1 sión con unas sales con aroma a vainilla que le había r. lado la bólida en un gesto que le pareció súper sweety, cz do de golpe irrumpió Justina, con el rostro desencajado —¡What the hell! —gritó él, cubriéndose sus partes cn una esponja de ducha. 454 —¡Mi chiquita desapareció! —gritó ella, al borde de la crisis nerviosa. Bartolomé pareció reaccionar de golpe de su bondad transitoria, se puso una bata, y bajaron corriendo al escritorio, desde donde empezaron a llamar a todos los contactos. A Luisito Blanco, al comisario Azúcar, a Albertito Paulaso. Movilizaron todos los recursos, mientras Justina lloraba sin parar. De pronto sonó el teléfono, y ella atendió, presurosa. —Fundación Bedoya Agüero... Y se puso más blanca de lo que era. Tras una seguidilla de «sí, sí, sí», cortó y miró a Bartolomé. —Mi chiquita está en el loft de enfrente, con Cielo y el doctor Bauer. 455 —¿Dónde está? La quiero ver... —suplicó Justina 1 rando, cuando Nico y Cielo se encerraron a hablar con e y Bartolomé en el escritorio. —Está en el loft con los chicos. Está bien y no te quie ver —le dijo Nicolás. —Ahora empiece a hablar... Explique qué es esa atro dad de tener a esa chica encerrada en un sótano —dijo Cié con demasiada angustia y furia. Cuando creía que había visto todo en esa casa, aparecía una nueva monstruosidad. Unas horas antes, cuando Lleca sacó a Luz del sotar la llevó a recorrer el barrio para demostrarle que allí r había guerra. Luz, con mucha aprehensión, miró a la gent íos autos, el césped de la plaza. Y se largó a llorar desconsoladamente. Lleca no supo qué hacer y le propuso regrsar al sótano, pero ella no quería volver con su madre, qu le había mentido toda la vida. Entonces Lleca la llevó al único lugar que creyó seguro, el loft de Nico, donde ahora vivía el amigo copado de Cielo. Como Alex era amnésico, le creyó cuando Lleca le dij? que conocía a ambos. —Fíjate en tus papelitos, boncha, soy Lleca, soy tu rr gomia —le pidió, mientras le señalaba un papel donde leía «Lleca, amigo de Cielo, habla al vesre». Alex los hizo pasar, y como tenía que ir a la clínica, 1 dejó quedarse allí. Cuando Luz se tranquilizó, Lleca llamó . Cielo, a quien le contó apenas llegó de dónde provenía niña. Y Cielo, por supuesto, convocó a Nico. 456Ambos, consternados, habían escuchado la historia de Luz. Cielo se maldijo por no haber tomado en serio a Lleca aquella vez, cuando le dijo que hablaba con alguien a través de una rejilla. Además ahora entendía que no había sido un sueño, sino que realmente había visto a esa nena en aquel sótano. Cielo no pudo evitar llorar y maldecirse por haber sido, también en eso, tan ciega. Lo aberrante era que esa chica decía ser hija de Tina, y haber vivido toda su vida en un sótano, creyendo las historias de guerra que Justina le contaba. Nico y Cielo estaban muy impactados, esa historia iba más allá de lo imaginable, era algo indecible, fuera de lo humano. Llamaron a Rama y le pidieron que concurriera al loft para cuidar a Luz. Al enterarse de todo, Rama quedó tan conmovido como ellos. Nico y Cielo cruzaron a la mansión y se encerraron para hablar con Tina. Ella lloraba sin parar, pero junto a Bartolomé habían tenido tiempo para inventar una explicación. —Esa chica, Lucecita... no es mi hija —comenzó a fabular Justina. Nico y Cielo se miraron, cada vez lo horrible se volvía más horrible. —¿Cómo que no es tu hija? ¿La robaste? —¡No! —exclamó ella, golpeando la mesa con un puño—. ¡La salvé! —Yo me enteré hace poco... —dijo Bartolomé, siempre salvando su pellejo—. Un horror la historia, pero escúchenla... Tina entonces contó su patraña. Les dijo que unos años atrás, cuando estaban tramitando algunos traslados de menores a la Fundación, una asistente social le había ofrecido comprar un bebé. Ella se había horrorizado ante semejante cosa, pero le siguió la corriente para llegar al fondo de esa cuestión. Esta asistente social, en realidad, era parte de una organización de traficantes de bebés. Justina descubrió que tenían a esta beba robada, cuyos padres habían matado los mismos traficantes de bebés. Justina dijo haber visto la posibilidad de sustraerles a la beba, y lo hizo sin dudar. Como no sabía qué 457 hacer con ella para protegerla, la escondió en el sótano. Le asistente social había sospechado de ella y la había amenazado; si descubría que ella les había sacado a la beba, matarían a ambas. Fue por eso que la mantuvo oculta, asegur: para resguardarla de esos traficantes mañosos. La historia tenía muchas grietas, y a Nico y a Cielo n: les cerró del todo. Pero Justina explicó cada duda. —¿Por qué no la llevó a la policía, o a un juez? j —Porque esos mañosos manejan todo, tienen jueces J policías comprados. —Como buenas porquerías, ¿no? —dijo Cielo mirando í ambos con intención. —¿Y por qué esa historia de la guerra? —preguntó NicJ aún muy impresionado por todo. I —De alguna manera la tenía que retener ahí... Cuandiil empezó a querer salir, le tuve que inventar algo... Fue único que se me ocurrió. —¿Y por qué tanto tiempo, Justina? —preguntó Nico * agregó despavorido—: ¡Tiene diez años! —Cada tanto esos mañosos pasaban por acá, me hacia:. saber que me vigilaban, que me tenían marcada... Me a. mucho miedo sacarla del sótano. Pero el lugar es un lugar hermoso... no es horrible. Cuando bajaron al sótano y vieron el lugar, Nico y Ciel: acordaron que, en efecto, no era tan tétrico como prometió Pudieron observar el mundo cálido y de ensueño que le habíí armado a esa pobre niña. Sin embargo, no dejaba de ser una cárcel siniestra. —Esto se terminó —dijo Nico, mirando a Bartolomé— Esa nena no vuelve a este lugar... ¿De acuerdo, Bartolomé’ —Por supuesto que no. Digo, por supuesto que sí, que noJ vuelve digo. * —Y hay que ponerle un ejército de psicólogos —dije Cielo—. Y empezar a buscar a su familia. —Los padres murieron —comunicó Tina, tensa. —Tendrá abuelos, tíos, algún hermano, o hermana... —conjeturó Cielo, y Justina y Bartolomé sintieron un escalofrío. 458hacer con ella para protegerla, la escondió en el sótano. L¿ asistente social había sospechado de ella y la había amenazado; si descubría que ella les había sacado a la beba, maznan a ambas. Fue por eso que la mantuvo oculta, asegur: para resguardarla de esos traficantes mañosos. La historia tenía muchas grietas, y a Nico y a Cielo les cerró del todo. Pero Justina explicó cada duda. —¿Por qué no la llevó a la policía, o a un juez? —Porque esos mañosos manejan todo, tienen jueces policías comprados. —Como buenas porquerías, ¿no? —dijo Cielo mirandc i ambos con intención. —¿Y por qué esa historia de la guerra? —preguntó NieM aún muy impresionado por todo. —De alguna manera la tenía que retener ahí... Cuanc: empezó a querer salir, le tuve que inventar algo... Fue ’. único que se me ocurrió. —¿Y por qué tanto tiempo, Justina? —preguntó Nico. ; agregó despavorido—: ¡Tiene diez años! —Cada tanto esos mañosos pasaban por acá, me hacía saber que me vigilaban, que me tenían marcada... Me di mucho miedo sacarla del sótano. Pero el lugar es un lugar hermoso... no es horrible. Cuando bajaron al sótano y vieron el lugar, Nico y Ciel: acordaron que, en efecto, no era tan tétrico como prometía Pudieron observar el mundo cálido y de ensueño que le había armado a esa pobre niña. Sin embargo, no dejaba de ser una cárcel siniestra. —Esto se terminó —dijo Nico, mirando a Bartolomé—. Esa nena no vuelve a este lugar... ¿De acuerdo, Bartolomé’ —Por supuesto que no. Digo, por supuesto que sí, que no vuelve digo. —Y hay que ponerle un ejército de psicólogos —dijo Cielo—. Y empezar a buscar a su familia. —Los padres murieron —comunicó Tina, tensa. —Tendrá abuelos, tíos, algún hermano, o hermana... —conjeturó Cielo, y Justina y Bartolomé sintieron un escalofrío. 458 Cielo no pudo acompañar a Nico durante todo el proceso judicial como le había prometido, porque se dedicó de lleno a la pequeña Luz. La niña finalmente aceptó ir a la mansión, pero se negó a ver y hablar con Justina. Al principio, Cielo consideró que, habiendo estado sola toda su vida, sería conveniente un proceso de adaptación, por lo que decidió instalarla en un cuarto sola. Luego, si ella lo deseaba, la mudaría con las chicas, para estar acompañada. Justina estaba hecha un mar de lágrimas, vagaba por la casa sollozando, y casi no hablaba, no lo hacía como pidiendo perdón. Lejos había quedado la carcelera prepotente y cruel. A Bartolomé se lo veía muy preocupado por la conexión que advertía entre Cielo y su hermana, y se preguntaba cuánto podría tardar la mucama en atar cabos. Pero las cosas habían ido demasiado lejos como para tomar medidas extremas en ese momento. Además, con Bauer viviendo en la casa, no era conveniente remover el avispero. Luz había caído en una depresión severa. Adaptarse a su nueva vida en esa casa hermosa, donde vivían otros chicos, donde había música y juegos y comidas en familia era un recoriatorio permanente de la mentira en la que había crecido. Aunque se negaba a hablar con Justina, aceptó, a pedido ie Cielo, escucharla. Entre lágrimas y sollozos, Justina le nabía contado la historia de los traficantes de bebés, y le haoía explicado que había hecho todo eso con el fin de salvarla. Aunque la historia era una falacia, tenía algunos puntos de verdad. Luz sólo la escuchó y no dijo nada. A pesar de que una parte suya aún creía en su madre, seguía sin poder comprender el porqué de tantos años de engaño. 459 Cielo, por su parte, tenía innumerables motivos para s pechar de la veracidad de esa historia. —¿Qué pensás de lo que dijo Tina? —le había preg tado Nicolás. —No sé qué pensar... —dijo ella, conteniéndose para uu contarle sus verdaderos motivos para no dar ningún créditti a sus dichos. j Bartolomé los puso en contacto con un comisario, L’ Blanco, quien les confirmó la existencia de esa supue banda de traficantes; y esa revalidación oficial dio un pe más de credibilidad a los dichos de Justina. Sin embar para ambos nada justificaba la atrocidad de haber teñid una nena encerrada durante diez años en un sótano. A Ci le partía el corazón saber que llevaría esa marca de por vir Se esforzaba por darle toda la alegría y felicidad q podía, cada día, sin embargo notaba que la alegría angustiaba más a Luz, quien se había ido volviendo algo agresh Era reacia a compartir, se negaba a jugar con los chiquit salvo con Lleca, y se resistía a prestar sus juguetes. A pes de todos los esfuerzos que había hecho Alelí por acercara Luz la ignoraba por completo. «Compartir es algo que r. existe en el mundo de alguien que se crió solo», pensó Cié! La llegada de Luz cambió la mirada de todos los chic de la Fundación. Paradójicamente, comparando sus hisi rías con la de ella, se sintieron algo privilegiados; pero a vez todos comenzaron a ver a Bartolomé y a Justina con m aprehensión que antes: si habían podido hacer algo así, i qué no serían capaces con ellos? Cuando conoció a Luz, Thiago llegó al límite del odio v la repulsión hacia su padre y Justina. Apenas les hablaba,;. le costaba horrores seguir fingiendo que confiaba en ellos, pero aceptaba el pedido de Cielo, ya que entendía que era mejor dejar que Bartolomé no se sintiera amenazado. Pero Thiago decidió que era momento de comenzar a revertir las cosas, y para ello se le ocurrió una idea. —¿Un bar? —preguntaron al unísono Mar, Tacho, Jazmín y Rama cuando Thiago se los propuso. 460Cielo, por su parte, tenía innumerables motivos para sospechar de la veracidad de esa historia. —¿Qué pensás de lo que dijo Tina? —le había pregun-j tado Nicolás. j —No sé qué pensar... —dijo ella, conteniéndose para no contarle sus verdaderos motivos para no dar ningún crédito! a sus dichos. Bartolomé los puso en contacto con un comisario, Lu Blanco, quien les confirmó la existencia de esa supuesta banda de traficantes; y esa revalidación oficial dio un poc: más de credibilidad a los dichos de Justina. Sin embarg para ambos nada justificaba la atrocidad de haber teñid una nena encerrada durante diez años en un sótano. A Cu le partía el corazón saber que llevaría esa marca de por vid Se esforzaba por darle toda la alegría y felicidad c podía, cada día, sin embargo notaba que la alegría angustiaba más a Luz, quien se había ido volviendo algo agresn Era reacia a compartir, se negaba a jugar con los chiquit salvo con Lleca, y se resistía a prestar sus juguetes. A pes de todos los esfuerzos que había hecho Alelí por acercars Luz la ignoraba por completo. «Compartir es algo que n existe en el mundo de alguien que se crió solo», pensó Cielo. La llegada de Luz cambió la mirada de todos los chicos de la Fundación. Paradójicamente, comparando sus historias con la de ella, se sintieron algo privilegiados; pero a la vez todos comenzaron a ver a Bartolomé y a Justina con más aprehensión que antes: si habían podido hacer algo así, ¿de qué no serían capaces con ellos? Cuando conoció a Luz, Thiago llegó al límite del odio y la repulsión hacia su padre y Justina. Apenas les hablaba, y le costaba horrores seguir fingiendo que confiaba en ellos, pero aceptaba el pedido de Cielo, ya que entendía que era mejor dejar que Bartolomé no se sintiera amenazado. Pero Thiago decidió que era momento de comenzar a revertir las cosas, y para ello se le ocurrió una idea. —¿Un bar? —preguntaron al unísono Mar, Tacho, Jazmín y Rama cuando Thiago se los propuso. 460 —Sí, acá enfrente... El local de antigüedades del falso James Jones se cerró. Yo ya averigüé y se puede habilitar como bar. Si Nico nos sale como garante, lo podemos alquilar y ponemos un bar, y lo atendemos nosotros mismos. Estando al lado del colegio, se va a llenar de chicos. —Tu viejo nunca nos va a permitir eso —dijo Tacho. —De mi viejo me ocupo yo... Además, si le damos una parte de la recaudación, no creo que le moleste. Sería algo nuestro, chicos. Para empezar a tener nuestro dinero... Yo no quiero un peso más de mi papá. Y ustedes también lo necesitan para empezar a alejarse de toda esta bosta. Podemos hacer shows en vivo... ¿Qué les parece? No le costó mucho convencerlos, ni convencer a Cielo, que los apoyó ciento por ciento. Ni a Nico, que gustoso les salió de garantía para alquilar el local. Lo único que necesitaban eran recursos para abrirlo. —Nacho va a hacer una fiesta en el club house de su country... —dijo Jazmín, lo que ocasionó un muy evidente malestar en Tacho. Él seguía enojado y alejado de ella por ese tema. —Le podemos decir que nos contrate. —Nachito es muy amarrete —aseguró Thiago. —Conmigo no —dijo Jazmín, y Tacho se retiró de la reunión. Confiando plenamente en su efecto sobre Nacho, Jazmín ofreció su banda para la fiesta. Y Nacho, que no reparaba en gastos para seducirla, aceptó tanto a la banda como el precio; sólo le pidió que vigilara a sus amigos para que no se robasen nada en la fiesta. Cielo los ayudó con los ensayos y el vestuario, pero esa vez prefirió no actuar con los chicos. No quería alejarse de la casa ni dejar a los chiquitos solos con Bartolomé, ni a Luz a merced de Justina. Cuando los cinco llegaron al club house para hacer el show, sintieron sobre ellos la mirada de todos los invitados, adivinaron de inmediato que sería un público muy difícil. 461 Mar vio cómo Tefi la señalaba sin disimulo y se reía con s amigas. Pero los chicos tenían un sueño, estaban allí pa juntar el dinero para abrir su bar, un bar que los indepe dizaría para siempre. Los sueños dan la fuerza para soportar cualquier mal trago. Tefi no cesaba de mirar a Mar con odio y criticarla. —¿Por qué la odias tanto? —le preguntó Nacho—. Ok, blacky, es grasa, y se quedó con Thiago... pero a vos te pa algo más con ella, ¿o no? —No me molestes, Nacho —dijo ella odiosa, y sumamer. incómoda, alejándose de él. Promediando la fiesta, Nacho tomó el micrófono para presentarlos. Se deshizo en halagos para Jazmín, casi como si fuera una artista solista, y los demás, su coro. En medio de la presentación, tapó el micrófono y los miró. —¿Cómo se llama la banda? Los chicos se miraron. Jamás habían pensado en eso. —Bueno... la otra vez actuamos como «Cielo y sus Angelitos» —dijo Rama. —Pero Cielo no está acá... —dijo Nacho—. ¿Los presen como «Los Angelitos»? —preguntó casi con asco. Los chicos se miraron, no les gustaba para nada ese nombre, pero la gente se impacientaba. Entonces Nacho resolvió. —No, es re grasa. Por lo menos que sea un nombre en inglés —dijo sin admitir discusión, volvió al micrófono, y anunció, grandilocuente—: ¡Con ustedes... TeenAngels! Los chicos comenzaron a cantar. Thiago se preguntó si no sería una provocación cantar, justamente allí la canción que Cielo había instado a escribir a Mar, Jaz, Tacho y Rama un día en que estaban furiosos con Thiago y sus amigos chetos. «Saqúense la bronca, escriban todo lo que sienten en una canción», les había dicho Cielo. Y ellos escribieron Nenes bien. Nenes bien, que van portando apellido... Y a la calle no los dejan ni asomar. Que no saben que lo simple y divertido... Es vivir como uno quiere y nada más. 462 Los cinco crecían sobre el escenario, ante la mirada atónita de los nenes bien invitados a la fiesta. Cuando empezaron a ver que algunos tímidamente movían sus pies al ritmo de la canción, una energía arrolladura descontroló sus cuerpos. De uniforme van formados al colegio... Combinados con el auto de papá. Ya la tarde el inglés es el recreo... Porque mami en el gimnasio siempre está. Rama se sentía una estrella de la canción avanzaba entre las chicas, todas rubias, todas bronceadas, que lo miraban atraídas. Thiago omitía mirar al equipo de rugby del colegio, del que él era parte, imaginando las cargadas en el próximo entrenamiento. Tacho no podía contener su bronca al ver a Jazmín dedicándole sus estrofas a Nacho, pero sintió una gran satisfacción al ver la bronca de ella cuando las nenas bien de la fiesta comenzaron a gritarle a él «caño». Mar se sentía alta y esbelta, nacida en un escenario. Venf a bailar y sacate la careta. Yo estoy acá, y te quiero acompañar. Venía soñar, que la vida nos espera... Vos sabes que podrás ser feliz, de verdad... Nene, ¿que esperas? No tardes más... Con excepción de Tefi, todos los nenes bien bailaron y vivaron a la banda, a la que, precipitadamente había bautizado Nacho. Aquella noche, nació TeenAngels. 463 Capitulo 013 padres e hijos —En el juicio de paternidad de Marcos Andrés Ibarlucía y Carla Ingrid Kosovsky contra Nicolás Andrés Bauer, este juzgado da por iniciada la sesión. Las audiencias comenzaron. El abogado de Nico era optimista, aunque no tenían muchos elementos para serlo. Nico confiaba en que prevalecería el sentido común. Aunque Cielo no podía estar allí con él, lo llamaba permanentemente y le hacía saber que lo acompañaba. Nico estaba sentado junto a su abogado y amigo, Marcelo Loyza. Detrás de él, como protegiéndole las espaldas, estaban Malvina y Berta, su madre, que había viajado especialmente a la ciudad para apoyarlo. A su derecha, Carla estaba sentada junto a Marcos Ibarlucía y la abogada de ambos. Marcos fue el primero en declarar. —Señor Ibarlucía... —preguntó su propia abogada—. Qué relación tiene con la señora Carla Kosovsky? —Fuimos pareja casi dos años. —¿Sabía usted que ella fue pareja de Nicolás Bauer? —Lo supe. Ellos fueron pareja luego de que ella y yo terminamos. —¿Y no volvió a verla desde entonces? —Volví a verla recientemente, cuando vino a decirme que el hijo que había tenido con Bauer era, en realidad, hijo mío. Nico respiró hondo para serenarse. ¿Cómo se le decía a una ueza que eso era mentira? Que ese hombre había abandonado a Carla cuando supo que estaba embarazada y que jamás quiso conocer a su hijo. ¿Cómo se demostraba eso sin pruebas? —Fue un golpe muy duro —continuó Marcos con afectación—. Saber que otro hombre había criado a mi hijo como si fuera propio, que me había perdido para siempre su infancia, sus primeros pasos... fue muy duro. 467 —¿Qué pretende ahora? —Recuperar lo que me robaron. Soy el hijo no reconocido de Andrés Bauer. Nicolás Bauer siempre me odió y Uegc hasta a robarme a mi hijo. Eso quiero, justicia. Berta estiró su mano hasta tocar el hombro de su hijo sabía, conociéndolo, que estaría a punto de estallar. Pan ella también era un dolor grande que un hombre, aunqfuera una lacra, hubiera crecido sin ser reconocido por padre, su difunto esposo. Estaba convencida de que su mardo nunca se había enterado de aquello, pero las pruebas cADN confirmaban que Marcos era hijo de Bauer. Cuando fue el turno del abogado defensor, Loyza le preguntó a Marcos si era cierto que, tras abandonar a Bauer Carla había vuelto con él, y Marcos lo negó, mintiendo E abogado insistió, ya que eso probaría que sería muy extrañ que Carla no le hubiera contado entonces que el hijo era suyo, pero Ibarlucía persistió en mentir. —¡Mentira! —dijo Nico no pudiendo evitar elevar la voz y Berta volvió a apretarle el hombro. Carla, por su parte, también abonó a la mentira, per.. Nico veía que lo hacía como a pesar suyo; sin dudas Ibarlu cía la amenazaba con algo. Ella negó haberle contado antes que Cristóbal era su hijo; y ante la pregunta de por qué ella había abandonado al niño, relato lo que previamente había ensayado con su abogada. —Luego de la separación con Marcos, entré en una crsis depresiva, que se agravó cuando supe que estaba embarazada. Ahí volví con Nicolás, él fue encantador conmigo me contuvo muchísimo. Pero la depresión se agravó cuand nació Cristóbal. Tuve una depresión posparto diagnosticada y corroborada por el perito psiquiatra. Fue bajo esa depresión que abandoné a mi hijo. —¿Y cuando comprendió el error, intentó volver a verlo —preguntó su abogada. —Miles de veces, pero Nicolás estaba muy enojado nunca me lo permitió. La sangre hervía en las venas de Nico, no podía conte- 468nerse sin estallar ante tanta mentira y descaro. Quería gritar que no había existido tal depresión, que había sido toda su vida una mujer perversa, que lo abandonó a él y a su hijo para irse atrás de otro hombre. La jueza lo hacía callar cada vez que él se descargaba comentándole en voz alta sus pensamientos a su madre. Cuando llegó su turno de hablar, Nico hizo un gran esfuerzo por contener su verborragia y su necesidad de gritar la verdad. —Cuando Carla se fue, la busqué desesperadamente, la llamé miles de veces, todos los días; le supliqué que volviera a ver a su hijo, pero ella jamás me atendió. Estaba viajando por el mundo con Ibarlucía. Yo a él no lo conocía y ni sabía que era mi medio hermano. Me acabo de enterar. La abogada de Marcos y Carla comenzó una batería de preguntas tendientes a provocarlo y desestabüizarlo. —¿Se considera un buen padre? —Sí. —¿Y cree que mentir es algo bueno? —Depende. —¿Sí o no? —No. —¿Es de buen padre mentirle a un hijo? —No —respondió Nico sabiendo hacia dónde apuntaba. —Sin embargo, usted le mintió toda la vida a su hijo, diciéndole que era el padre biológico y que la madre estaba enferma en África. —Eso lo hice porque... —¿Le mintió o no le mintió? —Sí. Le mentí —tuvo que admitir. —Adjunto una copia de una carta que escribió el señor Bauer, haciéndose pasar por la madre del niño, supuestamente enferma en África. —Fue un error... —se defendió Nico—. Preferí eso a decirle que su madre lo había abandonado. —No más preguntas. —Pero yo sí tengo más respuestas. 469 —Bauer... —le advirtió la jueza. J —Admito que me equivoqué, pero lo hice por amor. Am que estas dos personas no conocen. Ellos, que ahora haca un juicio, y dicen ser padre y madre, jamás van a poder sea tir ni un gramo del amor que yo siento por mi hijo. PorqJ es mí hijo, aunque no tenga mi sangre. La unión que tenJ mos Cristóbal y yo es más fuerte que cualquier ADN. Por esi le pido, le suplico, que no le arruinen la vida a Cristóbal. Yi lamento mucho, Marcos, que no hayas podido crecer con 3 papá —dijo mirando a Marcos—. Por favor, no le haga ii mismo a Cristóbal, él no se lo merece. —Suficiente, Bauer. Los días corrían y las audiencias no marchaban bien más fuerte que tenían contra Marcos era su condición de tra ficante de reliquias arqueológicas y las múltiples identides con las que se manejaba, pero no pudieron probar n _ de eso. De todas maneras, el abogado de Nico seguía ma teniéndose optimista. Primaba en todos la idea de que jueza, siendo mujer, atendería al sentido común. Pero el tenían testimonios, y los otros, pruebas. Berta estaba c vencida de que cuando llegara el día de dar su testimo: sería decisivo. —Lo primero que quiero resaltar, son los valores c tiene Bauer —así llamaba Berta a su hijo—. Desde la cunt mi marido le enseñó... —Señora, limítese a responder las preguntas —le india jueza con fastidio ante la familiar tendencia a irrespe el proceso. —Si no me deja, no puedo responder. Cuando Bauer tuvo que hacer cargo de Cristóbal por el abandono de Car ¿qué hizo? Se puso los pantalones, como haría cualquier Bauer. Mi hijo tiene valor, honor, orgullo, es el fiel reflejo de mi marido. —Señora... —¡Ningún Bauer abandonaría a una criatura! —conti- 470 I —Bauer... —le advirtió la jueza. 1 —Admito que me equivoqué, pero lo hice por amor. Al que estas dos personas no conocen. Ellos, que ahora nao un juicio, y dicen ser padre y madre, jamás van a poder sen-1 tir ni un gramo del amor que yo siento por mi hijo. Porq es mi hijo, aunque no tenga mi sangre. La unión que tei mos Cristóbal y yo es más fuerte que cualquier ADN. Por t le pido, le suplico, que no le arruinen la vida a Cristóbal lamento mucho, Marcos, que no hayas podido crecer con u papá —dijo mirando a Marcos—. Por favor, no le hagas ki mismo a Cristóbal, él no se lo merece. J —Suficiente, Bauer. Los días corrían y las audiencias no marchaban bien más fuerte que tenían contra Marcos era su condición de t: ficante de reliquias arqueológicas y las múltiples identic des con las que se manejaba, pero no pudieron probar na de eso. De todas maneras, el abogado de Nico seguía manteniéndose optimista. Primaba en todos la idea de que la jueza, siendo mujer, atendería al sentido común. Pero ellos tenían testimonios, y los otros, pruebas. Berta estaba convencida de que cuando llegara el día de dar su testimonio sería decisivo. —Lo primero que quiero resaltar, son los valores q tiene Bauer —así llamaba Berta a su hijo—. Desde la cuna... mi marido le enseñó... —Señora, limítese a responder las preguntas —le indicó la jueza con fastidio ante la familiar tendencia a irrespetar el proceso. —Si no me deja, no puedo responder. Cuando Bauer se tuvo que hacer cargo de Cristóbal por el abandono de Carla ¿qué hizo? Se puso los pantalones, como haría cualquier Bauer. Mi hijo tiene valor, honor, orgullo, es el fiel reflejo de mi marido. —Señora... —¡Ningún Bauer abandonaría a una criatura! —conti- 470nuó con vehemencia, y agregó mirando a Marcos—: Y mi marido nunca supo que eras su hijo, si no te hubiera reconocido, porque los Bauer tenemos corazón, sabemos lo que es amar. En cambio ustedes, con ese resentimiento, este par de hijos de Prunia son una montaña de bosta fosilizada, un cargamento de guano mal digerido... —¡Retírenla! —ordenó la jueza. Berta no estuvo de acuerdo con el abogado, que argumentaba que su testimonio había jugado en contra. Aún mantenían el optimismo, sobre todo Malvina, que ya había decidido que, cuando llegara la hora de votar, ella votaría a favor de Nicky. Pero el optimismo chocó con una tristísima noticia. La jueza había llamado a Loyza para hacerle una propuesta. Le había aclarado que no dudaba del amor de Nico ni de sus buenas intenciones, sin embargo las pruebas y errores cometidos por éste eran concluyentes. Por lo tanto, y casi como un acto de piedad para con él, para evitar una derrota total, la jueza les propuso llegar a un arreglo: conceder a los padres biológicos la patria potestad del menor, y reservarse para sí un régimen de visitas. —¿Qué quiere decir «régimen de visitas»? —Te permitirían verlo dos veces al mes. Al día siguiente, Nico recibió la visita de Carla. Ella estaba enterada de la propuesta de la jueza y suponía, conociendo a Nicolás, que no la aceptaría. —Por favor, Nicolás, acéptala. Si sigue el juicio, lo vas a perder, y Marcos no te va a dejar verlo. Él te odia, a vos, a toda tu familia, y va a ir hasta las últimas consecuencias. —¿Vos me estás pidiendo que yo acepte ver a mi hijo dos días al mes? —Yo puedo lograr que sea una vez por semana... —¿Vos me vas a autorizar a mi cuándo ver a mi hijo? — estalló Nicolás—. Y si acepto... ¿dónde va a vivir? ¿En lo de Ibarlucía o en tu casa? ¿Se lo van a dividir en pedazos? ¡No! 471 IVoy a hacer lo que tenga que hacer. Nadie me va a separar de Cristóbal. —Pero, Nicolás, no estás pensando... Vas a perder. —No, tenes razón. No estoy pensando. ¿Y sabes por qué? Porque no se puede pensar en que te separen de tu hijo cuando sos padre. Porque ustedes, que hacen un juicio de paternidad, no tienen idea de lo que es ser padre. Si supieras lo que es ser madre, jamás podrías firmar un acuerdo para ver a tu hijo dos veces por mes. Así que no voy a firmar, no voy a arreglar, y voy a llegar hasta el final del juicio, porque eso es lo que hacemos los padres. No voy a abandonar a mi hijo, porque quiero estar siempre, siempre con él, eso es la paternidad. 472Voy a hacer lo que tenga que hacer. Nadie me va a separar de Cristóbal. —Pero, Nicolás, no estás pensando... Vas a perder. —No, tenes razón. No estoy pensando. ¿Y sabes por qué? Porque no se puede pensar en que te separen de tu hijc cuando sos padre. Porque ustedes, que hacen un juicio de paternidad, no tienen idea de lo que es ser padre. Si supieras lo que es ser madre, jamás podrías firmar un acuerdo para ver a tu hijo dos veces por mes. Así que no voy a firmar, no voy a arreglar, y voy a llegar hasta el final del juicio, porque eso es lo que hacemos los padres. No voy a abandonar a mi hijo, porque quiero estar siempre, siempre con él, eso es la paternidad. 472El local bajo el loft tenía cada día más cara de bar. Habían pintado las paredes con aerógrafo, en azul y blanco, simulando nubes. Sobre la puerta colgaron un cartel de neón que rezaba «Bar TeenAngels». Les había gustado tanto el nombre que lo habían adoptado para la banda y también para el bar. Mar era la encargada de los aspectos técnicos. Fiscalizaba o realizaba ella misma las tareas de electricidad, plomería, albañilería y pintura. Jazmín y Lleca eran los encargados de arreglar con los proveedores; Lleca, por su experiencia en la negociación y ella, para rogar descuentos con su carita angelical y seductora. Tacho se encargaba de la logística y de todo lo que requiriera de fuerza, y Rama se ocupaba de la decoración y musicalización. Thiago, con sus contactos en el colegio contiguo, se encargaba de las relaciones públicas. Cielo y Nico, en los pocos momentos libres que tenían, se dedicaban de lleno a ayudarlos. Cielo les donó su sueldo, que seguía pagando Nico, y sus ahorros. Nico también contribuyó con dinero, y hacían todo lo que podían por los chicos. Además, ambos sabían que era una manera de pasar más tiempo juntos. Las relaciones entre Tacho y Jazmín no habían mejorado sino que, muy por el contrario, habían empeorado al punto de no hablarse. Tacho le había creído a Jazmín cuando le contó que los dichos de Nacho eran falsos, pero ella seguía sin creerle que él no lo había golpeado. —Y si lo golpeé, ¿qué? ¿Te importa a vos ese cheto sucio? —la desafió él. —No quiero estar con un tipo violento... —¡Yo no soy violento! Soy calentón, pero jamás lo toqué. 473 Pero a vos te conviene pensar eso porque en realidad queras enganchar a ese cachetón y sus millones, ¿no? A partir de esa frase, ella dejó de hablarle. Él estaba tan obsesionado con la posibilidad de que Jazmín accediera a las pretensiones de Nacho que estaba casi provocando que eso ocurriera. Brenda y Rama se habían distanciado Luego de que Rama había descubierto que su padre estaba arreglado con Bartolomé, él decidió hablarlo con ella. Sabía, por haberlo visto en Thiago, que recibir ese tipo de noticia sobre un padre era algo muy difícil. Y ella no lo tomó bien. Sin embargo, cuando ella le manifestó que necesitaba alejarse un poco, le dijo que los motivos nada tenían que ver con su padre, sino que notaba que él estaba enamorado de Marianella. Rama lo negó, pero ella estaba convencida y no le creyó. —Y además... se nota que ella también —le dijo refiriéndose a lo que Marianella sentía por él. Esta afirmación de Brenda había reavivado las ilusiones nunca extintas de Rama. Mar seguía con Thiago, y más allá de algunas demostraciones de celos, Rama no creía que estuviera enamorada de él, pero quería creerlo, de modo que rápidamente volvió a sufrir por ese amor no correspondido. Aún le faltaba tiempo para vislumbrar que ése sería un patrón que repetiría, una y otra vez. Mar, por su parte, estaba descubriendo su propio patrón de relación. Habiendo superado la instancia del amor clandestino y la imposibilidad, ahora que Bartolomé ni se atrevía a impedirlo, Marianella había empezado a ver fantasmas por todos lados. Como si ella no pudiera creer que podía tener una relación feliz, estaba todo el tiempo esperando el drama que la despertara de ese hermoso sueño, convencida de que en cualquier momento darían las doce y su vestido de princesa se convertiría en harapos. Por eso vivía alerta a cualquier señal de peligro; se volvió desconfiada y paranoica, pues temía que Thiago la engañara o la dejara por otra. Él no le daba ningún motivo para que reaccionara así, sin embargo ella no podía confiar del todo en su conducta. 474 Pero a vos te conviene pensar eso porque en realidad queras enganchar a ese cachetón y sus millones, ¿no? A partir de esa frase, ella dejó de hablarle. Él estaba tan obsesionado con la posibilidad de que Jazmín accediera a las pretensiones de Nacho que estaba casi provocando que eso ocurriera. Brenda y Rama se habían distanciado. Luego de que Rama había descubierto que su padre estaba arreglado con Bartolomé, él decidió hablarlo con ella. Sabía, por haberlo visto en Thiago, que recibir ese tipo de noticia sobre un padre era algo muy difícil. Y ella no lo tomó bien. Sin embargo cuando ella le manifestó que necesitaba alejarse un poco, le dijo que los motivos nada tenían que ver con su padre, sino que notaba que él estaba enamorado de Marianella. Rama lo negó, pero ella estaba convencida y no le creyó. —Y además... se nota que ella también —le dijo refiriéndose a lo que Marianella sentía por él. Esta afirmación de Brenda había reavivado las ilusiones nunca extintas de Rama. Mar seguía con Thiago, y más allá de algunas demostraciones de celos, Rama no creía que estuviera enamorada de él, pero quería creerlo, de modo que rápidamente volvió a sufrir por ese amor no correspondido. Aún le faltaba tiempo para vislumbrar que ése sería un patrón que repetiría, una y otra vez. Mar, por su parte, estaba descubriendo su propio patrón de relación. Habiendo superado la instancia del amor clandestino y la imposibilidad, ahora que Bartolomé ni se atrevía a impedirlo, Marianella había empezado a ver fantasmas por todos lados. Como si ella no pudiera creer que podía tener una relación feliz, estaba todo el tiempo esperando el drama que la despertara de ese hermoso sueño, convencida de que en cualquier momento darían las doce y su vestido de princesa se convertiría en harapos. Por eso vivía alerta a cualquier señal de peligro; se volvió desconfiada y paranoica, pues temía que Thiago la engañara o la dejara por otra. Él no le daba ningún motivo para que reaccionara así, sin embargo ella no podía confiar del todo en su conducta. 474Pero las dificultades amorosas no impedían que funcionaran a la perfección como grupo. Todo lo vivido los había unido de una manera especial; para ellos, la amistad que tenían era más importante que cualquier otra cosa. Cielo estaba feliz por ellos y disfrutaba de esa especie de remanso. Con Justina debilitada por lo de Luz, y Bartolomé debilitado por el accidente de Thiago, habían cesado la explotación y los maltratos. Aunque Cielo tenía en claro que sólo se trataba de una tregua. Bartolomé seguía sin cobrar su herencia y suponía que, cuando necesitara dinero, volverían a la carga. Por ese motivo decidió anticiparse. Sabía que la solución era la justicia, sólo necesitaba conseguir un juez honesto. Con la excusa de hacerle una consulta por el tema de Luz, Cielo le pidió a Nico que, por medio de su abogado, le recomendara un juez. Y el abogado les recomendó al juez de menores más probo y honesto que conocía, el doctor Arteche. El tape que Cielo le había entregado al comisario Azúcar, y que luego éste le dio a Bartolomé, por supuesto, no era la única copia. Cielo y los chicos no habían sido tan estúpidos como para quedarse sin esa prueba. Sólo hacia falta tener una nueva ocasión de presentarla. Ella lo consultó con los cinco amigos, y todos estuvieron de acuerdo y quisieron acompañarla. —Ustedes dediqúense al bar, a la música y a ser felices. Yo me ocupo de esto —les dijo muy segura. Partió con sus pruebas a ver al juez Arteche, que era un hombre muy mayor y había visto de todo en su juzgado. Se indignó con las pruebas y relatos de Cielo. Además ella le habló sobre la existencia de Luz y la dudosa historia de Justina. El juez prometió iniciar sus investigaciones y le aseguró que sería muy discreto, ya que eso era vital para mantener la seguridad de los menores. Como primera medida, enviaría a un asistente social del juzgado para efectuar un r elevamiento. 475 Al salir, Cielo cruzó la calle y se acercó al juzgado donde se estaba desarrollando otra jornada de audiencia en el juicio a Nicolás. —De pronto... —le dijo Nico en un receso—. Pasamos de ser un arqueólogo y una acróbata a vivir en juzgados. —¿Qué no haríamos por los chicos, no? Y se miraron con un amor profundo, un amor que ya no soportaba distancias. Malvina también veía ese amor, y por eso decidió dejarlos solos, luego de darles el café que había ido a buscar para ellos. 476Al salir, Cielo cruzó la calle y se acercó al juzgado donde se estaba desarrollando otra jornada de audiencia en el juicio a Nicolás. —De pronto... —le dijo Nico en un receso—. Pasamos de ser un arqueólogo y una acróbata a vivir en juzgados. —¿Qué no haríamos por los chicos, no? Y se miraron con un amor profundo, un amor que ya nc soportaba distancias. Malvina también veía ese amor, y por eso decidió dejarlos solos, luego de darles el café que había ido a buscar para ellos. 476 El día en que declinó la oferta de un arreglo Nico adivinó por la cara de decepción de la jueza que la sentencia no sería favorable. A lo largo del juicio, la abogada querellante había logrado demostrar muchos hechos que lo perjudicaban: que no tenía un trabajo estable y que su situación financiera, tras meses de no trabajar debido precisamente al juicio, no era muy holgada. Se demostró que, por la actividad de Nico, Cristóbal había pasado la mayor parte de su vida viajando, sin establecerse en un lugar, y que por eso su educación formal sufría constantes interrupciones; en tan solo tres ciclos escolares había estudiado en cinco colegios. El hecho de que Cristóbal fuera una especie de genio y, además, muy instruido no fue tomado en cuenta. También se hizo constar que, profesionalmente, su vida estaba dedicada a la búsqueda de la isla de Eudamón. La abogada había presentado dos informes de dos respetadísimos arqueólogos que habían calificado la creencia en la mítica isla de Eudamón como un «delirio» y como una «fantástica ingenuidad». Se demostró también que la endeble situación financiera de Nico se debía a la gran cantidad de dinero gastado en la «ingenua y delirante» búsqueda de Eudamón; empresa a la que, por supuesto, acarreó a Cristóbal. Se dejó constancia de que en esos viajes el menor había estado en zonas de emergencia sanitaria, con el riesgo que eso significaba, sobre todo para un niño asmático. Se adjuntaron, asimismo, tres pericias psicológicas que planteaban los posibles daños ocasionados al menor con las mentiras sobre su identidad y, según la abogada querellante, se tuvo en cuenta la experiencia traumática de haber sido víctima de un secuestro, hecho que, como mínimo, dejaba 477 en evidencia las serias deficiencias de Bauer para garant zar la seguridad del menor. Malvina tuvo que retirarse al to lette cuando mencionaron este último punto. Luego de los alegatos finales, la jueza anunció que al di siguiente se haría la lectura de la sentencia. Nicolás pidi< por medio de su abogado, hacerlo un día después. Tan1 Marcos como Carla se negaron; él porque solamente quen fastidiarlo, y Carla, porque deseaba terminar de inmediat con ese juicio. Sin embargo, Nico insistió. Cuando la juez le preguntó al abogado de Nicolás por qué la insistencia co posponerlo un día, fue Nico el que respondió: —Porque mañana es el cumpleaños de Cristóbal, y quier estar con él. Se produjo un silencio generalizado en la sala, tras i cual Nico miró a la jueza y le dijo: —Mire a los padres que reclaman a mi hijo... Una madr que ni siquiera recuerda el día que lo tuvo. Pero como la querella no estuvo de acuerdo en pospone la lectura de la sentencia, el pedido no le fue concedido. Al día siguiente, todos se reunieron en la mansión a feste jarle el cumpleaños a Cristóbal pero, aunque se esforzaron, fu muy difícil arrancarle una sonrisa. Cristóbal sabía que ese di se conocería la sentencia, y por el excesivo optimismo de si padre, intuía que las cosas no iban bien. Nico había decididi no presentarse a la lectura, en la que estaría representado pa su abogado. Él no se perdería el cumpleaños de su hijo. Cristóbal abrió cada regalo intentando mostrarse feliz Nico le regaló un triceratops a control remoto, y a pedido de propio Cristóbal, contrató un mago. Le llamó mucho la aten ción que su hijo quisiera esto, ya que no le gustaban los magos más bien lo aburrían porque les descubría todos los trucos Su abuela Berta, o la madre de su padre, como preferís ella ser llamada, le regaló una momia que hablaba. Malvinj le obsequió un juego didáctico para niños de seis meses dos años. Cielo le regaló su vieja cámara fotográfica. 478Los TeenAngels le regalaron un flamante demo que habían grabado, además de un interesantísimo juego de estrategia. Monito, Alelí y Lleca le dieron una enciclopedia arqueológica, claramente, elegida por Nico. Todos se sorprendieron cuando Luz, que casi no hablaba con nadie, se acercó y le regaló un par nuevo de walkie-talkies, idea propuesta por Cielo. Hasta Justina le entregó un presente, una alcancía con forma de ataúd. Bartolomé le dio el tironcito de orejas y le regaló un par de medias. Antes de que comenzara el show del mago, Cristóbal se acercó a Rama y le dijo que necesitaba pedirle un favor. —Lo que quieras, enano —dijo Rama. —Es un favor grosso, Rama. Y no se puede enterar mi papá. Rama arqueó las cejas cuando Cristóbal le dijo lo que necesitaba, pero accedió. El show del mago fue muy divertido, y grandes y chicos se asombraron con trucos realmente sorprendentes. Cuando el mago hizo el clásico truco de la desaparición del baúl, invitó al homenajeado a participar como partenaire. Nicolás supuso que Cristóbal se rehusaría, pues no era muy afecto a la exposición pública, sin embargo su hijo accedió de buena gana. El mago lo ayudó a meterse dentro del baúl, lo cerró, hizo pasar a Alelí para que dijera las palabras mágicas, y luego abrieron el baúl. Como era de esperarse, Cristóbal no estaba allí. Todos aplaudieron, y el mago volvió a cerrar el baúl. Quiso hacer pasar a Luz para que dijera las palabras mágicas de la reaparición, pero ella no quiso. Fue Monito el encargado. Todos bromearon diciendo que Monito había dicho mal las palabras mágicas cuando, al abrir el baúl, Cristóbal no estaba allí. Pero Nico se preocupó al ver la cara de desconcierto del mago. —¿Qué pasa, flaco? —preguntó Nico ya alarmado, mientras el mago miraba por detrás del baúl mágico. —Hay un error... debería estar acá —dijo el mago con preocupación. Y Nico comprendió lo que estaba ocurriendo. En ese momento, Cristóbal se encontraba frente a la man- 479 sión con Rama, que ya lo esperaba en un taxi, para acompañarlo al juzgado. Nico salió de la mansión, seguido por todos los demás, y lo vieron partir. —Va al juzgado —afirmó Nico—. Va a hablar con la jueza La jueza estaba por proceder a la lectura del veredict: cuando se abrió la puerta de la sala de audiencias y entr ron Rama y Cristóbal, agitados. Carla se estremeció al ver y Marcos no pudo sostenerle la mirada. —Yo quiero hablar —dijo Cristóbal mirando a la juez” —Primero respira, enano —le aconsejó Rama, vien que se estaba agitando más de la cuenta. Al pasar junto a su madre, ella le sonrió. —Feliz cumpleaños, Cristóbal. —Por ahora no tengo un feliz cumpleaños, mamá. En ese momento se volvió a abrir la puerta, y entrar en tropel Nico, Malvina, Berta, Cielo, y todos los chicos. —No tenes escrúpulos, Bauer —le dijo Ibarlucía—. Mádar al chico para intentar dar vuelta el juicio. La abogada querellante objetó la intención de Cristóbf’ pero él insistió. —Por favor, jueza, déjeme hablar. Yo le quiero decir que siento. —¿Cuántos años cumplís, Cristóbal? —le preguntó ella. —Ocho. —Bueno, yo creo que con ocho años, este hombrecito puede hablarnos de lo que siente —concluyó. Muy diligente, Cristóbal subió al estrado, acomodó micrófono a su altura, carraspeó y miró a todos. Sus ojos t encontraron con los ojos conmovidos de su padre. —Yo siempre tuve a mi papá... —comenzó—. Y me faltaba una mamá. Ahora tengo a mi mamá, pero me sobra un papá —dijo y miró a Marcos—. A lo mejor, algún día te empiezo a conocer y te llego a querer, pero todavía no. Y menos si haces sufrir así a mi papá —aseguró y miró a la jueza—. Porque, señora... Nicolás Bauer es mi papá. 480 sión con Rama, que ya lo esperaba en un taxi, para acompañarlo al juzgado. Nico salió de la mansión, seguido poti todos los demás, y lo vieron partir. —Va al juzgado —afirmó Nico—. Va a hablar con la jueza 1 La jueza estaba por proceder a la lectura del veredic:: cuando se abrió la puerta de la sala de audiencias y entraron Rama y Cristóbal, agitados. Carla se estremeció al veri: y Marcos no pudo sostenerle la mirada. —Yo quiero hablar —dijo Cristóbal mirando a la jueza —Primero respira, enano —le aconsejó Rama, viene? que se estaba agitando más de la cuenta. Al pasar junto a su madre, ella le sonrió. —Feliz cumpleaños, Cristóbal. —Por ahora no tengo un feliz cumpleaños, mamá. En ese momento se volvió a abrir la puerta, y entrar ~ en tropel Nico, Malvina, Berta, Cielo, y todos los chicos. —No tenes escrúpulos, Bauer—le dijo Ibarlucía—. Mí dar al chico para intentar dar vuelta el juicio. La abogada querellante objetó la intención de Cristóbal pero él insistió. fl —Por favor, jueza, déjeme hablar. Yo le quiero decir 14 que siento. ’ —¿Cuántos años cumplís, Cristóbal? —le preguntó ella —Ocho. —Bueno, yo creo que con ocho años, este hombrecito puede hablarnos de lo que siente —concluyó. Muy diligente, Cristóbal subió al estrado, acomodó micrófono a su altura, carraspeó y miró a todos. Sus ojos encontraron con los ojos conmovidos de su padre. —Yo siempre tuve a mi papá... —comenzó—. Y me fe taba una mamá. Ahora tengo a mi mamá, pero me sobra i papá —dijo y miró a Marcos—. A lo mejor, algún día empiezo a conocer y te llego a querer, pero todavía no. i menos si haces sufrir así a mi papá —aseguró y miró a la jueza—. Porque, señora... Nicolás Bauer es mi papá. 480Y se quedó callado. Le sudaban las manos, y le estaba costando respirar. La jueza pidió que le sirvieran agua. —¿Puedo leer? Estoy nervioso... —Por supuesto —dijo la jueza, que apenas podía contener su propia compasión por ese niño. Cristóbal desplegó un papel bastante ajado, claramente no lo había escrito la noche anterior, sino hacía muchos días. —Una vez estuve enojado con mi papá —comenzó a leer—. Porque me mintió con lo de mi mamá. También me dijo que era mi papá de sangre, y no era... Pero yo lo perdoné, porque cuando uno quiere mucho a alguien, perdona, ¿no? A lo mejor algún día llegue a querer mucho a Marcos, y lo perdone. A lo mejor algún día también perdone a mi mamá. Pero ahora, al que quiero es a Bauer, mi papá. Él me enseñó todo lo que sé, mi papá sabe cómo hacerme pasar el asma cuando me agarra, mi papá sabe lo que me gusta y lo que no me gusta. Mi papá es un grosso, es el mejor arqueólogo, y me lleva con él a todos lados, y me enseñó a respetar la historia. Yo soy el único hijo de mi papá, y él es mi único papá. Yo le pregunto, señora jueza, ¿un nene siempre tiene que estar con los papas de sangre? Mi papá del corazón es Nicolás Bauer. Y yo quiero estar con él, porque yo... soy Cristóbal Bauer. Y él es mi papá. En ese momento, Berta se dio cuenta de que Nico le estaba apretando las manos con tanta fuerza que las tenía moradas. Ambos se miraron con orgullo: el apellido Bauer se enalteció esa tarde en aquel juzgado. Cristóbal dobló el papel y lo guardó en su bolsillo. Luego miró a la jueza, que estaba evidentemente conmovida, y bajó del estrado. Se acercó hasta su padre, que lo alzó y le dijo al borde del llanto: —Ahora sí quiero volver a mi cumpleaños, pa. Entonces esta vez fue la jueza la que solicitó aplazar la lectura del veredicto. La abogada de Marcos se preocupó, y el abogado de Nico se esperanzó. Y Cristóbal, junto a toda su familia y amigos, volvió a su fiesta de cumpleaños, en la que estuvo sin despegarse un solo instante de su papá. 481 —Tranquilo, Bauer —le dijo Berta aquella noche do había acabado él festejo, y tomaban un té en la co( La justicia es ciega, no estúpida. —Estoy preocupado, Berta. —Ok, Bauer —dijo su madre—. Llegó la hora de 1 en serio. —No quiero pensar en lo que va a pasar mañana —¡Así piensan los cobardes! Los valientes asumen lidad y piensan. Y la realidad, hijo querido, es que maí te pueden sacar a Cristóbal. —¿Vos qué crees? ¿Papá sabía que tenía otro hijo —No lo sé, y nunca lo vamos a saber. Quiero creí conocía a tu padre, y que él no hubiera hecho una co —Los valientes tampoco lloran, ¿no? —dijo él seca las lágrimas. —Sí, lloran, lloran mucho, pero siguen adelante. Vé no es el que no tiene miedo, sino el que tiene miedo, p enfrenta. Entonces, seamos valientes y enfrentemos 1 chos, Bauer. Si mañana te sacan a Cristóbal, si nos lo sa ¿qué vas a hacer? —Me muero. —¿Y después? —No sé, mamá. —Bauer... —¿Pelear? —Toda la vida. Es como... como Eudamón. Vos nu viste, no hay una sola prueba concreta de que exista tu padre la buscó, ahora la estás buscando vos, y tu Cristóbal, la va a seguir buscando si vos no la encontrá; que seguir, Bauer, siempre... porque la isla de la feli< 482 —Tranquilo, Bauer—le dijo Berta aquella noche, rai do había acabado el festejo, y tomaban un té en la cocán La justicia es ciega, no estúpida. i —Estoy preocupado, Berta. —Ok, Bauer —dijo su madre—. Llegó la hora de hai jí en serio. —No quiero pensar en lo que va a pasar mañana. j —¡Así piensan los cobardes! Los valientes asumen le lidad y piensan. Y la realidad, hijo querido, es que maña: te pueden sacar a Cristóbal. —¿Vos qué crees? ¿Papá sabía que tenía otro hijo? —No lo sé, y nunca lo vamos a saber. Quiero creer conocía a tu padre, y que él no hubiera hecho una cosa —Los valientes tampoco lloran, ¿no? —dijo él secánc las lágrimas. —Sí, lloran, lloran mucho, pero siguen adelante. Valie no es el que no tiene miedo, sino el que tiene miedo, perc enfrenta. Entonces, seamos valientes y enfrentemos los chos, Bauer. Si mañana te sacan a Cristóbal, si nos lo saca ¿qué vas a hacer? —Me muero. —¿Y después? —No sé, mamá. —Bauer... —¿Pelear? —Toda la vida. Es como... como Eudamón. Vos nunca viste, no hay una sola prueba concreta de que exista. Pe tu padre la buscó, ahora la estás buscando vos, y tu hi Cristóbal, la va a seguir buscando si vos no la encontrás. H que seguir, Bauer, siempre... porque la isla de la felicida 482 esa pequeña isla en la que cada uno de nosotros puede ser feliz, en algún momento, se encuentra. Vos vas a encontrar u Eudamón, mi amor. Con Cristóbal, con Cielo... —Mamá, estoy casado con Malvina. —Por eso... ya va a llegar todo lo que deseas. Vas a tener Eudamón con todos los que amas. —Con vos también. —Siempre. 483 Al otro día Nico acompañó a Cristóbal al colegio, y dos intentaron seguir con naturalidad la rutina diaria despidieron hasta el mediodía, y Nicolás fue al juzgad: escuchar el veredicto. Al llegar se encontró con que allí es han todos los chicos de la Fundación, junto con Cielo. No dijeron nada, pero todos eran una masa compacta. Malv:: y Berta se sentaron junto a él para escuchar el veredicto —Antes de leer la sentencia... —comenzó la jueza—, q siera decir unas palabras. Los jueces, cuando fallamos, ter mos el temor de fallar, en el sentido de equivoca nos. La ley no es sólo letra escrita, contempla matices, sor todo cuando hay un menor involucrado. Que nadie ter dudas, el menor es mi prioridad. La paternidad biológica Marcos Ibarlucía y de Carla Kosovsky es un hecho demc trado, y tienen el derecho de reclamar la patria potesta También fue demostrado que Nicolás Bauer ejerció con padre adoptivo del menor y que establecieron un exceler vínculo. Pero el doctor Bauer cometió un error, que para ley es un delito: anotar a Cristóbal con su apellido, sabien que no era su hijo biológico. Eso no es una adopción, si: una apropiación. Mi obligación, ante la complejidad del cas es ceñirme a la ley —expuso, y comenzó a leer la sentencia—: Por eso, con las facultades que me confiere la le resuelvo: concederle la patria potestad del menor a Marc Ibarlucía y Carla Kosovsky. Ellos detentarán la tenenci reservándose plenos derechos sobre su educación y crianza mientras que el padre adoptivo podrá... Pero Nico ya no escuchaba, se había empequeñecido en su silla. La jueza comprendió que Nico no la estaba escuchando, e hizo callar a los chicos, que habían empezado 484 gritar, indignados con semejante injusticia. La jueza miró a Nico ocultando su propio desgarro. —Doctor Bauer ¿comprende lo que le digo? —No. —Opino que sería perjudicial para el menor que perdiera contacto con usted, y por eso dispongo un régimen de visitas. El menor cohabitará con su madre, en tanto que el señor Ibarlucía lo anotará con su propio apellido. A partir de este acto, el menor pasa a llamarse Cristóbal Ibarlucía. Cada palabra era un nuevo golpe para Nico, que se volvía más y más pequeño en su asiento. Los gritos de indignación de los chicos eran incontenibles. Cielo intentaba sofrenarlos, pero antes debía dominar su propia furia. Berta miraba fijamente una estatua de la justicia con ganas de destrozarla. Malvina empezaba a darse cuenta de cuánto quería a Cristóbal. Carla no podía levantar la mirada del piso, y Marcos comenzaba a sentir que ni esa venganza acallaba su rencor; aunque le había sacado a su medio hermano lo que más amaba, aún se sentía un bastardo desplazado. Cristóbal jugaba con un jeep en miniatura en el jardín de la mansión, deslizándolo sobre unas tablas de madera que había dispuesto como puente. Nicolás se asomó al jardín y lo contempló durante varios minutos, hasta que Cristóbal lo descubrió. Entonces Nico corrió, se tiró sobre él y lo hizo rodar, haciéndole cosquillas y despeinándolo. —Bauer —dijo el niño—. No te hagas el gil, me haces cosquillas para no hablar del juicio. Dale... qué dijo la jueza... la verdad. —Obvio que te voy a decir la verdad. —Dale. No soy un nene, no des vueltas. Nicolás comenzó a hablar, sin encontrar aún las palabras para decírselo. Le dijo que la jueza había opinado que, como Carla y Marcos eran sus papas biológicos, sería bueno que legalmente fuera su hijo. —O sea, algo formal, como dijo mamá. 485 —Sí, sí, algo formal. Bueno... en realidad, a la jueza ’ pareció bien que como vos viviste todos estos años conmi ahora vivas un poco con tu mamá. También le dio perrr a Marcos para visitarte cada tanto... y bueno, obvio que también te voy a visitar, eso ¡ni-se-dis-cu-te! Nico vio cómo su hijo comenzaba a llorar, y le resu intolerable, pero se impuso ser fuerte. Ése era un mome para que Cristóbal llorara y él lo contuviera. —Campeón... ¡no es nada grave! Te lo juro... nos vamo a ver las veces que quieras, podemos hablar por teléfom todo el día si querés, o por chat... ¿Te gusta el chat? —Yo quiero vivir con vos —dijo Cristóbal en medio de llanto desgarrado. —¡Y yo también! Pero ya vivimos ocho años juntos, c ¡necesito independizarme un poco! No llores, mi amor llores por favor... —No me quiero ir. ¡Hace algo, papá, no los dejes! Cristóbal lloró, sin consuelo, mientras su padre lo abr zaba y le repetía, casi como un mantra, aquella frase que padre le había dicho tantas veces. —Más allá de las nubes, el cielo es siempre azul. Aunque resultara paradójico, a pesar de que habí pasado sólo horas de la sentencia, el día amaneció radiar/ iluminado por la luz del sol de octubre. Dentro de la m sión todos intentaron quitarle dramatismo a una situacic que estaba inundada de desdicha. Nicolás les pidió a tod los chicos que despidieran a Cristóbal como se despide alguien que verán al día siguiente, pues ésa era la sensacic: que quería darle a su hijo. Ese día era triste, pero habría un mañana, y mañana todos volverían a verse. Los chicos cumplieron con el pedido de Nico y lo saludaron con gran naturalidad, diciéndole que lo matarían í no venía a la inauguración del bar. Cristóbal no hablaba. A la hora convenida, llegó Carla a buscarlo. Cielo lo despidió en la sala, prometiéndole que no pararía hasta encon- 486—dijo ella -dijo, y se trar walkie-talkies de gran alcance con los que podría hablar con ella desde su nueva casa. Nico, junto a Berta y Malvina, acompañaron a Cristóbal hasta el portón de la mansión, donde lo esperaba Carla. Nicolás sostenía la valija en una mano, y la mano de Cristóbal en la otra. Intentaba mantenerse entero. Cuando Cristóbal vio a su madre, que lo esperaba junto a una oficial de justicia, se aferró a su padre y la miró. —No quiero esto mamá —se atrevió a decir. —Vas a ver a tu papá cuando quieras, Cris... —dijo ella con enorme culpa. —Yo lo quiero ver siempre, no me quiero ir —dijo, y se abrazó a la pierna de su padre. Nico se agachó y le tomó la cara. —Campeón... toda tu vida estuviste esperando a tu mamá... Ella también te necesita. Aprovéchala... y en unas horas ya nos estamos viendo de vuelta. Ni te vas a enterar... —Bauer, escucha a tu padre —intervino Berta—. A veces no es tan pantufla y sabe lo que dice. Él tiene razón, el tiempo vuela. Luego se alejó de Cristóbal y se acercó a Carla, y por lo bajo le dijo: —Cuida al hijo de mi hijo, o te clavo una pirámide entre las cejas. Malvina se acuclilló junto a Cristóbal, y conmovida como jamás había estado en su vida, lo acarició. —Nos vemos enseguida, Cris, ¿sabes? Nico le acomodó la ropa, y le colocó una mochila en la espalda. —¿Listo? Acordate de lavarte los dientes, por arriba, por abajo, por adelante, y por atrás, y la lengua también. Lleva siempre encima el broncodilatador. Y báñate lo más seguido que puedas, ¿ok? Cristóbal asintió; intentaba no llorar, pero las lágrimas se le escapaban solas. —Vamos, no pucheree... Eso no es de Bauer. Cristóbal asintió, apechugando la situación como se supo- 487 nía debía hacer un Bauer. Carla se acercó y le tendió la mane y él la tomó. Avanzaron unos pasos hacia el auto de Carla pero cuando ella le abrió la puerta para dejarlo subir, Cristóbal se soltó de su mano, y corrió hacia su padre, pegó ur salto y se abrazó a él. Entonces todos empezaron a llorar hasta la oficial de justicia que los observaba. Cristóbal sr negaba a irse, se aferró a su padre y no lo podían despegar Nadie se atrevía a tirar de él, pero a cada palabra, se aferraba con más fuerza al cuello de Nico. Nico entonces lo dejó llorar, le dio el tiempo para estar listo. Le juró que seguirían unidos de por vida, que sólo sena un mal trago, que ya iba a pasar, que siempre serían padrr e hijo. Finalmente Cristóbal, vencido, se dejó conducir. Nicolás siguió con la mirada el auto que se llevaba a su hijo, hasta verlo desaparecer. Además de un desgarro y un dolor que no había sentido jamás en su vida, tenía la irremediable certeza de que le había fallado. 488 Cuando Malvina le dio la gran noticia, Nico recordó las palabras que le había dicho Mogli antes de partir, y se sorprendió, una vez más, de la sabiduría de su amigo. —¿Embarazada? ¿Pero estás segura? —Sí, Nicky... bastante segura. Estoy embarazada. Me hice tres test de embarazo. No te lo quise decir antes porque estabas con el tema del juicio... pero ahora, que perdiste a Cristóbal... —No lo perdí. —Sí, perdón, perdón... Digo, ahora que él ya no está acá, pensé que a lo mejor esta noticia te alegraba un poco. Vamos a tener un hijo, mi amor. Nico la abrazó. Por supuesto que lo alegraba, la idea de tener otro hijo era algo que le daba mucha felicidad, y no se consideró en condiciones de plantearse que tal vez su matrimonio era un error. Pero hizo un gran esfuerzo por conectarse con esa noticia, le pidió disculpas por no ser efusivo, por no ponerse a saltar de alegría como lo hubiera hecho en otras circunstancias, pero la separación con Cristóbal lo tenía devastado. —Aferrate a mi panza —le dijo ella—. Esto es una señal, una esperanza, un poco de felicidad en medio de tanto dolor, ¿no? Acordaron no comentarlo aún, ya que todavía no llegaba al tercer mes de embarazo. Sin embargo Malvina no tardó ni diez minutos en incumplir el acuerdo. Y a la primera persona que se lo contó, luego de Nico, fue a Cielo. —Ami, querida, ¡vas a ser tía! —Ni ami, ni querida, ni tía... —Me muero muerta, por favor, cuánto resentimiento... 489 —¿Es de Indi ese hijo? ¿0 es de la otra lacra que le acaba de sacar a Cristóbal? Malvina hizo una serie de sonidos indignados y se alejó pero pegó la vuelta. —No le digas a Nicky que te conté, is our secret, ¿sí? Y se fue. Lo cierto era que por más indignación que le produjera la pregunta de Cielo, Malvina se estaba torturando por la misma duda. Por los tiempos, cabía la posibilidad de que ese hijo fuera de Ibarlucía. Ella rogó desesperadamente que no fuera así. No se podía estar arrepentida de tantas cosas, y no soportaría una vida entera de remordimiento por tener un hijo de otro hombre que no fuera su marido. Bartolomé no le fue de ninguna ayuda, ya que para él, a partir de la renuncia a la herencia, el matrimonio de Malvina y Nicolás le importaba tanto como los derechos de los pescadores en Tailandia. Malvina, a partir de ese día, intentó sepultar en lo más profundo de su memoria esa duda que la perseguía. Y todas las noches rezaba, pidiéndole a Dios que por favor ese hijo fuera de Meo, como si se pudiera cambiar lo ya hecho. Aunque existía la posibilidad de que no fuera de Nico, la noticia del embarazo había devastado a Cielo. Sentía que ese sueño que alguna vez había tenido estaba cada vez más lejos —¿Y qué pasa con Alex, Cielo? —le preguntó Mar al verla tan triste. —¿Qué pasa con Alex? —repreguntó Cielo. —No, digo... Es un lindo tipo, la térmica le hace fals contacto, pero no deja de ser simpático... Los dos tienen ei común que les patina el eje, no sé... —¿Vos me estás diciendo que yo me tengo que agarrar a Alex de premio consuelo? —Nada más te estoy diciendo que no te podes quedar toda la vida llorando por Nico. Mar tenía razón en varias cosas: en que no podía seguir llorando, en que Alex era un lindo tipo, y en que ambos 490podrían ser una pareja muy desopilante, al menos; una que olvidara rápidamente los rencores. Pero como si fuera una ironía de la vida, un texto subrayado con resaltador que le decía «la felicidad no es para vos», cuando fue a ver a Alex para invitarlo a tomar algo, lo encontró muy conmovido con una mujer embarazada. —Encontré a mi familia, Cielo... Ella es mi mujer, me está buscando hace meses... ¡Voy a tener un hijo! —le contó muy emocionado. —Alex... qué alegría —dijo sinceramente Cielo. La mujer de Alex tenía una panza a punto de explotar, y no podía parar de llorar mientras le contaba su desesperación de todos aquellos meses. Cielo, y también Alex, se enteraron de que él vivía en un pueblo sobre la cordillera en el sur, que él había venido a la Capital a buscar trabajo cuando ella había quedado embarazada, y que nunca más supo de él. Alex le contó lo que suponía que le había ocurrido lo habían asaltado y golpeado, y eso le provocó una lesión y su amnesia. Al día siguiente, cuando Cielo los despidió y los vio partir, a ambos, pensó que la vida podía dar palos en la cabeza pero también daba reencuentros. 491 Carla había intentado construir un lugar cálido para C tóbal. Había redecorado una habitación, le había compre cosas que suponía le gustarían y además había hecho traen gran parte de sus juguetes y libros. Sin embargo Cristóbal la ignoraba casi por completo. Habiéndola añorado cuando la creía lejos, mantenía una fría distancia ahora que su madre estaba cerca. Volvió a embalar la mayoría de sus pertenencias, y le dijo que prefería tener esas cosas1 en su casa para cuando fuera a visitar a Bauer. Thiago, Tacho y Rama estaban muy apenados al ver a Nico, que era apenas una sombra del que había sido. Vivía apagado, translúcido, como si perteneciera a otro luga: Intentaron sumarlo a los preparativos para la inauguracicn del bar, para distraerlo. Y si bien Nico aceptó, ya que nunc negaba una mano al que se lo pedía, estuvo con ellos s.” estar. El teléfono de Nico sonaba cada veinte minutos, y él se iluminaba cada vez que veía que era Cristóbal quien lo llamaba, volviéndose a apagar cuando cortaba. «Papá, te esü mandando una caja con mis cosas para que guardes allá «Papá, ¿no que se demostró que el triceratops existió?» «Papá, ¿cuánto tiempo hay que cocinar la hamburguesa para que quede cocida como me gusta a mí?» «Papa, ¿qué hacías?» «Papá, ¿podemos cambiar el día de visitas para hoy?» «Papá, ¿estás cerca de la casa de mi mamá?» «Papá, ¿podemos juntar todos los días de visita ahora hasta que hagas la apelación?» «Papá, vino Marcos y me trajo un documento que decía Cristóbal Ibarlucía y yo lo rompí... ¿hice mal?» A diferencia de Cristóbal, Luz persistía en su mutismo. Cielo intentaba hacerla hablar, largar todo ese dolor y enojo 492 que atesoraba, pero la nena seguía pensativa. Y se ponía peor cuando Justina la rondaba. Con el único que hablaba era con Lleca, que pasaba muchas tardes con ella. La historia de Luz había hecho revivir en él su propio deseo de encontrar su identidad. Finalmente llegó la noche de la inauguración del bar TeenAngels. Los chicos estaban felices, la convocatoria había sido excelente. Los cinco propietarios del lugar dieron la bienvenida a todos, y estrenaron una canción que se llamaba Che, bombón. Nico estaba rodeado y apuntalado por todos sus afectos, mirando a los chicos cantar, cuando vio aparecer a Cristóbal corriendo hacia él. Nico lo abrazó, y su hijo le dijo que su madre le había dado permiso para venir a la inauguración, cosa que Nico por supuesto no creyó, pero le permitió quedarse un rato, saludar a todos y disfrutar unos minutos del show, y luego lo llevó a la casa de Carla. Ella quedó absorta cuando abrió la puerta y vio a Nico cargando a Cristóbal, ni se había dado cuenta mientras dormía de la huida de su hijo. —Vas a tener que estar más atenta, Carla. Cristóbal es un chico muy especial, nos da tres vueltas a todos. A pesar de que Carla estuvo más atenta, Cristóbal se las arreglaba casi todas las noches para escaparse e ir a la casa de su padre. Nico lo reprendía, ya que era peligroso que caminara solo y de noche las quince cuadras que separaban la casa de Carla de la mansión; sin embargo, secretamente, lo esperaba, y su alma volvía a iluminarse cada vez que lo veía. El bar se convirtió en una sensación. Durante el día era el lugar de reunión de todos los alumnos del Rockland. Se acercaba el verano, y decenas de chicos pasaban sus tardes en las mesitas sobre la vereda, tomando sol, estudiando, flirteando, enamorándose y desenamorándose. Por las noches, tres veces por semana, hacían shows, en general cantaban los TeenAngels, algunas veces con Cielo como invitada. Una noche a la semana hacían karaoke, que se convirtió en un suceso. 493Pero lo mejor y más estimulante fue que una noche cuando terminaron de actuar, se les acercó un hombre unos treinta años, muy simpático, que les entregó su tarjeta y se presentó como «el Chango». —Soy representante artístico. Si tienen ganas de ir en serio con esto, llámenme. Esta banda puede ser un fuego Bartolomé no estaba para nada entusiasmado con la idea lentamente, y azuzado por Justina, estaba despertando d letargo bondadoso. Que los chicos estuvieran felices con el barsucho y dándole dele que te dale al bailecito con la band y todo eso con Thiaguito, ya lo estaba inquietando. Si embargo, los chicos le daban una parte de la recaudado para tenerlo tranquilo. Él la aceptaba, pero manifestando s desacuerdo. Cielo no cejaba en su determinación de revertir por con pleto la situación de explotación. Quería traer profesore para los chicos; aunque ya estaba terminando el año lectivo quería ponerlos al día para que al año siguiente pudieras comenzar el colegio como el resto de los alumnos. Estah resuelta a resolver el enigma de la identidad de Luz, y ade más había comenzado a hablar con los chicos sobre sus res pectivos pasados, para tratar de reconstruir sus vidas. Había hablado con Rama, quien le refirió su historia. El algún lugar de su corazón, tenía la esperanza de volver a va a su madre, de la que sabían que había viajado a Miami. L4 interesaba encontrarla no tanto por él, sino por Alelí, qui seguía preguntando por ella. Cielo tomó nota de su caso, dá nombre de la amiga de su madre en cuya casa habían vivido y prometió intentar averiguar algo. El caso de Jazmín era diferente; ella sabía que sus dos padres estaban muertos, y no tenía hermanos, ni abuelos Recordaba sí que tenía un tío, pero no sabía nada sobre él sólo cómo se llamaba. Cielo también apuntó su nombre pan intentar localizarlo. Fue Thiago el que refirió a Cielo el nombre de Sandra Rinaldi, ya que Mar se negó a hablar de eso. Ella no tenía ninguna intención de buscar a la mujer que la había abando 494 nado. Tacho, en cambio, sabía dónde estaban sus padres y su familia, pero tampoco tenía ganas de volver a verlos. Ellos lo habían entregado a cambio de un televisor, no le provocaba ningún deseo saber de ellos. Monito contó que sus dos padres habían muerto, y él se había criado con su abuelo, que también había fallecido. Podría haber sido colocado en una lista de adopción si Bartolomé no se lo hubiera apropiado. El caso de Lleca era más complejo; lo único que sabía era que había sido robado a sus padres, y él estaba seguro de que ellos lo estarían buscando, pero tenían pocos datos para comenzar la búsqueda. Contó que una vez había recurrido a Bartolomé para que lo ayudara, y él dijo que lo haría, sin embargo no había hecho nada. Cielo tomó nota de cada caso y se propuso, con tiempo, ir rearmando la historia familiar de cada uno de ellos. Pero inesperadamente apareció una pieza fundamental de uno de estos rompecabezas. Una tarde de octubre había poca gente en el bar. Nacho estaba allí, esperando a que Jazmín terminara su horario para invitarla a ir a andar en moto. Había obligado a Tefi a permanecer con él ya que no quería esperar solo. Tefi estaba molesta y de un pésimo humor hacía ya mucho tiempo. Nacho lo había notado pero, en general, no se interesaba mucho por los problemas ajenos, sin embargo aquel día, sólo para que ella accediera a quedarse con él, intentó hacerla hablar. —No me pasa nada, Nacho —contestó ella, con sus ojos ensombrecidos. —Man, te conozco desde antes que empezaras a gatear, sé que te pasa algo. ¿Es por Thiago? —¿Que tiene que ver Thiago? —No, que a vos te gustaba y ahora está con la Blacky. ¿Es por eso? —No me hables de esa parda. 495 —La odias, ¿no? —se rio Nacho, pero notó que ella se ensombrecía más aún—. ¿Qué pasa, Tef? Algo te pasa... Y ella de pronto se largó a llorar. Él no sabía muy bien cómo manejarse ante la angustia ajena. Torpe, la palmeó la animó a hablar. —Descubrí algo horrible, Nacho... —¿Qué? Entonces Tefi puso en palabras por primera vez lo qi la estaba atormentando desde aquel día en que había vis* en el buscador, en la laptop de Thiago, el nombre de Sandi Rinaldi. Ese nombre no le era ajeno. Tefi supo desde siempre que era adoptada. Sus padrele dijeron la verdad apenas estuvo preparada para saberL Cuando tenía trece años, Tefi le había preguntado a su madre por qué la había adoptado, si era porque no podía tener hijos. Julia le dijo que no, que sí podía, que de hecho había tenido uno. Le contó que, cuando era muy joven, se había enamorado perdidamente de un hombre que su padre, el abuelo de Tefi, desaprobaba. Él había sido un hombre mm severo y estricto, y cuando supo que estaba embarazada, la separó del novio, la llevó al campo familiar, donde ella dio a luz a su hijo, al que ni siquiera pudo ver. Su padre le dijo que había sido un varón y que había nacido muerto. Ella nunca le creyó a su padre esa historia, y se había enfrentado a él. Harta, al fin, del sometimiento a ese padre déspota y cruel, huyó de su casa. Nunca más pudo encontrar al hombre que había sido su gran amor. Poco tiempo después, había conocido al padre de Tefi, quien la protegió y amó tiernamente. Y al poco tiempo de estar juntos, tuvieron la oportunidad de adoptar a Tefi, que ya era una beba de un año cuando llegó a sus vidas. Pero la revelación que le había hecho su madre y que la tenía tan inquieta era que para no ser localizada por su padre, del que había huido, había cambiado su nombre por Julia, cuando su verdadero nombre era Sandra Rinaldi. Nacho quedó absorto por el relato, sin embargo no entendía qué era lo que angustiaba tanto a Tefi. 496—Que esa blacky parda puede ser mi hermana, ¿no lo entendés? —¿Pero no decís que tu mamá tuvo un varón y que murió? —Eso es lo que le dijo mi abuelo, y mi mamá nunca le creyó. A lo mejor no tuvo un varón, sino una nena. Y a lo mejor no murió. —Sería muy raro, Tefi. ¿Lo hablaste con tu mamá? —¡Ni loca! —Te estás haciendo una película, Tefi... —¿No entendés que esa negra es hija de Sandra Rinaldi, y que mi mamá se llama Sandra Rinaldi? —estalló Tefi, y en ese momento se escuchó un estruendo de vidrios rotos. Tefi giró, detrás de ambos estaba Mar. La bandeja que traía se le había caído, y todas las botellas y vasos se habían roto. Mar lo había escuchado claramente: la madre de Tefi se llamaba Sandra Rinaldi. Dentro del absurdo de lo que había escuchado y la confusión, una idea estremeció a Mar. Tal vez su madre, tan inaccesible para ella, estaba cerca. 497 Por supuesto Tefi negó todo, pero Mar estaba muy consternada al haber oído ese nombre. —¿Por qué dijiste que tu mamá se llama Sandra Rinal l ’ —Escuchaste cualquier cosa... pobrecita. La blacky es tan desesperada que quiere encontrar una mamá a tocí costa. Mi mamá me adoptó porque no podía tener hijos arque imposible que sea tu mamá. —Pero vos dijiste Sandra Rinaldi... Tefi se fue sin decir palabra. Mar pensó en Julia, la ma arde Tefi. Era imposible, claramente imposible. Sin embarr esa mujer le generaba algo especial. Aquel día, cuandc vieron por primera vez a través de la vidriera del negc: de ropa, antes de que ella robara el vestido, esa mirada ha; sido especial. Cuando descubrieron que ella lo había robac Mar vio dolor en la mirada de Julia. Cada vez que venía a k casa, siempre la saludaba con mucha simpatía y se ponía a charlar con ella. Todo eso se debía que Julia era una mujer muy simpática y agradable, lo opuesto a lo que era la irritante Tefi, pero eso no quería decir que fuera su madre. Además lo que había dicho Tefi era cierto: si Julia había adopj tado a Tefi, era porque no podía tener hijos. ’ Lo comentó con Jazmín y con Thiago. Ambos la animaron a hablar con Julia; si había una mínima posibilidad n: debía descartarla. Pero Mar se negó, no quería llenarse iz cabeza de pajaritos de colores. Pero fue Thiago, quien ignorando el pedido de Mar, habló con Julia. Vio cómo el rostro de ella se desfiguró cuando él nombró a Sandra Rinaldi. —¿Por qué decís ese nombre? Thiago le explicó que Mar había oído a Tefi decir que s verdadero nombre era Sandra Rinaldi. 498—¿Y qué pasa con Sandra Rinaldi? —preguntó alarmada Julia. —La mamá de Mar se llama así... y como ella escuchó que Tefi decía... Pero Julia se puso de pie y se fue, y de puro nerviosa derribó la silla del bar en la que había estado sentada. Thiago se quedó perplejo por su reacción. Julia estaba conmocionada. De la manera más insólita su pasado había vuelto a ser presente. Ella había tenido una íntima convicción toda su vida: su deplorable padre le había mentido con su hijo. Luego de quince años de no verlo, corrió hasta el colegio del cual él era director. Pedro Rinaldi palideció al verla. Por un segundo pensó que su hija lo había perdonado, pero ella, sin saludarlo, le preguntó: —¿No murió, no? Mi hijo no murió en el parto. Y no era un varón, ¿era una nena? —¿Qué decís? —¡Contéstame! ¿Era un varón? Su padre lo negó con vehemencia, pero Julia adivinó por el temblor de sus labios que mentía; una vez más, persistía y sostenía su terrible mentira. Julia ahora entendía la inexplicable ternura que Marianella le producía. Ese hijo, que ella añoró durante toda su vida, tal vez estaba vivo. Tal vez estaba cerca. Tal vez era Marianella. Regresó a la Fundación para hablar con Thiago y con Cielo, y les explicó las razones de su reacción. Ellos quedaron demudados cuando les contó su historia, las dudas sobre aquel bebé, y su cambio de identidad. Las coincidencias eran demasiadas como para no ilusionarse. Había una posibilidad concreta de que Mar fuera aquel bebé que le habían arrancado. Thiago opinó que debían ser cuidadosos con Mar. El tema del abandono de su madre era lo que la había marcado de por vida y la había vuelto desconfiada y reacia. La posibilidad de encontrar a su madre era algo que podría desestabilizarla. 499 Una horas más tarde empezaba a atardecer, y Mar estaba con Rama, hablando con el Chango, el representante qu quería representar a la banda. A criterio de Mar, Rama entusiasmaba con demasiada facilidad y se llenaba la cabe con pajaritos de colores. Según Rama, Mar era demasia pesimista y no le vendría mal soñar un poco. Chango no qi ría presionarlos, simplemente los impulsaba a grabar l demo, para ver si él lograba algo moviéndolo en algunas disqueras. Rama se fue con Chango a hablar con el resto de lec chicos, y Mar se quedó farfullando sola, filosofando sob los enormes tortazos que se pegaría Rama si seguía sien tan soñador. Cuando giró para salir con una bandeja con la vaji1 sucia, ahí estaba Julia, que la miraba con una sonrisa en cionada. Mar pensó, sin saber por qué, que no deberían g: bar ese demo, no deberían soñar con imposibles. Julia le rogó que se sentara unos minutos con ella mientras el sol se escondía detrás de la mansión, le ha; de aquella insólita y maravillosa casualidad. De aquel be que a ella, Sandra Rinaldi, le habían arrebatado, y de e mamá que Mar estaba buscando. 500 Capitulo 014 la gran revelacion La costumbre de Cristóbal de escaparse de su casa para ir a ver a Nico no había variado para nada. Carla ya estaba harta, pues estaba convencida de que Nico no hacía nada para que Cristóbal lo obedeciera. De donde no podía escaparse, los días en que debía ir a visitarlo, era de la casa de Marcos. Desde que llegaba hasta que se iba permanecía leyendo, sin dirigirle la palabra. Una tarde, cuando Nico salía con Malvina rumbo a la clínica para hacerse unos estudios por el embarazo, se sorprendió mucho al ver un camión de mudanza estacionado frente al loft. En realidad, no fue el camión lo que lo sorprendió, sino quienes bajaron de allí. —Cristóbal me contó que el inquilino que estuvo viviendo hasta hace poco dejó el loft... y aunque le faltaría una habitación, me pareció una buena idea mudarnos acá —dijo Carla—. Así, bueno... pueden estar más cerca. Nico miró a Cristóbal, que le hizo un guiño con picardía, y luego miró a Carla. Esa actitud era una muestra cabal de que la esperanza era algo a sostener. Esa mujer que había estado extraviada durante tantos años comenzaba a cambiar. Él la abrazó, y le agradeció con el corazón lo que había hecho para mantenerlo cerca de su hijo. Nico estaba radiante, había vuelto a sonreír y a tener esperanza. Y mientras Cristóbal llenaba un recipiente con agua en la cocina de la mansión, Nico había comenzado a explicarle que tendría un hermanito. Buscó las palabras, intentó ser delicado, ya que aquel año el niño había tenido demasiadas revelaciones y noticias. Sin embargo, Cristóbal, ocupado en su accionar, lo miró y con simpleza le dijo: —Sí, ya sabía, pa... 503 —¿Cómo que sabías? —Lo dijo Mogli: «cuida a tu hermanito»... Era obvio que Malvina estaba embarazada. Te felicito pa y te juro que no me da celos. Ahora escúchame, mira lo que descubrí... —y sacó el cubo de cristal. —¿Qué haces con eso vos? —se alarmó Nico al verlo en su poder. —Es que con tantas mudanzas, pa, y vos que sos tan desordenado, pensé que mejor me lo quedaba yo. Ahora mira esto... Y con cuidado metió el cubo de cristal en el recipiente con agua. Nico se maravilló cuando vio que al contacto con el agua el cubo comenzaba a girar. —¡Genio! ¿Cómo descubriste eso? —El palacio de los tres reyes... ¿Te acordás de que eso decía en prunio? Bueno, el palacio de los tres reyes estaba rodeado por agua... Entonces se me ocurrió... —Sos un genio. Ahora, esto... ¿para qué sirve? No terminó de decirlo que sintieron otra vez la vibración y un fuerte ruido en la planta alta de la mansión. Nico sacó el cubo de inmediato del agua, y se miró con su hijo. —¡Vino de arriba! Ambos corrieron por las escaleras hacia la parte superior, intentando detectar de dónde provenía el ruido. Por descarte, llegaron al altillo. —¿Se enojará Cielo sin entramos? —No creo, hijo. En la habitación de Cielo sumergieron nuevamente el cubo en el agua, y corroboraron que el ruido provenía de allí. El mecanismo del reloj había empezado a crujir, decenas de objetos metálicos comenzaron a vibrar y a acercarse lentamente hacia el reloj. La vibración crecía y crecía, hasta que de pronto se abrió la puerta e ingresó Jásper, quien los miró con severidad. El jardinero de la mansión Inchausti se acercó al reloj, metió la mano dentro del mecanismo, e hizo algo que ellos no vieron, pero que logró que todo se detuviera. 504—Hay cosas con las que no se juega —los reprendió con severidad. Nico y Cristóbal asintieron, eran dos niños regañados. Nico ya había percibido que Jásper sabía mucho más de lo que decía. Después de sopesar si correspondía hablarle o no, fue a increparlo al cuartucho donde vivía. —¿Qué pasó hace un rato con el reloj? —¿Y usted qué cree que pasó? —¡No empiece con las preguntitas misteriosas! —se impacientó Nico—. Usted sabe cosas, ¡hable! —Usted también sabe cosas... —dijo Jásper. —¿Qué tienen que ver las pistas con esta casa? —Bien, ¿ve que sabe cosas? Ya dedujo que por algo toda su búsqueda de Eudamón lo conduce a esta casa. —¡Le estoy preguntando por qué! ¿Qué tiene que ver esta casa con una isla perdida en el medio de algún océano? —Ah... ¿Usted todavía cree que es una isla de verdad? ¿Usted piensa que existe un sitio geográfico aún no descubierto? —¿No es una isla? ¿Es una metáfora? Si lo sabe, dígalo... ¿Qué es Eudamón? —¡Ésa! ¡Ésa es la pregunta correcta! —se entusiasmó Jásper—. No «¿dónde queda Eudamón?», sino «¿qué es?» —¿Y usted lo sabe? —dijo Nico registrando que le sudaban las manos. —Mire... Don Inchausti era un inventor y un fabricante de juguetes... Esta casa misma es un experimento, llena de pasadizos, puertas trampas, túneles, algunos que conoce, otros que no... Hay secretos, sorpresas, como en todo juego... Y abrió una puerta dentro de su casucha, dejando al descubierto el tablero con monitores, botoneras y ecualizadores muy antiguos. —¿Y esto? —preguntó Nico. —Una especie de centro de operaciones de Inchausti. Desde acá controlaba todos los secretos que tiene la man- 505 sión. La cuestión es que, jugando con la casa, descubrió cosas extrañas... descubrió que la casa tenía vida. Esta mansión fue construida en el año 1854. ¿Le dice algo ese año? —¡Fue el año del éxodo prunio! —dijo Nico con fascinación—. Se supone que ese año dejaron las tierras done vivían y emigraron, y luego desaparecieron. —Desaparecer no necesariamente quiere decir extinguirse, ¿verdad? —señaló Jásper. —Jásper... ¿usted me va a decir algo? —Le estoy diciendo. Como ya le dije que Inchausti Ueg a Eudamón y regresó siendo otro. —¿Usted sabe cómo llegar? —No, porque según Inchausti Eudamón no es un lugar al que se llega. Cuando esté preparado, usted no llegará a Eudamón, sino que Eudamón llegará a usted. Lo bueno. Bauer, es que Eudamón está cerca. 506Justina y Bartolomé estaban débiles pero no vencidos, y aunque últimamente era Cielo quien parecía marcar el ritmo en la Fundación, ellos preparaban en secreto su regreso al poder para retomar el timón del barco. En varias ocasiones, Nico los había descubierto discutiendo con Cielo, con vehemencia, y quiso saber qué ocurría, pero Cielo callaba, pues aunque avanzaba sobre los otros, Bartolomé le había dejado muy en claro el poder que aún tenían. Una tarde Cielo los estaba increpando porque los chicos hacía meses que no tenían una revisación médica, y tampoco habían contratado un servicio de emergencias. —¡Si acá llega a haber un accidente o cualquier urgencia, no podemos llamar ni a la ambulancia! —se exaltó Cielo. Bartolomé la dejó envalentonarse, hasta que le pidió que llevara un papel a Justina. Cielo lo miró y se quedó dura. —¿Qué es esto? —Eso... es el inicio de los trámites de adopción de Alelita. No puedo sostener más esta fundación, che... Voy a tener que empezar a repartir a los mocosos. —Usted no va a separar a Alelí de su hermano, pedazo de retorcido. —Hago lo que puedo, Cielín. ¿Sabías que Tachito tiene una causa por robo con arma blanca? Lo vengo salvando hace años del Escorial, y eso me ha costado dinero que no tengo. Lo voy a tener que dejar ir nomás, se lo van a comer crudo en el Escorial, pobre Tachito... Cielo se la aguantaba, porque tenía la esperanza de que el divino del juez Arteche pondría fin a tantas injusticias. Pero entonces ocurrió algo que le dejó bien en claro que Bartolomé no estaba ni acabado, ni vencido, ni tan debilitado. 507 Durante una reunión de Cielo con el juez Arteche, mientras conversaban, él le aportó una curiosísima información —Don Juez, no se aguanta mucho tiempo más esto... Ha. que hacer algo ya. —Paciencia, señorita —le dijo el juez—. Con el material que ya tenemos y las investigaciones que estamos haciendo pronto vamos a disponer de suficientes pruebas para encerrar a esos explotadores. Pero ahora te cité por otro tema Vos me hablaste de esa nena, Luz, la supuesta hija de Justina García. —¿Averiguó algo? ¿Es verdad lo que ellos dicen de 1= banda de secuestradores? —No, eso aún no lo sé. Lo que si averigüé es que hace j varios años que la justicia busca a los herederos de la fortuna Inchausti. Una mujer y su hija desaparecidas. —Sí, algo sabía... pero Luz no puede ser, porque supuesta heredera tenía unos diez años cuando desapar ció, ¿o no? —Eso es correcto. La madre, Alba... —Cielo sintió ur puntada en el pecho al oír ese nombre— y su hija, Ángeles Inchausti... —¿Cómo dijo? —se sobresaltó Cielo. —La heredera se llamaba Ángeles Inchausti. Cielo estaba conmocionada. Así la había llamado en 5 sueño el misterioso señor que había resultado ser don inchausti: Ángeles. ¿Cómo era posible que ella hubiera soñado justamente con ese nombre? —Lo que averiguamos, Cielo, por los registros médicos. —continuó el juez— es que Alba, antes de desaparecer, estaba embarazada. Y si ese hijo nació, ahora tendría unos diez años, casualmente la edad de esta chiquita Luz. —¿Usted dice que Luz es una de las herederas? —dijo Cielo conmovida. —No lo puedo afirmar, pero tampoco lo descartaría. Cielo se fue del juzgado con más dudas que certezas Había algo turbio en la historia de las herederas, y todo el cuento de la banda de traficantes cada vez cerraba menos 508 Durante una reunión de Cielo con el juez Arteche, mier tras conversaban, él le aportó una curiosísima informado —Don Juez, no se aguanta mucho tiempo más esto... H, que hacer algo ya. —Paciencia, señorita —le dijo el juez—. Con el mater: que ya tenemos y las investigaciones que estamos haciend. pronto vamos a disponer de suficientes pruebas para ene rrar a esos explotadores. Pero ahora te cité por otro tem Vos me hablaste de esa nena, Luz, la supuesta hija de Justina García. —¿Averiguó algo? ¿Es verdad lo que ellos dicen de la banda de secuestradores? —No, eso aún no lo sé. Lo que si averigüé es que hace varios años que la justicia busca a los herederos de la fortuna Inchausti. Una mujer y su hija desaparecidas. —Sí, algo sabía... pero Luz no puede ser, porque la supuesta heredera tenía unos diez años cuando desapareció, ¿o no? —Eso es correcto. La madre, Alba... —Cielo sintió una puntada en el pecho al oír ese nombre— y su hija, Ángeles Inchausti... —¿Cómo dijo? —se sobresaltó Cielo. —La heredera se llamaba Ángeles Inchausti. Cielo estaba conmocionada. Así la había llamado en su sueño el misterioso señor que había resultado ser don Inchausti: Ángeles. ¿Cómo era posible que ella hubiera soñado justamente con ese nombre? —Lo que averiguamos, Cielo, por los registros médicos... —continuó el juez— es que Alba, antes de desaparecer, estaba embarazada. Y si ese hijo nació, ahora tendría unos diez años, casualmente la edad de esta chiquita Luz. —¿Usted dice que Luz es una de las herederas? —dijo Cielo conmovida. —No lo puedo afirmar, pero tampoco lo descartaría. Cielo se fue del juzgado con más dudas que certezas. Había algo turbio en la historia de las herederas, y todo el cuento de la banda de traficantes cada vez cerraba menos. 508 Sería perfectamente posible, pensó, que Bartolomé y Justina hubieran mantenido oculta a Luz por ser una heredera, para así poder quedarse ellos con su fortuna. ¿Y Ángeles? La otra beneficiaría ... ¿Qué había sido de esa chica? ¿Y por qué ella había soñado que don Inchausti la llamaba con ese mismo nombre? A Cielo se le ocurrió que había una persona que le podría aclarar un poco sus dudas. —¿Me buscaba, señorita? —le dijo Jásper, acercándose a Cielo, que estaba en su carromato, en el jardín de la mansión. —Sí, Jásper... Como usted está acá desde toda la vida, le quería preguntar algo sobre las herederas Inchausti. —Eran dos nenas, hijas del señor Carlos María, único hijo de la señora Amalia, y de Alba, la cocinera. Cielo volvió a sentir la misma puntada en el pecho al oír el nombre de Alba y de su esposo. —Por qué dice dos, si era una sola... Ángeles, ¿no? —Alba estaba embarazada cuando desapareció —afirmó Jásper. Entonces el jardinero le contó toda la historia. Cómo la vieja Amalia había echado de la casa a su hijo cuando éste su unió a la cocinera. Cómo diez años después, tras la muerte de su hijo, mandó a buscar a su nuera y a su nieta, pero nunca las encontró. —¿Y usted cómo sabe que después estaba embarazada? —Lo supe. —¿Nunca aparecieron? —Hasta ahora —dijo Jásper, con intención—. Y de no aparecer, don Bartolomé sería el único heredero. —Con él de por medio, huele a chanchullo... —dijo Cielo :asi para sí. —Si eso le parece a usted... —acotó Jásper en tono misterioso—. Yo confío en que algún día aparecerán las herederas... Creo verlas todos los días... —dijo nuevamente con doble sentido. 509 El juez Arteche volvió a comunicarse con Cielo al ct día y le pidió que tuvieran un encuentro urgente. Ella se ? prendió ante semejante apuro. —¿Descubrió algo? —quiso saber. —Algo muy importante. Se trata de las herederas. P tiene que ser personalmente. Cielo caminaba hacia el bar donde la había citado el ji pero, al aproximarse, divisó una ambulancia, patruller mucha gente reunida alrededor, y una cerca policial. Ex: nada, observó lo que ocurría, y de pronto un escalofríe estremeció. Era el juez Arteche a quien estaban subiende i una camilla. —¿Qué pasó? —le preguntó a una persona que esta curioseando. —Lo atropello un auto, que huyó. —Pero... está... —Sí, está muerto —le dijo el hombre, y ella se desr.. roñó mientras veía cómo subían el cuerpo sin vida del juez 1 a la ambulancia. Cielo quedó sin aliento, completamente abatida. El un: juez en el que confiaba, y que había descubierto algo impe tante, estaba muerto. Horas después de ese trágico sucei inesperado por completo, se sintió más desamparada q. nunca, y decidió que ya era momento de hablar con In: ella no podía seguir sola con su lucha. Y justo cuando esta; a punto de ir a verlo, la llamó Bartolomé a su escritorio. Apenas entró, él cerró la puerta. El lugar estaba m: oscuro que de costumbre, era parte de la puesta en escer intimidante que había preparado Barto. —Me enteré de lo que le pasó al juez Arteche... —disparó él, y ella se quedó petrificada—. Que horror, che... Arteche era uno de los pocos, sino el único juez honesto que quedaba en la city, che... 510El juez Arteche volvió a comunicarse con Cielo al otro día y le pidió que tuvieran un encuentro urgente. Ella se sorprendió ante semejante apuro. —¿Descubrió algo? —quiso saber. —Algo muy importante. Se trata de las herederas. Pero tiene que ser personalmente. Cielo caminaba hacia el bar donde la había citado el juez pero, al aproximarse, divisó una ambulancia, patrulleros mucha gente reunida alrededor, y una cerca policial. Extrañada, observó lo que ocurría, y de pronto un escalofrío k estremeció. Era el juez Arteche a quien estaban subiendo una camilla. —¿Qué pasó? —le preguntó a una persona que estar ¿ curioseando. —Lo atropello un auto, que huyó. —Pero... está... —Sí, está muerto —le dijo el hombre, y ella se desm:- ronó mientras veía cómo subían el cuerpo sin vida del jue a la ambulancia. Cielo quedó sin aliento, completamente abatida. El un:: juez en el que confiaba, y que había descubierto algo impc :- tante, estaba muerto. Horas después de ese trágico suces: inesperado por completo, se sintió más desamparada qr nunca, y decidió que ya era momento de hablar con Ini. ella no podía seguir sola con su lucha. Y justo cuando estaba i a punto de ir a verlo, la llamó Bartolomé a su escritorio. Apenas entró, él cerró la puerta. El lugar estaba más oscuro que de costumbre, era parte de la puesta en escens intimidante que había preparado Barto. —Me enteré de lo que le pasó al juez Arteche... —disparó él, y ella se quedó petrificada—. Que horror, che... Arteche era uno de los pocos, sino el único juez honesto que quedaba en la city, che... 510Cielo comprendió todo, y lo miró con odio y temor. —Tengo entendido que vos lo conocías, ¿no? —le dijo Barto con una sonrisa perversa. —¿Cómo puede dormir a la noche? —Plácidamente duermo, gracias por preguntar —respondió irónico y adoptó su rostro más siniestro—. En cambio vos no vas a poder dormir tranquila, porque este juez murió por tu culpa, por irle con cuentitos. Y si estás pensando en ir ver a su secretario, no te gastes, fue él quien nos contó tus reunioncitas con Arteche. —Usted está muy enfermo. Se cree fuerte porque nos da azotes, pero es muy débil. —Te juro que tu ingenuidad me conmueve. —Usted no se puede conmover, si está más seco que lengua de loro. Es un horror, disfruta cometiendo crímenes... —Crímenes perfectos... son los míos. Volví al ruedo, Sky. Que te quede bien en claro quién tiene el timón de este barco. Vos seguí molestando y sos la próxima víctima de mis crímenes perfectos. Una vez más, Cielo volvió a sufrir el desamparo. Su última esperanza se había ido con el juez Arteche en aquella ambulancia. Y cuando creía que ya había vivido y escuchado lo más terrible, Bartolomé le puso el moño a la escena. Ella no esperaba lo que él agregó. —Ah, y si querés mandarle algo a Tacho, avísame. Ya está en el Escorial. 511 Cielo corrió a confirmar la noticia, y no necesitó preguntar nada; por la cara de todos los chicos se dio cuenta de que Bartolomé no le había mentido. Tacho estaba en el Escorial. —Bartolomé lo había salvado de una causa... y ahora la reflotó. Mandó a Tacho al Escorial... —confirmó Rama. —¡Nunca lo tendríamos que haber enfrentado! —se lamentó Mar. —¿Pero qué es ese lugar? —Es el lugar más jodido al que te pueden mandar —gráfico Lleca—. Es como una cárcel para pibes. —¿Pero así nomás lo puede mandar? —Vino de la nada, y se lo llevó, sólo para mostrarnos que sigue teniendo el poder —se lamentó Rama, desgarrado por la partida de su amigo. —De la nada, no —retrucó Mar—. Nos dijo que el padre de Nacho lo quería ver adentro por haberle pegado a su hijo. —Ya me cansé —dijo Thiago—. Lo voy a enfrentar yo. voy a denunciar a mi viejo a la policía. —No —dijo Cielo tratando de mantener la calma, y preguntó algo que la preocupaba—: ¿Dónde está Jazmín? Todos se miraron, nadie lo sabía. Apenas Jazmín se enteró de lo que habían hecho con Tacho, se sintió muy culpable y desesperada. Tacho estaba allí por su culpa. No sólo porque Bartolomé era una basura estaba ahí por haberle pegado a Nacho, y si eso también era mentira, aun así era su culpa por haber jugado con Nacho. Ya era de noche cuando llegó al Escorial. Por fuera pare- 512cía un viejo colegio. Estaba rodeado por una tapia y custodiado por una garita de seguridad. Rodeó el edificio, se trepó a un árbol, y desde ahí saltó hasta el murallón y lo cruzó. Comenzó a avanzar por los jardines, muy oscuros, y con mucho olor a pis de gato. Avanzó, asustada, hasta que encontró una puerta. El lugar, además de horrible, era muy oscuro y silencioso. Jamás se lo hubiera imaginado así. No sabía muy bien qué haría, ni siquiera confiaba en que podría tener éxito. Sólo quería que Tacho supiera que ella estaba ahí, que nunca lo dejaría sólo. Quería demostrarle, y esta vez ser creíble, que lo amaba. Que él y sólo él era su amor. Pero antes de poder hacer algo, de pronto se encendieron las luces, y dos guardias la descubrieron. De nada sirvieron sus gritos y súplicas, con excesiva violencia la arrastraron para sacarla. En ese momento, Tacho estaba en el comedor común, muy intimidado por un grupito de internos que lo miraban riéndose, seguramente tramando algún tipo de bautismo para el nuevo, cuando oyó los gritos de Jazmín. Oír su voz en ese lugar le resultó absurdo, inesperado. El guardia que los vigilaba mientras comían le gritó cuando lo vio levantarse y salir corriendo, pero Tacho no se detuvo. Salió al pasillo, al final del cual se estaban llevando a Jazmín. Tacho sintió una emoción indescriptible, allí estaba ella, buscándolo, ayudándolo. Él corrió, intentó frenarlos, pero el custodio ya había llegado a él y lo amenazó con una cachiporra. Jazmín lloraba y le decía que lo amaba, que fuera fuerte, que lo iban a sacar de ahí. Él también le dijo que la amaba y que sería fuerte por ella, pero que por favor se fuera. Muchos internos se acercaron, y llegaron más guardias. Y de pronto, entre todos los gritos y la montonera de gente, Tacho y Jazmín vieron, con un alivio que los conmovió hasta las lágrimas, a Nico y a Cielo, muy serios. Cielo presintió que Jazmín había ido a buscar a Tacho, y se dispuso a ir tras ella, pero Thiago volvió a insistirle con 513 hablar con Nico; estaba convencido de que se necesitaba ui hombre adulto para ayudarlos a enfrentar a Barto. Cielc sabía que, apenas se enterara, Indi enfrentaría a Barto. j éste llevaría adelante todas sus amenazas. Sin embargo reconoció que lo necesitaban y fue a buscarlo. Sin darle más detalles, le contó que Tacho estaba en e Escorial, y le pidió que la acompañara a rescatarlo, sin de cirle nada a Bartolomé. —¿Por qué no? —indagó Nico. j —No me pregunte, ¿me acompaña a buscar a Tacho”1 Él por supuesto aceptó, llamó a su abogado y juntos ron al Escorial. Hicieron un gran escándalo cuando entr y vieron el trato que estaban dándoles a Jazmín y a Tacl el responsable del lugar se vio intimidado cuando el aboc de Nico detectó una irregularidad en el acta de ingres Tacho. Faltaba una orden del juez de menores. El diré del Escorial, nervioso, llamó a Bartolomé quien, enterac la situación, se apersonó en el lugar, fingiendo su indi ción ante Nico, y exigió que, como ya lo había señalado ar anularan el ingreso, porque faltaba la orden del juez. El resultado fue que Tacho regresó esa misma noc la Fundación. Y Bartolomé se mostró complacido, aunqiÉ por lo bajo le aseguró a Cielo que lo que acababan de viví sólo había sido un botón de muestra. Una hora más tarde Jazmín conducía a Tacho de la mam a su habitación. De fondo se oían las voces de los chicos. EU lo detuvo en el pasillo en penumbras y le acarició un more ton que él tenía en un pómulo. —Lo que hiciste fue increíble, gitana —dijo Tacho, a rio complacido—. ¡Estás loca! ¿Cómo te vas a mandar as —A vos y a mí nadie nos va a separar. Nunca. —Ah, ¿estamos juntos nosotros? —Siempre, aunque seas un pendejo tarado, aunque n me creas que nunca tuve nada con Nacho. Vos y yo siempí vamos a estar juntos. 514Cuando Cielo le agradeció a Nico por su ayuda, él le i guntó por qué, en lugar de recurrir a Bartolomé, ha hablado con él. Ella lo miró, sopesando si no había lleg la hora de confiarle todos los secretos que guardaba, inc.. los de Malvina. Pero recordó, como bien le había dicho F tolomé, que éste aún seguía teniendo el timón del ba CO, por lo que respondió a Nico con evasivas. —No pasa nada, olvídese —dijo ella. Pero Nico no se olvidó; muy por el contrario, comenzt pensar en todas las veces que había visto a Cielo discutir coi Bartolomé, la tensión entre ambos cuando él aparecía Recordó también aquel episodio que le había referido Ciek cuando habían descubierto el taller de los juguetes. Pens en aquella vez en que Tacho había querido pegarle, y en t acusación de Mar, cuando lo llamó «explotador». Tambiés le había llamado la atención el distanciamiento que habí entre Thiago y su padre, y las palabras de Barto en la cK nica, cuando Thiago estuvo al borde de la muerte. «Desea brió quién era el padre y se quiso morir», había dicho entn llantos a Justina. Algo no le cerraba, algo estaba mal, y i estaba dispuesto a averiguarlo. Tina estaba dándole otro té de ruda macho a Barto, para que terminara de espabilarse. Nico entró muy serio en sala, y sin preámbulos lo encaró. —Tengo que hablar con vos de lo que pasó con Tacho. Bartolomé se atragantó con el té. —Por suerte lo tenemos en casa otra vez, ¿no? —dijo fal sámente Bartolomé. i 516 Cuando Cielo le agradeció a Nico por su ayuda, él le pr< guntó por qué, en lugar de recurrir a Bartolomé, habí hablado con él. Ella lo miró, sopesando si no había llegad la hora de confiarle todos los secretos que guardaba, incluí los de Malvina. Pero recordó, como bien le había dicho Ba tolomé, que éste aún seguía teniendo el timón del bar co, por lo que respondió a Nico con evasivas. —No pasa nada, olvídese —dijo ella. Pero Nico no se olvidó; muy por el contrario, comenzó pensar en todas las veces que había visto a Cielo discutir ca Bartolomé, la tensión entre ambos cuando él aparecí) Recordó también aquel episodio que le había referido Ciel< cuando habían descubierto el taller de los juguetes. Pens en aquella vez en que Tacho había querido pegarle, y en 1 acusación de Mar, cuando lo llamó «explotador». Tambié le había llamado la atención el distanciamiento que habí entre Thiago y su padre, y las palabras de Barto en la el nica, cuando Thiago estuvo al borde de la muerte. «Descí brió quién era el padre y se quiso morir», había dicho ena llantos a Justina. Algo no le cerraba, algo estaba mal, y i estaba dispuesto a averiguarlo. Tina estaba dándole otro té de ruda macho a Barto, pai que terminara de espabilarse. Nico entró muy serio en ] sala, y sin preámbulos lo encaró. —Tengo que hablar con vos de lo que pasó con Tacho. Bartolomé se atragantó con el té. —Por suerte lo tenemos en casa otra vez, ¿no? —dijo fa sámente Bartolomé. 516—Vení a tu escritorio, por favor —le respondió Nico, muy serio, y entró, esperando que él lo siguiera. Bartolomé se miró con Justina. Lo que siempre había temido estaba ocurriendo: Bauer había comenzado a meter las narices en sus asuntos. A la debilidad que venía sufriendo, se le sumó el hecho de que otro hombre lo enfrentara. Barrióme era muy cobarde, y el modo en que su cuñado lo había encarado lo intimidó. Pero Justina intervino enseguida para estimularlo. —Hora de volver al rrruedo, señorrr. —No creo poder hacerlo, Justin... ya no estoy para estos rrotes. —Vamos, trote, manipule, engañe, embarulle, decapite, haga lo que sabe hacer! —Pero si apenas puedo caminar, Tini... —Imagine qué será de sus rulos sedosos y sus delicadas naneras en un penal, mi señorrr. La imagen lo escandalizó. En ese momento volvió a asonar Nico desde el escritorio, impaciente y serio. —Te estoy esperando, Bedoya. Esa provocación era lo que necesitaba para volver a levantarse. Alzando el mentón, lo miró. —Bedoya Agüero —corrigió—. Y no tanto apuro, Bauer... Y con pasos firmes y lentos entró en su despacho. Cerró a puerta y se sentó en su sillón, preparado para estar siembre unos veinte centímetros por encima de quien se sentara enfrente. Pero Nico permaneció de pie. —Te escucho, Bauer. —No, te escucho yo. ¿Cómo dejaste que se llevaran a Tacho a ese lugar sin una orden del juez? —Me apretó Pérez Alzamendi, y Tacho ya tenía una causa rendiente, y... —¡No te podes dejar apretar por nadie! Tenes que defender a tus chicos con uñas y dientes... ¿vos viste lo que es ese lugar? —Espantoso... Si para vos fue la primera vez, para mí es cosa de todos los días... A propósito, no entiendo por qué 517 fuiste vos sin avisarme a mí, pero en fin... Yo ya estar moviendo cielo y tierra, y de hecho llegué atrás de vos y m lo traje conmigo, ¿no? Nico lo miró unos instantes y finalmente dijo. —No me cierra. —¿Qué es lo que no te cierra? —Nada. Yo jamás hubiera permitido que se lo llevaras —Claro, vos sos el padre perfecto, ¿no? ¿Qué hicis cuando se llevaron a tu chiquito? Nada... —Eso fue muy distinto. Yo perdí un juicio —dijo Nico ñd minándolo con odio—. Vos lo dejaste ir porque sí, como a quisieras castigarlo por algo. 1 —¿Hago todo mal, no? —dijo Bartolomé, ya en víctiiad —La verdad que sí, Bartolomé. Estás haciendo agua vm todos lados... Primero, es una vergüenza que ningún-: estos chicos estudie... —Thiaguito les consiguió una beca y Rama me incendii el colegio, ¿qué querías que hiciera? 1 —Que los lleves a otro colegio, que les pongas profesl res... Los chicos quieren averiguar sobre sus familias y vj no haces nada... Es todo demasiado raro. I —Me cansaste, Bauer —dijo Bartolomé poniéndose serio de golpe. Bauer se estaba aproximando demasiado a sus secretos y decidió quemar sus naves. El pobre altruista, criticado injustamente en sus esfuerzos, era un personaje que siempre daba resultado—. Si no te cierra cómo manejo mi fundación, si tenes objeciones sobre mi desempeño... todo tuyo Te dejo las llaves de mi caja fuerte, mi escritorio... investigame, empápate de todo. Es más... te delego mi puesto de director de la Fundación por una semana... Se puso de pie, ofreciéndole su silla, consustanciado con su papel de víctima. Nico sólo lo observaba. —Todos cuestionan y critican... ¡Claro, es muy facil hablar desde afuera! Nadie sabe lo que es estar en mi silla ¡Ser el director de esta Fundación es una patriada! ¿Y gano? Desconfianza, desprestigio... Te dejo mi lugar.el 518 fuiste vos sin avisarme a mí, pero en fin... Yo ya estaba moviendo cielo y tierra, y de hecho llegué atrás de vos y me lo traje conmigo, ¿no? Nico lo miró unos instantes y finalmente dijo. —No me cierra. —¿Qué es lo que no te cierra? —Nada. Yo jamás hubiera permitido que se lo llevaran —Claro, vos sos el padre perfecto, ¿no? ¿Qué hiciste cuando se llevaron a tu chiquito? Nada... —Eso fue muy distinto. Yo perdí un juicio —dijo Nico fulminándolo con odio—. Vos lo dejaste ir porque sí, como s quisieras castigarlo por algo. —¿Hago todo mal, no? —dijo Bartolomé, ya en víctima. —La verdad que sí, Bartolomé. Estás haciendo agua per todos lados... Primero, es una vergüenza que ninguno de estos chicos estudie... —Thiaguito les consiguió una beca y Rama me incencu: el colegio, ¿qué querías que hiciera? —Que los lleves a otro colegio, que les pongas profeseres... Los chicos quieren averiguar sobre sus familias, y vc no haces nada... Es todo demasiado raro. —Me cansaste, Bauer—dijo Bartolomé poniéndose ser.: de golpe. Bauer se estaba aproximando demasiado a sus secre: y decidió quemar sus naves. El pobre altruista, critica: injustamente en sus esfuerzos, era un personaje que siernpre daba resultado—. Si no te cierra cómo manejo mi Fundación, si tenes objeciones sobre mi desempeño... todo tu; Te dejo las llaves de mi caja fuerte, mi escritorio... Investígame, empápate de todo. Es más... te delego mi puesto de crector de la Fundación por una semana... Se puso de pie, ofreciéndole su silla, consustanciado ccr su papel de víctima. Nico sólo lo observaba. —Todos cuestionan y critican... ¡Claro, es muy faca hablar desde afuera! Nadie sabe lo que es estar en mi lugar ¡Ser el director de esta Fundación es una patriada! ¿Y ct_t gano? Desconfianza, desprestigio... Te dejo mi lugar... L 518 timón del barco es tuyo, todo tuyo... A ver qué tan bien haces las cosas vos. Nico hizo un gesto que Bartolomé interpretó como una retractación. Pensó que su papel de víctima había logrado su efecto; sin embargo, Nico se puso de pie y dijo lo impensado: —Acepto. —¿Cómo? —Que acepto tu lugar, que tomo el timón del barco. Bartolomé nunca en su vida se había sentido tan estólido. 519 Nico y Bartolomé salieron del despacho, y Malvina y Jim tina intentaron disimular en vano, alejándose de la puenB a la que habían estado pegadas. En ese momento entraba en la sala Cielo, seguida de Thiago, y desde las habitacicnJ venían Rama, Tacho, Mar y Jazmín, felices, abrazados z :rl el regreso de Tacho. Nico aprovechó la confluencia de te : ?1 para hacer el gran anuncio. —Estuve hablando con Bartolomé, y como él realme: - , está necesitando un descanso, acordamos que yo me <~ hacer cargo de la dirección de la Fundación. Un gran silencio se produjo en la sala. Algunos que ron boquiabiertos y otros, estupefactos. —¿En serio, Indi? ¿Usted va a ser el director? —dijo Cimbrándose con Thiago. —Ah, bue... Ah, bue, mire si... Ah, bue, bue, ah... —t pezó a largar una onomatopeya tras otra Justina, sin po articular palabra. —Nicky... It’s a joke, ¿no? —comenzó Malvina—. O s deberías estar pensando en que va a haber una boca más p alimentar, ¡helio! ¿Trabajar acá? Tipo que si estás buscar trabajo por el baby, este, lo que se dice trabajo no es, eh... i —Nunca estuvo más en lo cierrrto la bólida, con to rrrespeto —comentó Justina, fulminando a Bartolomé—. E trabajo es menos rentable que casa velatoria de pueblo. So don Bartolomé puede; él se da, se brinda, se sacrifica... —Pero está cansado, no puede... y él mismo me ofreció ser el director de la Fundación —explicó Nico. —Interino, ¿no, Nicky? —aclaró Bartolomé. —El tiempo que haga falta, Barto. —¿Ustedes me están hablando en serio? —preguntó Cielo, sin poder creerlo. 520—Muy en serio, ¡y empezamos ya! Quiero hacer algunos cambios... ¿Dónde está el dinero de la Fundación? —¿El dinero? —preguntó Barto abatatado—. Eh... hay poco, poco... yo no empezaría gastando, Bauer... —Pero algunas inversiones hay que hacer, papá... —dijo Thiago disfrutando de la situación. —A nosotros nos faltan muchas cosas... —aprovechó Rama. —En el patio hay que cambiar tapones por una térmica, ni te digo la humedad que hay en las piezas... —agregó Mar. —Ok... Barto, habilitame las cuentas, que vamos a empezar. Y salió, seguido de todos los chicos y Cielo. Malvina y Justina giraron a mirar a Bartolomé, que estaba rojo de vergüenza. —¿Qué hiciste, bólido? —¿Qué hizo, mamerto? —preguntaron ambas al unísono. —¡Me taré! —confesó Bartolomé—. Me salió el tiro por la culata... Hice la que hago siempre, el acting del ofendido, fui un poco más allá, tiré de la soga, ¡y el muy turro agarró viaje! —Después la bólida soy yo... ¡Esto es para morirse muerta! No fue un eufemismo cuando Nico dijo que empezarían a hacer cambios ya mismo. Lo primero que hizo fue ir al sector de los chicos y tomar nota de todas las necesidades que tenían. «Hay que arreglar la humedad de las paredes, necesitamos fratachos.» «Hay que pulir el piso de madera, nos vivimos clavando astillas, boncha.» «Hay que comprar sábanas nuevas, chaval, éstas parecen de papel.» «Habría que comprar libros, chicos.» «El agua de la ducha sale fría.» «Hay que traer buen morfi, panchos.» Todos tenían muchas propuestas para hacer, y Nico tomó nota de todas, dándole importancia a todas. Comenzó destinando fondos para los arreglos más importantes: la pérdida de agua y las paredes con humedad. Mandó a comprar 521 ropa nueva, y pidió un presupuesto para pintar el pa cubierto y las habitaciones de los chicos. Aquella noche Nico pidió comida a domicilio, y todos cenaron juntos, sentados en el piso del patio cubierto. L chicos estaban felices, y Cielo aún creía estar soñando. Mié tras comían y charlaban todos a la vez, ella los miraba. 0 i servó a Mar, que no dejaba de mimarse con Thiago. A Tac y a Jazmín, que se miraban más enamorados que nunca. a Rama, que escuchaba atentamente todo lo que le contaba Alelí. Vio cómo Luz escuchaba fascinada lo que contaba Lleca. Vio cómo Monito comió hasta llenarse, y por primera vez desde que lo había conocido no se quedó con ganas de repetir. Y miraba a Nico, a su don Indi, a aquel ángel que había logrado ese milagro. Cuando Rama observó al gran grupo y comentó «es* mos todos juntos», Cielo advirtió que Nico se ensombrec i —Cristóbal también está acá, Indi. Él está —le susurró acercándose a él. Nico asintió, conmovido, y tomó la palabra. Se disculpiB con todos, sentía que podría haber estado más cerca de elloafl pero todo el tema de Cristóbal y el juicio, cuya sentencia estaba en vías de apelar, lo había tenido absorbido. Prome tió reparar ese error y ayudarlos en todo lo que pudiera I —Yo les prometo a todos que les vamos a dar una victtfl mejor, y también quiero que sepan que Cielo y yo vamos ffl hacer todo lo posible para que encuentren a sus familias —kfl aseguró Nico. Pero vio que todos tenían una expresión de escepticisr 1 —Chicos... —comenzó Nico—. Sé que tienen la necesi: de saber quiénes son. Ahora... también hay que pensar que pregunta, ¿quién soy?, no tiene una única respuesta. Cada i de ustedes tiene su historia, distinta, dura, injusta... Perc tener padres, o haber sido abandonados, no nos puede det No puede ser que vos, Tacho, por lo que te pasó, creas que _ lo que vale un televisor blanco y negro. Ni puede ser que N porque haya sido abandonada, deba ser siempre «la aban nada». Eso puede cambiar... porque chicos, ¿qué es un pac 522ropa nueva, y pidió un presupuesto para pintar el patio cubierto y las habitaciones de los chicos. Aquella noche Nico pidió comida a domicilio, y todos cenaron juntos, sentados en el piso del patio cubierto. Los chicos estaban felices, y Cielo aún creía estar soñando. Mientras comían y charlaban todos a la vez, ella los miraba. Observó a Mar, que no dejaba de mimarse con Thiago. A Tacho y a Jazmín, que se miraban más enamorados que nunca. Vk a Rama, que escuchaba atentamente todo lo que le contaba Alelí. Vio cómo Luz escuchaba fascinada lo que contaba Lleca. Vio cómo Monito comió hasta llenarse, y por primera vez desde que lo había conocido no se quedó con ganas di repetir. Y miraba a Nico, a su don Indi, a aquel ángel qu había logrado ese milagro. Cuando Rama observó al gran grupo y comentó «estamos todos juntos», Cielo advirtió que Nico se ensombreció —Cristóbal también está acá, Indi. Él está —le susurró, acercándose a él. Nico asintió, conmovido, y tomó la palabra. Se disculpó con todos, sentía que podría haber estado más cerca de ellos, pero todo el tema de Cristóbal y el juicio, cuya sentenciai estaba en vías de apelar, lo había tenido absorbido. Prometió reparar ese error y ayudarlos en todo lo que pudiera. —Yo les prometo a todos que les vamos a dar una vida mejor, y también quiero que sepan que Cielo y yo vamos a hacer todo lo posible para que encuentren a sus familias —les aseguró Nico. Pero vio que todos tenían una expresión de escepticismo. —Chicos... —comenzó Nico—. Sé que tienen la necesidad de saber quiénes son. Ahora... también hay que pensar que esa pregunta, ¿quién soy?, no tiene una única respuesta. Cada uní de ustedes tiene su historia, distinta, dura, injusta... Pero nc tener padres, o haber sido abandonados, no nos puede definir No puede ser que vos, Tacho, por lo que te pasó, creas que vales lo que vale un televisor blanco y negro. Ni puede ser que Mai porque haya sido abandonada, deba ser siempre «la abando nada». Eso puede cambiar... porque chicos, ¿qué es un padre’ 522 Todos lo escuchaban atentamente, jamás nadie les había hablado así. No era sólo por lo amoroso de sus palabras, era alguien que los había escuchado. —¿Llevar la sangre de un padre nos convierte en sus hijos? —No —respondió Thiago, categórico. —Claro que no... —continuó Nico—. Yo hace años que perdí a mi viejo, sin embargo está acá —dijo tocándose el corazón—, siempre conmigo, siempre será mi viejo. Está en mí. Cielo ni recuerda a sus padres, pero sus viejis... ¿no valen como padres? ¿Qué es un padre, chicos? ¿Marcos Ibarlucía es el padre de Cristóbal? Un padre es esa persona que nos ama más que a sí mismo. Todo se trata del amor. Y ustedes pueden tener o no tener padres, que pueden ser buenos o malos... pero lo que seguro tienen es amor. Tienen hermanos, ¿o no se sienten todos hermanos ustedes? Y no tendrán padres, pero nos tienen a Cielo y a mí. Después de la comida, cuando algunos se fueron a dormir, Mar y Thiago fueron a la cocina, en busca de un poco de intimidad. Ella notó que él se había quedado muy tocado por las palabras de Nico. Le confesó que cuando veía el amor que Nico tenía por su hijo le daba mucha envidia y dolor. Hubiera dado cualquier cosa por tener un padre y una madre, en lugar de esos desastres que había tenido. Observando a Nico, comprendía el horror de padre que le había tocado. Cada día que pasaba lo que sabía de su padre cobraba más peso. Hasta ese momento, ella había pensado que no había dolor más grande que no tener padres, pero viendo el dolor de su novio, entendió que, a veces, tener un padre siniestro podía ser mucho peor que no tenerlo. —Hay que frenar a mi papá, Mar. Hay que terminar con él. —¿Qué querés decir con «terminar con él»? —se asustó ella. —Pararlo. —¿Pero cómo? Mientras ambos intentaban encontrar una salida, Bartolomé, que estaba agazapado tras la puerta, confirmó al escucharlos que su hijo sabía perfectamente quién era él. 523 —Quiero sangre, Justin. Quiero que rueden cabezas. La mucamita y los mocosos le contaron a Thiaguito sobre mis actividades, él sabe todo. Eso se paga con la vida. La quiero muerta. Serví licor, Justin, hoy vamos a trabajar largo y tendido. —¡Ése es mi señorrrr! —dijo Justina abriendo la botella. En ese momento entró Malvina, estaba desconsolada, además de algo descompuesta por las náuseas. Nicolás no sólo la ignoraba, sino que ahora estaba en el altillo, con Cielo, trabajando para la Fundación. —Lo estoy perdiendo, Barti... Me va a dejar por Cielo. —Hace café, bólida, y súmate a la reunión. Todos vamos a recuperar el terreno perdido. En las penumbras del despacho, junto a varias tazas de café y copitas de Hesperidina, urdieron un plan. —Tomen nota. Primero hay que reparar mi error de cálculo con Bauer, hay que sacarlo de acá y retomar el poder. —Y bueno, usted sabe que ser director es una gran responsabilidad... Mucho mocoso dando vueltas, alguno podría desgraciarse, tener un accidente... —Eso, Tina. Vamos a lo segundo... Mi hijo. Hay que revertir lo que cree de mí, hay que convencerlo de que esa manga de delincuentes juveniles miente. —La traición mata. Y el pobre Thiaguito es sensible... —Vamos por ahí. Tercero, el superobjetivo: Cielo. Todos los temas llevan a ella. En el tema de la herencia, sobra Cielo. —En el tema de Lucecita... sobra Cielo —agregó Justina. —En el tema de Nick, sobra Cielo —aportó Malvina. —Cielo sobra, sería la conclusión —dijo Bartolomé—. Por lo tanto, al cielo mandaremos a Ángeles Inchausti. Estaba decidido. Para terminar con todos sus problemas, Ángeles Inchausti, alias Cielo Mágico, debía morirse muerta. 524Como habían hecho veinte años antes, entre gallos y inedia noche, Justina y Bartolomé se deslizaron sigilosos en el altillo donde dormía Cielo, y con un trapo embebido en éter se aseguraron de que siguiera dormida unas cuantas horas más. La bajaron sigilosamente entre ambos, y la llevaron hasta el jardín, donde Malvina los esperaba en el carromato. Sin hacer ruido y con un gran esfuerzo, empujaron el vehículo hasta sacarlo a la calle. Una vez allí, le dieron arranque, y tras varios intentos lograron ponerlo en marcha. Bartolomé se subió al volante, pero Malvina lo detuvo. —¡Hay tal crisis! ¿Estamos seguros de lo que vamos a hacer? Me muero muerta, los bebés sienten todo desde la panza, ¿qué estará pensando el mío? —¿No entendés que tenemos que sacarnos de encima este lastre? —Sí, Barti, pero matar... Vos no escuches... —le dijo a su panza. —Déjemela a mí, señorrrr... ¡Usted arranque! Bartolomé puso primera y arrancó, llevando a Cielo desmayada. Ellas lo siguieron en el auto, mientras Justina se ocupaba de acallar los escrúpulos de Malvina. Aún era noche muy cerrada cuando llegaron hasta un barranco, en un páramo despoblado, cerca de la estancia de los Inchausti. Detuvieron el carromato a varios metros del barranco, donde comenzaba la pendiente. Colocaron a Cielo, aún dormida, al volante; quitaron el cambio del vehículo, y entre los tres, con gran esfuerzo, le dieron un empujón, hasta que el vehículo ganó velocidad descendiendo por la pendiente. Los tres permanecieron de pie, observando 525 cómo el carromato avanzaba hacia el barranco, donde te minaría cayendo a un lago, en el que, al fin, la mucamita ahogaría. Pero los tres quedaron absortos cuando el vehículo ¡ detuvo en seco, en nleng pendiente Maldiciendo voivierc a empujarlo, hasta que volvió a ganar velocidad; pero ui vez más se detuvo antes de llegar al barranco. —¡Será de Dios, che! ¡Tanto nos puede costar matar esta chiruza! —se quejó Bartolomé. Y volvieron los tres a empujarlo. Justina notó que Ciel estaba despertando, y volvió a aplicarle una dosis de nai cótico. —¡Apuremos señorrr, se nos viene el día! Volvieron a empujar, pero ahora parecía pesar diez vece más. Se esforzaron hasta el agotamiento y sin embargo n< pudieron moverlo. Empezaron a desesperarse, pronto ama necería. —Vamos mi señorrr, a la cuenta de tres... Uno, dos... —Buenas... ¿necesitan ayuda? —se escuchó. Los tres giraron sobresaltados. Allí había un campesino, de a caballo, que les sonreía amable. —¿Se les quedó la chata? ¿Les doy una mano para empujar? —No hace falta, buen hombre... —respondió Barto, ya con tono campechano. —Sí, mire, ahí viene mi compadre y su compadre — el campesino señalando a otros dos que venían—. Ei todos lo hacemos arrancar. Tuvieron que seguirles la corriente, y se deshicieron en agradecimientos cuando los campesinos dejaron el carr: mato otra vez sobre el camino, y en marcha. —Cómo duerme la chica... —comentó el campesino. —¿Vio? Es de sueño pesado... —comentó Bartolomé. Y las horas pasaron sin lograr el fin que perseguían Como ya había amanecido y sería muy peligroso hacerle la luz del día, entonces Bartolomé decidió que la llevar hasta la estancia Inchausti, y la dejarían encerrada en . 526 establo abandonado, para que se extinguiera allí, sólita, de hambre y soledad. Y eso hicieron. De regreso, ya en la mansión, se encerraron en el despacho. Tina sacó un papel escrito a mano. —Acá hay una canción escrita a mano por la arrrastrada. —¿Podrás copiarle la letra, Justin? —Temblorosa e infantil, una papa. —¡Entonces escribí! Bartolomé empezó a dictar, mientras Justina se esmeraba en copiar la letra de Cielo. —«Mis chiquitos, mi don Indi...» —No, ¡Mi don Indi, no! ¡No! —se quejó Malvina. Bartolomé la fulminó con la mirada, y siguió dictando. —«A la parapapila que los voy a extrañar, che...» —y se corrigió—. Sin el che, saca el che... «Me fui así, a las apuradas, porque encontré algo de mi pasado, y me fui a buscarlo. Les pido que no se preocupen, confíen en mí... Fui a investigar...» 527 «Y necesitaba hacerlo sola. Espero que no se enojen, me voy tranquila porque ahora están con don Indi, y en menos de lo que canta un gallo pego una doble mortal y vuelvo. Los quiero, los amo, no me bajen los brazos, che...» Nico terminó de leer la carta como suspendido, y algo preocupado. No era propio de Cielo irse sin avisar. —Bueno, técnicamente avisó —dijo Rama. —Sí, con una carta... —seguía dudando Nico. Pero no tuvo tiempo para preocuparse, porque llegar todos los chicos y aún no tenía el desayuno listo. —¿Cómo anda mi director suplente? —preguntó con u: gran sonrisa Bartolomé, cuando entró en la cocina—. ¿Vos preparando el desayuno? ¿Y Cielo? —Ella tuvo que salir... —Ah, ok... Bueno, director y mucama, che... ¿Cómo trata el cargo? —Bien, acá me ves, feliz... ¿Vos? —Y... yo tranqui... Hoy en lugar de levantarme a las sie menos cuarto, dormí hasta las nueve, todo un lujo... Te ten. que confesar que me daba julepe delegar, you know. Es tarea está llena de riesgos... Me acuerdo de cuando empecé. Me dije: «no duro ni un día». Viste como es esto: un purrete se te rebana un dedo con un cuchillo y es culpa tuya. Nico relojeó a Alelí, que estaba cortando pan. —Un pimpollo se te electrocuta, culpa tuya. Nico observó a Lleca, descalzo, intentando encender el estéreo. —Un mocoso se te rompe la cadera, culpa tuya. Nico descubrió a Monito, trepado a una silla, intentando alcanzar un frasco de galletitas. 528«Y necesitaba hacerlo sola. Espero que no se enojen, me voy tranquila porque ahora están con don Indi, y en menos de lo que canta un gallo pego una doble mortal y vuelvo. Los quiero, los amo, no me bajen los brazos, che...» Nico terminó de leer la carta como suspendido, y algo preocupado. No era propio de Cielo irse sin avisar. —Bueno, técnicamente avisó —dijo Rama. —Sí, con una carta... —seguía dudando Nico. Pero no tuvo tiempo para preocuparse, porque llegaron todos los chicos y aún no tenía el desayuno listo. —¿Cómo anda mi director suplente? —preguntó con ur gran sonrisa Bartolomé, cuando entró en la cocina—. ¿ preparando el desayuno? ¿Y Cielo? —Ella tuvo que salir... —Ah, ok... Bueno, director y mucama, che... ¿Cómo te trata el cargo? —Bien, acá me ves, feliz... ¿Vos? —Y... yo tranqui... Hoy en lugar de levantarme a las sietfc menos cuarto, dormí hasta las nueve, todo un lujo... Te tene que confesar que me daba julepe delegar, you know. Esta tarea está llena de riesgos... Me acuerdo de cuando empecé... Me dije: «no duro ni un día». Viste como es esto un purrete se te rebana un dedo con un cuchillo y es culpa tuya. Nico relojeó a Alelí, que estaba cortando pan. —Un pimpollo se te electrocuta, culpa tuya. Nico observó a Lleca, descalzo, intentando encender el estéreo. —Un mocoso se te rompe la cadera, culpa tuya. Nico descubrió a Monito, trepado a una silla, intentando alcanzar un frasco de galletitas. 528 —Y no se te vayan a lastimar tres juntos, porque te acusan de golpeador y fuiste... Cinco añitos a la sombra le dieron a un colega... —y bajó la voz—. Y ni que hablar si se te llega a embarazar una purreta. Nico abrió los ojos muy grandes, y vio, más allá, cómo Tacho y Jazmín se besaban con intensidad. —Pero don’t worry, Nicky... Eso le pasa a los chambones... Vos vas a estar a la híper altura de las circunstancias... Me voy a cortar un poco las puntas de los rulos, ahora que tengo tiempo, ¡aprovecho! Y se fue, relajado. Apenas salió, Nico le sacó el cuchillo a Alelí, cortó el pan, le untó manteca, y retiró de la mesa todos los objetos cortantes; lo bajó a Monito, con el frasco de galletitas bien aferrado. Encendió el estéreo y mandó inmediatamente a Lleca a ponerse zapatillas, mientras separaba a Tacho de Jazmín. El cambio de autoridades y el calorcito del verano que se acercaba habían relajado muoho a los chicos, que de pronto se sentían con derecho a comportarse como adolescentes de quince y dieciséis años. Mar y Thiago estaban en el patio cubierto esperando a los chicos para pintar. Nico les había comprado la pintura, y ellos se ofrecieron a hacer el trabajo. Mar rasqueteaba las paredes; Thiago se acercó por detrás, le tomó la mano en la que ella sostenía la lija, y la ayudó a hacerlo, mimoso. En ese momento entraron Tacho y Jazmín, con rodillos en las manos, pero a los tumbos, besándose. Y de la habitación salieron Rama y Brenda, cuya relación habían retomado. Los seis se miraron y se rieron. —Está llegando el veranito y estamos todos a full ¿no? —comentó Tacho. —¿Podríamos hacer algo los seis, no? —propuso Rama. —Tenemos que pintar —les recordó Mar. —¿Todos? —se fastidió Tacho. —Hagamos una cosa... —propuso Jazmín—. Hacemos 529 un juego por parejas... La que pierde pinta y los que ganan se toman el día libre. —Ni a palos —dijo Mar. —¿Qué juego? —se interesó Thiago. —Concurso de besos —propuso Brenda, y Rama la miró sorprendido. —¡Amm, cualquiera! —dijo Mar—. ¿Cómo sería? —El beso más largo gana... —dijo Thiago, y la miró—. Juguemos, trompita, ganamos seguro. Todos, menos Mar, se rieron del trompita. Pero aceptaron el desafío. A la cuenta de tres, todas las parejas empezaron a besarse, relojeándose para controlar a las otras parejas; y nadie vio a una mujer de avanzada edad, de rostro muy severo, pelo de color bordó y con peinado de peluquería, un tailleur oscuro y un gran rosario colgado al cuello. La mujer, de aspecto muy conservador, los miró escandalizada. —Señores... ¿qué es esto? Todos se detuvieron en su accionar, y vieron a la mujer que sacudía su cabeza, mientras buscaba algo en su cartera. —¿Usted quién es? —preguntó Tacho. —Soy Rosarito Guevara de Dios, asistente social del juzgado de menores. La asistente social regresó a la sala en busca de un mayor, mientras seguía hurgando en su cartera. Todos los chicos la siguieron, intentando minimizar lo que ella había visto. —Eh, señora Guevara... —Señorita... Guevara de Dios... —corrigió ella. Hasta que por fin encontró lo que buscaba: un pequeño grabadorcito de mano. Lo accionó y grabó unas palabras con el tono de un forense que hace una autopsia: «Lascivia comprobada». Todos se miraron algo tentados, sin embargo entendían la gravedad de la situación. La asistente social había venido a hacer un informe para el juzgado justo cuando Nico era el director a cargo. 530—Señorita Guevara de Dios... Yo soy el hijo de Bartolomé —dijo Thiago con toda su diplomacia. —¿Esas conductas disipadas se las enseña su padre? —No hacíamos nada malo, doña... —intentó relajar la situación Tacho. —Vi con mis propios ojos cómo un puñado de menores estaban complaciéndose en refriegas non sanctas. —Me parece que se le está yendo un poco la mano... —ya se encabritó Mar. —Y a mí me importa muy poco lo que a usted le parece; acá, a la que le pagan para ver qué le parece es a mí. ¿Dónde está el responsable de este lugar? ¿Dónde está Bedoya Agüero. —Salió —explicó Thiago, sin aclarar el cambio de mando. Rosarito accionó el grabador y dijo. «Tutor ausente». —¡Pero ahí volvió! —exclamó Thiago, señalando a Nico que entraba con Bartolomé. —Por fin, Bedoya Agüero. Oiga, hombre, su fundación es una calamidad, los menores practican gimnasia interbucal repulsiva, ¿y usted de paseítos por la calle? —Momento, Rosarito, querida... Ya no estoy al frente de la Fundación BB. Le delegué temporariamente el cargo a mi cuñado, el doctor Bauer. —Encantado... —saludó Nico algo cohibido. —¿Doctor en qué? —preguntó la mujer sin responder al saludo. —En arqueología. —¿Y qué sabe un arqueólogo de trabajo social? —¿Por qué no empezamos con el pie derecho, Rosarito? —dijo Nico, comprador—. Chicos, vayan a ocuparse del bar, déjenme con Rosarito. —¿Bar? —exclamó la asistente social. —Ahora le explico... —dijo Nico. Cuando Nico se encerró con Rosarito en el despacho, Bartolomé llamó a Justina. 531—Es el momento ideal para sacarnos a Bauer de encima. Ya llegó Rosarito. —Perfecto, señorrr. Procedemos con lo acordado. Justina salió a ejecutar el plan que habían pergeñado. Fue hasta el bar, y sin que nadie la viera, se acercó al tablero eléctrico. Luego fue hasta la habitación de las chicas, y dejo una bolsita entre las cosas de Jazmín. Y por último tomó un balde, una lata de cera líquida y un trapo de pisos. Una hora más tarde, Nico y Rosarito salían de la mansión a las risas, ella tomada del brazo de él. Nico había desplegado todo su encanto y se había metido a la severa asistente social en el bolsillo. —Se lo digo con todo respeto, usted es idéntica, pero idéntica a Nefertiti, la reina más bella de Egipto... —No sea zalamero, Bauer. Soy incomprable, y el informe es el informe... —Y yo sé que una mujer, con ese rostro que dice «yo viví, yo sé lo que es la vida», comprenderá que los chicos están en ese momento del descubrir... —Horroroso. —Pero tan natural... Ellos son buenos chicos, y mírelos cómo están... felices... Rosarito miró hacia el bar, donde estaban los chicos, atendiendo las mesas, divirtiéndose. Mar estaba junto a la caja eléctrica, tratando de encontrar el desperfecto por el que se había cortado una fase. Se extrañó al ver un cable suelto, el cable que había cortado Justina para sabotear la instalación. —Están que explotan de alegría —dijo Nico, como dando pie a la tremenda explosión que se oyó, y ambos vieron a Mar salir despedida por la patada eléctrica. Mar intentaba convencer a todos, especialmente a Rosarito, de que estaba bien, mientras la depositaban en el sofá de la sala. 532 —Estoy bien, me pasa todos los días, dos por tres me da una patada ese tablero... —intentó minimizar, agravando la situación. —¡Esto es de no creer! —exclamó Rosarito. —Y se vuelve atea si le digo que el botiquín de primeros auxilios está vacío como morrrgue de pueblo chico —metió púa Justina. —¿Cómo vacío? —dijo Nico a Justina mirándola con intención. —Sí, doctor Bauer continuó ella como si no se percatara de sus gestos. Y la emergencia médica venció ayer... Yo le dejé los papeles en el escritorio para que pague, pero se ve que se le pasó, ¿no? —explicó, y sin darle tiempo a replicar, gritó hacia la planta alta—: Chiquitos, está la merienda... Monito, a comer... Y casi de inmediato apareció Monito corriendo en la planta alta, donde estaban jugando todos; famélico como siempre, corrió ante el llamado de Justina, y apenas pisó el escalón que ella había encerado copiosamente, resbaló y cayó, estruendoso, hasta el descanso de la escalera. Entonces la intervención de Rosarito fue inmediata, y bien contundente. —Uno se le electrocuta, otro corre y se cae, y usted no tiene ni una curita en el botiquín, ni un servicio de urgencias. Bauer, no sé cómo será con las momias, pero para esto n0 Sirve —sentenció Rosarito, mientras Nico pensaba cuánta falta le hacía Cielo en ese momento. Nico volvió a apelar a toda su simpatía y seducción, y logró calmar un poco el gran trastorno que se había producido. —Es propio de los chicos caerse y meter las manos en el enchufe, ¿no? —Y es propio de los adultos tener el botiquín en condiciones. Mire, Bauer, me cae bien, y por eso voy a aplazar la entrega de mi informe, pero... En ese momento empezaron a oírse gritos desde el sector de los chicos; y ambos vieron a aparecer a Jazmín, furiosa, y a Tacho persiguiéndola a los gritos. 533 —¿Con quién te acostaste? —gritó Tacho sacado. —¡Con nadie! —se defendió Jazmín. —¿Fue con Nacho? ¿Te acostaste con Nacho? —Chicos, chicos... —trató de calmarlos Nico. Pero ellos lo ignoraban, Tacho estaba furioso, incontenible. Rosarito manoteó su grabador. —¡No me acosté con nadie, idiota! —gritó Jazmín. —¿Y entonces para qué compraste este test de embarazo? —le preguntó Tacho, enarbolando la caja que había dejado Justina entre las pertenencias de Jazmín. Rosarito habló con el juez. Su opinión era rotunda: había que intervenir la Fundación. Aconsejó la clausura y reubicación de los menores. Nico se desesperó. Ella estaba inflexible y no escuchaba razones. Ante el grave informe de la asistente social, el juez Re se apersonó en la Fundación, dispuesto a decretar la clausura. Entonces Bartolomé intervino. Habló con Rosarito, habló con el juez Re, y finalmente logró calmar las aguas. Nico estaba destruido y se deshizo en disculpas. Le suplicó a Barto que reasumiera su puesto, entendía que sus intenciones habían sido buenas, pero no estaba preparado para semejante responsabilidad. —¿Qué te dije, Tini? —le recordó Bartolomé a su ama de llaves, mientras descorchaba una botella de champagne—. «Bauer no dura ni un día.» —Y no duró, señorrr. —Bauer fuera y la muqui muriendo en un cuchitril de dos por dos... Recupero a Thiaguito, y la casa está en orden. —Usted sigue siendo el rrrrey —dijo ella, mientras brindaban. 534Cielo lloraba encerrada en el sótano de un establo abandonado. Pero no lloraba por el encierro o por la posibilidad de morir allí, lloraba por la revelación que había tenido la noche anterior. Mientras Bartolomé y Justina estaban intentando empujar el carromato, ella había empezado a reaccionar, y se vio sentada frente al volante de Carancho, en medio de un bosque oscuro. Miró por el espejo retrovisor y divisó a Bartolomé y Justina. Ella no lo sabía, pero junto a ellos estaba Malvina. Pero antes de comprender el horror que estaban por cometer los otros, tuvo una revelación, una ficha que terminó de completar el rompecabezas. Al verlos por el espejo, conspirando en la noche, un recuerdo nítido y claro asaltó su mente. Recordó aquella noche nefasta en que ellos mismos la habían abandonado en un bosque similar. Y a partir de ese recuerdo, todos los demás se desencadenaron. Ella era Ángeles, la hija de Alba y de Carlos María. Recordó aquella noche en que su madre había ido a la mansión a pedirles ayuda y que ellos la habían dejado morir; recordó claramente a su madre, su panza, el hermanito que estaba por venir... Y en ese momento se acercó Justina, le puso algo en la nariz, y luego había despertado encerrada en ese sótano. Estaba todo muy oscuro y apenas podía ver un hendija de luz que entraba en el techo, por la puertita trampa del sótano. Había intentado alcanzarla, pero estaba muy alta. Sentía que realmente acababa de descubrir el verdadero rostro monstruoso de Justina y Bartolomé. Todas las atrocidades que había descubierto se completaban ahora: los 535 explotadores también eran sus verdugos, los que habían intentado dejarla morir cuando tenía diez años, y lo mismo estaban haciendo diez años después. Pensó en los chicos, pensó en Nico. Y pensó en Luz, y otro escalofrío recorrió su alma: existía una enorme posibilidad de que Luz fuera su hermana. Lloró, amargamente, recordando en detalle a su madre, a su padre, aquellos días felices en una modesta y cálida casita, las tortas de limón que le cocinaba, los paseos a caballo con su padre, la cunita que preparaban para su hermanito, recordó aquella felicidad que les habían destruido. Había perdido la noción del tiempo y se sentía muy débil por el hambre, la sed y el dolor. Mientras lloraba, oía la tormenta que se desataba afuera, y un chorrito de agua de lluvia empezó a filtrarse por la hendija de la puerta trampa. Cielo bebió un poco de la que caía, al menos no moriría de sed. Sin dejar de llorar, se adormeció, y al despertar se sobresaltó al tener frente a sí a aquel anciano luminoso, el que había sido don Inchausti. —¡Usted! —dijo ella azorada. —Hola, Ángeles... —respondió él con su plácida sonrisa. —Usted está en mi imaginación, ¿no? —¿Vos crees? ¿No me ves, no me oís? —Sí, pero los otros no lo ven ni lo escuchan... —Ése es un problema de los otros —dijo Inchausti, sentándose frente a ella—. Sólo la gente muy especial puede verme. —Entonces... —dijo Cielo admirada—. Es real... Es un hombre como todos, que come, duerme, ama, sufre... —En otro tiempo fui así —dijo Inchausti, riendo—. Sobre todo por lo de «sufrir». Hoy soy un hombre distinto. Pero eso no es lo importante, Ángeles... —dijo remarcando el nombre—. Porque ahora sabes que sos Ángeles, ¿no? —¿Y usted es mi abuelo? ¿Usted es el papá de mi papá, no? Entonces no está muerto... ¿o sí? —No vine a hablar de mí, sino de vos, Ángeles. 536—¿Y usted sabía que yo era Ángeles? ¿Por qué no me dijo nada? —Digamos que... no puedo intervenir. —Pero cuando Thiaguito casi se mata, usted intervino... ¿o no? —A veces... puedo proteger. Para eso estoy aquí y ahora. —¿Me va a ayudar a salir de acá? —se ilusionó ella. —Yo creo que vos misma podes salir sola de acá... Como vos sabrás, una chica siempre tiene sus recursos, algo que siempre la saca de un apuro, ¿no? —Yo no creo que pueda salir de ésta, don... —¿No te bastó con todo lo que viste para creer? ¿No ves que hasta tu dolor te ayuda? Vos lloras y el cielo llora, y te regala agua para tu sed... —Qué consuelo, ¿no? —dijo ella irónica, tomándose las rodillas y acurrucándose. —Tenes que hacer algo para salir de acá. —Ya hice, intenté saltar... grité como loca pidiendo ayuda, pero nadie me escucha... —¡Ah! O sea que estás esperando que un príncipe te venga a rescatar... Eso es muy romántico, Ángeles, pero una mujer no puede esperar toda la vida... A veces las princesas tienen que luchar por sí mismas para salvarse. —¿Y cómo? ¿Cómo carancho hago para salir de acá? —Ya te dije, Ángeles... Una chica tiene sus recursos... Y vos... ¿no eras acróbata? Ella lo miró sin terminar de comprender. Giró la cabeza, para observar bien el lugar, y al volver a girar, el anciano ya no estaba. —¡No, vuelva! ¡No me deje con el rompecabezas a medio armar! Frustrada, golpeó una pared con un puño y, al hacerlo, un listón de madera que cubría la pared se desprendió. Ella lo examinó, lo golpeó fuerte, y comprobó que era bastante resistente. Miró hacia el techo, y de pronto, como una revelación, comprendió lo que le había dicho el hombre: ella era acróbata, su habitat era el aire, ése era su recurso para escapar de allí. 537 En uno de los laterales había un caño amurado a la pared. En el otro, una pared de ladrillos. Tanteó los ladrillos, hasta encontrar uno flojo, y lo quitó. Calzó un extremo del listón de madera en el hueco, y el otro extremo lo calzó, con esfuerzo, sobre el caño amurado a la otra pared. Tenía una barra horizontal bastante recta. Se frotó las manos, y pegó un salto, hasta colgarse del listón. Comprobó que resistía su peso. Entonces empezó a columpiarse, hasta ganar impulso. Cuando lo consiguió, haciendo un movimiento bascular, comenzó a golpear la puerta trampa con sus pies. Golpeó una, dos, tres, cuatro veces... Y cuando estaba empezando a perder la fe, dio una quinta patada, y la puerta trampa se abrió. 538Aunque don Inchausti había desaparecido mucho tiempo antes de que Ángeles naciera, había estado siempre junto a su nieta. La había visto nacer, la había visto ser abandonada en el bosque, y luego criada en el circo. Había sido testigo de su regreso a la mansión, y de todo lo que allí había ocurrido. Bien podía reprochársele no haber hecho nada por evitarle tantos sufrimientos, pero existía una razón que explicaba su modo de proceder. Por un motivo muy especial, él no podía intervenir en el curso de las cosas. Sin embargo, había hecho por ella algo muy importante: la había ayudado a encontrar una llave con la que abriría cualquier puerta, incluso una puerta trampa. 539 Capitulo 015 El duelo Como Bauer había sido echado ignominiosamente de la dirección de la Fundación, no volvería a molestar. Bartolomé le pidió a Malvina que lo sacara a tomar un helado o lo que fuera. —No me hables de helado, se me revuelve el estómago. —¡Entonces pedile que te acompañe a hacerte una eco! —¿Estás loco? Mira si es de Jay Jay y se le ve el parecido en la eco... Hay tal crisis, Barti... No me gusta nada esto de dejar morir a Sky... —Tarde para arrepentimientos, bólida. Llévalo a donde te parezca, pero no quiero tener a Bauer con los OJOS encima. Sin Bauer y sin Cielo que estaría feneciendo lentamente, Bartolomé Bedoya Agüero era otra vez amo y señor. Justina lo llamó, le dijo que estaba en el flete, trayendo todo lo que había pedido. —Excelente —dijo Barto y se dirigió a la cocina, donde los chicos desayunaban. Todos lo miraron algo inquietos al advertir su sonrisa pérfida. —¿Thiaguito? —Ya se fue al colegio. —Excelente. Lucecita, querida... —dijo Barto, mirándola—. ¿Me dejas un momento con los purretes? Luz asintió y salió de la cocina. Entonces Bartolomé corrió a Tacho de la cabecera de la mesa, donde se sentó él. —Chiquis... ¿Qué me dicen de lo acontecido en las últimas horas? Una obra maestra, ¿no? Mía, por supuesto. Entonces les explicó cómo él había cedido el cargo a Nicolás para hacerlo fracasar estrepitosamente, para quitarle las ganas de meter sus narices. Les aseguró que así como había 543 frenado la disposición del juez Re de clausurar la Fundación y separarlos a todos en distintas instituciones, podía reacli var eso en un santiamén. A cada palabra que él decía, Alelí le respondía «no», desafiándolo. —Y bueno... parece que Cielito los abandonó, che... —No —volvió a oponerse Alelí. —Seguí, charleta, y te corto ia lengua. Por último, pune titos... vayan pensando la manera en la que van a conven cer a mi hijo de que todo lo que le dijeron es mentira. ¿OkV Los chicos bajaron la mirada. Estaba tan claro que el sueño se había terminado. —Pero para que no anden pensando tanto, ya que pensar mucho lleva al vicio... ustedes necesitan actividad. ¡Así que vamos a hacer actividades! —Tenemos que atender el bar... —Ya hablaremos de ese barcito. Vengan conmigo... —¿A dónde? —preguntó Jazmín con aprehensión. —Vengan, vengan... Hizo salir a todos al jardín, y los condujo hasta las lápidas del cementerio. Abrió la puerta trampa y les indicó que bajaran. —Vamos, vamos, sin miedo... Aunque tarde o temprano van a terminar bajando, todavía no les llegó el momento... todavía. Los chicos hicieron lo que les indicó, y él los condujo por los pasillos hasta el sótano que había sido la habitación de Luz. Al entrar, Lleca, el único que lo había conocido, vio que habían desmantelado casi todo. Allí ya estaba Justina, colocando en una larga mesa morteros, mechas, embudos, dos frascos enormes de un polvo negrusco con una etiqueta en el frente: pólvora. —Ya están grandes para hacer juguetitos, y un tanto rebeldones para hacer la calle —explicó Bartolomé ante el desconcierto de los chicos—. Con Tini pensamos un excelente negocio para ustedes. Van a fabricar petardos y fuegos artificiales. 544—¡Esto es una locura! —se exasperó Mar. —Una locura muy redituable... —Pero vamos a volar por el aire —se quejó Lleca. —¡Silencio entierrrro! El señor tomó precauciones... —Of course... Lo primordial para evitar accidentes es tener el lugar bien refrigerado. Todos observaron que en el lugar no había ni una rejilla. —A los chiquitos sáquelos de acá —dijo Rama. —Tini, saca el manual y empezá a enseñarles el trabajo. Bartolomé estaba muy satisfecho. Por supuesto no tenía intenciones reales de hacerles fabricar cohetes, era simplemente una manera de aterrorizarlos, de volver a demostrar que sus vidas estaban hundidas en un sótano oscuro y peligroso. Al llegar a la sala, se encontró con Nico. —¡Bauer! Pensé que estabas con Malv... —Sí, estaba, pero tuve que volver por un temita. Necesito tu ayuda. —Lo que necesites, Nicky... Estoy bastante atareado arreglando algunos liítos que me armaste en la Fundación, che... —y rio—. Pero decime. —Acompáñame al loft y te explico... —¿Al loft? ¿No vive ahí tu ex? —Sí, pero salió... y le pedí el lugar, lo que tengo que hablar con vos es importante, y no quiero que sea acá. —¿Tiene que ver con Malvina? —se anticipó Bartolomé, quien imaginaba que Bauer terminaría cansándose de la bólida y la dejaría. —Sí—concluyó Nico. Llegaron al loft, y Nico lo invitó a sentarse, mientras cerraba la puerta. —Te escucho, Bauer. —Usted sólo escúcheme —le había dicho Cielo cuando Nico la vio sucia, lastimada y desesperada. Él estaba con Malvina, que insistía en ir a tomar un helado, cuando recibió un llamado de Cielo. Ella le pidió que 545 ni mencionara que hablaba con ella, y le suplicó que limiti de inmediato a verla. Nico se había disculpado con MjiIvIihi y corrió al altillo, donde lo esperaba Cielo. —¿Qué pasó, Cielo? —se alarmó al verla en ese osinln —Usted sólo escuche. —Si es para hablarme de Malvina, Nicky... Lo imaum pero te digo que todas las parejas pasan por sus crisis, —No te quiero hablar de eso, Barto. —Ah, ¿no? ¿Y entonces? —Te quiero hablar de Cielo —dijo, y cerró una ventano —Son muchas cosas, una más grave que la otra — ln había dicho Cielo con desesperación, aferrándose a sus ma nos—. Prometa que cuando sepa todo no va a reaccionar co mo un loco. —Me estás asustando... —¿Promete o no promete? —Prometido. —Primero que todo... recuperé mi memoria. Ya sé quién soy. Soy Ángeles Inchausti. —Sky, pobrecita... va, viene, ida, perdida... Esos problemitas de memoria, y esos desmayitos... La adoro, pero a veces creo que está medio turula... Imagina cosas... Mientras Bartolomé hablaba, Nico, calmo, caminaba por detrás de él. Se acercó a otra ventana, y también la cerró. —Sí —acordó Nico—. Pero por suerte estuvo todo este tiempo yendo a una clínica especializada en amnesia que alguien le recomendó. —Ahá... —dijo Bartolomé palideciendo—. ¿Quién se la recomendó? —Malatesta... —dijo Nico—. Tu médico de cabecera... —¿Malatesta? —preguntó Barto sorprendido. 546 —Sí, y le rogó que por favor fuera un secreto entre los ilns ¿Por qué será, no? ¿De qué tenía miedo Malatesta? —Ésa es una buena pregunta... —dijo Bartolomé, mieniias Nico terminaba de cerrar las persianas. —Pero cuándo decís «ellos»... ¿te referís a...? —¡Sí, Indi! ¡A don Barto y Tina! —¿Qué te hicieron, Cielo? —Me abandonaron... Me dejaron tirada en un bosque cuando tenía diez años. Querían dejarme morir, para quedarse con la herencia de mi familia. Me acordé anoche, Indi, cuando intentaron matarme de nuevo... —¿Qué? —exclamó Nico, al borde del llanto. —Quisieron tirarme a un lago, en mi Carancho... y después me encerraron en un sótano en un campo... ¡Me quisieron matar, otra vez! —¿Qué pasa, Nick, probando la cerradura? —preguntó Barto, tenso, cuando vio que Nico cerraba la puerta con llave. —Estoy cerrando todo por un temita de acústica. —¿Vas a cantar, che? —No. Vos vas a cantar —dijo Nico parándose frente a él, con una mirada tan severa que jamás le había visto. —Necesitan una voz nueva en la bandita, che... —intentó bromear Bartolomé, sopesando la manera de huir de allí. Nico se sentó en la mesa ratona, y quedó a pocos centímetros de Bartolomé. —Tengo un problema. Un problema con un tipo, una basura, y no sé bien qué hacer... ¿Qué hago, Barto? —No sé, che... —contestó extrañado—. Habíale, hablando se entiende la gente. —Sí, pero si la que se mandó es tan grande que no merece ni siquiera malgastar una palabra... ¿Qué se hace? —Y bue, a veces entre hombres... las cosas se arreglan de otra manera, che. A veces, un moquete bien dado... 547 —¿Un moquete? ¿Una trompada? —Soy antiviolencia, pero a veces... —Sí, claro, a veces, una trompada bien dada... ¿Entonces qué tengo que hacer con vos? ¿Te tengo que reventar a trompadas? —¿De qué hablas, Nick? ¿Qué te pasa, che? —Ya sé quién sos, Bartolomé Bedoya Agüero. Ya sé todo. —¿Todo qué? —No se lo podía decir porque me tenían amenazada... pero son dos monstruos que explotan a los chicos. -¡¿Qué?! —¡Sí! Los torturan, los encierran, los amenazan... Los hacían trabajar hasta altas horas de la madrugada en el taller de juguetes... ¡Los obligan a robar! Todas las veces que los vimos robando, o en cosas raras, eran ellos los que los mandaban. Y si se rebelan, ¡los encierran en una celda de castigo! Quise ir a denunciarlos a un comisario, y el comisario está arreglado con ellos. Fui a hablar con el juez que me recomendó su abogado, ¡y ellos lo mataron! Son monstruos, asesinos, criminales... —Vas a ir preso —sentenció Nico con una voz muy profunda. Bartolomé dio un respingo y se puso de pie. —¿What? ¿Te volviste loco? —Todavía no me viste loco... —dijo Nico poniéndose de pie. —¿Cómo le vas a creer a la mente perdida de Cielo? —No sé cómo pude ser tan ciego, cómo no vi las señales... Me engañaste durante mucho tiempo, pero ya no. Ahora oíme bien lo que vas a hacer... Agarras tus porquerías, vos y tu hermana... —¿Mi hermana? 548—Y eso no es todo, Indi... —¿Qué más? —había preguntado él, devastado. —Su mujer... Perdóneme que no se lo pude decir antes, pero tenía miedo por los chicos. —¿Qué pasa con Malvina? —Ella lo engañó... le fue infiel con Marcos Ibarlucía. Y no sólo eso... ella, con Bartolomé... -¡¿Qué?! —Ellos fueron los que secuestraron a Cristóbal, aquella vez... para rescatarlo, y lograr casarse con usted... ¡y todo por la herencia! —Sí, tu hermana también... Van a juntar todas sus porquerías, lo que puedan juntar en treinta minutos, y se van de la casa. Con Justina. Se van los tres, esa casa no es de ustedes, es de Cielo, de Ángeles. —Nick, yo creo que... —No terminé. Antes de irte, vas a firmar la renuncia a la tutela de cada uno de los chicos. Y después te buscas un buen abogado, porque te van a llover los juicios. ¿Está claro? Bartolomé lo miró unos segundos, y luego se apartó de él, encarando hacia la puerta. —Bauer, Bauer, no estás manejando bien esto... Nico lo agarró con violencia y lo estampó contra la puerta. —Ahora no estás tratando con una chica sin recursos o con un nene indefenso. Yo no te tengo miedo, pedazo de bosta. —Abrime la puerta —dijo con calma Bartolomé. —Treinta minutos para irte, Bartolomé. —Abrime. —Hablo en serio —advirtió Nicolás. Entonces Bartolomé, con calma, sacó un revólver antiguo y lo apuntó. —Yo también —dijo Bartolomé a Nico, a quien tenía enfrente, a pocos centímetros de su cara. 549 —Ah, sos un matón de cuarta —dijo Nico sin retroceder ante el arma que sostenía Bartolomé. —De cuarta no... Te estoy apuntando con una Luger cailibre 45 del año 39. De colección... —No compliques más tu situación con esa joyita... Tone media hora para hacer lo que te dije. —Abrí, dale. Y no hagas pavadas, Bauer. Hay muc.lwi gente inocente que puede salir lastimada... —¿Me estás amenazando con los chicos? —¿Yo? ¿A mis chiquis? Qué equivocado estás... —Media hora —dijo Nico, y abrió la puerta. Salió prácticamente detrás de Bartolomé, y lo vio, mar chando hacia la mansión. En ese momento Thiago salía del colegio, y miró a ambos. Bartolomé se detuvo un segundo. y miró a su hijo. —Thiaguito... acá se dividen las aguas. Ahora, vas a tener que pensar muy bien de qué lado vas a estar. Y siguió su camino. Thiago miró extrañado a Nico, y vio su rostro tenso. —¿Pasó algo? —Vamos para adentro, Thiago, tenemos que hablar. —¿De qué? —De lo que trataron de decirme todo este tiempo y yo no escuché. —Se nos vino la noche —comunicó Bartolomé a Justina y a Malvina—. La mucamita recordó y le contó todo a Bauer. —¿What?? —tembló Malvina. —¿Todo todo, mi señor? 550—Supone que Luz es su hermana, si eso es lo que preguntas. Ahora escuchen... éste es el plan. En el mismo momento, había otra reunión en el patio cubierto. Allí estaban Nico, Cielo, y los chicos mayores. Todos con una mezcla de felicidad y pánico. Jazmín estaba abrazada a Mar. Y Thiago rodeaba con sus brazos los hombros de Tacho y Rama. —Les di un ultimátum... —les comunicó Nico—. Si no se van, les vamos a dar batalla. —Se piensa que me voy a retirar... Por favor, les vamos a dar batalla, ¡los vamos a aniquilar! —dijo Bartolomé golpeando con un puño el escritorio. —Vamos a ir por la vía legal, pero hay que cuidarse. Nunca estén solos, nunca dejen solos a los chiquitos. Es por precaución. Si Bartolomé es lo que ustedes dicen... —Es peor —dijo Thiago con sus ojos inundados de lágrimas—. Es mucho peor de lo que ellos cuentan, Nico. —Hay que estar alertas, estemos siempre comunicados, sepamos dónde están los otros. Esto se puede convertir en una guerra... —advirtió Nico. —Hay que atacar por el flanco más débil, los más chiquitos, con munición pesada. Acá no hay tutía... —susurró al principio Bartolomé, con los ojos enrojecidos, hasta que luego pegó un grito, como arengando a su tropa—: ¡Así que a las trincheras! —¿Hay trincheras? —preguntó Malvina. —Es lo que hay, señorrr... —dijo Justina palmeando a Malvina. —Barti... ¿Nicky te dijo algo, si estaba enojado conmigo...? 551 —Sabe todo, bólida. Todo. Estamos en guerra. —Pero nos tenemos a nosotros —concluyó Justina. —Ya no están solos, chicos. Estamos todos juntos en ésta, y la vamos a ganar. Todos miraron a Nico y a Cielo, con un alivio que no p<> dían expresar. Por fin, tenían dos padres que los protegían Cuando se cumplió el plazo dado por Nico, se abrió la puerta del despacho, y salieron Bartolomé y Justina, ergni dos, serios y con un gesto de dignidad. Desde el sector de los chicos llegaban Nico y Cielo. Ambas parejas se detuvie ron y se miraron a la distancia. Cielo le pasó la mano por la espalda a Nico, dándole ánimo. Justina le quitó una pelusa al traje de Bartolomé, y lo palmeó con fuerza. —¿Se van? —rompió el silencio Nico. —¿Vos te vas? —preguntó Bartolomé a Justina, girando su cabeza hacia ella. —A ningún lado, mi señorrr. —Yo tampoco, che... —dijo Barto desafiando con la mirada a Nico. —¿Por qué no la hace fácil, don Bardo. Firme la tutela de los chicos y vayase —propuso Cielo. —De acá me sacan con los pies para adelante —respondió él. —En ataúd de cedro, con herrrrajes de oro —completó la imagen Justina. —Usted no hable tanto, y prepárese. Voy a pedir un ADN para Luz. Si llega a ser mi hermana, me voy a encargar de que usted viva ciento veinte años, para que pase mucho tiempo presa. —¿Ésta es tu respuesta, Bartolomé? —preguntó Nico. —Correcto. —Conseguite un abogado. Estás avisado. —Vos también. 552Y ambas parejas se retiraron a la vez. Bartolomé y Justina volvieron al despacho, donde estaba escondida Malvina, evitando cruzarse con Nico. Él y Cielo subieron al altillo. Luego de toda la tensión, Nico se aflojó. Y fue ahí, realmente ahí, cuando empezó a dimensionar todo lo que le había contado Cielo. Acababan de llamar al abogado para iniciar el proceso contra Bartolomé. —¿Tenes miedo? —preguntó Nico. —Con usted a mi lado, jamás. —Yo tengo un poco de miedo. —Yo muchísimo —confesó ella—. Pero ésta nos sale bien, Indi. —¿Cómo no lo vi antes? —Es que cuando uno es puro corazón, cuesta ver la mugre ajena. Yo también tardé mucho en verlo, y eso que vivía acá, con los chicos... todo pasaba delante de mis narices. —Me siento tan mal... Las veces que los juzgamos, que los sermoneamos porque robaban... ¡Y era Barto, Cielo! —Angeles —corrigió ella—. Siempre voy a ser Cielo, pero ahora también soy Ángeles... —Y sos la heredera. —Eso ahora no me importa. Me alcanza con saber que soy Ángeles. —Sos mi ángel —le dijo él, mirándola con devoción—. ¿Puedo hacer algo que hace mucho, pero mucho quiero hacer? —Haga lo que quiera. Nico la tomó del mentón, y le dio un largo beso, dulce y apasionado. Y desde aquel día jamás se separaron. 553 Desde el momento en que Nico enfrentó a Bartolomé Malvina había estado huyendo de su marido, reptando pin toda la casa. Pero finalmente él la encontró, cuando cll.i había querido esconderse en el bar de los chicos. Nico m> dio rodeos. —Quiero el divorcio. —¿What? —Ya hablé con mi abogado. Te recomiendo que lo fir memos de común acuerdo; tengo pruebas de que organl zaste el secuestro de Cristóbal para salvarlo vos, y quedar como una heroína. —Ésa es la mentira más grande que jamás... —¡Te callas la boca, pedazo de lacra! ¡Secuestraste a mi hijo! Y me engañaste con Ibarlucía. No me vuelvas a hablar. —Pero, Nicky, te juro que no es así... No me podes dejar estoy embarazada, y... —También quiero un ADN. Llamé a un especialista, en media hora vamos a hablar con él. Y se fue, sin darle tiempo a replicar. Malvina quedó destruida, quebrada, preguntándose cómo fue que su vida acababa así. El médico genetista quedó perplejo cuando le informaron que lo habían convocado para hacer tres exámenes de ADN. —¿Es un chiste? —preguntó azorado. —Lamentablemente, no —respondió Nicolás—. Donde hay mentiras y engaños, pasan estas cosas. Le explicaron que necesitaban hacer un ADN para veri- 554flcar si Luz y Cielo eran hermanas. Otro para comprobar si Julia, o Sandra Rinaldi, era la madre de Mar. Y otro para ratificar si el hijo que esperaba Malvina era suyo. Entonces el genetista explicó que en el caso de Julia y Mar bastaba con el consentimiento de ambas. Julia, que estaba en la reunión, sonrió a Mar y dijo: —Por supuesto que sí. —Sí, claro —dijo Mar, torpe y nerviosa. Thiago le sujetó las manos. —En el caso de la confirmación de su paternidad —dijo el médico a Nico—, necesitamos el consentimiento de la madre. Malvina, que no paraba de llorar, asintió. El médico manifestó que debía informarles que la toma intrauterina de la muestra implicaba algunos riesgos, mínimos, pero riesgos al fin. Ante eso, fue Nico el que desistió. —Entonces no. Esperaremos a que nazca el bebé. —Hagámoslo ya —dijo Malvina, no quería atravesar su embarazo con esa duda y ese dolor. —No —dijo Nico. Por último, el genetista informó que en el caso de Cielo y Luz, había un juicio de identidad y una sucesión de por medio. Como estaba abierta la búsqueda de las herederas, sería un juez el que debería ordenar ambas pruebas. Cielo aseguró que se encargarían de obtener esa orden. En ese momento Justina estaba agazapada, oyendo todo, y decidió que, antes de perder a su chiquita, se marcharía muy lejos de allí con Luz. Pero Bartolomé le dio ánimos. —Con todo lo que hemos hecho, Tini... ¿Qué es para nosotros fraguar un examen de ADN? La espera de los resultados fue desesperante, tanto para Julia, como para Mar, como para Tefi. Julia sentía que estaba próxima a cerrar una herida de quince años, y no podía dejar de pensar en todo lo que habían sufrido ambas, sobre todo Mar. Tefi tenía la impresión de que todo su mundo se venía 555 abajo; no soportaba la idea de compartir a su madre v mucho menos con alguien que detestaba con todo su sor. A Mar la espera le había generado un conflicto, y halmi desatado en ella una crisis de angustia que no podía explicarse. Thiago la acompañó cada día, cada minuto, e intentaba entender por qué Mar estaba irascible, peleadora, y poi qué lloraba con frecuencia, sin motivo aparente. Una noche en que Mar, intempestiva, había echado a los gritos a unos clientes del bar porque se habían quejado de la tardanza para atenderlos, Thiago la llevó hasta la fuente para hablarle. —¿Qué es lo que te pasa, mi amor? —Nada, déjame sola. —Jamás te voy a dejar sola. ¿Qué es? ¿Tenes miedo de que el ADN dé negativo? ¿Tenes miedo de haberte ilusionado para nada? Mar comenzó a llorar. No era eso, no era ese miedo. Era cierto que la posibilidad de haberse ilusionado para nada le daba angustia. Tenía muchos deseos de encontrar a su madre, y Julia, sería una excelente madre, amorosa. La posibilidad de que esa ilusión se terminara le daba angustia. Pero no era eso lo que la tenía así, era otra cosa. —¿Qué es mi amor...? Trata de explicarme... —Tengo pánico de que sea positivo —pudo decir ella finalmente. Thiago no lo comprendió. Ella le explicó que se había habituado al dolor de ser huérfana, había soportado una vida de maltratos y humillaciones, y hasta había llegado a aceptar el hecho de haber sido abandonada. Si ahora daba positivo y ella resultaba ser hija de Julia, una mujer a la que una basura de padre le había arrancado su hija, para dejarla como un perro en un parroquia; si eso resultaba ser así, ¿quién repararía esos quince años de injusticia? ¿Qué haría con todo el odio que iba a sentir si eso se confirmaba? ¿Qué hacía con ese abuelo siniestro que la había privado de su mamá, y a ella de su hija, durante los primeros quince años de su vida? 556Mar no se equivocaba, y lo corroboró el día que final mente recibieron los resultados del ADN. Mientras esperaban en la clínica, ella tomada de la mano de Thiago, y Julia, acompañada por su marido, Mar pensaba que la sigla ADN, cuyo significado ignoraba, le resultaba parecida a DNI. Era eso lo que estaban esperando, un documento que, tal vez, le dijera cuál era su verdadera identidad. Cuando el médico genetista las hizo pasar, sólo a ellas dos, y les comunicó, desplegando el documento, que había sido demostrado el vínculo biológico alegado, Julia se estremeció, y con una sonrisa entre lágrimas, le tradujo a Marianella. —Soy tu mamá. Mar se dejó abrazar, conmocionada. Pero luego se disculpó y salió del consultorio. Sin decir nada, se alejó, y Thiago miró a Julia, que asomó tras ella. Julia les corroboró el resultado. Y Thiago salió corriendo tras Mar. La alcanzó en una plaza, frente a la clínica, donde ella lo abrazó, y escondiendo la cabeza en su pecho, lloró con un llanto de niña, con un llanto viejo y guardado durante muchos años. 557 La noticia del reencuentro de Mar con su madre les dio una inyección de esperanza al resto de sus amigos. La historia de uno de ellos, por fin, parecía tener un final feliz, y todos empezaban a permitirse soñar con algo similar. Nico y Cielo prometieron encargarse personalmente de cada caso, una vez que hubieran terminado definitivamente con Bartolomé. Desde el día en que se habían declarado la guerra, la convivencia era intolerable. Tácitamente tenían la casa dividida. Bartolomé y Justina ni pisaban el patio cubierto, y ni Nico, ni Cielo, ni los chicos se asomaban por la planta alta. Nico y Cielo se habían instalado en la sala de baile para estar junto a los chicos. También Luz estaba ahora durmiendo en el cuarto de las chicas. Nico y Cielo estaban resistiendo los embates, mientras discurrían por el camino legal. Habían hecho la denuncia pertinente, y un fiscal probo había tomado el caso. Por su parte, Justina y Bartolomé ni perdieron el tiempo buscando abogados, sabían que por esa vía estaban fritos. En lugar de eso, habían diseñado su plan y confiaban en él. Era un viernes por la tarde, y estaban esperando al fiscal que vendría a tomar la declaración de los chicos. Nico, además, aguardaba la llegada de Cristóbal, que se había ido a jugar al loft con Alelí y Monito. Ese fin de semana lo pasarían juntos, Carla le avisó que ella se ocuparía de llevar a los tres chicos a la mansión. Cuando llegó el fiscal, Nico preguntó dónde estaba Rama, que era el único ausente. Nadie lo sabía, y comenzaron por tomarle declaración a Tacho, mientras lo esperaban. El fiscal había dispuesto todo para hacerlo, cuando se acercó Justina, con un teléfono. 558 —Bauer teléfono para usted. —Ahora no puedo. —Yo creo que le conviene. Nico tomó el teléfono y se apartó, mientras Tacho comenzaba a dar sus datos personales, bajo la mirada oscura de Justina. —Hola —dijo Nico al teléfono. —Nick, querido, quería avisarte que Carlita, tu ex, no te encontró y me dejó a los purretes a mí. Quédate tranquilo, a tu hijo, a Monito y a Alelí los tengo yo. Nico se puso pálido, y se apartó aún más del resto. —Mucho cuidado con lo que haces —le advirtió. —Los cuido, che... Ahora, qué purrete leído tu Cristiancito, eh... ¿Sabes que conoce a la perfección la Luger calibre 45 del año 39? Me la pide para jugar, pero yo creo que eso es muy peligroso, ¿no? No sé, tan peligroso como meter fiscales en mi Fundación. —Les tocas un pelo, y... —Nick, para hacer una guerra hay que tener con qué. • O te pensaste que esto iba a ser fácil? Ahora te explico cómo son las cosas... Deciles a todos los chicos que vayan un minutito con Tini, que les va a explicar algo. Vos y Sky se van a donde más prefieran, pero lejos de mi Fundación. Y al fiscal le decís que espere. —¿Dónde tenes a Cristóbal y a los chicos? —No te preocupes, y hace lo que te dije... No, mini Bauer, no toques la Luger, te dije... —y cortó. Nico era un león enjaulado, pero hizo lo que Bartolomé le había pedido. Los chicos, sin entender, fueron con Justina al patio cubierto, Nico salió con Cielo, y el fiscal quedó allí, perplejo. Apenas entraron en el patio cubierto, Justina saco un celular, hizo un llamado, y lo puso en altavoz. —¿Comisario Azúcar, me escucha? —dijo ella, con una voz sensual. —La escucho, mi esfinge de ébano. Acá estoy, con este Romeo de cabotaje. 559 Cuando Bartolomé se enteró de que Rama estaba :.;i liendo con la hija del comisario Azúcar, no se equivoco il pensar que a éste no le gustaría nada. Azúcar se indignó il saberlo, y le prohibió rotundamente a su hija seguir vién dolo. Ella no era una chica dócil y desobedeció. Entonnv. Azúcar decidió aclararle a él cómo eran las cosas. Bartolomé le pidió que, además de ajusticiarlo como más le gustara, lo retuviera en su comisaría. Rama estaba bastante golpeado, y asustado. El comisario Azúcar no tenía nada de dulce. Justina miró a los chicos que la miraban sin entender. —El comisario Azúcar está muy enojado con Ramita por que le manoseó a la hija, ni se imaginan lo que es el comi sario Azúcar enojado. ¿O no, Ramita? —dijo al teléfono— ¿Lo tiene ahí, Azúcar? —Claro. Habla... —se lo oyó decir en el teléfono—. ¡Habla te digo! —¿Qué quiere que diga? —se oyó la voz llorosa y asustada de Rama. Todos los chicos quedaron impactados. Justina prosiguió. —El comisario Azúcar ya le explicó a Rama por qué tiene que mantenerse lejos de la hija... pero resulta que, como buen comisario que es, lo puede dejar adentro inventándole algo, ¿no? —Sí, cualquier cosa —concordó Azúcar—. Lo puedo dejar un buen tiempo adentro, y acá, realmente, se lo pasa muy mal... no creo que este chico lo pueda resistir. Entonces Justina cortó, y les explicó claramente a los chicos lo que esperaba de ellos a cambio de que Rama no se pudriera en la cárcel para siempre. El fiscal quedó demudado cuando todos los chicos comenzaron a declarar. Ciertamente, no era lo que esperaba escuchar. —No sé por qué Nico le hace esto a don Barto —dijo 560Lleca, casi llorando—. Él es bueno... y Nico es... un desastré, con él casi nos cierran la Fundación. —Es mentira, don Barto jamás nos pegó —declaró Jazmín. —No, Barto no es violento, Nico sí. Una vez me pegó, nos amenaza, nos grita... —dijo Tacho al borde de las lágrimas. —No lo podemos cubrir más —dijo Mar—. Acá el malo de la película es Nico, no Barto. —Mi papá es una buena persona —concluyó Thiago, con un profundo odio en el alma. 561 Nico y Cielo estaban en el loft, a punto de explotar, ,-iIji dos de pies y manos. De pronto ella vio a través de la ven tana a Cristóbal, a Monito y a Alelí, que avanzaban hacin i lugar, comiendo un helado. Ambos corrieron al encuende de los chicos y se aseguraron de que estuvieran bien. —Sí, estuvimos con Barto —dijo Monito—. Estaba ni.v. raro... hasta nos compró helados y todo. —¿Qué pasa, Bauer? —dijo Cristóbal. —Nada hijo, nada. Suban al loft —dijo viendo cómo lie gaba un patrullero, del que bajaron dos oficiales que se din gían a la Fundación. —Pero, papá... es nuestro día de visita, ¿qué vamos a hacer’’ —Ahora suban, chicos. Suban y enciérrense adentro y no salgan por nada del mundo, ¡por favor! Los chiquitos obedecieron y Nico y Cielo corrieron a la Fundación para ver qué sucedía. Al entrar vieron que el fiscal hablaba con los oficiales. Los chicos estaban todos ahí, cabizbajos, y más allá estabi Bartolomé, junto a Justina. —Chicos, ¿qué pasó? —preguntó Cielo. Pero nadie respondió, todos bajaron aún más sus cabezas. El único que no lo hizo fue Lleca, que miró a Nico, llorando. —Perdóname, Nico... —¿Por? —preguntó Nico sin entender. Y en ese momento los oficiales se acercaron a Nico, quien advirtió que el fiscal lo miraba serio. —¿Qué pasó acá, Gutiérrez? —Bauer, los chicos declararon —dijo el fiscal—. Declararon lesiones, agresiones, abusos y explotación de menores. 562 —¿Y qué espera para encerrarlos? —dijo Cielo. —Doctor Bauer, queda detenido —concluyó el fiscal. —¿Qué? —gritó Cielo. —Yo también estoy de una pieza, Cielín... —dijo Bartolomé mientras se llevan a Nico y los chicos lloraban. Cuando Malvina se enteró de que Barto había metido preso a Nico, surgió una Malvina desconocida hasta por ella misma. Entró furiosa en el despacho, y le exigió que arreglara eso. Bartolomé tuvo un acceso de risa, de ninguna manera lo haría. Entonces Malvina se puso brava, muy brava, y le aseguró que si no liberaba a Nico, ella lo hundiría. Bartolomé se rio más aún, jamás había tomado en serio a Malvina, menos ahora. Ella se fue, dando un portazo. Con Bauer preso y desprestigiado, el próximo objetivo era cobrar de una buena vez la herencia para alejarse de aquella mansión endemoniada. El único escollo que le faltaba sacarse de encima era Cielo. Sin demora fue a expresarle sus pretensiones: que retirara la denuncia y declarara que había mentido sobre su identidad para quedarse con la herencia de los Inchausti. —Rama sigue preso, y pasándolo muy mal —le dijo cuando ella se negó a hacerlo—. Rama y tu Indi presos, no tenes alternativa, mi querida. Pero Barto no contaba con que dos imprevistos torcerían sus planes. Lo que no pudo prever fue el alcance de la desesperación de dos mujeres enamoradas. Lo primero que hicieron los chicos luego de que arrestaron a Nico fue llamar a Brenda, y le informaron que su padre tenía detenido a Rama. Ella ya había sobrellevado su propio duelo con él, ya sabía qué clase de hombre era, pero terminó de confirmarlo cuando llegó a la comisaría y vio que Rama tenía la cara llena de golpes. Su padre no estaba, pues 563 ella misma se había encargado de sacarlo de la conusnrlH, pidiéndole que fuera a encontrarse con ella. En la comisaría había algunos oficiales, serviles a su padre. Ella encaró a Gonzalito el más joven e inexperto. que la miraba embobado cada vez que ella iba. Nadie se inuilnO lo que Brenda haría a continuación: le robó el arma rotflii mentaría a Gonzalito, y a punta de pistola exigió que IIIm raran a Rama. Frente a una seccional vecina, Nico estaba sorprentlitio de su propia liberación. Su abogado le aseguraba que él mi había llegado a hacer nada para liberarlo, y cuando vieron a Malvina, esperándolos, Nico entendió que ella había tenido algo que ver. El abogado se apartó para dejarlos hablar tian quilos. —¿Fuiste vos? —Sí, yo denuncié a mi hermano. Conté toda la verdad de lo que él hacía, Nico. —¿Lo que él hacía? ¿Y vos no tenes nada que ver con las cosas que hacía tu hermano? —Bueno, nada que ver... —dijo ella con mucha congoja—. Yo jamás hice nada contra los chicos, si es lo que me proguntás. Pero yo veía, y escuchaba... sabía, y miraba para otro lado. —¿Con qué monstruo me casé? —Sí, soy un monstruo, lo sé —dijo Malvina llorando, movida por un arrepentimiento que había tardado en llegar, pero al fin estaba allí—. Soy tanto peor de lo que te imaginas, Nico... Yo sé que me odias, y que no vas a querer hablarme nunca más... pero yo, hoy, quiero decirte quién es Malvina Bedoya Agüero. —Ya sé quién sos. —Pero quiero decírtelo yo... Sabes, recién, mientras hacía mi denuncia... sentí una gran liberación... Cuando conté todo lo que hicieron Bartolomé y Justina... todo lo que les vi hacer, y callé... sentí un gran alivio, sentí algo nuevo. Por 564primera vez en mi vida sentí que hacía lo correcto, sin dudar. Y aunque vos ya sepas el horror de mujer que soy, quiero decírtelo yo. Quiero decirte que soy la mujer que te mintió, te engañó, y te traicionó con otro hombre. Soy la mujer que armó un secuestro para Cristóbal, para poder rescatarlo y que vos te enamoraras de mí. Soy la mujer que fingió una depresión cuando me di cuenta de que ibas a dejarme. Soy la mujer que intentó matar a Cielo. Y sé que no me vas a creer, y que sólo sentirás odio y asco por mí... pero de alguna manera, enferma, todo lo que hice lo hice por amor... Porque te amo con locura, como vos nunca me vas a amar. Él sólo la miraba, con desprecio y dolor. Ella empezó a retirarse, pero giró y le dijo: —Ya firmé los papeles para el divorcio. Y también quiero decirte que me hice la prueba de ADN. En una semana van a estar los resultados —le contó, y lo miró con gran amor; era una despedida—. Y decile a Cielo, que no necesita ADN. Ella es Ángeles Inchausti... y Luz, es su hermana. 565 primera vez en mi vida sentí que hacía lo correcto, sin dudar. Y aunque vos ya sepas el horror de mujer que soy, quiero decírtelo yo. Quiero decirte que soy la mujer que te mintió, le engañó, y te traicionó con otro hombre. Soy la mujer que armó un secuestro para Cristóbal, para poder rescatarlo y que vos te enamoraras de mí. Soy la mujer que fingió una depresión cuando me di cuenta de que ibas a dejarme. Soy la mujer que intentó matar a Cielo. Y sé que no me vas a creer, y que sólo sentirás odio y asco por mí... pero de alguna manera, enferma, todo lo que hice lo hice por amor... Porque te amo con locura, como vos nunca me vas a amar. Él sólo la miraba, con desprecio y dolor. Ella empezó a retirarse, pero giró y le dijo: —Ya firmé los papeles para el divorcio. Y también quiero decirte que me hice la prueba de ADN. En una semana van a estar los resultados —le contó, y lo miró con gran amor; era una despedida—. Y decile a Cielo, que no necesita ADN. lilla es Ángeles Inchausti... y Luz, es su hermana. 565Con la confesión de Malvina, la situación judicial de denuncias cruzadas se había complicado. Cuando Nico regresó a la Fundación, se encontró con Cielo, que le informó que el juez Re había tomado la causa, y había enviado nuevamente a la asistente social Rosarito Guevara de Dios para elevar su informe sobre la situación. Rosarito estaba consternada: por un lado, Bedoya Agüero y Justina García denunciaban a Nicolás Bauer, y por el otro éste denunciaba a los primeros, denuncia corroborada por la propia hermana del denunciado. La situación era delicada, y el juez había ordenado excluir a los menores, y no tomar por válida la declaración de éstos. Cuando Nico y Cielo entraron en la sala, encontraron a Bartolomé y a Justina tomando el té con Rosarito, a las risas, y entendieron que la asistente social no jugaría para ellos. —Ahí los tiene, Rosarito. Una mucama oportunista y un matoncito universitario... y en el medio, los pobres purretes. —Con todo respeto, Rosarito —dijo Nico—. Tiene que estar muy ciega para no ver la lacra que tiene enfrente. —¿Ha visto? Dos subverrrrsivos —dijo Justina, bebiendo té con su dedo menor levantado. —Señores, exijo hablar en privado con ambas partes —decretó Rosarito. Primero se reunió con Nico y Cielo, en el patio cubierto, con Tacho y Thiago parados detrás cual guardaespaldas, y dialogó unos treinta minutos con ellos. Luego habló con Bartolomé, sentado a su escritorio, y con Justina, detrás, cual guardaespaldas. Tras otros treinta minutos salió al jardín a tratar de pensar con claridad en lo que había oído. —Queremos que Bartolomé y Justina dejen la casa de inmediato —había exigido Bauer. 566—La única solución es que Bauer y la mucama abandonen mi Fundación. —¡Bedoya es un criminal, tiene que estar preso! —había gritado Meo. —Vamos, Rosarito, ¿vas a creerle a ese delincuente? Ya te olvidaste del estropicio que hizo con la Fundación en tu anterior auditoría? —No me dejan denunciarlo porque soy el hijo, pero le puedo asegurar que mi papá es un monstruo. —Yo siempre le digo a Justin, Dios no lo quiera, pero no sé si mi ex cuñado no les suministró algún tipo de droga para lavarles el cerebro, ¡si hasta a mi propio hijo me pusieron en contra! —Porquería de gente son, me quisieron matar. ¡Y la cuerva tuvo diez años encerrada a mi hermanita! —¡Esa mucama arrrribista es una hippie satanista que quiso arrrrrmar su secta diabólica con estos santos inocentes! —De día nos hacían robar, de noche nos ponían a trabajar en una fábrica de muñecas. —¿Fábrica de muñecas? Pero ¿no vio, Rosarito, el hermoso salón de baile que le armamos a los purretes? —Por favor, doñaza abra los ojos. —¡Abrí los ojos, che, Rosarito! La rigurosa asistente social estaba abanicándose en el jardín, guareciéndose del sol de noviembre, rogando en voz alta al señor que le diera claridad para tomar una decisión, cuando de pronto la sorprendió una voz grave y profunda que bien podría haber sido la voz del santísimo. —¿Usted necesita claridad, señora? Rosarito giró estupefacta y se sorprendió al ver a Jásper con la tijera de podar en la mano y sonriéndole. —Yo le puedo dar claridad. Tres horas más tarde Rosarito se apersonó, como le gustaba decir a ella, en la sala, y volvió a reunir a las partes 567 para comunicar su decisión. Para sorpresa de todos, ,’iiihm ció que Nicolás Bauer y Cielo Mágico nada tenían que luictM en la Fundación, y que ésta debería seguir siendo (IiiIhIiIh por Bartolomé Bedoya Agüero, hasta que el juez Re se < ría... Estoy desesperada. Mar y Thiago le prometieron buscarla. Mar se ofrecí» • acompañar a Julia, que lo agradeció. Thiago llamó a Nací y él no tenía idea de dónde estaba Tefi. Después empezó a li. mar a cada compañero del colegio, pero de pronto, entre llamada y llamada, sonó su celular. Era Tefi. Lloraba, y con l voz entrecortada por la angustia, le pidió que la fuera a vn —¿Dónde estás, Tefi? —Estoy en un hotel. Por favor, no digas nada. Vení, ii necesito. Él, como le prometió, no dijo nada, y fue al hotel que li> había indicado Tefi. Ella lo hizo pasar, tenía los ojos rojos il< llorar. —¿Qué hiciste, Tefi? —Me fui de mi casa... no aguanto más, Thiago, no doy más. Él se sentó junto a ella, nunca la había visto llorar de esi manera. —Por lo menos llama a tu mamá, está desesperada. —¡Mentira, no está desesperada! Está todo el día hablando de Mar, pensando en Mar, comprando cosas para Mar... ¡Yo no le importo ni un poco! —Sabes que no es así, Tefi... —¿Por qué me pasa esto, Thiago? ¿Por qué nadie me prefiere a mí? Vos la elegiste a ella... Mi mamá la eligió a ella... —Tefi, estás diciendo pavadas... A ver, primero y principal... vos y yo... Era cualquier cosa, Tefi, y lo sabes. ¿Me vas a decir que vos alguna vez estuviste enamorada de mí? —Podría haberme enamorado... —No, sabes que no... Nos conocemos desde los cuatro años, siempre fuimos amigos, no teníamos nada que ver. Vos te encaprichaste conmigo, como antes te habías encaprichado con Ito, y con Zeta... —Yo sabía... —estalló ella en más llanto, como siguiendo con el tema, aunque hablaba de otra cosa. 586 —¿Qué sabías? —Que Mar podía ser hija de mi mamá, lo sabía hacía mucho tiempo, y no dije nada, me callé. Soy horrible, soy una basura... Tenía pánico de que pasara lo que pasó... Que la prefiriera a ella, que es su hija biológica, y yo... —Tefi, sabes que tu mamá te adora, y que esto no va a cambiar nada... —Todo cambia. Todo cambió, y para siempre. Golpearon la puerta. Ella se sobresaltó. —¿Vos pediste comida? —preguntó Thiago. Ella negó, mientras él fue a abrir la puerta. Ahí estaba Mar. Thiago se quedó duro. Tefi también. —Mar... yo estoy acá, porque... —No tenes que explicarme nada. Vine a hablar con ella —dijo Mar, sin celos, por primera vez en lo que iba de la relación. —¿Vos le dijiste que estaba acá? —le preguntó Tefi a Thiago con odio. —No, fue Nacho —aclaró Mar—. Ya deberías saber que si querés guardar un secreto, no se lo deberías contar a Nacho. —A mí no me lo dijo... —dijo Thiago azorado. —Vos no sabes sacarle un secreto a alguien —le dijo Mar, y le sonrió—. ¿Nos dejas solas? Tefi quiso retener a Thiago, pero él dejó solas a las hermanas. Tefi intentó irse, y Mar la sentó a la fuerza. Se miraron unos instantes. Mar sabía que Tefi la odiaba, y a ella Tefi no le caía nada bien. Sin embargo veía en su cara que estaba sufriendo, y no era justo que nadie sufriera. Mar creía que le debía ese intento a su madre. —No vine acá por vos, vine por Julia —comenzó Mar—. Ella te adora, te ama, y está desesperada buscándote. No le podes hacer esto. —Claro, pobre tu mamita, ¿no? —No vine a discutir. Nada más te quería decir que te entiendo. Entiendo que te saltó la térmica, que vos estabas muy bien con tu papá y tu mamá, y de pronto te aparece una 587 hermana, que encima no soportas. Entiendo que hayas ocultado lo que sabías, entiendo que me odies, entiendo todo. ¿Y sabes por qué te entiendo? Porque vos sos adoptada. —¿Y? —dijo Tefí, ya beligerante. —Y que eso significa que a vos también te abandonaron. Y aunque después fuiste criada con mucho amor, yo sé que ése es un dolor que no se va nunca, que siempre está. A lo mejor vos y yo tenemos algo más en común que una mamá. Cuando Julia las vio aparecer a ambas en su casa, intentó disimular su emoción y manejarse con naturalidad; sabía que sus dos hijas, por motivos diferentes, detestaban las demostraciones demasiado emocionales. —¿Qué quieren comer? —preguntó ella radiante. Era la primera vez que Mar había aceptado comer en su casa. —No sé... que elija Tefi. —dijo Mar. Tefi la miró con bronca y replicó. —No, que elija la blacky, que es la nueva integrante de la familia. —¡Estefanía no le digas así a tu hermana! —¡Ella nunca va a ser mi hermana! —gritó Tefi, mientras se encerraba en su cuarto de un portazo. Julia negó con la cabeza, y la siguió hasta el cuarto, donde la reprendió por ser tan malcriada. Mar observó que su madre había sacado de la heladera milanesas y papas, seguramente para cocinar su comida preferida: milanesas con puré. Tomó su celular, aquel que le había regalado Thiago, y le mandó un mensaje de texto: «Gracias a vos, encontré a mi mamá». Y él le respondió: «Gracias a vos, perdí a mi papá». Y mientras aún se oían los chillidos de Tefi desde el cuarto, Mar sonrió. Ahora tenía una madre. Y una hermana. 588Cuando Carla le comunicó a Marcos su decisión de renunciar a la patria potestad de Cristóbal para restituírselo a Nico, éste se enfureció de una manera que hizo sospechar a Carla de que Marcos había perdido por completo la razón. —¡De ninguna manera vas a hacer eso! —Marcos... ¿hasta cuándo vas a seguir con esto? Cristóbal ni te habla... Si de verdad querés acercarte a él como padre, deberías empezar por dejarlo estar con Nico. —No voy a discutir esto. —No lo voy a discutir yo —se impuso Carla—. Intenté todo con Cristóbal... Intenté darle un hogar, hasta me mudé frente a la casa de Nico para que estuviera cerca. Cristóbal vive mirando por la ventana hacia la mansión. Él quiere estar con Nico. Puede llegar a querernos, pero quiere vivir con él, no con nosotros. —Vos hacelo y yo te destruyo. Pero la amenaza de Marcos no acobardó a Carla esta vez. Sentía que ya le había arruinado demasiado la vida a Cristóbal como para seguir haciéndolo. Y cualquier cosa que pudiera hacer Marcos en contra de ella no haría su vida más miserable de lo que ya era. Cuando Cristóbal regresó al loft luego del último día de clases, se encontró con que su madre estaba terminando de embalar sus cosas. Había dos enormes cajas y un bolso. —¿A dónde nos mudamos? —preguntó Cristóbal temiendo un nuevo alejamiento. —Yo me vuelvo a mi casa, y vos volvés a la casa de tu papá. 589 Carla esperaba un salto de alegría y, en verdad, vio cónm a su hijo se le dibujó una sonrisa, pero de inmediato su acercó, y le tomó la mano. —¿Y vos, mamá? —Y yo... voy a estar siempre cerca de vos, mi amor. Peí o cometí un error muy grande, muy grande, y espero que nir puedas perdonar algún día. Nunca te tendría que haber sepa rado de Nico. —Y sí, estuviste mal, mamá. —¿Pero estoy a tiempo de reparar el error, no? —¿Lo sabe mi papá? —¿Se lo decimos juntos? Nico estaba viviendo días muy especiales, y estaba extremadamente sensible. De tener un hijo, de pronto había pasado a tener dos, Monito y Cristóbal, y uno en camino. Además tenía cinco más bajo su tutela. Los chicos se sentían felices, y empezaban a cumplir su sueño con la banda, y Berta y Mogli habían prometido venir a la ciudad para su casamiento con Cielo, que sería en una semana. Cuando Carla le informó que había hablado con el juez a cargo de la apelación que Nico estaba llevando adelante, para decirle que se retractaba, y que le devolvía la patria potestad sobre Cristóbal, Nico la abrazo y lloró, sin decirle una sola palabra, durante muchos minutos. Finalmente Carla le tomó la cara, también llorando, y le dijo: —Cometí tantos errores en mi vida, Nicolás... El más grande fue todo lo que hice con Cristóbal. Pero mi otro gran error fue haberte perdido a vos. Sos la persona más increíble que conozco, con ese corazón enorme. Sos un hombre, Nico, con todas las letras. Gracias por haber cuidado como cuidaste a Cristóbal. Perdóname por todo lo que te hice sufrir. Te juro que si supiera cómo hacer para reparar tanto daño, lo haría... —Ya empezaste, Carla. —Pero no es suficiente... ¿Cómo reparo tanto dolor hacia vos, hacia Cristóbal? 590—Siguiendo por este camino... Seguramente te lleve toda la vida, pero hay algo seguro... Esta historia nos cambió a todos, y a vos también... Aquella Carla no existe más. Cuando Carla se marchaba del loft, de regreso a su casa, la alcanzó Cristóbal corriendo, y le dio un beso. —Te quiero mucho, mamá —le dijo, y Carla, por fin, creyó entender qué era la felicidad. 591 Nico les suplicó a los chicos que desistieran de hacerlo una despedida de soltero, sólo quería un poco de tranquilidad, una noche de amor y paz. Les pidió que consideraran como válida la que le habían hecho cuando se casó con Mal vina. Los chicos lo aceptaron, sobre todo porque estaban abocados a los preparativos para el show. Aquella noche harían un ensayo con público en el bar TeenAngels. Nico y Cielo encargaron a Felicitas, que ya era parte de la Fundación, que cuidara a los más chiquitos y se encerraron en el altillo. Nico había dispuesto todo para tener aquella noche que tanto deseaba y tanto se merecían. Ambos recordaron aquel primer beso que se dieron volando y todo lo que tuvieron que sufrir para volver a estar otra vez juntos, y en el aire. —Pero todo eso pasó. Y acá estamos, don Indi. —Te amo, mi amor. Y tal como había acordado con los chicos, en ese momento empezaron a cantar una canción que Nico le había escrito a Cielo. Dos ojos se van, se van de viaje... No tienen conciencia de lo que vendrá. Nico no podía dejar de mirar los ojos claros y enormes de Cielo, que lo miraba como desde otro lugar, como desde el cielo. Frente al altillo, en el bar, entre las mesas, los cinco chicos cantaban bajo una luna enorme y dorada. No saben de amor, ni de libertad... No tuvieron tiempo y el tiempo se va. 592Cada lágrima había valido la pena. Cada noche de tristeza, cada fría mañana de desolación. Allí estaban, mirándose, amándose, y yéndose de viaje, juntos. No te digo adiós, acompáñame... No perdemos nada con sólo probar. Por delante tenían sólo futuro, un futuro feliz, que se habían ganado a fuerza de tesón, de nunca dejar de soñar en todo aquello que querían para sí. Luego una canción nos escribirá. Yo te doy muy sueños, aprende a soñar... Nadie lo vio, pero mientras los chicos cantaban, un sutil halo luminoso empezó a envolverlos. Lo mismo ocurrió con Nico y Cielo, aunque tampoco lo notaron. Vayamos lejos, mi amor, lejos de acá... Mis ojos pueden llevarnos hacia otra realidad. Y de pronto, en el centro del mecanismo del reloj, surgió un pequeño punto luminoso que comenzó a expandirse, como si en el corazón del reloj se estuviera abriendo un hueco, un hueco de luz. Nico y Cielo quedaron conmovidos ante esa visión. Estaban habituados a las cosas raras, y ésa no los asustó. Muy por el contrario, les dio mucha paz y la sensación de que habían llegado a algún lugar. Que sea un mundo mejor... Y la verdad no sea triste... Te juro que existe, existe ese lugar. Si alguien podía explicar lo que allí había ocurrido, ése era Jásper. Nico propuso ir a consultarlo luego de consumado lo que se habían propuesto esa noche, pero Cielo le 593 dijo que tendri podía esperar. tendrían tiempo para todo. En cambio, la intriga no iperar. M —Los estaba esperando —dijo Jásper, al abrirles la puerta de su casucha. —Bueno, esta vez va a hablar, Jásper —dijo Nico—. Largue, desde el principio. —El principio de esto es el principio de los tiempos, Bauer. Sería demasiado extenso el relato, ¿no cree? Les voy a contar lo que sé, desde donde necesitan saber. Jásper entonces les relató una historia asombrosa. Contó cómo el abuelo de Cielo, don Inchausti, y su abuela, Amalia, se habían amado, por primera vez, cincuenta y cinco años antes, en el mismo lugar que ellos. —¿Nos estuvo espiando? —dijo Cielo, espantada. —No me hizo falta espiarlos para saberlo. Lo supe cuando vi lo que ocurrió con el reloj. —¿Qué ocurrió? —Prefiero seguir con el relato. Jásper les contó, cómo aquella vez, como ahora, don Inchausti había visto lo mismo que ellos vieron esa noche. Pero cuando Inchausti había intentado acercarse a esa energía, ésta se había extinguido. Aquel suceso sobrenatural había obsesionado al abuelo de Cielo, que pasó muchos años de su vida dedicado a investigar qué había sido ese extraño fenómeno, dejando de lado su trabajo, su familia, todo. Como ya había advertido otras vibraciones y sucesos extraños, instaló todas las cámaras de seguridad que había en la casa. Ésa era la función de la habitación secreta que había descubierto Bartolomé. Era una sala de monitoreo, para registrar la actividad de la mansión, que parecía tener vida propia. Hasta que una noche se le presentaron tres personas vestidas con una capa negra y capucha. Jásper les mostró las imágenes que habían quedado registradas. Estos hombres se habían presentado como los «curadores», y le explicaron 594que ese misterio que tanto lo obsesionaba tenía que ver con el mito de Eudamón. Inchausti lo sospechaba, en sus investigaciones había accedido a esa historia. —¿Qué es Eudamón? —había preguntado Inchausti. —Ésa es la pregunta correcta —contestó un curador. Pero cuando se disponían a explicarle, uno de los hombres estiró una mano hacia la cámara que registraba la situación, y la grabación se cortó. —Lo que hablaron esa noche quedó entre ellos cuatro —continuó Jásper—. Pero años más tarde, un tiempo después de la desaparición de don Inchausti, él se me presentó. Y además de encargarme que custodiara sus secretos, me confió otro. Don Inchausti le había revelado que ese reloj que había en el altillo, en realidad, era un portal y que él, don Inchausti, era la llave que podía abrirlo. Y me anunció que llegaría el día en que vendría a la casa una nueva llave. —Y esa llave, sin dudas, es usted, señorita. -¿Yo? —Y el caballero es su guardián. El guardián de la llave de Eudamón. —¿Pero qué es ese portal? —preguntó Nico—. ¿Un portal a dónde? —Doctor Bauer... me extraña. Usted ya sabe hacia qué lugar conduce esta bonita llave. —Usted me está diciendo... —dijo Nico en shock—. ¿Usted me está diciendo lo que me está diciendo? —Sí, doctor Bauer. Todo el tiempo que pasó en esta casa estuvo frente al portal hacia Eudamón. Y junto a él, dormía plácidamente su llave. Nico y Cielo se miraron impactados. —¿No es maravilloso? —concluyó Jásper—. Parece todo calculado, ¿no? —y se echó a reír, satisfecho, y aliviado de haber cumplido su misión. 595 Bartolomé y Justina estaban en un calabozo, en celdas contiguas, esperando el traslado hacia el penal, que sería al día siguiente. Bartolomé había caído en un mutismo absoluto desde que lo habían encerrado. En cambio, Justina estaba más verborrágica que nunca. Había elaborado una teoría que tenía mucho sentido para ella. Sostenía que nada de lo ocurrido había sido casual, que todo había sido una obra maestra del verdadero enemigo que los había derrotado: el destino. Entendía ahora cómo todas las piezas de ese rompecabezas habían encajado para llevar de regreso a Cielo y su hermana a la mansión y hundirlos a ellos en el fango. Encontraba que nada de casual tenía la manera en que había llegado cada uno de los chicos a la Fundación. Recordaba que, cuando trajeron a Rama y a Alelí, en realidad habían ido a buscar a otros chicos, que luego fueron adoptados de improviso y, cuando salían refunfuñando, se habían topado con el pequeño Rama y la pequeñísima Alelí, que pedían limosna en la calle. —¡Eso no fue casual, era el destino, mi señor! Barto le suplicaba que se callara; se le partía la cabeza, pero Tina no podía detenerse. Recordaba cómo había llegado Tacho, por una confusión de apellidos. Era otro el Morales que ellos fueron a buscar al reformatorio, el encargado se equivocó y les entregó a Tacho. Y con Tacho llegó Lleca, escondido en el baúl del auto. Y cómo había llegado Marianella- a ese mismo año. Cuando fueron a buscar a una interna del Escorial, al salir había entrado Rama, con el que se había armado una gran trifulca porque Alelí estaba en celda de castigo a pan y agua. Durante la pelea cayeron unos papeles. 596—Y ahí usted vio el documento del instituto de menores de su amigo, que le debía favores. Y dijo que así iba a ser más fácil y que además los chicos del Escorial venían con piojos. —¡Y es verdad! —dijo Bartolomé agotado. —¿No lo ve, señor? Ese cambio de planes, a último momento... ¡fue el destino! ¿Y cómo llegó la gitana? Justina le recordó que Bartolomé se la había ganado a Joselo en una partida de póquer, cuando había intentado hacer trampa y el gitano lo había descubierto. Había tenido que jugar sin hacer trampas, y así y todo ganó. —Ya estaba escrito, era un gran plan. —Déjate de decir sandeces, mamerta... —Véalo, por Dios, ¡fue el destino! ¿Y cómo llegó Bauer? La bólida fue a estudiar diseño de indumentaria y terminó metida en arqueología, ¿por qué? —Por bólida. —No, fue el destino. Y la misma Cielo, ¿cómo llegó? Por los chicos que fueron a robar al circo. ¿Y por qué fueron ahí? Porque se había caído otro chanchullo, y a usted le cayó, literalmente, un volante del circo ése en las manos. —Un lanzallamas me dio el volante. —¡No! El lanzallamas estaba promocionando el circo y tiró los volantes al aire, a usted le cayó en las manos, y cuando lo vio, se le ocurrió mandar a los chicos a robar ahí... ¿Y qué trajeron? ¡Una heredera de regalo! Es maravilloso y terrible cómo el destino se tejió para terminar así... Estaba escrito, señor. En ese momento un oficial hizo pasar a Thiago. Bartolomé se incorporó, pero vio que su hijo ni lo miraba. Thiago entró con un celular en la mano, había podido permiso de visita y le había llevado el celular para que Justina pudiera hablar con Luz. Tina se emocionó hasta las lágrimas cuando su hija la llamó para despedirla, ya que sabía que sería trasladada. Volver a oír que Luz le decía mamá le quebró el corazón. —Pórtate bien, mamá... No vuelvas a hacer maldades —le suplicó Luz. 597 Justina era una llorona de pueblo, según sus propios dichos, y se deshizo en agradecimientos hacia Thiago, que permaneció muy poco tiempo, tras la provocación de Bartolomé. —Qué suerte que tenes, Tini, tu hija te llama, y eso que no es de tu sangre. —Supe que te trasladan mañana —le dijo Thiago como si no lo hubiera escuchado—. Es la última vez que nos vamos a ver. ¿Hay algo que me quieras decir? —Nada, che —dijo Bartolomé mirándolo de arriba abajo. —Yo sí —dijo Thiago, recordando las palabras de Mar, que le había aconsejado decirle todo y no guardarse nada—. Te amo. Y te odio. Me dan ganas de abrazarte y de escupirte. Me duele mucho verte en este lugar, y me da mucha felicidad que finalmente pagues. Ahora que estás acá, voy a tratar de seguir con mi vida. —La vida que te di yo —dijo Bartolomé con sus ojos inyectados en lágrimas. —La vida que casi me arruinas vos —le dijo Thiago, y comenzó a alejarse. —Espera. Si ésta va a ser la última vez que nos vemos, yo también voy a decirte algo. Thiago lo miró, en algún lugar de su corazón esperaba oír un perdón en boca de su padre. —A la sangre no se renuncia —dijo en cambio Bartolomé—. Sos un Bedoya Agüero. Todo lo que odias en mí también lo tenes vos. Thiago negó con su cabeza, intentando mantenerse fuerte; su padre había metido el dedo en la que, sabía, era su llaga. —Espera nomás date tiempo. Van a pasar lo años, un día te vas a mirar, y te vas a dar cuenta de que te convertiste exactamente en lo que soy yo. Y cuando te des cuenta, vas a decir «Tatita tenía tanta razón, cómo me equivoqué». —Gracias —respondió Thiago. —¿Gracias por qué, che? —Por seguir mostrándome la basura que sos. Así es más fácil matar la última gota de amor por vos que me quedaba. 598Tina, conmovida, intentó pasar su mano para acariciar a Bartolomé, que tras la partida de Thiago intentaba evitar llorar, sin lograrlo. Bartolomé esquivó la caricia, y se acercó a un carcelero que los vigilaba más allá. —Oro... —dijo Bartolomé—. Hablemos del traslado de mañana. Justina dio un respingo. Algo tramaba su señor, que no se resignaba a aceptar su destino. 599El día de la boda amaneció con un sol radiante, festivo. Todo el mundo madrugó, y todos estaban a las corridas, ocupados de sus propios preparativos. Felicitas y las chiquitas ayudaban a Cielo a terminar el vestido, y a elegir un peinado. Monito y Lleca asistían a Nico. Malvina insistía con que quería ayudar, entonces Nico le pidió que fuera a buscar a Cristóbal, que se había quedado a dormir la noche anterior en la casa de su madre. Mientras tanto, en las habitaciones de los chicos había un emotivo nerviosismo. Mar, Thiago, Rama, Tacho y Jazmín, los cinco TeenAngels, estaban preparándose para el que sería su primer gran show. La emoción no era solamente por dimensionar a dónde habían llegado, más bien era por entender desde dónde habían partido. Nico fue a darle un beso a Cielo, y a despedirse, pues recién la volvería a ver en la iglesia. Aquella tarde le habló de las decisiones, de cómo cada elección que habían hecho los había conducido a ese lugar. Nico se preguntaba qué hubiera pasado si hubieran tomado otras decisiones. Si él, por ejemplo, la hubiera alcanzado el día que la conoció y creyó que era una ladrona, y ella, en lugar de haberse escondido en el jardín, hubiera terminado en un calabozo. —¿Me hubieras metido presa? —dijo ella sonriendo, ya lo tuteaba. —Claro que no, porque en realidad aquel día yo te dejé escapar. Ésa fue mi decisión, y con cada decisión que tomamos todo cambió. Eso es lo bueno de las decisiones, Cielo, cambian todo. En ese mismo momento, mientras se probaban vestuarios para el show, los cinco chicos se miraban al espejo, pen- 600sando en sus propias decisiones. En sus elecciones. En el camino recorrido, y en la suerte que todos tenían de haberse encontrado. —Ésta es Mar... la fratacha incendiaria del reformatorio —dijo Mar, mirándose al espejo, abrazada a Jazmín. —Ésta es Jazmín, la gitanita rebelde de Joselo —dijo ella, emocionada. Tacho y Rama no necesitaban palabras. Ambos habían crecido juntos, en ese infierno. Tenían muy claro de dónde venían. —Yo elegí bien —se dijo a sí mismo Thiago mirándose al espejo. Los cinco se reunieron en el patio cubierto, estaban todos ya cambiados para el show. Se miraron, en parte tentados, en parte emocionados. Y como no sabían qué decir, juntaron sus manos e improvisaron un saludo que sería su sello, para siempre. —¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! —gritaron, agitando sus manos unidas. Serían cinco, por siempre, ellos cinco. Antes de partir hacia el predio donde darían su recital, fueron a despedirse de Cielo. La encontraron en plenos preparativos para la boda. Lamentaron mucho no poder ir, y Mar casi amaga a suspender el show. Pero Cielo les dijo que no podían perderse eso por lo que habían luchado tanto. Ellos irían a su show, ella a su casamiento, y luego se reunirían en la fiesta, para festejar todos juntos. No era cualquier momento ése, estaban todos a punto de cumplir su sueño. Pero los chicos tenían una deuda de gratitud eterna con Cielo. Ella había sido quien los había rescatado del horror, ella los había salvado, y los había impulsado a cantar, a bailar, y a pelear por sus sueños. Ella era ese ángel que les había cambiado la vida. Cielo, en cambio, creía que ellos eran sus angelitos; ellos le habían devuelto su vida y su identidad. Se despidieron con un abrazo interminable, y los cinco se fueron del altillo, caminando hacia atrás, sin dejar de mirarla, con lágrimas en los 601 ojos, mientras ella los despedía con un suave movimiento de su mano. Los cinco bajaron las escaleras y se toparon con Nico, que ya estaba vestido con el traje para la boda. Felicitas corría buscando el lustrador de zapatos. Las chicas elogiaron la pinta del novio, y él cuestionó lo cortas que eran esas minifaldas que usarían. —Ustedes no se dan una idea de lo que los quiero —dijo Nico, y los cinco lo rodearon en un abrazo grupal. Nico continuó dando instrucciones y recomendaciones, básicamente que cuidaran a las chicas, y que recordaran que, aunque parecían mujeres, ¡eran unas nenas! Malvina llegó tarde a la casa de Carla porque olvidó el nombre de la calle donde ella vivía, se equivocó de presidente y terminó en cualquier dirección. Al llegar finalmente a destino, se topó con una situación imprevista. Furioso por la decisión de Carla de restituir a Cristóbal a Nicolás, al borde de la locura, Marcos había ido a la casa de Carla, y amenazándola con un arma, se llevó a Cristóbal a la fuerza. A Carla la dejó atada en su propia casa, y sacó a Cristóbal, que se retorcía dándole patadas y gritando. Eso fue lo que vio Malvina al llegar, y se paralizó. Cuando Marcos la vio, mientras él estaba a punto de subir a Cristóbal a un auto, ayudado por un matón que lo asistía, la apuntó con un arma y la obligó a subir al auto con ellos. Justina y Bartolomé fueron conducidos a un camión blindado en el que serían trasladados. Ella seguía hablándole de la potencia del destino como fuerza sobrenatural, y le proponía tomarse ese largo encierro que afrontarían como una especie de retiro espiritual para reflexionar. Cuando vio que el carcelero Oro, el mismo con el que Bartolomé había estado cuchicheando, le dejó un trapo con algo envuelto bajo el asiento de Bartolomé, Justina entendió que éste, tenía planes para ese día. 602Nico salió de la mansión con su elegante frac blanco, acompañado por Monito y Lleca, ambos de traje blanco también. Allí se encontraron con Berta, que acababa de llegar en un taxi, directo del aeropuerto. —Vení cuando quieras, Berta, vos, en... —le dijo Nico con ironía. —Encima que me cruzo el mundo para venir a tu segundo casamiento en el año, ¿ni me saludas? —Me caso, ma, te hago suegra de nuevo. —¡Taxi, al aeropuerto! ¿En eso me vas a llevar a la iglesia? —se horrorizó Berta al ver un enorme descapotable blanco. Nico sonrió y la abrazó. —Subí, mamá —le dijo. —¿Y Cristóbal? —Lo lleva Malvina directamente a la iglesia. —Jamás voy a entender a estas parejas modernas. Todos se subieron al descapotable, y el chofer arrancó. Nico le extendió un CD y le pidió que lo pusiera. Iba parado en el descapotable, con sus manos abiertas, gritando de felicidad, cuando empezó a sonar su canción preferida, de Fito Páez, Al lado del camino. Cielo estaba lista, era una novia divina, angelical. Tenía un vestido blanco, sin mangas y sin escote, con volados, a la altura de la rodilla. Un tocado muy sencillo con flores blancas y unas botas blancas, muy altas. Felicitas, Alelí y Luz la escoltaban, felices, admirándola, mientras iban hacia el auto antiguo, decorado con jazmines, que la conduciría a la iglesia. Pero de pronto Cielo se detuvo, había olvidado su pulserita, aquella que tenía desde los diez años. Ella no se casaría sin su pulsera. Las chiquitas entonces fueron al altillo a buscarla. 603 En su delirio demencial, Marcos Ibarlucía había decidido sacar del país a su hijo. Estaban en un aeródromo, donde los esperaba la avioneta que había contratado. Malvina estaba desesperada, su embarazo de cuatro meses empezaba a notarse, pero él no tenía compasión ni por ella, ni por Cristóbal. No tenía tiempo para deshacerse de ella, la llevaría también y, una vez fuera del país, se ocuparía. Amenazándolos, gritando, enajenado, los obligó a subir a la avioneta, que ya estaba acelerando sus motores. Cristóbal y Malvina no dejaban de forcejear, desesperados, llorando, mientras la avioneta comenzó a carretear. Nacho y Tefi no habían podido negarse cuando Thiago los invitó al concierto. Allí estaban, viendo cómo el predio se llenaba de gente, y cómo muchos tenían carteles de TeenAngeles. No podían entender cómo los otros habían logrado eso, ni podían entender cómo ellos, finalmente, tenían envidia de los huerfanitos. Cuando el camión blindado que los trasladaba se detuvo, Justina comprendió que su amor, su señor, estaba irremediablemente perdido. No sabía cómo había logrado coimear al carcelero, pero éste abrió la puerta trasera del camión, y le quitó las esposas a Bartolomé. Él tomó el trapo que le habían dejado debajo del asiento, y ella vio que era un arma. Seguía esposada, pero le suplicó que no hiciera lo que pensaba hacer. Bartolomé la miró, y le dijo que él no tenía la posibilidad de detenerse, debía matarla. Debía acabar con Cielo. Mar, Rama, Thiago, Tacho y Jazmín estaban en los camarines del lugar donde harían su show. Escuchaban los gritos del público. El Chango les decía que estaba repleto y les aseguraba que ellos brillarían. Los cinco apenas hablaban; 604nerviosos, se peinaban y se volvían a peinar, mirándose al espejo, tratando de reconocerse, tratando de convencerse de que eran ellos los que estaban allí, a punto de subir al escenario. Bartolomé corría y corría, no era ni la sombra del hombre que había sido. Era simplemente un asesino que sólo pensaba en completar su tarea, en acabar lo que había comenzado diez años antes. Nico había llegado a la iglesia. Allí había algunos invitados, y por supuesto, infaltable, Rosarito Guevara de Dios. Nico miró el reloj, y mientras se preguntaba por qué no había llegado Malvina con Cristóbal, la avioneta en la que Marcos los estaba secuestrando ya había despegado. 605 La pulserita de Cielo no aparecía por ningún lado, entonces ella misma decidió ir a buscarla. Felicitas la acompañó, pero recordándole que por una pulserita de nada llegaría tarde a su boda. Cielo insistió que sin su pulserita no se casaría. Felicitas, por las dudas, salió al jardín, no fuera a ser cosa que la cabecita de novia de Cielitisss se la hubiera dejado ahí cuando estuvieron jugando con los chicos. Lo que vio era lo más horroroso que había visto en su vida. Tendido en el parque, muerto, con un tiro en el pecho, estaba Jásper, el jardinero. Aún conmocionada, volvió a entrar en la casa, pero no sabía bien qué debía hacer, cuando de pronto se topó con el que, sin dudas, era el asesino. Bartolomé la llevó a la sala, donde ya tenía atadas a Luz y a Alelí. La ató junto a ellas, y luego, serenamente, fue subiendo uno a uno los escalones que cada día de los últimos veinte años de su vida había pisado. Aquella era su casa, y siempre lo sería. Cielo estaba en el altillo, realmente muy intrigada por la desaparición de su pulsera, no concebía casarse sin ella. —¿Buscas esto, Sky? —oyó de pronto, y giró. Ahí estaba Bartolomé, su rostro desfigurado por el odio, y con un revólver en la mano. Nico se impacientaba cada vez más. Había llamado a Malvina, y su celular daba apagado. Había llamado a Carla, y no atendía. Tenía una sensación horrible, y necesitaba tener a su hijo ya, ahí, con él. Sólo para distraerlo, Berta le dijo que por qué mejor no usaba el tiempo en terminar de prepararse. 606i —Estoy listo, Berta —dijo él, mirando el reloj. De pronto sonó el teléfono, y él atendió creyendo que era Malvina, que por alguna bolidez se había retrasado. —Malvina, ¿dónde estás? —Habla Justina —dijo ella, desagarrada. —¿Qué querés, basura? —le respondió él, sumamente alerta. Algo no estaba bien. —Don Bartolomé... va a matar a Cielo. La va a matar... Nico entró en shock y dejó caer el celular. Todos lo observaban. Él miró a su madre, y de pronto reaccionó. —¡Llama a la policía! Bartolomé se escapó, va a matar a Cielo, ¡llama a la policía! —y salió corriendo, desesperado. Los Teenangels explotaban en el escenario. Apenas salieron con el primer tema, el público los amó. Todo el mundo gritaba como si ellos fueran una banda famosa. ¿Sería que Chango tenía razón, y que era verdad que su tema estaba explotando en la radio? Casi sin ser conscientes de lo que vivían, los cinco dejaron el alma y el corazón en ese escenario. Llegó un momento muy especial. Cantarían una canción por primera vez, una canción que Cielo había escrito para ellos. Sabían que en ese momento Nico y Cielo estarían casándose, y los cinco les dedicaron a ambos su nueva tema. Pensando en el propio camino recorrido, Rama cantó la primera estrofa. Un camino sin final que te lleva a la verdad, tiene mil ñores y piedras que cruzar, algún día ese lugar sé que tu alma encontrará, y el secreto al fin sabrás, y es amar. 607 —Se te acabó la magia, Cielo Mágico —dijo Bartolomé, apuntando con el revólver a Cielo. —No lo haga, hombre. Sálvese del infierno —suplicó ella. —Mi infierno sos vos —dijo él, con todo el odio que se podía tener. El abismo cruzarás por un puente de cristal, y los ángeles sus alas te darán. Y por fín comprenderás cómo es la libertad, cuando el universo puedas alcanzar. Nico corría, sin aliento, por una avenida repleta de autos. Debía salvarla, debía protegerla. Sin dejar de correr, se quitó el saco y lo arrojó. Sólo faltaban dos cuadras. ¡Para mirar... estoy listo! ¡Para soñar... estoy listo! ¡Para sentir... estoy listo! Y para amar... Los cinco cantaban tomados de la mano. Detrás de ellos, en las pantallas gigantes, se podían ver, claramente, las lágrimas en sus ojos. Estoy listo para ir, hay que aprender a compartir los sueños que hay en ti. Estoy listo junto a ti, todos vamos a llegar y juntos caminar. Ya estamos todos aquí. Nico abrió la puerta de la mansión de una patada, y se topó con Felicitas, que estaba terminando de desatarse, para ayudar a las chiquitas. Presa de una crisis de nervios, le gritó 608que Bartolomé estaba en el altillo, con Cielo, y armado. Sin aliento, y desesperado, Nico subió las escaleras en pocas zancadas. Corrió por los pasillos encerados, resbalando, desesperando, muriendo. Y al llegar al altillo, vio a Bartolomé que apuntaba a Cielo. No alcanzó a gritar que no lo hiciera, que ya Bartolomé había apuntado el arma hacia él, y sin dudarlo disparó. Si confías en tu ilusión, te regalo el corazón, sólo hay que poner el alma y la pasión... Y ahora que ya estas acá juntos vamos a lograr que los sueños se hagan pronto realidad. Cielo lloraba, desolada, sobre el cuerpo de Nico, herido de bala por debajo del hombro. Nico estaba en el piso, a punto de perder el conocimiento, luchando, intentando resistir. Él era su guardián, él debía protegerla. Cielo veía cómo ese hombre, otra vez ese hombre, le había arrebatado la felicidad. Lo miró con lástima, con profunda compasión. Y él no soportó esa mirada. —Bartolomé, no lo hagas... —alcanzó a decir Nico y se sintió desfallecer. —Vine a terminar lo que empecé hace diez años. Sorry, che, pero te voy a dejar viudo... Cielo se tiró encima de Bartolomé, intentó arrebatarle el arma, pero él fue más rápido y la apuntó. Ella se detuvo, estaba de espaldas al reloj. —Lo siento mucho, pero nunca debiste haber aparecido en esta casa, ni Tina debió haber rescatado a Luz —dijo Bartolomé aturdido por el odio y el llanto. Bartolomé no registró que los engranajes del reloj habían comenzado a girar cada vez con mayor velocidad, y una suave luminosidad blanca surgió de su interior. 609 —Eligieron mal, forzaron el destino. Y a mí no me quedó otra que ser... esto que soy —concluyó Bartolomé. Y disparó. Nico, desfalleciente, observó perplejo cómo un brillante escudo translúcido rodeó a Cielo y la bala se detuvo a pocos centímetros de su pecho, y cayó. Bartolomé no tuvo tiempo de reaccionar, porque de inmediato, del interior del reloj, surgió un rayo plateado, como un relámpago, que impactó directamente en su frente y lo derribó, dejándolo inconsciente, con sus ojos abiertos. Nico no terminaba de entender lo que había ocurrido, pero algo más asombroso aún había comenzado. Para mirar... ¡estoy listo! Para soñar... ¡estoy listo! Para sentir... ¡estoy listo! y para amar... La suave luminosidad blanca que había nacido en el interior del mecanismo del reloj era cada segundo más intensa, y los engranajes giraban y giraban, descontrolados. Cielo estaba paralizada, pegada al reloj. Miles de haces de luz blanca, como hilitos, empezaron a surgir del interior del reloj y fueron envolviendo a Cielo, mientras el altillo y toda la casa vibraba. Nico intentó incorporarse, para alcanzar a Cielo y separarla del reloj, que parecía a punto de explotar. Pero de pronto, dos enormes alas translúcidas, como de cristal, se desplegaron en la espalda de Cielo. Con su vestido blanco y esas alas enormes parecía, inequívocamente, un ángel. Las alas se cerraron, cubriendo a Cielo, como protegiéndola, y de pronto todo su cuerpo comenzó a convertirse en luz. Nico, desfalleciendo, estiró su mano y gritó con desesperación, al ver que el cuerpo de Cielo, convertido en luz blanca, era absorbido por el reloj. Estoy listo para ir... Hay que aprender a compartir los sueños que hay en ti. 610 Estoy listo junto a ti, todos vamos a llegar y juntos caminar. Ya estamos todos aquí. Todo se detuvo. La luz desapareció. Los engranajes del reloj dejaron de girar y la vibración cesó. Y Cielo ya no estaba allí. Llorando de tristeza y de emoción, Nico comprendió lo que había ocurrido. Cuando Bartolomé intentó matarla, el portal se había abierto y se había llevado a Cielo. Cielo Mágico, Ángeles Inchausti, su amor, se había ido. Estoy listo para ir... Hay que aprender a compartir los sueños que hay en ti. Estoy listo junto a ti, todos vamos a llegar y juntos caminar. Ya estamos todos aquí. Mientras Malvina y Cristóbal temblaban asustados, volando a cuatro mil metros de altura, secuestrados por Marcos, los TeenAngels, con sus manos en alto, triunfaban en su primera gran presentación en vivo, sin saber que Nico, en ese momento, lloraba sin consuelo la pérdida de Cielo, que ya seguramente estaba en Eudamón. 611 El portal, escondido en el reloj, estaba en el altillo de la mansión desde hacía muchos, muchos años. Más precisamente, desde 1854, cuando un extraño hombrecito vestido de blanco insistió ante el doctor Inchausti, dueño de la mansión, para que fuera colocado a la hora señalada. Ese mismo hombrecito era el que ahora estaba ansioso, esperando su nueva misión, su nuevo desafío. Aguardando a la nueva elegida, con quien continuaría ese ciclo sin fín. Cielo aún vestía su blanco traje de novia, en un lugar que parecía ser el altillo. No alcanzaba a comprender todavía lo que había ocurrido, y mientras observaba a su alrededor e intentaba esbozar alguna idea, al girar descubrió el rostro feliz y esperanzado del hombrecito de blanco, que le extendió sus brazos, dando saltitos de alegría. —¡Bienvenida! —dijo alegre, victorioso. —¿Y usted quién es? —preguntó Cielo, al simpático, elegante, inteligente, agraciado, brillante, único y carismático hombrecito vestido de blanco, que llevaba muchos relojes colgados sobre el chaleco. —Yo soy... me llamo... Bruno Bedoya Agüero. Pero tal vez ese apellido todavía te traiga malos recuerdos. Mejor decime Tic Tac... Y claro, por si no lo han notado, ese simpático, elegante, inteligente, agraciado, brillante, único y carismático hombrecito vestido de blanco, con relojes colgados sobre el chaleco, soy yo, quien ha estado escribiendo esta historia, porque como también un día logré atravesar el portal, el lugar donde el tiempo se detiene y el pasado, el presente y el futuro se entrecruzan en un mismo punto, les aseguro que he visto en silencio todo lo que he narrado, y mucho más. Pero como 613 ya soy más Tic Tac que Bruno y mi oficio es la relojería, la aguja de este reloj aquí se detiene, porque esta historia, por ahora, llegó al final. 614 Indice 1 La mansión Inchausti 11 2 Dos compromisos 57 3 La invasión de Ángeles 95 4 Los huérfanos y los nenes bien 123 5 Cayendo desde lo alto de una ilusión 165 6 Varios descubrimientos 213 7 Sorpresa tras sorpresa 251 8 El espíritu de la verdad 285 9 Ganas de volar 329 10 Hablar o callar para siempre 359 11 Aparentes fracasos 395 12 Nace TeenAngels 435 13 Padres e hijos 465 14 La gran revelación 501 15 El duelo 541 16 La isla de Eudamón 575
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